28.11.24

Fantástico día ayer en Portovenere. En mi alojamiento de La Spezia me esperaba una gran acogida por parte de la encargada del establecimiento, una polaca muy guapa que llegó aquí en su juventud, que está casada con un italiano y que tras dos hijas está plenamente integrada. Mantenemos una larga charla, y me recomienda que, puesto que sólo cuento con un día soleado y al siguiente me esperan nuevas lluvias, me dirija primero a Portovenere, ya que de los dos extremos del Golfo de La Spezia, es el más llamativo y merece contemplarse con buena luz. 

Sigo su consejo y, madonna, qué lugar maravilloso! Desde La Spezia, que ocupa un punto central en el golfo, el autobús no tarda más de 20 minutos en llegar. La carretera hasta Portovenere va serpenteando por unos bosques otoñales, pasando por algunas pedanías intermedias y la localidad de La Grazia, con las habituales casitas multicolor, alguna iglesia con cúpula en forma de cebolla y pequeños puertos. 

Portovenere está situada en un promontorio y cuenta con su antigua muralla, su castillo, su puerto, y dos iglesias. La de San Pietro en especial, románica, está aupada sobre un risco y a su espalda, en una cala de paredes verticales, hay una gruta que inspiró al mismísimo Byron.

Me imagino al amigo George, que tengo conceptuado como a un hippie de la vida pero sin renunciar a sus privilegios de niño pijo libertino, triscando por estas pendientes con su pie cojo, y sentándose a tomar aliento, al nivel del mar, en una roca empapada de espuma marina, para sacar del bolsillo de la levita unos papeles humedecidos donde poder garrapatear algunas notas de un poema inspirado por el entorno. Concretamente El Corsario, según la tradición. Claro está, que también la tradición le atribuye haber recorrido a nado todo el golfo hasta el otro extremo, Lerici, para visitar allí a su amigo Shelley. Y mire usted, mis tragaderas no son tan crédulas. 

En todo caso, comprendo perfectamente que estas ruinas tan evocadoras del castillo Doria, vistas desde San Pietro, hayan inspirado a tantos escritores y artistas durante siglos... contemplarlas es como tener delante, en tres dimensiones y a todo color, uno de esos grabados a plumilla que los viajeros del Romanticismo hacían de la pintoresca vieja Europa. Y que tanto contribuyeron a consolidar el Grand Tour, no sólo como un pasatiempo de la aristocracia, sino como una necesidad al alcance de quien pudiera costeársela, dando lugar a que el avispado Thomas Cook creara la primera agencia turística. Y hasta ahora. 

No sé por qué me estoy poniendo tan pesada. Será la digestión de tantos hidratos, ayer tuve que comprar bicarbonato en una farmacia porque, aunque la focaccia y la pasta son deliciosas, mi estómago clama por las noches. 

De vuelta a La Spezia, doy una vuelta por algunos barrios que me sugieren los folletos. En todos ellos me encuentro con ese algo indefinible que los españoles damos por sentado, pero que no es fácil encontrar cruzando los Pirineos. Yo lo llamaría "ambientillo". Sólo lo he encontrado en los pubs de Irlanda (el famoso craic) y en la Italia meridional, pero tampoco he viajado tanto. El caso es que aquí, en esta ciudad elegante y acomodada, lo hay. Ambientillo de compras, de paseo y de aperitivo vespertino en las terrazas (en Italia, como en Francia, se toma antes de cenar). Muchos niños, muy infantilones gracias a la sobreprotección de la mamma, y mucha muchachada despreocupada y risueña. Señoras que se han arreglado a conciencia para salir. Caballeros muy altos y muy interesantes. Nadie lleva prisa.  Casi todo el mundo se conoce, se saludan efusivamente, a veces con verdadero afecto. Percibo un gran respeto por los mayores. Esta mañana he desayunado en un café, y en las mesas colindantes arreglaban el mundo con mucho apasionamiento y mucha gestualidad. Suena todo muy tópico, pero es lo que visto.

