Anoche me quedé dormida con el móvil en la mano y completamente vestida. La vida como paseante sin fronteras no da respiro, y de vez en cuando todas las caminatas del día te exigen sumariamente reposo absoluto, sin derecho a réplica. Pero mi memoria cercana deja mucho que desear, y si no tomo notas en la misma jornada, lo que he visto y oído y lo acontecido pasa a un piadoso olvido... quizá sea mejor así, no vaya a ser que me crea yo cronista de algo siendo más bien tecleadora de nada. Voy escribiendo de aquí y de allá para distraer ratos sueltos, sin pretensiones aunque con algo de pedantería. Tengo ese feo vicio que no consigo superar.
Ayer pude recrearme en contemplar lo que más me gusta del mundo, que es el espectáculo de la gente por la calle. Aix-en-Provence tiene una vibrante vitalidad callejera con la que hasta ahora no me había topado en otros lugares del Midi. No sé cuántos habitantes tiene esta ciudad, pero sí sé que ayer estaban casi todos en la calle cuando salí a primera hora de la mañana, allí seguían al mediodía y por la tarde, y buena parte se ellos se negaba a retirarse por la noche. La joie de vivre, sin duda.
Entre todo ese gentío abunda por aquí un tipo de persona exquisitamente vestida, con un cierto aire de deferencia y también de connoisseur de las buenas viandas y de los artículos de lujo que ofrecen la mayor parte de escaparates en el caco histórico de Aix. Buena planta, gafas de diseño, zapatos caros y bolsas exhibiendo las consabidas marcas. Desprendiendo una fragancia que seguramente ha costado cientos de euros. Caminando erguidos, sin prisa, cogidos del brazo, en grupos familiares en los que los hijos son tan o más guapos que sus padres. Marcando su territorio a cada paso con la seguridad y la confianza que proporcionan unas cuentas corrientes saneadas desde alguna generación atrás. En "El gran Gatsby", la voz de Daisy suena a dinero. La de estas personas tan elegantes y sofisticadas también. Escucho retazos de sus conversaciones y a veces tocan temas culturales o van arreglando el mundo, pero la mayoría está decidiendo dónde ir a comer, no importa si es ya la hora o si es demasiado pronto o si el momento ya pasó. Son esbeltos, así que les envidio más que nada su metabolismo. Les observo con la misma curiosidad y placer que a un cuadro muy decorativo pero vacío de contenido. Los cuadros de verdad son otra cosa. Cuenta la leyenda que Giacometti, aún estando en la indigencia, se negó a venderle sus cuadros a una señora, puede que antepasada de estos, porque le oyó decir que hacía juego con sus cortinas. Estoy llena de prejuicios, lo sé.
Como es lógico, entre la mezcolanza de gente que llena estás calles hay de todo: estudiantes de la universidad, que es de las más antiguas de Francia (las estudiantes norteamericanas siempre van en parejas o en grupitos, el resto de juventud forma una alegre y bien avenida mixtura multinacional), muchas parejas de novios y bastantes japoneses pero en pequeños grupos. (Al ser temporada baja, hasta ahora no me he encontrado con grandes rebaños de turistas, salvo en la ciudad vieja de Carcassone). Y niños. Muchísimos niños. Vengo de un país donde escasean, por eso me llaman la atención, no porque yo disfrute especialmente de la infancia y sus peripecias. Soy un poco como el célebre Mr Belvedere, qué le vamos a hacer. Aunque tengo que decir que esas criaturas en general no son molestas porque están bien educadas y se comportan, correteando o en bicicleta, porque al haber tan poco tráfico, tienen la suerte de poder jugar en las calles.
Las terrazas, a rebosar. Los coloridos mercadillos de flores, artesanía y alimentación, llenos de curiosos que pasan a la acción porque han ido allí a hacer sus compras. Las flores son un artículo, si no de primera necesidad, sí de cuarta o quinta, porque en mis paseos nocturnos veo muchos ramos en las estancias iluminadas.
Pero lo que aquí se reverencia es la comida. En tan alta estima la tienen, que en el cogollo céntrico de calles pijas donde me alojo me ha costado encontrar un supermercado corriente y moliente (todo son tiendas gourmet). Allí me dirijo ahora para procurarme un desayuno de bajo coste. Ayer hacía frío y yo necesitaba un café caliente bien resguardada. Pero hoy quiero dar el último paseo antes de la hora de salida de mi tren a Marsella. Ya he dicho antes que mis comidas son más bien del tipo peripatético,y me disculpo por el palabro. Luego más.
Esperando en la estación:
Notas:
- He tenido la fortuna de poder contemplar las fachadas y el ambiente de Aix con sol, con nubes, iluminada por noche, lloviznando y hasta con una ligera niebla matutina. Los colores pastel y la piedra de tonos ocres, bajo toda esa luz cambiante, retienen la belleza de una vieja dama ajada pero aún muy atractiva.
