Me veía envejeciendo muy lejos y repitiendo las mismas respuestas a las eternas preguntas que siempre recibimos los españoles en el extranjero: Sí, la fiesta de los toros es una tradición cultural. No, a mí no me parece bien que se torture a los animales. Pero es que yo no soy responsable, señora. Pues ponga usted una queja en algún organismo de defensa de los animales, caballero. Etcétera. Qué feliz habría sido yo dedicando mi vida allende nuestras fronteras a clarificar estas cuestiones fundamentales para el devenir de la humanidad...
Pero no. Exceptuando algunas escapadas, resulta que he esperado a pasar del medio siglo para sacar la patita por debajo de la puerta del control de aduanas, sin fecha de retorno. Y ahora ya no me hace la misma ilusión. Eso de la zona de confort que tanto predican los psicólogos debe de ser cierto, porque lo ídem es que tiemblo al pensar que voy a pasar varios meses lejos de mis amigas, mi supermercado habitual, mis revisiones médicas y mi sillón preferido junto a mi ventana. Y eso que sé de antemano que voy a volver cuando agote el presupuesto, y a juzgar por lo mal que me administro, eso será pronto.
Llevo dos años preparando este viaje y ahora que por fin me he atrevido a fijar una fecha de salida, ya no recuerdo bien qué pretendía yo marchándome... Olisquear aires ajenos? Desafiar mis límites? Husmear en otras vidas? Coleccionar anécdotas? Autoengañarme con la idea de una libertad que no deja de ser libertad provisional?
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.