18.12.24

En la estación de Assisi, esperando el tren a Roma Termini. He visitado la Ciudad Eterna tres veces y, aunque con tan exiguo bagaje no tengo ni para empezar, sigo mi norma de seguir itinerario por lugares donde nunca haya estado antes. De modo que, desde Roma Termini, me dirijo a Tivoli. Estoy ya un poco saturada con tanta obra sacra y aledaños, y quiero conocer sitios donde el interés sea más variado. Tivoli es perfecto como etapa de descanso entre Roma y Nápoles, y además el poder visitar la Villa Adriana y la Villa d' Este es todo un aliciente. Desgraciadamente no me va a acompañar el sol en el día de mañana, que es cuando iré a los jardines, pero no se puede tener todo...

Notas:

En la estación de Assisi hay paneles que conmemoran la visita del papa Juan XXIII en el año 1962. Curiosas fotos de prensa de las multitudes de la época llenando los andenes para ovacionar a un pontífice que fue muy querido y popular, especialmente tras el Concilio Vaticano II. En una de las fotos, una señora me recuerda a mi abuela. Es la típica señora de la posguerra, con sobrepeso, canas y profundas ojeras, que lleva marcado en su rostro pasados sufrimientos y un cansancio vital que ya a su edad empieza a pasarle factura. Señoras como esta abundaban en toda Europa en los años 50 y 60, y son heroínas no reconocidas por la historia. Sacaron adelante a sus familias como pudieron, en tiempos muy difíciles y a costa de grandes sacrificios. Salve!

Anecdotario:

Me dispongo a pedir un macchiatto en la cantina. Allí, dos poliziottos  sostienen una animada charla con el chico del bar. Los agentes cuentan una batallita sobre una conductora que hizo, o dijo, algo que no debía. Los tres son jóvenes, pero sus comentarios no tanto: Es que de las mujeres al volante se puede esperar de todo etc etc etc. Eso sí, hacen una excepción con las mujeres romanas. Allí las chicas están acostumbradas a maquillarse mientras conducen! dice admirativamente uno de ellos. Toma ya infracción al volante, pienso yo, que además ni conduzco ni tampoco soy romana, y quizá por eso nadie me hace ni caso durante un rato bastante largo, hasta que los polis se marchan y mágicamente me hago visible para el bartender. Ay, de verdad.

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