11.11.24

Occitania, en Pirineos Orientales, me recuerda mi infancia, y eso que no había estado aquí nunca antes. Tiene un regusto catalán que ni el paso del tiempo ni las razones de estado han conseguido alterar... Desde las azoteas de Perpignan se divisan las estribaciones de los Pirineos, aquí se consumen lácteos del Canigó y embutidos de Gerona, las cuatro barras están omnipresentes, toda la cartelería es trilingüe, casi todos se defienden en castellano y muchos se consideran catalanes. (esa mítica Cataluña Norte, el Camelot de los nacionalistas). Se siguen escogiendo nombres occitanos (o provenzales) aunque la venerable langue d'Oc o lengua del sur ya sólo se habla minoritariamente. Las costumbres, gastronomía y actitud ante la vida es la misma a ambos lados de la frontera... Me cruzo con familias locales que van charlando y meten cuñas en al menos una de las dos lenguas foráneas. Las épiceries fines, que huelen a gloria bendita, venden todo lo que se puede encontrar en un colmado de Barcelona, incluidos algunos dulces que no veía desde que me marché de allí.

También me he reencontrado con otras cosas que dejé atrás al crecer. Algunas agradables, como las buenas formas y el respeto, las conversaciones a media voz, las fórmulas de cortesía, el silencio. Y otras no tan positivas... aquí en el Midi todavía hay calzadas mil veces parcheadas, estrechas aceras a medio terminar, plagadas de cacas de perro, fachadas ennegrecidas de edificios que no han sido remozados hace décadas, o quizá siglos. Hay pocos ascensores y rampas, y escasean las papeleras. En estas pequeñas ciudades provincianas del Languedoc-Roussillon, la vida cotidiana no está modernizada. La gente es risueña, se saluda por la calle, hay tertulias a todas horas en los cafés, nadie lleva prisa y te ofrecen ayuda sin necesidad de pedirla. Montpellier ya es otra cosa en todos los sentidos, no en vano es el pequeño París de esta costa.

Pero es terrible la suciedad, la dejadez y la miseria con las que te topas simplemente al doblar un par de esquinas... cuando lo que acabas de dejar atrás es una calle encantadora, con todos sus comercios convertidos en un parque temático para turistas amantes de la belleza y la elegancia (la qualité française, quoi!). Pero de pronto te encuentras ante el espectáculo lamentable del malvivir de los marginados, con una crudeza que yo esperaba encontrar sólo en la banlieu, ese gueto de extrarradio que es la bomba de relojería de este país de gentes de orden... hasta que estalla una protesta social que suele terminar en los libros de historia. La "douce France, le pays de mon enfance... " se ha dado la vuelta como un calcetín, y eso que aquí se protegen las tradiciones contra viento y marea. Pero una sociedad mestiza es lo que tiene, y en mi opinión así se progresa. Las mezclas suman. 

Aprovecho las esperas en las estaciones de tren para observar y tomar notas. Una de ellas, la de Perpignan es, según Dalí, el centro del mundo, porque parece que allí le entraron cosquillas cosmogónicas. Los locales se lo agradecen, el resto ... en fin, es un espacio tirando a anodino. (Claro que yo suspendí en cosmogonía). En estas estaciones fronterizas, edificios ya vetustos, no hay rampas ni ascensores y la mayoría están en obras (en ciudades más grandes las estaciones son estupendas, destacando la de Nîmes que me ha parecido preciosa). Menos mal que los hombres de cualquier edad se ofrecen a ayudarme con la maleta y me ceden el paso y el asiento. En las salas de espera me siento rodeada de gentes de la calle que, en perfecto silencio cargado de desamparo, se resguardan allí rodeados de sus mascotas y de todas sus pertenencias terrenales. También hay algunos hippies de la vida que comparten con ellos la aversión por el champú, pero dudo mucho que sea por conciencia ecológica. Algunas personas prefieren mantenerse alejados y en pie, pero a mí es que me duele la espalda. 