- Aix es famosa entre otras cosas por sus iglesias románicas, góticas y barrocas. sus majestuosos palacios y sus amplias plazas con fuentes inspiradas en las vaticanas. Las mansiones barrocas de los aristócratas y de los comerciantes enriquecidos son muy impresionantes, y muchas tienen a pie de calle dos atlantes sosteniendo a ambos lados la balconada del piso principal sobre el portal de entrada. Son los atlantes más voluminosos que he visto nunca. Yo creo que la historia del arte debería incluir un movimiento intemporal denominado "Antes muerta que sencilla". Resiste a las modas y siempre se está renovando con savia nueva, porque el afán de los ricos por mostrar su poderío siempre será una constante. Los palacios del barrio de Mazarino, algunos convertidos en hoteles, son especialmente bellos.
- Dejándome vagar sin rumbo por el barrio de Fabourg me he encontrado con una de estas mansiones, el Pavillon Vendôme. Una preciosa bombonera rodeada de un jardín barroco, con plantas de boj podadas en espiral, y con algunos jirones de niebla enredados entre árboles. Me he sentido como una intrusa, porque además en ese momento estaba cometiendo la plebeyez de comerme un sandwich de salchichón del súper... en un lugar donde cada brizna de hierba es equidistante de la de al lado y donde reiterados carteles me advierten de que no se me ocurra pisar "la pelouse", que viene a ser el césped de toda la vida, pero con más pedigrí. Suspendida también en protocolo cortesano.
- Las gaviotas me recuerdan que el mar está ahí mismo, tras el decorado de la Provenza de postal. En Marsella me espera un saludable baño de realidad. No veo el momento, porque seguro que el protocolo de allí lo domino al dedillo. No debe de distar mucho del de Barcelona, donde me crié.
- En Provenza hay una tradición belenista muy bonita, la de los santons, que son figurillas de arcilla muy detalladas que reproducen tipos folklóricos y tradicionales de la región. Los detalles están cuidados con mimo y no poca nostalgia de tiempos pasados. Mi santón preferido es el del poeta Édouard Mistral, sujetándose el sombrero de paja de ala ancha y capeando literalmente el temporal, es decir, con la capa arrebatada por el viento predominante en esta zona que, precisamente, se llama Mistral.
Anecdotario:
- El paseo nocturno con mi compañera de hostal inglesa resulta muy agradable. Me cuenta que ha pasado unas semanas en una aldea del interior, realizando labores en el jardín de unos propietarios con los que ha contactado por internet, a cambio de la estancia y la comida. En sus horas libres ha explorado los alrededores en bicicleta y este fin de semana ellos, que a estas alturas ya se han convertido en sus amigos, la han acercado a Aix con el coche para que conozca también alguna ciudad más grande. Está haciendo acopio de pequeños objetos en los brocanteurs de la zona, lo que pueda transportar en sus maletas. En primavera volverá a pasar otro mes pero traerá su coche para llenar el maletero con antigüedades de mayor tamaño. Le aconsejo que pase por Arles, porque a mí los escaparates de los anticuarios de allí me han parecido más interesantes que muchos museos. Supongo que luego, ya en Oxfordshire, se dedicará a revender estas piezas en tantos y tantos anticuarios como hay repartidos por la Inglaterra rural.
- He mantenido hasta ahora varias charlas muy interesantes con diferentes personas muy distintas, siempre que se me ha presentado la ocasión. En Perpignan, una chica me informó sobre la cantidad de casas vacías que hay por aquel casco histórico, y cómo el municipio les otorga licencia de construcción para restaurarlas, pero pocos están interesados en ello. Como resultado, esos edificios tradicionales se van deteriorando peligrosamente. Le pregunté si se llenan de okupas, y se extrañó bastante. Está prohibido, dijo, como si eso fuera una razón de peso para el mundillo anarquista y antisistema. Bendita fe en la humanidad.
- Otra conversación interesante surgió ayer sin pretenderlo yo, a la hora del desayuno. Amanecimos con 2 grados y me metí en un Monoprix, que es lo más asequible del Course Mirabeau, donde hay en estas fechas una feria navideña con atracciones para los pequeños,puestos de artesanía y, como no, de comida, bandas de jazz en vivo y muchas terrazas para sentarse a observar y ser observado, previo pago de su elevado importe.
