Hace unos veinte años quise venir por aquí, pero el viaje se anuló por falta de demanda. La agencia organizadora era una academia de enseñanza del italiano, y a través de ellos yo ya había pasado diez días en Venecia y otros diez en Florencia. Pero el viaje de la Costa Amalfitana se tuvo que anular, porque fui la única que se apuntó. Recuerdo que la idea consistía en recorrer estos pueblos en autocar, con un profesor como guía. Cuando ayer me ví en un autocar de línea entre Sorrento y Amalfi y el conductor tuvo que parar dos veces para que una pasajera bajara a vomitar en el arcén, recordé aquel plan fallido y no pude por menos que alegrarme de que no se llevara a cabo. Yo misma tuve que comprar, en una farmacia de Amalfi, el equivalente italiano a la biodramina, para il male di viaggio. Menudas curvas. Pero menudas vistas. Esto es el paraíso.
La costa de la Península Sorrentina que enfrenta la bahía de Nápoles recibe el nombre de Costiera Sorrentina y está bañada por el Golfo de Nápoles. En cambio, la cara opuesta da al Golfo de Salerno y se llama Costiera Amalfitana. Durante el recorrido en autobús, llega un momento en el que estamos rodeados por los dos mares a ambos lados de la estrecha franja de tierra. Espectacular.
El día de Nochebuena, para el trayecto Sorrento-Positano-Amalfi y vuelta, compro un billete válido por 24 horas que te permite subir y bajar a conveniencia de los autobuses de línea. El recorrido ofrece vistas panorámicas grandiosas sobre esta escarpada costa de paredes verticales. El colorido, aun entre nubes y claros porque el día es invernal, es luminoso. Pasamos muchos campos de limoneros y olivares, pueblos con mucho encanto, grandes villas y casitas más humildes de muros cubiertos por ibiscus amarillos y buganvillas fucsias en flor. Hay pinos (chopos?), ficus enormes, chumberas, cañas y palmeras. Y multitud de árboles y arbustos que no puedo nombrar por pura ignorancia. Si en invierno está todo tan florecido, cómo no lucirá de esplendoroso en primavera. Lo malo es que el camino que nos conduce a este paraíso es un poco infernal.
En un país donde la conducción suele ser temeraria, me sorprenden los conductores de la compañía de autobuses, no tanto por su pericia, que se les presupone, sino por la prudencia y hasta delicadeza con que toman cada curva de esta carretera que está literalmente al filo de lo imposible. Muchos tramos están horadados en la roca, y otros sujetos a ella por muros de contención y por contrafuertes. Los vehículos se avisan con el cláxon en cada curva cerrada sin visibilidad, y en muchas ocasiones la calzada es tan estrecha que deben retroceder para hacerle un hueco al que viene en sentido contrario. Lo que no impide por cierto, que muchos escojan este lugar para ejercitarse al aire libre, y encontramos numerosos ciclistas y corredores amantes del deporte y del riesgo extremo. Estoy tan ocupada pasando miedo, como buena neurótica, que hasta me olvido del vértigo.
Afortunadamente he desayunado a las seis de la mañana, y para las diez mi digestión está completada. No así la de una joven pasajera con náuseas, que pasa un calvario que para ella se queda. El conductor la deja bajar al arcén el tiempo necesario sin meterle prisa, y a partir de ese momento está pendiente de ella, hasta el punto de parar el vehículo para buscar, en una tienda que nos queda al paso, una bolsa de plástico que la chica pueda utilizar cuando la estrechez de la carretera nos impida detenernos. Supongo que intenta evitar que se le manche la tapicería. Pero su gesto me parece que no se debe sólo a la costumbre (no es la primera vez ni será la última), sino a la amabilidad y paciencia generalizada que observo por estas tierras.
En cuanto a la chica y su familia, me vuelven a tocar como compañeros de viaje a la vuelta... y el castigo continúa en el mismo punto en que lo dejamos. Es que no se han informado previamente sobre una carretera que sale en tantas películas? No saben de la existencia de los medicamentos anti-náuseas? Se les habrá ocurrido almorzar, quizá? Todas mis simpatías por ella cesan de golpe cuando, en uno de sus accesos de náuseas, acude su padre a ofrecerle la bolsa, y ella saca de pronto un genio quasi pantojil y le grita, iracunda: No, eso no! Dile al hombre que pare! No soporto a la gente que trata mal a sus padres, con esa petulancia tan juvenil. Divino tesoro.
Amalfi es bellísimo, y al parecer fue una república en tiempos medievales. Su catedral es estilo bizantino, y sus empinados callejones son escalonados, formando auténticos laberintos pendiente arriba. Mientras los recorro, pienso que aquí han debido esconderse muchos fugitivos, porque sólo los lugareños deben conocer cada rincón, pero para los forasteros parece tarea imposible. Tan sumamente estrechos son algunos pasadizos, que no creo que un bulto muy voluminoso quepa por ellos. Cómo se las apañarán para meter en estas casas un mueble, o un gran electrodoméstico? Imagino que por piezas, no se me ocurre otra manera. Me resulta algo opresivo y agotador, de modo que vuelvo a las calles comerciales, que venden la colorida cerámica típica de la zona y todos los productos derivados del cultivo de limones, con el delicioso limoncello como gran protagonista.
