23.2.25

La reina de las ciudades fue y sigue siendo Bizancio-Constantinopla-Estambul. No hay otra que la iguale ni que se le parezca, es la ciudad por excelencia. He tenido la fortuna de conocer y hasta de residir en lugares renombrados por su belleza, su peso histórico y su espectacularidad, pero no pueden rivalizar con todo lo que ofrecen las orillas del Bósforo. Esa mezcolanza de sensaciones y evocaciones tan propia de Estambul es inigualable, y me sumerjo en ella todo lo que puedo. Aunque debo luchar contra una climatología adversa, porque nieva sin tregua los cuatro primeros días de mi estancia, lo que añade una capa (pun intended) de hermosura al entorno pero que me dificulta el arte de callejear, que es a lo que he venido. Tuve la ocasión muchos años atrás de visitar con detalle los lugares imprescindibles del circuito turístico, y ahora lo que más me apetece es perderme por los barrios (hasta cierto punto) y empaparme del ambiente (y de nieve). 

Intento aprovechar cada minuto en esta maravilla de lugar y termino agotada, porque es una ciudad extensísima que resulta inabarcable. Por las noches caigo como un soldado que ha marchado todo el día para conquistar una nueva colina. En Estambul la vida te sale al encuentro. Y yo quiero encontrarme con ella, metro a metro y cuerpo a cuerpo.  

- Me considero dispensada de visitar los lugares imprescindibles de Estambul. Resulta muy liberador pasar por, pongamos por caso, la Basílica Cisterna y no tener que unirse a la larga cola. En esta ocasión me dedico en cuerpo y alma a observar los contrastes al pasar de un barrio a otro, y de un continente a otro. 

Las zonas que ya conocía de antes, las paso y repaso con placer: 

• Sultanahmet en el lado antiguo (donde está casi todo: Topkapi, Aya Sofía, las principales mezquitas, bazares y enterramientos de sultanes, la cisterna, el hipódromo con sus obeliscos... ). El embarcadero de Eminonu es mi punto preferido para observar a la gente que va y viene. Es todo un compendio de la humanidad. 

• Beyoglu (donde más se disfruta de las vistas al Cuerno de Oro, y donde están los elegantes edificios y hoteles de Pera, incluido el mítico hotel donde Agatha Christie se alojaba). Todo esto en el lado Europeo. También ahí:

• Karakoy (con sus bares) y Galata, con su torre y todo su entorno que culmina en el famoso puente, donde puedes ver cómo tu cena es pescada con caña en el nivel superior y cocinada para ti en los restaurantes del inferior. No recomiendo fijarte mucho en la limpieza de las aguas del puerto porque entonces no cenas pescado.

• Besiktas (donde el palacio de Dolmabahce, al que no le falta de nada y en mi opinión le sobran bastantes cosillas) .

- Cerca de Dolmabahce hay una calle que se llama Akaretler. Es uno de esos sitios dedicados al goce y disfrute de las clases pudientes, que pasean su ocio por los lugares de moda. Preciosos edificios donde leo que habitó la madre de Atatürk. Su hijo, Kemal Atatürk, cuando alcanzó el poder, acabó mudándose al apabullante palacio de Dolmabahce, un poco más abajo. 

- Por cierto que frente al palacio de Dolmabahce hay una buena cantidad de fotos que conmemoran la figura de Atatürk, al que los turcos consideran un santo varón. Fue el creador y primer presidente de la república, quien les libró de los sultanes y les llevó a la modernidad, secularizando el estado, declarando la educación primaria obligatoria, también el sufragio universal (incluido el voto femenino) y transformando su alfabeto árabe en escritura latina. Observo las fotos. No era feo el hombre, y menos mal porque su rostro está omnipresente mires donde mires. Estas imágenes sugieren un culto a la personalidad, pero me guardo mucho de expresar ninguna emoción frente a su imagen, porque faltarle el respeto es constitutivo de delito en este país, donde en cambio el proceso de secularización que él consolidó se está revirtiendo por parte de los islamistas suníes. The irony! Otra ironía: Atatürk acabó con el sultanato, pero no dudó en instalarse en el mejor y mayor palacio construido a orillas del Bósforo por los sultanes. Que una cosa son las nobles ideas republicanas y otra la tentación de emular a los nobles.