En el Monop, al sentarme con mi bandeja en una mesa común, la anciana que me quedaba enfrente, como excusa para entablar conversación, me ha preguntado cuál es el precio de mi croque monsieur. Se trata de una mujer enjuta y segura de sí misma. Inmediatamente me ha contado parte de su vida, como suelen hacer los mayores que sufren de soledad. Francesa de nacimiento, ha vivido en diversos países por ser militar su padre, y más adelante por estar casada con un ciudadano chino. Ya sin marido, y fallecido su hijo en circunstancias trágicas, decidió volver a su país y se instaló en la Provenza, de lo que al parecer se arrepiente. Le bastan dos minutos para echar un cubo de agua fría sobre mi historia de amor con el Midi. Para ella, sus compatriotas son antipáticos, estirados y clasistas. Le replico que todo el mundo está siendo muy amable desde que llegué, pero su razonamiento es implacable: son amables a regañadientes, solamente porque el turismo es su modo de vida. Yo me resisto aún a renunciar a mi dulce paraíso provenzal, y le señalo como ejemplo a la dependienta que me ha servido, una chica encantadora, que dice conocer bien porque desayuna allí a menudo. Se fija en ella un momento con sus taladrantes ojos azul celeste. Tampoco ella, me asegura. Se porta así porque la obligan en su empresa. Pienso en esta doble personalidad oculta de los franceses y me empieza a entrar un poco de aprensión. Pero a continuación, la señora me pregunta si en España hay muchos "extranjeros malos". Cómo? Sí, extranjeros malos, ya sabe, de esos que abundan aquí en Francia. Le digo que extranjeros los hay de todo tipo y que muchos de los que emigran lo hacen a la desesperada, pero ella sigue por derroteros que no voy a reproducir aquí. Como intuyo que le va a hacer ilusión un comentario negativo, le digo que creo que la gente deja algunos lavabos públicos en un estado lamentable. Reconoce que llevo razón, aunque señala que eso hiere sus sentimientos. Una mujer de mundo, que fue extranjera ella misma cuando vivía expatriada, pero que se ve indefensa y se siente rechazada ante una sociedad que no guarda ya ningún parecido con la que ella dejó atrás cuando se marchó de joven. Me cuenta que pasará las Navidades sola, a pesar de tener dos nietos mayores de edad que nunca la visitan. Nos despedimos amigablemente, y nos reencontramos brevemente en la calle esa misma tarde.
- Otra charla surgió al comprar mi comida del almuerzo en un puesto africano del mercadillo. He visto que vendían samosas, que me sonaban de tantas películas inglesas ambientadas en la India, y me ha entrado curiosidad por probarlas. La cocinera, una mujer muy afable de Gabón, me ha explicado que la receta es diversa para cada país africano o asiático, pero que la esencia es la misma, un hojaldre frito relleno de carne picada. Son las especias y el condimento lo que varía. Tras haber pagado, amablemente me trocea una de ellas para que pueda degustarla. Está verdaderamente deliciosa. Pero en seguida noto cómo se me saltan las lágrimas, y también un poco los mocos. A duras penas le doy las gracias y me alejo para sacar el pañuelo y enjuagarme. No estoy habituada a tanta fogosidad.
Anecdotario:
- La plaza que más me gusta de Aix es la dieciochesca Place d'Albertas. Es un rincón al estilo de las places royales de París, con una fuente en forma de gran copa metálica en el centro. A primera hora de la mañana, allí hay mucha quietud y se escucha el correr el agua. Me detengo encantada de tener este espacio mágico entero para mí sola, hasta que unos grititos rompen el hechizo. Wow, oh wow. Oh my God. Wow. Me giro, y veo que una chica americana deja atrás su maleta un momento para arrimarse al borde de la fuente a hacerse selfies, y también lo que supongo que es un directo en sus redes sociales, porque la oigo decir, tras atusarse el pelo, Just look at this! Roto el hechizo, no me queda sino marcharme de allí.
- Paseando por la zona universitaria, voy andando por la calzada ya que las aceras están impracticables. Un coche se pone a mi altura y la conductora baja la ventanilla. Se puede aparcar por aquí o hay restricciones también hoy? Muchos locales me confunden con una de ellos, y yo siempre les respondo que no soy de aquí. En cuanto abro la boca ya se dan cuenta. Esta me mira sin entender, y le aclaro que soy una turista. Entonces suelta el volante y me hace un feo gesto, el equivalente manual del "tourist go home". Quiero responderle que el dinero del turismo les viene muy bien en Aix, pero mientras intento componer la frase en mi francés de colegio de monjas, ella ya ha acelerado. La vuelvo a encontrar al girar la esquina, y me pregunto si me estará esperando para un segundo round, pero no. Me pide a gritos que la avise si se acerca demasiado al coche de atrás al maniobrar para aparcar. Al principio le digo que no la entiendo bien, pero luego decido ayudarla, solamente para darme el gusto de conseguir arrancar de sus labios el obligado merci a esta turista que tanto le estorbaba. Cosa que ocurre en modo y forma. Quizá la anciana del desayuno esté en lo cierto sobre elbdoble rasero de algunas personas.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.