Notas:

- Comprendo como estás tierras hayan atraído a tantos artistas desde siempre ... tienen un encanto bohemio-decadente que inspira y enamora.

- Perpignan me ha conquistado, me gusta su personalidad mitad pintoresca mitad canalla y su côté español. Allí he podido visitar dos palacios de comerciantes enriquecidos hasta niveles apabullantes. Uno de la edad media, Xanxo, y otro de la Bélle Époque, Bardou. El caso de Monsieur Bardou es especialmente llamativo, porque la fortuna de su familia provenía del papel de liar los cigarrillos JOB. Los carteles modernistas que anunciaban esos cigarrillos son auténticas obras de arte, y yo tuve colgado un póster del artista checo Mucha durante muchos años. También uno de mis pintores preferidos,  el catalán Ramón Casas, ilustró la publicidad de la marca. La familia Bardou no se conformó con su magnífico palacio del centro de Perpignan, sino que tenían otras dos mansiones, a cual más epatante. A mí el jardín de su casa ya me parece un pequeño paraíso donde cualquiera puede pasar el resto de sus días felizmente recluido, así que si fueran de mi propiedad, no sabría que hacer con el resto de posesiones.

- Desde el tren se ven llanuras bordeadas de bosquecillos, todas sembradas de viñas, que en está época mutan de colorido. No me he atrevido a probar ningún caldo del Languedoc por prudencia, pero tienen mucha fama y supongo que justificada. Tampoco he probado el plato estrella de por aquí, el cassoulet, que visto de lejos parece una exquisitez que puede alimentarte para varios días, pero con consecuencias. 

- Narbonne es una joya escondida que pasa de puntillas por las guías. Aunque perdió importancia al llenarse su puerto se arena, su catedral es de lo más original y exhibe los retales de diferentes épocas y usos.

- En Carcassonne, aparte de lo obvio, he tenido la suerte de coincidir, en la ciudad baja, con el paso de una gran barcaza por el canal del Midi (proyecto rompedor en su tiempo, cuando un ingeniero concibió unir el Atlántico y el Mediterráneo). Las maniobras para pasar por debajo del puente y luego toda la ceremonia de las esclusas son dignas de verse...

- Sète se extiende a lo largo de una enorme laguna de un azul intenso, con sus veleros y todo. Precioso entorno, y he visto muchas bicis bordeándola por un sendero con mucho encanto. 

- Me encantan los tranvías de Montpellier, sus timbres alegran el ambiente. Pero soy una paloma borracha y me da aprensión cruzar las calles... 

- En Montpellier la gente sale de clase o del trabajo, al mediodía y a media tarde, y muchos se sientan agradablemente en una terraza a arreglar el mundo (el clima lo permite). Las tertulias son muy animadas, se oyen muchas risotadas. Como voy sola y a ratos me siento, escucho las conversaciones con interés. Buen nivel cultureta, pero claro, estoy en el centro donde están los equipamientos culturales de todo tipo y las facultades. 


Anecdotario:


- Aquí tienen predilección por las aceras de mortero, que presentan una resistencia tremenda a las ruedas de las maletas... como si el lugar intentara defenderse de las hordas invasoras de esos imbéciles inofensivos llamados turistas (la frase no es mía, sino de Rudyard Kipling). Sin una superficie pulida por la que rodar, me encuentro empujando mi maleta contra los elementos, y como de esta forma pesa el doble, voy por las aceras maldiciendo en español, es decir, cagándome en todo. Luego recuerdo que esta gente habla español y me paso al monologo interior... hasta el día siguiente en que volvemos a las andadas, o más bien las rodadas, literalmente.

- Los jóvenes que me voy encontrando me tratan con mucha deferencia (mis canas les recuerdan a su abuela quizás?) y en general aquí la gente es muy amable. Los mayores dan gran importancia a las normas de cortesía, y si te saltas alguna te puede caer una regañina. Yo ya me he llevado dos, una por invadir la acera con mi maleta y otra en el súper, por no colocar la barra de separación de la siguiente comanda... pero les respondo con un merci y me calzo una sonrisa de Mona Lisa que deja la partida en tablas.