- También me acerco hasta barrios en los que no había reparado antes por estar más alejados, y ante la enormidad de la ciudad tengo que recurrir al transporte público por tierra y mar (aire no, que aún no han llegado los taxis voladores):

Adentrándome en el lado antiguo y dejando a mi espalda Sultanameht:

• Yenikapi, la zona que menos me ha gustado pese a estar llena de hoteles. Si te alejas de ellos, por las calles secundarias te encuentras todo un submundo sobre el que en la web del Ministerio del Interior hacen alguna advertencia eufemística (cuidado con las personas que tratan de ofrecer relaciones cordiales... algo así lo llaman). Pero los escaparates de las tiendas de moda infantil y las de trajes de fiesta son una nota de color en este mundo gris. Desde el punto de vista de la etnografía son interesantísimos. Para cualquier modisto deben de ser puro delirio. A mí desde luego me alegraron el día.

• Fatih, me encantó el ambiente de compras de su calle principal, especializada en vestidos de novia con miriñaques tamaño Escarlata O'Hara. Los estambuleños, o como se diga, paseaban desinhibidos bajo los copos de nieve, y era un puro gozo verlos interactuar. Me admira la gente que vive la vida intensamente sin proponérselo. 

• Fener, que tiene todo un barrio de casas de madera otomanas pintadas de colores. Las calles son empinadísimas y ese día había nieve y placas de hielo, pero conseguí callejear agarrándome a todo lo que pillaba. Hay una serie de fachadas en disminución en la colina de las escaleras, pero las casas más famosas, objeto de reportajes en las revistas de arquitectura estilosa, son las de la calle Kiremit. Me quedo mucho rato contemplándolas porque han sido restauradas con gusto y son una preciosidad, y hago muchas fotos a desconocidos de varios países que me lo piden. Por una vez, entiendo que quieran llevarse un recuerdo gráfico. Yo también hago fotos, no es para menos. 

Un poco más arriba hay una escuela con una bella capilla ortodoxa para los hijos de los griegos ricos que viven en la zona. El vecindario es pudiente, pero si doblas un par de esquinas ya no lo es. Contrastes de la vida. 

• Balat es un barrio pegado al anterior. Era una de las antiguas juderías. La zona que yo exploro está bajando la colina, a la orilla del Bósforo. Son calles pintorescas, plagadas de pequeños cafés con encanto, tiendecitas de artesanía y, en las calles menos turísticas, anticuarios y chamarileros. En un escaparate polvoriento alucino, porque me encuentro cara a cara con dos figuras bastante conseguidas de de toro + torero, uno haciendo una verónica y otro lo que creo que se llama una revolera, rodilla en tierra. Soy antitaurina, pero mis padres eran aficionados y terminé aprendiendo alguna cosilla de oídas. 

- En el lado asiático. Tras intentar llegar el día anterior en ferry pero no conseguirlo porque había un barco cada dos horas, consigo llegar en mi segunda intentona, pero cogiendo tres autobuses (el tercero se debe a un malentendido entre Miss Google y yo, y es un microbús que al principio confundo con un transporte que lleva ancianos a un centro de día... qué despiste). Cruzo el gigantesco puente del 15 de Mayo y a cada momento a mí vértigo le parece que el autobús va a caer al agua. Visito: 

• Uskudar, desde donde hay unas vistas estupendas al Estambul más reconocible que queda al otro lado del Bósforo, o sea el extenso skyline de esta increíble ciudad. Se divisan los minaretes y las torres con toda claridad, porque por fin el día es radiante y todo brilla al sol, aunque hace mucho frío y aún restan neveros y placas de hielo por derretir. Hay una mezquita con una fuente enfrente preciosa, y a sobre un montículo veo  una mezquita gigantesca (la más grande del país, con seis minaretes) y la torre de telecomunicaciones de diseño ultramoderno que por la noche se ilumina con colores. Pero lo mejor con diferencia es la bellísima Torre de la Doncella, ubicada en un islote que tengo enfrente del paseo a orillas del Bósforo. Me dicen que es el símbolo de la ciudad. Muchas quisieran. 