Con ser Amalfi precioso, creo que Positano es un lugar todavía más hermoso, al que la cinematografía, con su magia, ha sabido sacar partido en muchas películas. Pero nada comparable a contemplar desde lo alto de la carretera ese caserío multicolor, resbalando por los acantilados. O ver la perspectiva inversa desde la playa, alzando la vista hacia la cúpula de tejas cerámicas de su catedral. Es un pueblo más turístico que el anterior, y eso implica que está más retocado y por tanto ha perdido naturalidad, pero ante tanta belleza no caben los reproches. Algunas antiguas villas señoriales de veraneo son ahora hoteles de lujo, con frondosos jardines. Y hay una calle en particular que va serpenteando, coronada por un largo emparrado totalmente florecido. Supongo que en verano estos jardines deben desprender el aroma de los limoneros y naranjos, las higueras, los azahares, los jazmines y todo ello mezclado con el salitre del mar... y de las pizzas que se cocinan en los hornos para los turistas, claro. También imagino estas calles tan estrechas llenas a rebosar de veraneantes, y casi puedo visualizar los embotellamientos humanos. Pero yo tengo la fortuna de poder disfrutar de ellas con poco público, dadas las fechas. Solamente algún grupo de orientales y de indios, y algo de turismo familiar doméstico.
No he hablado aún de Sorrento. En su parte más moderna, es la típica ciudad de vacaciones preparada para cubrir todas las necesidades de un veraneante internacional. Pero mantiene su antigua personalidad en el casco antiguo, y sus iglesias y talleres de artesanos son encantadores. En la tarde de Nochebuena, al ponerse el sol, una gran multitud de jóvenes se distribuye por las plazas y las calles principales, muy acicalados y copa en mano, dispuestos a divertirse a su estilo antes de acudir a la cena familiar. El ambiente está animadísimo, amenizado además con músicas diversas y con las explosiones de unos cohetes que se estrellan contra el suelo y atruenan como una mini mascletá. Divino tesoro.
Al parecer, en algunas zonas del norte de Italia la comida más festejada se celebra más bien el día de Navidad, pero aquí en el sur la más celebrada es la cena de Nochebuena. Cuando me alejo de todo ese ruido, veo que en las calles donde ya han cerrado los bares y restaurantes reina un perfecto silencio, y en la iglesia de Santa María delle Grazie, donde entro para admirar sus maravillosas cerámicas, suena la cantinela del rosario que están rezando unas monjas y unas pocas señoras. Dos universos contrapuestos, pero que coexisten a unas pocas calles de distancia.
Notas:
- El tren que me trae a Sorrento desde Nápoles atraviesa los Montes Lattari a través de una serie de túneles en los que el tren se detiene varias veces para dejar pasar al convoy que circula en sentido contrario, porque los tramos estrechos son de vía única. Cuando esto ocurre en un puente, como soy tan aprensiva, imagino que nos hemos quedado sin tensión en la catenaria y que nos vienen a rescatar en helicóptero. Curiosa forma la mía de pasar el rato.
- En estas fechas es inevitable toparse con toda la parafernalia navideña, que de niña me ilusionaba y de mayor me parece pesadillesca. Desde que empecé este viaje me he encontrado ad nauseam con Santas, Papás Noeles, Pères Nöel o Babbi Natale en cada pueblo y ciudad. Sé que no puedo parar el calendario, pero estoy muy harta ya de este personaje inefable que me persigue vaya donde vaya. Pues bien, en Sorrento, por una vez mis plegarias han sido escuchadas, porque otro barbudo, Neptuno, le ha robado todo el protagonismo. El dios del mar se nos presenta en un armazón iluminado por miles de bombillas de colores, blandiendo su tridente como si fuera a arrojarlo a las olas que le rodean, sobre las que navega un barco con todo el velamen desplegado. Las palmeras, tambien embombilladas, aportan un toque caribeño a la escena. Lo más fascinante es que este Neptuno es inclusivo, porque tiene cuerpo de sirena. Reúne todos los requisitos para convertirse en mi montaje navideño favorito ever. No creo alcanzar a ver, en lo que me resta de vida, nada que lo supere.
- En Positano, no puedo resistir el impulso de bajar por segunda vez a la playa antes de coger el autobús de vuelta a Sorrento, donde estoy alojada. Soy muy feliz viendo el atardecer mientras tomo un helado (de limón, como no), pero no se me ocurre calcular que la parada del autobús está arriba del todo, en la carretera, que sólo pasa uno cada hora, y que me estoy retrasando. No quiero hacer el camino de vuelta en penumbra por una pista que se me antoja peligrosa, de modo que me toca subir a la carrera todas las cuestas y escalinatas habidas y por haber. Tan acelerada voy, contando los minutos, que me paso de largo la dichosa parada, y me coloco en un punto equivocado. Para cuando avisto el autobús, le hago un gesto para que pare, pero el conductor pasa de largo, señalando con el dedo que la recogida es más adelante. Consulto a Miss Google, y son 100 metros. Me doy a todos los demonios, y empiezo a deshacer el camino andado, por una carretera en cuesta y sin arcén. Cada vez que pasa un coche, literalmente me pego a la pared rocosa. Mientras avanzo, me mentalizo para pasar una hora de espera sentada en una piedra o algo así, hasta que tres curvas más adelante... veo que el autobús está allí detenido, esperándome! No doy crédito a la amabilidad de esta gente. Me toca echar a correr, y cuando llego creo que voy a echar todos mis órganos internos por la boca, y a duras penas tengo aliento para darle las gracias, pero el caso es que me ha sacado del apuro en un día, el de Nochebuena, en el que los conductores deben de estar deseando terminar cuanto antes su jornada para irse a casa a celebrar la vigilia di Natale con sus familias.
- Cuando la gente se encuentra por la calle, se desean feliz Navidad diciendo "Auguri" si hablan italiano. Y si hablan en dialecto, su "Buon Natale" suena algo así como "Buó Nadá". En esta zona, las consonantes se relajan, y se comen la última sílaba de cada palabra.
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