Nota rápida tras mi visita "papal": me resulta imposible intentar describir o darle un calificativo al palacio gótico de Avignon. La única palabra que me viene a la mente es francesa: époustouflant, algo así como alucinante, increíble, impresionante etc todo en uno. En la taquilla te proporcionan una tablet que, aparte de guiarte y de ilustrarte en la visita, tiene una escena de realidad aumentada para cada estancia del recorrido. Al apuntar con la tablet, en la pantalla se reproducen las colgaduras, la decoración y el mobiliario originales. De modo que puedes ver, por ejemplo, un gran banquete con el que el Papa tal obsequió a sus invitados en tal fecha, tanto en la sala donde se celebró como en la gigantesca chimenea de la cocina donde se preparó. También puedes asistir a un cónclave y a la entronización del nuevo Papa tal y cual... se llama "Un viaje en el tiempo", y la experiencia desde luego hace honor a su nombre.
Pero ante tanta maravilla, a mí lo que más me ha llamado la atención es que Sus Santidades escondían los dineros (le llamaremos el tesoro, que suena más pontificio) debajo de un baldosín, como todos los viejos avaros que en el mundo han sido. Poco nivel me parece para tanta curia y tanto recoveco fiscal y tanto cisma. A lo mejor pecaban de falta de imaginación (pecado venial?). Vaya con los Papas y su "Babilonia de Occidente" (Petrarca dixit, parece que tampoco él era simpatizante).
De camino a Arles, desde el tren creo ver los Alpes, pero es la más modesta cordillera de Alpilles. Mi percepción de los tamaños deja mucho que desear. En las verdes llanuras de Provenza, las viñas dejan paso a unos cultivos que, en mi ignorancia de urbanita, desconozco lo que son. Huele a col... o se trata de eso, o algun pasajero... en fin, mejor no darle más vueltas.
Arles tiene justa fama de localidad pintoresca, y también por sus restos romanos, que rivalizan con los de Nîmes. Yo tenía una idea preconcebida de este lugar y me esperaba un cuadro de Van Gogh (poco original, lo sé). Pero tras recorrerlo a conciencia a la luz del sol y a la de la luna llena, con puesta de sol sobre el Ródano incluida, opino que a Arles no le hace ninguna falta Van Gogh. En absoluto. Tiene un bagaje y una categoría más que suficientes por sí misma como para necesitar que a todos los foráneos nos suene de algo este bellísimo lugar asociándolo a la inspiración y al drama vital de un único artista.
En Arles me ha ocurrido una cosa bien curiosa. Paseando sin rumbo, como me gusta hacer, me he encontrado con una exposición de unos artistas que, echándole creatividad, han cogido las fotos de carnet de conciudadanos de otras épocas y, basándose en la expresión de sus caras, han imaginado sus vidas y las han puesto por escrito en forma de epitafios ("Epitafios de vidas imaginadas" es el título). También han dibujado sobre los rostros algún detalle un poco surrealista. Pues bien, en la primera foto que he visto, la de una señorita como de hace 80 años o así, que miraba un punto inalcanzable con algo de aprensión, estos artistas han escrito (traduzco): "Tú soñabas con poder viajar a ciudades extrañas pobladas por el vacío para así borrar para siempre tu timidez". Me ha dado un vuelco el corazón de ver así resumido todo mi viaje, y mi vida entera, por unos desconocidos.
Anecdotario:
Hoy he cometido un pecado. Bueno, dos. En realidad, tres.
▪︎ Los dos primeros, de ira y de soberbia. Yo, pecadora, he sido muy mala persona. Durante la visita al palacio esta mañana, una señora japonesa me ha pedido que le hiciera una foto. Me ocurre con frecuencia y nunca me importa, pero esta vez he echado pestes.
La señora me ha hecho retroceder un buen tramo porque quería captar un determinado detalle de un claustro. Luego me ha mostrado largo rato en la pantalla del móvil el encuadre justo que, ya a esas alturas, me estaba poco menos que exigiendo. Yo la veía venir, y mientras en inglés le decía "una y me voy, que tengo que seguir", confieso que en español le decía también "pero qué pelma te estás poniendo". Total, que le hago tres fotos y le devuelvo el móvil, pero con poca convicción porque, tal como me temía, esta mujer recalcitrante me sale con que le he sacado una columna que no entraba en sus planes. La mando un poquito a la mierda en la lengua de Cervantes y le tiro la foto de mala gana y de cualquier manera mientras ella hace unas poses de influencer... pero me llevo un chasco, porque queda muy satisfecha con el resultado. Me despido diciéndole algo desagradable que he olvidado y que ella escucha muy sonriente. Banzai!
Ah, pero la venganza a veces te la sirve otro, y no en frío, sino en caliente... Unas estancias más allá, veo que la misma señora le está haciendo la misma faena a una vigilante de sala, a la que ha enredado con las mismas artes que a mí. Aquí la gente es extremadamente amable, pero noto que la han calado. A partir de ese momento empiezan a reñirle porque se empeña en hacer fotos en las salas con frescos, que podrían dañarse, y ya en adelante se convierte en un bulto sospechoso hasta la salida. Confieso, para nada arrepentida pero sí un pelín avergonzada, que yo, cada vez que la reñían, decía en alto "muy bien, sí señor!". Con la menopausia me he vuelto malhumorada y tengo un nuevo hobby que consiste en reñirle a la gente que según mi criterio hace algo mal. Como si a ellos les importara algo...
▪︎ El tercer pecado, de gula, es más de andar por casa. Hasta ahora he resistido heroicamente los efluvios de las boulangeries y las épiceries, pero esta tarde en Arles ya he sucumbido ante una fromagerie, y me he comprado una porción de quesito de elaboración provenzal... Mañana buscaré una botella pequeña, pequeñita, individual, de vino local, para un pequeño festín en pijama. De esto sí que me arrepiento, y mucho. En esta hora de tribulación y angustia vienen a confortarme no los ángeles, sino todos los lugares comunes: la carne es débil, solo se vive una vez, que me quiten lo bailao etc etc etc.
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