En el mirador hay muchos que pescan con caña, y unas gitanas que venden flores, y todo u universo de gentes que van y vienen, como en el 

• Kadikoy, que en el mapa es el barrio de al lado, resulta que queda tan lejos que tengo que coger un autobús. Llego y en seguida me engancha el ambiente fenomenal que hay por sus calles. En la zona más concurrida hay algunas calles y algunos patios y jardincillos que albergan centros culturales medio alternativos, con un aspecto entre neoyorquino y berlinés. 

Debe de ser la zona modernilla, variante hipster, por excelencia. Lo deduzco porque hasta ahora he visto que las parejas homosexuales masculinas y femeninas disimulan en público, pero aquí no. Dentro de la compostura, que este es un lugar donde los comportamientos en lugares públicos están reglados, la autoridad manda mucho y es bien obedecida, según he observado.

• Moda. Dando un paseo que me enamcanta por el barrio, bajo de nuevo a la orilla para ver el embarcadero de Moda. Es, como muchos embarcaderos donde paran los ferries, una construcción art déco con aires orientales. Ahora tiene una función distinta de la primitiva, y es una librería-café con vistas al mar y un ambiente estupendo de gente joven con inquietudes. Desde allí se ve el barrio del mismo nombre, con altos edificios de no menos alto nivel. Me acerco a un par de clubes ribereños de la zona, y las terrazas están ocupadas por lo que en España llamamos pijos. Qué suerte la suya, vivir en una de estas terrazas con vistas al mar de Mármara y tener el yate atracado a pie de casa. 

- Adentrándome en el estuario en ferry: 

• Paso más de una hora en el barco y como veo que el área metropolitana de Estambul no parece acabar nunca, me bajo en Istinye y doy un paseo hasta la llegada del ferry de vuelta, una hora más tarde. Istinye es también un barrio de bonitas casas antiguas de madera de colores, y cuenta con un canal donde hay atracadas embarcaciones de pequeño tamaño, junto con algunas traíñas.  Hay ambiente de terraceo, y leo que es uno de los sitios preferidos por los estambuleños para tomar una copa vespertina lejos del centro. Me parece que está lejísimos, pero comprendo el motivo cuando llega la puesta de sol, que vista desde allí es espectacular.  En el trayecto hasta Istinye se pueden ver desde el ferry muchos yalis (residencias de madera al filo de la orilla) que no son palaciegos, pero que también deben de pertenecer a familias acomodadas a juzgar por lo grandes y elaborados que son. 

Anecdotario:

- Entro en Estambul cual elefante en cacharrería. En el modernísimo aeropuerto, la cola para pasar el trámite de la aduana es más larga que un día sin pan, y la zona horaria de GMT +3 hace que termine recogiendo a Doña Resilia casi a las once de la noche. 

Tengo un taxi reservado, pero me toca esperarlo, ya en el exterior del aeropuerto y a temperaturas bajo cero, porque han aterrizado varios aviones de turistas de países árabes y hay un gentío impresionante con un turno anterior al mío. Cuando finalmente me suben a un euro taxi (para mí sola), nos quedamos atascados largo rato en la carretera, porque cae una intensa nevada y ha habido algún alcance.  Me vienen a la memoria inquietantes recuerdos filoménicos. El taxista, que no habla inglés, también parece pensar que podemos pasar la noche en blanco (excuse the pun) y empieza a cenar. Me ofrece un bote de agua y una naranja, y yo, que he cenado en el avión, saco de mi bolso de Mary Poppins mis barritas de proteínas y una manzana para completar el menú. Parece una excursión escolar, pero en vez del "Carrascal, qué bonita serenata" en la radio suena la retransmisión de un partido. En turco, claro. 

Al cabo de largo rato reanudamos la marcha. Ningún coche lleva cadenas, con lo cual vamos pisando huevos para no derrapar. Pero alcanzamos el centro de la ciudad, y como mi pensión está céntrica, en la plaza Taksim que reconozco en seguida, ya me veo descansando por fin entre sábanas, cuando noto que mi taxista se ha perdido. Estamos dando vueltas en un radio muy pequeño, por calles estrechas, esquivando a muchos jóvenes que han salido a divertirse por los locales de la zona. Nieva copiosamente y no es cuestión de aventurarme fuera del taxi como haría si fuera de día, así que me pongo en manos del conductor y le dejo hacer. 

