3.6.25

Castillos, castillos, castillos... cuántos monumentos a la vanidad de los poderosos y su afán por dejar huella en la posteridad! El lema de las Olimpiadas de la era moderna (Más rápido, más alto, más fuerte) parece que no se lo inventó el Barón de Coubertin, sino estos reyes, su corte, sus favoritos y otras gentes de privilegiado buen vivir que le daban al ladrillo como si no hubiera un mañana. Parece que se empeñaron en echarse la pata unos a otros, o a veces a sí mismos, construyéndose residencias monstruosamente aparatosas, total para pasar en ellas cortas temporadas, de oca en oca y tiro porque me toca por este valle de hermosura legendaria que es el del Loira y el Cher. Agradezcámosles el esfuerzo en aras del patrimonio artístico, pero también deberíamos dedicar un pensamiento a la injusticia social que estos magníficos edificios tan esplendorosamente representan. Fuera del puñado de personas que constituían el círculo del poder, la gente común moría de hambre y todo tipo de privaciones, y eran oprimidos durante generaciones hasta límites hoy inimaginables. Contemplando estos bellos edificios se entiende el origen de la Revolución, del odio vengativo, de las sangrientas revueltas que degeneraron en la sinrazón del Terror. Con estos dolores de parto nació nuestro mundo contemporáneo. Estos castillos me admiran y me indignan a partes iguales. Indignez-vous!, publicaba Stéphane Hessel hace quince años, porque  tampoco han cambiado tanto las cosas en lo esencial. Et bien, je m'indigne jusqu'à la plus grande rage et colère.

Hasta qué punto mis hormonas menopáusicas me influyen, no lo sé. Pero algo tendrán que ver cuando un día visito Chenonceau y me encanta, y al día siguiente voy a Chambord y me cabrea. Hoy me acerco a Amboise, y a ver de qué leche vuelvo (todos estos castillos están a una media hora en tren desde Tours).  






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