6.12.24

Hoy hay previsión de nevadas débiles. Por la mañana, intentaré coger un autobús de línea hasta uno de los pueblitos tiroleses más cercanos, y por la tarde, si hay aforo, escucharé un coro en la catedral. 

Notas:

- Empieza a neviscar cuando cojo el autobús de línea, pero débilmente para mi desilusión. Poco imagino lo que voy a encontrar en mi destino, Santa Cristina de Gardena, a más de 1.400 metros de altitud.

- Según vamos avanzando por la carretera, observo las casas aupadas a las faldas de los montes. Los pasos elevados de la autovía salvan la complicada orografía de esta garganta en el cauce del río (no sé si se trata del Adige o el Isarco, pero es muy pedregoso). Los picos nevados asoman su cara por detrás del hombro de los montes que nos quedan más cercanos. 

- Durante la hora y media que dura el viaje, nos detenemos en cada pueblo, aldea y pedanía posibles, hasta completar 30 paradas. Pienso en el islamiento que este difícil paso entre montañas supondría en siglos pasados, cuando la gente se desplazaba precariamente en coches de postas por los caminos nevados. 

-A la altura de Kollmann veo un impresionante castillo en una peña elevada.

- Una chica muy guapa que se sienta cerca del conductor empieza a charlar con él, que se muestra encantado por la atención. Y yo dejo de admirar el paisaje para clavar los ojos en la carretera, como si así pudiera evitar que el hombre se despiste en una de estas curvas cerradas, y nos estrellemos. La carretera es tan estrecha que en algunos tramos los carriles están dispuestos en dos niveles, y donde ello no es posible, los vehículos tienen que detenerse para que los que vienen en sentido contrario puedan cruzar. 

- Cuando por fin llego a Santa Cristina, me admiro de la belleza del lugar y de la cantidad de nieve allí acumulada. En las alturas, no sólo cuaja sino que permanece blanquísima, inalterable. Me entusiasmo. Desde la misma parada donde me he apeado, puedo distinguir a los esquiadores, que suben en el telesilla y luego bajan zigzagueando por la pista, en la empinada ladera frente a la aldea.

- La iglesia de Santa Cristina es una miniatura de cuento de Hansel y Gretel. La rodea un cementerio que me parece muy peculiar, pero que encontraré repetido en todas las iglesias rurales de este valle. Es pequeño y está lleno de cruces de forja negra, con arreglos florales muy elaborados, fotos y velas. Mientras aún estoy allí, un hombre se acerca con su coche, se baja y ora uno o dos minutos con la cabeza baja frente a una de las tumbas. Luego vuelve con prisa al coche y se marcha rápidamente. Supongo que es su rutina diaria, pero hoy andaba mal de tiempo. 

- En Santa Cristina encuentro también la entrada a un túnel ferroviario que, en la Primera Guerra Mundial, construyeron los prisioneros de guerra rusos y serbios. Les obligaron a trabajar a marchas forzadas, y en condiciones tan sumamente inhumanas, que las gentes del lugar acabaron teniéndoles verdadera lástima, y contribuyendo por su cuenta y en lo que podían, a su abrigo y alimentación. Pero el túnel era vital para transportar suministros hasta el frente de los Dolomitas, y se completó en el tiempo récord de cinco meses, toda una hazaña de la ingeniería de la época. Se puede visitar, pero me adentro sólo unos metros porque el cartel donde he leído toda esta información me ha dado lástima. Salgo casi inmediatamente a la luz exterior. 

- Bajando desde el Valle de Gardona, por suerte sale el sol y aunque se trata de la misma ruta todo ha cambiado, ahora se ve encendido de verde. Hay muchos troncos caídos en las laderas, no sé si porque las avalanchas los arrastran, o más bien porque se asientan en un terreno rocoso que, al crecer el árbol, no puede albergar sus raíces y al no ofrecer ya una base sólida, terminan cayendo por su propio peso.

- De vuelta a Bolzano, me dispongo a oír un concierto de un coro navideño que comienza a las siete de la tarde. Hago tiempo dando paseos, pero hace tal frío que termino refugiándome dentro del templo. Allí encuentro unos exvotos antiguos en forma de corazón. Y también un moderno panel dividido en dos: en una pizarra se cuelgan en hileras las notas con peticiones, y en la de al lado los agradecimientos por la gracia concedida. Qué organizadas son estas devociones germánicas. 

Justo cuando quedan unos tres cuartos de hora para que empiece el concierto, nos echan al exterior porque el coro tiene que ensayar. Muy poca misericordia y caridad cristiana demuestran, teniendo en cuenta el frío pelón y la brisa heladora que arrecian esta noche. 

-  Me paro a escuchar a un viejo vestido con traje folklórico que toca una cítara pulsando sus cuerdas, pero también las toca con el arco de un violín. Canta una cancióncilla que debe de ser tradicional, y se le une espontáneamente una vieja de entre los paseantes. No sé si ambos estarán mañana ingresados con pulmonía, o si esos cuerpos ya están más que acostumbrados al clima y lo que a mí me hace entrechocar los dientes, para ellos no es nada del otro jueves.

- Por fin escucho el concierto. El coro saca adelante un repertorio complicado, con dos piezas de Bruckner, y el resto correspondientes al repertorio más contemporáneo. No sólo cantan fenomenal, sino que están perfectamente sincronizados. Es una delicia oírles. Cada pieza es seguida de una lectura de las escrituras y un poema, todo ello en alemán. No alcanzo a comprender más que un dos o tres por ciento, pero distingo que comienzan por la Anunciación y que uno de los poetas es Rainer Maria Rilke. El director del coro va encendiendo poco a poco las cuatro velas de la corona de advierto, con gran solemnidad. Muchos aplausos al final, pero ni un solo bis. Habrán caído en la cuenta de pronto de que fuera hace mucho frío y hay que volver pronto a casa. 

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