No puedo conectar mi móvil al GPS porque el roaming me ha cobrado una barbaridad por los dos mensajes de confirmación que le he enviado a su agencia nada más aterrizar. El taxista, que me parece un campesino, no es ni nativo ni practicante digital, y se decanta por el método tradicional, o sea, preguntar a quien quede cerca. Hay mucho gentío por la calle, y todos le dirigen a un hotel con un nombre similar al mío pero que no es (menuda falta de imaginación: muchos alojamientos baratos de la zona se llaman Taksim Park... + algo). Le paso el número de mi pensión, llama y desde allí oigo que le dan instrucciones, pero sospecho que no se aclara. Le veo entrar en un bar. Nada. Le veo preguntar a la juventud que ha salido de marcha bajo las luces del pre-Ramadán. Nada. Le veo deambular de hostal en hostal, progresivamente cubierto de blanco hasta parecer un muñeco de nieve andante. Nada. De vez en cuando se acerca, abre la puerta corredera y musita la única palabra que conoce en inglés, "sorry". Ya te he "sorriado", le respondo a través del traductor turco/inglés de su móvil. Pero le insto a ser prácticos y dejarnos de lamentaciones porque hace un frío helador y es tardísimo. El hombre se azora todavía más y a partir de ahí entramos en un bucle espacio temporal del que decido que hay que salir aunque me cueste una fortuna en roaming. Llamo al hotel con mi móvil, pido que venga alguien a rescatarme y le paso la llamada. Acuerdan algo, y en un rato llega un joven que tampoco habla inglés pero que recoge a Doña Resilia y a Resilita y que me guía hasta lo que resulta ser una pensión puerta con puerta con otras muchas que se llaman prácticamente igual. 

En total he invertido en la operación aterrizaje y llegada casi tres horas. Claro que más siglos duró el Imperio Bizantino, hasta caer bajo Mehmed, el sultán otomano que conquistó Constantinopla. No es ningún consuelo. 

- Los turcos son un pueblo emprendedor (cualidad que admiro por carecer de ella), y en Estambul la gente se busca la vida como puede. Los turistas representamos una oportunidad de complementar ingresos bajo cuerda, y especulan con nosotros, jugando al equívoco con la depreciación de su moneda frente a las nuestras. Cualquier cosa cuesta cientos o miles de liras turcas, los precios fluctúan que da gusto con o sin regateo, y en plena era digital en muchos sitios te exigen pago al contado. Son muy amables, y muy enredadores. La frase "especialmente para ti" no se les cae de la boca. Yo soy desconfiada por naturaleza pero también muy pardilla, y caigo como una incauta en todas sus trampas para cazar elefantes.

Ejemplos: hay diferentes modalidades de tarjetas de transporte, una web al efecto y máquinas expendedoras que en teoría aceptan pago con tarjeta, todo ello traducido al inglés. A la hora de la verdad, nada de eso funciona del todo, para desesperación de propios y extraños. Y alrededor de esas máquinas pululan personajes equívocos que se ponen a ayudar a los extranjeros, y les estafan con los billetes. Soy testigo de la escena en varias ocasiones, pero no puedo intervenir porque la aritmética se me da fatal y no puedo hacer bien mis cuentas, cuanto menos las de los demás.

Otro ejemplo: en contra de todos mis principios, entro en un Burguer King para usar el WC y calentarme un buen rato, porque fuera nieva mucho. Decido comer algo, y a mí lado hay un señor que se queja de la comanda que le acaban de servir. No entiendo una palabra, pero el tono y los gestos no ofrecen dudas. Total, que el dependiente me sirve cosas que yo no había pedido diciendo que es una oferta "especialmente para mí". Traducción: me han endilgado la comanda rechazada por el cliente anterior, y el ticket que me han mostrado tiene un supuesto descuento en rojo que no es más que su devolución en caja. De todo esto me doy cuenta cuando ya le he hincado el diente, porque como digo soy una pardilla, y entre el frío intenso y la niebla cognitiva no pienso con claridad. 

Ejemplo tercero y último por ahora (no terminaría nunca): en el Bazar Egipcio me meto en una tienda que veo que ofrece té calentito (estoy completamente congelada, a bajo cero y nevando sin tregua). Allí degusto una cata de delicias turcas artesanales, y decido comprar. Me enseñan una caja que tiene seis muestras, la sopeso y pido una idéntica. Me enredan con otro vaso de té mientras me sirven, está delicioso. Pago en la caja y al rato compruebo que la caja pesa muchísimo. Solución al misterio: como las venden al peso, han embutido bien apretaditos en el envase ocho pedazos mucho más grandes que los de la muestra.