- Aquí casi nadie va comiendo un bocadillo por la calle mientras pasea, como hago yo. (Todo lo más se toman un helado, que es más fino). Se tiene demasiado respeto por la gastronomía como para cometer semejante pecado. De modo que voy causando asombro y, a veces, hilaridad.

- He dormido dos noches en un estudio encantador del casco viejo de Narbona, a tres minutos de la catedral. Al edificio le echo fácilmente siglo y medio, y claro, la escalera data de entonces. Hay que contorsionarse para subirla.... y te convalidan un curso de alpinismo, o más bien dos porque yo he subido con mi maletoncio hasta el segundo. En este país lo que se estila es cobrarte un montón de extras como una fianza que supera el importe completo por 48 horas, o alquilarte las sábanas y toallas, o cargarte la limpieza por adelantado (los dueños son majos y esta parte me la han perdonado, siempre que les demostrara que había limpiado yo, testimonio gráfico mediante). Aquí se abren los portales de las casas con PIN digicode, y los pisos turísticos tienen un cofre junto a la puerta que se abre con contraseña. Todo esto lo realizó a la primera servidora de ustedes sin más novedad, y eso que se me dan mal los números... Pero el destino cruel me esperaba al enchufar el cargador del móvil: se fundieron los plomos. Me tuve que repasar  oscuras el Índice de la guía de 24 páginas (con fotos ilustrativas y vídeos didácticos) que me habían enviado los dueños en PDF. Y tras bajar la escalera de la muerte, alumbrada en el último tramo sólo con el móvil, y trastear no en uno, sino en dos armarios que parecían una despensa de restos arqueológicos.... conseguí dar con la tecla del registro general, y arriba, voilà, se hizo de nuevo la luz. Toda la operación duró una muy intrigante media hora larga, y cuando le dije al dueño, que aguardaba ansioso al otro lado del WhatsApp, que no había sido capaz de encontrar la foto explicativa de lo del registro en su guía... me indicó amablemente que estaba en la página 16, bien entendu. Que je suis bête!


- La parte médiéval de Montpellier, es un dejà vu del cau de Tarragona, o de Gerona o incluso de Palma... estamos emparentados sin duda. Por otra parte, los estudiantes crean un ambiente muy simpático, como en toda ciudad universitaria. Que para eso es la ciudad francesa con mayor número de estudiantes, están por todas partes. Muchos grupos de jóvenes amigos al parecer muy bien avenidos, y multitud de parejas de novios en pleno esplendor de su romance. Divino tesoro.

- Una de las paradas de tranvía de Montpellier se llama García Lorca. He buscado y parece que nunca vivió aquí. 

- Los WC públicos de Montpellier, gratuitos, son un prodigio de automatización y auto limpieza, bien equipados con jabón, papel higiénico y toallitas, y hasta con instrucciones en español ... pero a mí me ha tenido que ayudar un magrebí a entender su funcionamiento, porque tras usarlo la persona anterior me he metido dentro, y me he quedado encerrada. Inútilmente he apretado los botones y he manipulado las palancas, porque seguía siendo una mujer abducida por un lavabo. Mis carcajadas parece que alertaron al hombre, que me liberó desde fuera. Resulta que, tras el uso, y antes de entrar, hay que esperar fuera a que acabe al proceso de autolimpieza, que incluye la taza y el suelo... es un avance de la higiene y la salud públicas, pero lo que no me gusta es que, tras usarlo tú, tienes que salir sin haber podido tirar tú misma de la cisterna. Y los sensores tardan un ratito en registrar que te has ido. Ratito en el que las personas que esperan pueden contemplar en todo su esplendor, brillando al sol, tu pipí dentro de la taza... hasta que la puerta automática lo oculta piadosa y lentamente de la vista. Pero debo reconocerlo: que mi pipí haya amenizado a los paseantes de la plaza Molière, tras el magnífico teatro de la Comédie, durante unos interminables segundos.... quieras que no, le aporta un toque de alta cultura a las necesidades físicas de una.   


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