16.5.25

Me reencuentro con Francia como con una vieja amiga a la que ves sólo de década en década, pero que cada vez que coincides con ella es como si la hubieras dejado con la palabra en la boca ayer mismo, y hoy ya por fin puedes reanudar la conversación justo donde lo habíais dejado. Así que le doy la oportunidad de hablarme a este bello país al que desde la cara sur de los Pirineos le tenemos rabia-rabiña, por razones justificadas o no tanto, pero que siempre termina influyéndonos. Porque queramos reconocerlo o no, es nuestra salida natural, mapa mediante, a otra amplitud de miras y de territorios, Europa arriba. 

Mi intención primera era dirigirme directamente al País Vasco francés, en los Pirineos Atlánticos. Pero desde Madrid las rutas del ferrocarril no me eran propicias, porque convertían el viaje en una odisea de transbordos con hasta ocho horas de espera. De modo que he optado por la misma ruta que ya realicé hace seis meses (tanto? como pasa el tiempo!) y entro en Francia desde Figueras a Perpiñán pero en vez de continuar hacia Marsella, hago un solo transbordo en Narbona y allí cojo un tren en el sentido contrario, hasta Toulouse, para enlazar desde ahí la línea que lleva a la costa Atlántica. Por cierto que, debido a mi eterno despiste cósmico-existencial, estoy convencida de haber visitado Narbona hace seis meses... pero en el andén de la estación caigo en la cuenta de que la estoy confundiendo con Nimes. Hélas, con veinte minutos de intervalo entre trenes y un alojamiento ya pagado en Toulouse no puedo cambiar el plan sobre la marcha, de modo que... au revoir, Narbonne! Otra vez será. [Es aún peor: días después reviso mis reservas de hace 6 meses, y resulta que uno de los primeros sitios donde me alojé fue en... Narbona. De modo que no me puedo ya fiar ni de mis recuerdos ni tampoco de mis no-recuerdos... ].

Toulouse me recibe con un chaparrón primaveral, por lo que tras siete horas de viaje decido no salir, después de todo son las 21:30 y estoy muy a gusto en mi apartamento, que es diminuto pero está muy limpio. Además la decoración es de Maisons du Monde, mi tienda preferida, de modo que me embarga algo parecido a la felicidad doméstica mientras me asomo a la ventana  con vistas al Canal del Midi (literalmente en la esquina del boulevard Paul Riquet, el artífice de esta maravilla de la ingeniería del s XVII). Estoy en una casa tradicional de la calle Colombette, y a mi puerta se accede por una escalera interior de un patio muy antiguo, pero remodelado con gusto. Esta es una ciudad de patios serenos y acogedores, como ella misma. 

El día siguiente me lo paso entero andando hasta el agotamiento, recorriendo cada rincón del casco histórico de la Ville Rose, sobrenombre que se debe a que aquí la mayor parte de las construcciones son de ladrillo cocido, por lo que al atardecer en la paleta de colores predomina un tono rosáceo. Algunas fachadas de ladrillo han recibido un tinte amarronado adicional para no defraudar, pero obviamos esa pequeña astucia (que es un término más amable que trampa). Toulouse o Tolosa, como la llamaron los romanos, es una de esas ciudades de mediano tamaño donde la vida transcurre sin prisas y la gente se sienta a conversar o, maravilla, a leer. Es recoleta, en el sentido de tranquila. Veo muchas bicicletas y bastantes guitarras, partidas de cartas sobre mantas de picnic en los parques, y terrazas a rebosar de conversaciones y risas durante el apéro o aperitivo, que aquí se toma al caer la tarde. En el centro predomina la "joie de vivre", porque lo que me cruzo son franceses que por su aspecto se la pueden permitir holgadamente, y extranjeros encantados de turistear emulando un modo de vida que por típico y tópico no es menos apetecible.

Imagino que en los barrios alejados de este idílico parque temático la vida será muy diferente, sin tanta "joie" sino más bien un desafío para "vivre" con algo de dignidad en condiciones adversas. No lo he visto, sólo lo supongo dados los problemas que las banlieus plantean en cada ciudad de este país, un reto que los sucesivos gobiernos no han sabido afrontar. Una de las últimas películas que más me han impresionado es Les Misérables (2019) de Ladj Ly. Está rodada en el barrio donde Víctor Hugo escribió su obra homónima, ahora convertida en extrarradio marginal de París, y nos muestra que muy pocas cosas han cambiado en un siglo y medio.

Pero volvamos al apacible casco histórico en forma de corazón, abrazado en un principio por el río Garona y más allá también circundada por el Canal del Midi, que la Ciudad moderna por supuesto se ha saltado para seguir expandiéndose. 

En este punto me marcho a turistear. Seguiré cuando vuelva a casa. 




No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...