- En la pensión (hotel lo llaman, con delirios de grandeza) el recepcionista es un chico muy agradable que se pasa el día maquinando cómo desplumarme. Me ofrece de todo: lavandería, excursiones, circuitos, cenas, taxis, entradas, y hay que pagarlo todo al contado porque el TPV "no funciona". Siempre a través de un amiguete que tiene él en la recepción del lugar en cuestión, mira por donde. Voy bajando la escalera, y desde el último escalón al lobby ya puedo oír como el mecanismo de las ruedecitas de su cerebro se pone en marcha, "especialmente para mí". Insiste en tenerme ocupada con actividades, previo pago, todos los días de mi estancia. Yo me escurro como puedo, pero la resistencia pasiva resulta un método demasiado sutil que no parece captar. 

Al final le explico que yo sólo he venido a patearme las calles de Estambul porque eso es lo que me divierte, y que no tengo más aspiraciones. Como Orhan Pamuk, que pasea por las noches por esta ciudad y luego lo pone en sus libros, le digo para que pille la idea. Pero al oír el nombre tuerce un poco el morro: Pamuk no es de su cuerda. Tenía que haberlo imaginado, porque el Premio Nobel ha denunciado el genocidio armenio y por tanto se le considera un opositor al régimen, el enemigo en casa. Y este chico hace un rato me ha contado que él estuvo en el ejército en Capadocia, y que para él las fuerzas de seguridad son lo más grande. 

De modo que he dado un faux pas, pero nos reconciliamos en seguida, porque me propone una cena folklórica en un barco por el Bósforo y a eso sí me apunto para celebrar mi cumpleaños, aun sabiendo que es el equivalente a un tablao flamenco de los de metirijillas. Así, con la lavandería (de nuevo un amiguete) y con otras cosas que le acepto, ya considera que ha ordeñado la vaca, y me deja tranquila. Hay folletos de todo, pero curiosamente hay que pagarlo todo al contado. Qué sorpresa.

- Como he dicho, me apunto a una cena en uno de esos barcos que navegan por el Bósforo por la noche, para lucimiento de tantos bellos edificios iluminados y también de un cuerpo de baile ídem (bello e iluminado, pero bajo focos de colorines). En las largas mesas abundan los grupos familiares de países árabes, las cabezas de ellas cubiertas con diferentes modalidades de velo. También hay bastantes parejas de novios: las demostraciones de amor carnal en la pista de baile se limitan a algún piquito que otro y a echarse los brazos por la cintura y por los hombros. Una pareja brasileña y otra británica sí que se exaltan más, porque ni se plantean que haya que reprimirse.

A mí me sientan frente a dos caballeros que también cenan solos, un albanés que vive en Londres y un turco-kurdo. Digamos que los modales en la mesa de este último son mejorables, y que además se comporta como si todo el cotarro fuera de su propiedad, dando órdenes a los camareros con grandes voces y mucha gestualidad. Luego me entero de que es un agente de una tour-operadora (pobres turistas). El albanés, que tomo por un camionero pero que dice ser un businessman, ha venido a ver la danza del vientre y a hacer fotos a todo y a todos. Me cuenta que en Londres hace menos frío que aquí, y le creo porque estamos batiendo récords de temperaturas y hasta han tenido que cerrar los colegios por unos días porque las placas de hielo no se derriten. El camarero, que parece un nieto de Yul Brynner, me trae una cena "especialmente para mí" pero que es idéntica a todas las demás porque es un menú cerrado. 

Los bailes folklóricos incluyen lo consabido, más un número en el que se emula el baile de los derviches giróvagos, pero en vez de acompañarse de música sufí lo que suena es más bien tipo el Buda Bar de los años 1990s. Hay otros números con navajas, que pasan de estar sujetas entre los dientes a terminar clavadas en el suelo, y me alegro de que mi mesa esté en segunda línea porque me gusta cortar el pescado con mi propio cuchillo. Bailan alzando las piernas como los cosacos, o cogiéndose de las manos como los griegos. Ellos sudan mientras nosotros masticamos. El fin de fiesta corre a cargo de una chica preciosa que baila la danza del vientre pero que en un más difícil todavía tiene el vientre plano, la puñetera. Le toca hacer arrumacos a todo el que le coloque billetes en la cinturilla y el escote, y pienso en que seguramente un día llegó a Estambul creyendo que iba a triunfar como actriz en los culebrones turcos, y quizá todavía albergue esperanzas. Ojalá alcance sus sueños.

