Hoy voy en tren hasta Villa San Giovanni, en Calabria, que es uno de los puertos desde donde parten los ferries desde la península a losnpuertos sicilianos. Como el tren tarda cuatro horas y media, y llego allí ya en penumbra, con esta anochecida prematura propia del invierno, he reservado para mañana el pasaje a Messina. Quiero disfrutar de las vistas desde el barco.
El pasiaje calabrés que observo desde el tren es más agreste y menos florido que el de la Campania que acabo de dejar atrás. Pero también es muy bonito, con valles muy verdes cuajados de olivares y algunos ríos de los que no conozco el nombre. De fondo, los Apeninos calabreses con sus copetes nevados. Y muchas localidades costeras que no parecen poseer el glamour de la península sorrentina, pero cuyas playas me parecen más anchas y más practicables, porque en Sorrento y alrededores lo que predomina son las calas tamaño unifamiliar a las que sólo se puede acceder por mar.
La línea férrea discurre por la orilla en su mayor parte. Y cuando llegamos a Villa San Giovanni, mi destino, tenemos Sicilia enfrente, a muy corta distancia.
Sicilia me atrae especialmente, porque allí tengo que contrastar con la realidad todas mis ideas preconcebidas sobre esta isa grandiosa, procedentes de tantas leyendas, obras de ficción y documentales, no siempre elogiosos y a menudo polémicos. No sé muy bien qué me voy a encontrar allí entre el paisaje y el paisanaje, aparte de una belleza apabullante y joyas artísticas de todos los tiempos. Hace dos días estaba nevando por allí, espero al menos no pasar mucho frío...
Anecdotario:
- Buscando mi sitio en el Intercity Nápoles-San Giovanni, (en estos trenes hay que reservar asiento) mi paso se ve interrumpido porque en el suelo, en medio del pasillo, hay una cesta de esas con las que viajan las mascotas. La dueña del perrito faldero que va dentro me dice que no me preocupe, que me ayuda con la maleta. Para mi sorpresa, hace ademán de levantar en vilo mi maletón, que tiene ruedas. Le pregunto si no sería más fácil apartar la cesta, pero me contesta con una sonrisa que no quiere "dargli fastidio al cane". Le advierto que mi maleta seguramente pesa mucho más que la cesta, pero ya la chica ya ha agarrado mi equipaje y lo ha pasado al otro lado del obstáculo, sin perder la sonrisa en ningún momento. Es joven, y debe de hacer pesas en el gimnasio. Divino tesoro.
Salto por encima de su perrijo haciéndome cruces, porque el fastidio claramente lo ha sufrido ella. Cuando el tren se pone en marcha, oigo a un operario de limpieza intentando convencerla de que aparte al animal del paso, y los razonamientos de ella. Siguen las negociaciones durante un buen rato, con unos parlamentos larguísimos por ambas partes, hasta que ella claudica y acaba por asentar la cesta en sus rodillas. Los plenos derechos de los humanos han sido restaurados, y la dignidad del can ha quedado salvaguardada. La partida acaba en tablas.
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