La ciudad en sí me parece muy bella, en especial el paseo ajardinado de palmeras junto al puerto. Hay varias corbetas atracadas en una base naval cercana, pero lo más llamativo son los veleros y yates de gran calado. Palazzos antiguos de grandes familias, y bellos edificios con trampantojos y esgrafiados. Algunos edificios del modernismo local, estilo liberty, por influencia de Milán. Todo de muy buen gusto, con su trazado central en cuadrícula y sus largas calles peatonales. La tercera lengua de las cartelas es el alemán, y además Wagner pasó aquí temporadas, parece que en un hotel de Via Prione cercano a donde yo me  alojo. Imagino que esta ciudad, ya por entonces, estaba a la altura de sus niveles de exigencia de gran divo, y aquí compuso parte de El Oro del Rhin. Una bonita estatua le conmemora. 

Es apabullante la larga lista de célebres creadores de todas las épocas que han pasado por este Golfo de los Poetas. Pero pienso que en realidad no hace falta tener aptitudes artísticas para dejarse inspirar por este lugar privilegiado. 

Notas:

- En toda esta zona, los pasamanos de las empinadas cuestas con escalones de piedra, son en realidad tuberías adosadas a los muros de las casas. Me agarro a ellos con desesperación, sobre todo para ayudarme a bajar. Y a cada escalón, gastado y horadado y resbaladizo, temo arrancar la tubería, presa del pánico. No sé cómo podría apañármelas, con mi vértigo, para huir corriendo o más bien rodando cuesta abajo, antes de que me echaran la culpa del desaguisado los fontaneros del lugar... Quizá sería la terapia de choque que necesito. 

- La gente del centro de La Spezia no habla en dialecto, pero en los pueblitos de la zona sí, y no comprendo una palabra. Los latinos de segunda generación hablan itañol. Y veo muchas personas del este europeo, con su musicalidad caracterísitca. 

- Muchas personas que se encuentran por la calle y se paran a saludarse, intercambian largas explicaciones sobre de dónde vienen, a dónde van y los motivos de ambas cosas. Yo aquí sería intratable, porque no puedo soportar dar explicaciones ni que me las pidan. Lo que más me gusta de una gran ciudad es que, al doblar la esquina, nadie te conoce. Soy tirando a misantrópica, qué le vamos a hacer. 

- En la Riviera, igual que en la Costa Azul, muchas señoras guardan la compra en cestas de mimbre. Bonita imagen de un pasado idílico, pero debe de ser incómodo.

- Abundan los naranjos, cargados de fruta. Casi Dan tentaciones de alargar la mano y probar una. Me pregunto si tendrán un deje amargo, como en Sevilla. Lo que aquí comercializan más en realidad son los limones y todo tipo de productos derivados. 

- Los fallecimientos se proclaman en carteles pegados a los muros y en vallas anunciadores. La frase más repetida es algo así como "Desde ayer falta al cariño de los suyos...". Curioso modo de alcanzar tus diez minutos de fama. Qué pensaría Andy Warhol de esta modalidad? 

Anecdotario: 

- Desayuno en el mismo café que ayer. Antes de entrar, consulto el diccionario para pedir el desayuno correctamente, porque un macchiato te lo sirven en una taza de juguete, y mis explicaciones para que me pongan, en una taza  grande, mitad leche y mitad café, en el día de ayer no se comprendieron, y me sirvieron una taza más grande, pero llena sólo hasta la mitad. Hoy vuelvo a fallar, porque pido un caffèlatte y me sirven una vaso de batido lleno hasta los bordes. Recuerdo demasiado tarde que hace muchos años, en Venecia, yo pedía un mélange. Mañana probaré mi suerte de nuevo... 

En la mesa de al lado, una tertulia de señores ojean el periódico y opinan de todo, incluidos los disturbios violentos que duran ya varios días en la periferia de Milán, causados por los inmigrantes, en protesta por la muerte de uno de ellos en un enfrentamiento con la policía. 

- El conductor del autobús camino a Leceri lleva una prisa endiablada, y todos debemos recolocarnos en nuestros asientos porque, entre las curvas y los baches, nuestras posaderas se salen continuamente de su sitio. 

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