En el autocar de vuelta a mi hotel, confraternizo con las mujeres de una gran familia árabe. No han pedido vino (yo sí) y no han bailado (yo tampoco). Se han maquillado hasta la exageración, y es una lástima porque son guapísimas. Vienen de Oriente Medio y van a pasar por otras capitales europeas, entre ellas Madrid. Me piden sugerencias. Les (en plena regresión había escrito "las", un laísmo madrileño)... LES aconsejo como mejor puedo, y cuando estamos en el momento exaltación de la amistad tengo que bajarme. Nunca he tenido un cumpleaños semejante. 

- El único museo de Estambul que he visitado en esta ocasión ha sido el de los judíos turcos. Hace muchos años que tenía ganas de ver una sinagoga por dentro, y aquí por fin lo he logrado, además de poder informarme en el museo adjunto de cómo los judíos sefardíes  reconstruyeron sus vidas lejos de Sefarad, tras la expulsión de los Reyes Católicos (no fueron los únicos, pero sí de los más sonados). Los sefardíes me admiran, porque conservan el idioma, aparte de muchas costumbres, canciones, romances y recetas de cocina. El ladino o judeoespañol que hablan es una mezcla de castellano del siglo XV, con influencias del hebreo, claro, pero también de otras lenguas romances y de los sitios por donde han pasado durante su diáspora: del griego, del árabe, del turco etc. Lo normal es que un pueblo que cambia de país y de cultura conserve su lengua materna durante unas cuatro generaciones como mucho, pero los sefardíes han conservado el ladino 500 años! Es toda una proeza lingüística, única que yo sepa, un fenómeno cultural que habla entre otras cosas de un amor no correspondido por una patria perdida en el recuerdo de los siglos...

En la puerta del museo hay un dispositivo policial muy riguroso. Para acceder, debo pasar un control de seguridad como el de un aeropuerto por lo menos, con puertas acorazadas inífugas, un arco detector y presentando el pasaporte. Lástima que las circunstancias del momento sean tan extremas. 

Lo que más me gusta del museo es que hay objetos no sólo religiosos, sino también de la vida civil cotidiana. Mucha prensa de los judíos turcos en ladino, en francés y en hebreo. Al entrar, he tenido una larga conversación con la señora de la recepción, y a la salida me llama para regalarme un ejemplar de "El Amaneser". Es el único diario en ladino que se publica actualmente, y que bajo la cabecera lleva como subtítulo este lema: "Kuando muncho eskurese es para amaneser". Aclaro que no se trata de una errata del corrector de textos, sino que el ladino se escribe así. Curioso.

- Para finalizar la entrada sobre Estambul, anoto aquí modos y maneras que observo y que me han llamado la atención (y que puedo haber malinterpretado, por supuesto):

- La economía sumergida es la norma, y no sólo para los particulares de la venta ambulante, sino también en muchos negocios, que casi siempre te piden que pagues al contado. En mucho los sitios veo que tienen un TPV que cría telarañas. Con esos ingresos fuera de control van tapando algunos agujeros y quizá abriendo otros.

- Hay toda una red de amiguetes de circunstancias que se hacen los imprescindibles, y que te ofrecen tanto lo que necesitas como lo que no, según ellos a un precio más favorable. Se reparten entre todos las ganancias, y son tantos los intermediarios que, haciendo una resta aproximada, si les elimináramos, el precio real de lo que adquirimos sería en realidad ridículo comparado con el que nos hacen pagar.  Como en todas partes, pero multiplicado. Aún así, es cierto que recurrir a los intermediarios sale más barato que los precios que constan en los folletos impresos... que tampoco son fiables, porque cuando entras en tratos con la oficina o el mostrador de turno, lo que pone allí sufre variaciones tanto al alza como a la baja. 

