7.12.24

Esperando el tren que en media hora de trayecto me llevará desde Bolzano a Bressanone. He reservado en un Gashof, o mesón con habitaciones típicamente alpino, con balconadas de madera (repletas de flores en primavera), ventanas adornadas con frescos de colores y el perdonal vestidos de tiroleses. Todas esas cositas típicas y tópicas, porque aunque yo me hago la ilusión de que soy una paseante y no una turista, en realidad es mi complejo de superioridad el que habla, y además está en plena fase de negación de realidad. Soy una turista, sólo que dispongo de más tiempo que la mayoría y por tanto mis visitas son más pausadas y más erráticas. 

Ayer noche descubrí que, por despiste, el tal Gasthof no está situado, como creía, cerca de la estación de Bressanone, sino en una pequeña localidad cercana, que dista seis kilómetros del casco urbano. No me importa dar un agradable paseo por el campo, pero es que no hay sendero practicable, como no sea un camino de cabras (alpinas, of course) que Miss Google no conoce. Voy a tener que depender de los horarios de un autobús de línea, lo que me molesta extraordinariamente porque me resta libertad de movimientos. Pero ya no tiene arreglo. My bad.

Nota:

- Me entero, demasiado tarde porque me he marchado ya, de que el museo arqueológico de Bolzano alberga a un hombre neolítico que hallaron congelado en los Alpes. Atiende por Ötzi. Pues bien, el tal Ötzi puede esperar sentado y en estado de congelación que yo le visite, porque es que a mí las momias y los cuerpos incorruptos me dan mucho asquete. Melindrosa que es una. 

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