24.11.24

Se cumplen las previsiones, y hoy amanece metido en lluvia. Me había reservado el día para ir de museos de todos modos... Me acerco bien temprano a la contiguo Strada Nuova para visitar los tres palazzos que están abiertos al público. Para la hora del almuerzo, mis sentidos y sobre todo mi espalda están saturados de tanto arte y tanta historia. Pero también están agradecidos de haber aprendido tantas cosas sobre como esta ciudad pasó del comercio marítimo al préstamo de estado y de ahí a las manufacturas. Me temo que voy a relatar aquí unas cuantas de esas cosas. Es que llueve mucho fuera y tengo que esperar a que escampe.

El recorrido comienza en el palazzo Rosso, sigue por el Bianco y termina en el contiguo Tursi. El poderío económico, social y político de estas grandes familias genovesas, emparentadas entre sí, es absolutamente apabullante.  

Hasta tal punto que, por ejemplo, los Grimaldi fueron los principales prestamistas de Carlos V (y cayeron en la ruina cuando Felipe II dejó de estar al día con los pagos, situación de la que les rescató Andrea Doria). 

Hasta el punto de que los Brignole-Sali propiciaron que Napoleón firmara en su Palazzo la anexión de la república de Génova al imperio francés, obteniendo así cargos dignatarios y diplomáticos en París. Eso les permitió, en la siguiente generación, instalarse en el mismísimo Palacio de Matignon, principal hôtel particulier de París y actual residencia del primer ministro francés. 

Hasta el punto de convertirse en los principales mecenas de las artes y poseer toda una inmensa colección de pintura que abarca todo el Cinquecento, Seicento y Settecento europeos, que repartían por sus palacios y por las iglesias que patrocinaban. En concreto, Rafael Ferrari, duque de Galliera, compró en París Zurbaranes, Murillos y Riberas, producto del saqueo del ejército napoleónico en Sevilla durante nuestra guerra de la Independencia. 

En cuanto al acuerdo financiero con los Austrias, que particularmente me ha interesado: parece ser que fue muy lucrativo para los genoveses mientras la corona española les pagara a corto plazo y a un alto interés. Así España podía sufragar las costosas batallas en Flandes o contra los turcos, y las ocasionales pérdidas se compensaban con el oro y la plata que llegaban a los puertos españoles desde América. Pero según nuestro imperio fue decayendo, los Austrias cambiaron el sistema de pagos y optaron por el largo plazo a menor interés, limitando la rentabilidad y llegando finalmente al impago. De todos modos, los astutos genoveses ya habían diversificado previamente sus inversiones, y se repusieron pronto. Al final, cuando el comercio en el Mediterráneo se vio lastrado por los avances turcos, Génova se convirtió en una suerte de Manchester próspero y lucrativo pasándose a todo tipo de  manufacturas. Addatarsi o morire.

Las vistas de la ciudad desde lo alto del último piso me ahorran un ataque de vértigo teniendo que subir al Castilleto. Por cierto, que en el penúltimo piso del Palazzo Rosso se conservan unas curiosas estancias particulares de una generación de la familia. El dosel de la cama dieciochesca es pesadillesco, tan delirante que no comprendo cómo podían pegar ojo.


Notas:

Para quitarle la costra cultureta a la entrada de hoy y rebajar el tono enciclopédico:

- No sé cómo estas familias podían vivir en estos caserones donde lo más hogareño está precisamente fuera, en el jardín, a la intemperie.

- Lo que más me ha gustado: la escultura de Madalena penitente, de Canova, en el palazzo Tursi. Muy sensual y espiritual al mismo tiempo.

- Lo que menos: tanta repetición de los mismos motivos, como La Anunciación, la Adoración de los Reyes y los pastores, y la Huida a Egipto. Se ve que en estas casas era Navidad todo el año. Al menos estas son escenas agradables, con bebés rubicundos y madres tiernas y amorosas.

- Pero la Contrareforma fue tan tremendista.. dónde dejamos a los santos penitentes desmelenados, las santas torturadas sádicamente con puñales y otros artilugios, y sobre todo a tantas Judits y Salomés sosteniendo cabezas decapitadas sanguinolientas servidas en bandeja ... No se cansaban de ver la misma escena gore una y otra vez por toda la casa? Podían cenar tranquilamente contemplando esos cuadros terroríficos a la luz de los candelabros? Ah, y no sé cómo no les daba miedo subir la escalera o andar por el pasillo de noche, alumbrados con un candil, cruzándose con tantas estatuas inquietantes de ojos muertos por el camino. El pasaje del terror, versión "Soy un mecenas morbosillo, porque yo lo valgo".

Voy a salir. Bajo el paraguas estas callejas estrechísimas son todavía más evocadoras de siglos lejanos. Las altas casas casi juntan sus cornisas por lo alto, salvando la distancia desde una acera a la de enfrente, y parecen inclinarse hacia ti cuando alzas la vista, doblando la nuca hacia atrás, con la inevitable mueca de la boca abierta. Ayer intenté explorar las calles en las cuestas de mayor altura. Pero es un dédalo de rampas, escalones y edificios puesto de canto que se convierte en un laberinto del que resulta difícil salir. Y demás temo resbalar. Mejor voy a visitar una iglesia románica octogonal bien curiosa que vi ayer en el bohemio sestiere de Mollo.  

Anecdotario: 

- Me voy peleando con el navegador de Google Maps en voz alta por la calle. En condiciones normales, la voz entusiasta de una señorita artificial me va gritando unas indicaciones que para mi cerebro ligeramente disléxico son complicadas de interpretar. Pero es que en esta ciudad montuosa además se pierde la cobertura con frecuencia, y me encuentro a merced de los caprichos de la robota esta, que va y viene y por el camino me entretiene más de la cuenta. De modo que yo le echo la bronca porque no me guía bien, y ella me la hecha a mí porque no la obedezco. Somos como dos hermanas solteronas de avanzada edad que han hecho de la discusión diaria su principal fuente de entretenimiento. La gente me mira raro, sobre todo en las glorietas, que a Miss Google le ponen muy nerviosa y es donde me presiona más que nunca para que tome la tercera salida, para que salga en la tercera salida, en la tercera salida.... Cállate ya, pesada, no ves que vienen coches! 

- En los comercios semivacíos abiertos el domingo por la tarde, los dependientes cotillean entre ellos para matar el tedio. En un supermercado, los dos dependientes se consuelan mutuamente, medio en broma medio en serio, porque sus novias respectivas les han dejado. Interrumpo el consultorio sentimental para preguntar si tienen leche en polvo, que en Francia no conseguí localizar y aquí tampoco. Me dirigen a las tiendas de los chinos en el puerto, pero por allí no quiero volver tras la puesta de sol. Demasiadas dosis de realidad.






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