A mí, que no se me da bien el cálculo mental, estas situaciones me resultan de lo más desconcertante y me crean mucha inseguridad. Tratar de evitar que me timen aquí es como pretender que mañana no amaneciera, así que me resigno. Pero la parte que me resulta más cansina es que no puedo bajar la guardia. A mí me gusta que me dejen tranquila para tomar mis propias decisiones, y en Turquía hay que luchar contra la presión ambiental para lograrlo. 

- La presencia policial en Estambul es desproporcionada y resulta abrumadora. Los agentes están en todas partes, muchos de ellos con el rifle en ristre, y el dispositivo de seguridad es especialmente nutrido rodeando los templos de todas las denominaciones, las legaciones diplomáticas, los sitios oficiales del gobierno, y las zonas donde hay aglomeraciones. En Aya Sofía he visto tanques del ejército. Mi estancia ha coincidido con un derby futbolero (Galatasaray-Fenerbahce, que acabó en empate), y el despliegue ese día era espectacular. No quiero consultar las redes sobre este tema porque las considero un hervidero de bulos descontrolados, pero sí que recuerdo las noticias de los últimos tiempos, y ha habido en el centro de Estambul tanto protestas ciudadanas duramente reprimidas, como atentados terribles del Estado Islamico y del PKK (del último se cumple un año y medio nada más). 

Abundando en el tema, aunque he viajado a Göreme, en Capadocia, no voy a alejarme mucho de los alrededores para explorar Anatolia por cuestiones de seguridad. Más allá, la zona fronteriza con Siria y con Irán hay que evitarla a toda costa. Y ya puestos, confieso que renuncio a la Riviera turca, y a las ciudades con restos arqueológicos de la antigüedad, por cuestiones de presupuesto. 

- En Estambul se respeta mucho la autoridad en general, y la de los mayores en particular, al menos externamente. En un autobús, veo que una vieja le dice algo a una joven que tiene sentada enfrente, y la chica, que lleva una falda larga, inmediatamente rectifica su postura para juntar (aún más) las rodillas.

En un ferry, veo a un joven guardia de seguridad que también ejerce de guardián de las buenas costumbres o algo así, porque tras atracar en cada nuevo embarcadero, se da una vuelta supervisando a los pasajeros que han subido. Los novios no se hacen carantoñas en su presencia. A un chico que tiene la capucha subida le llama la atención para que la baje y deje su rostro al descubierto. También hay un clérigo tocado con un turbante blanco que mira en derredor de vez en cuando. A mí nadie me puede reprochar nada, porque tengo tanto frío que voy envuelta en todo lo que pillo en la maleta...

- En mi anterior visita a Estambul, hace unos veinte años mal contados, no recuerdo haber visto tantos hijabs cubriendo la cabeza de las mujeres. Muchas van vestidas a la occidental y tocadas con pañuelos de colores apagados, o con velos de tonos neutros. Pero otras van de negro riguroso, llevan túnicas hasta los pies que no sé como se llaman, y de su rostro sólo son visibles los ojos, porque llevan un velo que parece el paso anterior al burka puro y duro. Curiosamente, he visto más cabezas cubiertas por el centro, pero al desplazarme a barrios algo más alejados, muchas más mujeres con las que me he cruzado iban descubiertas. No sé a qué obedece la diferencia, si se trataba de estudiantes extranjeras o si es que casualmente yo he escogido zonas más liberales para pasear... Me es imposible sacar ninguna conclusión, que por mi parte sería fruto de la ignorancia. 

- He visto a muchos hombres realizar las abluciones rituales en las fuentes de las mezquitas. Con temperaturas a bajo cero y rodeados de nieve, sólo mirarles ya daba frío. 

También he visto un curioso monumento patriótico al filo de un estanque que hay frente al parlamento. Una urna de cristal contiene varias figuras de fibra de vidrio, vestidas con ropas reales. Son un grupo de hombres que están arrodillados al filo del agua, realizando las abluciones. La escena reproduce fielmente una foto, tomada durante la intentona de golpe de estado del 2016. Por lo visto un grupo de ciudadanos acudieron a luchar contra parte de los militares golpistas, que al verse fracasados se habían hecho fuertes en el edificio. Pero antes de batirse, los civiles se arrodillaron un momento a lavarse en el estanque, para quedar purificados en caso de perder la vida. Las cartelas lógicamente les ensalzan como a héroes. Yo no tengo creencias religiosas y para mí estos fenómenos son de difícil comprensión, pero lo cierto es que los rituales de este estilo acompañan a la humanidad desde siempre, y no parece que vayan a desaparecer, porque supongo que son necesarios contra el temor a lo que escapa a nuestro control. Unos lo llaman fe, yo lo llamo inseguridad, creo que los psicólogos lo llaman pensamiento mágico. 

- Hay WC públicos por todo Estambul y no hay que buscar mucho porque te salen al paso (están muy anunciados). Lamento retomar el tema tan a menudo, pero es que ya voy teniendo una edad en la que esta es una de mis prioridades...  La particularidad de Estambul en concreto es que todas las mezquitas, grandes o pequeñas, céntricas o periféricas, tienen un baño público. A menudo no se puede escoger entre un inodoro o una taza turca (un inodoro incrustado en el suelo con dos plataformas para los pies, donde hay que abrir las piernas para orinar de pie). 

Quién me iba a decir a mí que iba a ir de peregrinaje por las mezquitas, pero por motivos puramente fisiológicos. En los diez últimos días he ido cogiendo práctica, y ya ni me salpico los zapatos ni nada. Me pregunto qué opinaría Simone de Beauvoir de esto. Quizá copió la idea durante un viaje a Turquía cuando escribía El Segundo Sexo, donde si no he entendido mal aconsejaba a las mujeres que orinaran de pie para contrarrestar la supremacía fálica. Cuantas chicas se han puesto perdidas siguiendo estas instrucciones, tal como parodia la iraní Marjane Satrapi en su cómic Persépolis. 

Tengo la oportunidad de asistir desde la calle a un culto en una mezquita céntrica que deja abiertas sus puertas durante los rezos. La verdad es que los fieles están muy coordinados y concentrados en lo que están haciendo, todos a una. Son ceremoniales que tienen una honda significación para los que los practican, y eso siempre me provoca respeto aunque no lo comparta. 

- En mi última tarde en Estambul, me doy el capricho de merendar en el café años 1920s de la vetusta estación de Sirkeci, desde donde partía el afamado Orient Express. Esta estación ha visto días mejores, pero están reformándola (como todas, al parecer). La atmósfera de hace cien años está muy lograda en el café, aunque se trata de una recreación, y disfruto mucho del té y el kunefe, un dulce a base de queso y cubierto de fideos finos. Es mi preferido de todos los platos que he probado en Estambul (como la inevitable carne a la parrilla o donner kebab, el pescado, las delicias turcas, el tzatziki, la baklava... no soy muy original). Los muebles son de la época, los camareros llevan librea y te tratan con un exagerado respeto, a la antigua usanza. Al rato, entra un grupo de ingleses con la misma reverencia con que lo harían en un templo. Y otro grupo de japoneses, mirándolo todo y a todos como si buscaran al inspector Poirot por los rincones. 

Hay ficciones que están tan arraigadas en el imaginario colectivo que se sienten más reales que la misma realidad. Que, como todo el mundo sabe, imita al arte. Grande Oscar Wilde, un fabulador en las antípodas de Agatha Christie, de quien me interesa mucho más su vida que su obra. Particularmente, su misteriosa fuga amnésica tras descubrir una infidelidad de su marido. Desapareció, la buscaron, encontraron su coche estrellado contra un árbol con restos de sangre, el marido fue declarado sospechoso de secuestro y hasta de asesinato (para heredar) y tras un enorme revuelo mediático y policial, resultó que Agatha se había marchado a Escocia, donde se había registrado en una pensión bajo el nombre de la amante de su marido, que era el único nombre que podía recordar, ya que estaba traumatizada y sufría un episodio amnésico. Cuando la encontraron, se negó a dar explicaciones. Y luego pidió el divorcio, naturalmente. Parece un argumento digno de Daphne du Maurier, pero ocurrió realmente, y creo que como venganza más o menos inconsciente es una obra maestra. 

A la realidad del Estambul del siglo XXI vuelvo al salir de la estación. Me doy un largo paseo por mis rincones preferidos de Sultanahmet, y me detengo largo rato en mitad del puente de Galata para recrearme en la puesta de sol y la posterior iluminación de las mezquitas y la torre. Hay lugares donde sientes que tienes que volver en cuanto puedas. Para mí, Dublín es uno de ellos. Y Estambul, otro. Hasta la próxima, pues. 

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Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...