Hoy salgo para Niza, para echarle una ojeada a la Costa Azul más lujosa y afamada. Antes de la salida de mi tren, me da tiempo al último paseo por La Cannabière y La Blancarde, bonitos barrios con elegantes bulevares. Estoy tentada de acercarme a Castellane en tranvía, aunque he leído que tiene mala prensa. Al final voy, resolviendo no bajarme. Pero una vez allí veo que, aparte de una columna conmemorativa monumental, hay un barrio de anticuarios que no quiero perderme. No me parece que estas calles sean peligrosas a media mañana, puede que al caer la tarde el barrio cambie de talante. La zona me recuerda poderosamente a Barcelona, y como para confirmar esa impresión, veo un restaurante que se llama La pequeña Boquería y que sirve lo que su propio nombre indica.
Cojo otro tranvía junto al puerto nuevo. Me gustan mucho los edificios modernos de esa zona portuaria reconvertida en residencial, me parece que recrean con mucha elegancia a los del centro. En el puerto están atracados varios cruceros de tamaño monstruoso. Justo ahora comienzan a esparcir su cargo de turistas por estas calles, bien organizados en grupos numerados que se van solapando. Uno de ellos está guiado por un chico sosteniendo un cartel rojo que reza "Viking Star", y yo al principio he pensado que, con tan curioso nombre, son una secta esotérico-naturista, de esas que veneran a las deidades de la mitología nórdica. Pero no, se trata otro tipo de credo, el del ocio organizado. Casi estoy segura de que no me gustaría viajar en una aldea flotante, obligada a convivir con miles de conciudadanos de temporada. Pero en realidad nunca lo he probado.
Me despido de Marsella encantada de haberla recorrido, aunque sea brevemente. Es una ciudad que presenta varias caras y todas ellas son fascinantes de contemplar.
Anecdotario:
- En la estación St Charles se me acerca una gitana con un bebé. Me propone mil historias relacionadas con los pañales y a todas me niego, debo confesarlo. Mi norma es no fomentar las mafias de la mendicidad callejera, y donar en cambio a las organizaciones que les proporcionan ayuda a esos mendigos, pero por cauces reglados. Los gitanos franceses no se parecen a los españoles. Son tipo manouche, y van vestidos como los gitanos del Este, las mujeres llevan faldas hasta los pies, pañuelos floreados en la cabeza y largas arracadas. Muchas de ellas son rubias, con unos ojos preciosos color de miel. La música manouche me gusta mucho, sobre todo en su versión jazzística con Django Reidhart.
- En el tren, una mujer árabe charla y charla animadamente por móvil. Su conversación es interminable. Me resigno al hecho de que se propone continuar así durante las dos horas y media de trayecto, cuando otra mujer, desesperada, le pide que al menos baje el tono. Entonces cesa la llamada, y sin rechistar, menos mal. Pienso que, en ocasiones similares estos días, he creído percibir algo en el ambiente, como una aprensión de los franceses llegados de ultramar, que yo definiría como miedo a molestar. Como si no estuvieran muy seguros del terreno que pisan.
- El paisaje del interior camino de Niza es maravilloso, similar al de Cassis, solo que está abrazado por varias cordilleras. La hierba brilla al sol. Cuando la vía férrea se acerca a la Costa veo muchas palmeras.
Notas:
- En el hotel me esperaba una agradable sorpresa: ahora se llama Hotel Oasis, pero en el siglo XIX (data de 1860) era la Pensión Rusa donde Chejov pasó tres veranos tras marcharse de Rusia, y donde escribió los últimos actos de Tres Hermanas (según leo en una placa en la que fue su habitación)... Y no sólo eso, sino que esta pensión se convirtió en el alojamiento de muchos rusos exiliados como él, entre ellos el mismísimo Lenin! Aún hoy en día la prensa que llega a recepción es rusa, y por lo que he visto, parte del personal y de los huéspedes también lo son, y hasta las cadenas de televisión que se sintonizan. De modo que por lo que parece casi nada ha cambiado en tanto tiempo. Y pensar que yo he reservado sólo guiándome por la oferta de una plataforma online... Inmediatamente he ampliado mi estancia una segunda noche, porque aunque las instalaciones no pasan por su mejor momento y todos los muebles conocieron tiempos mejores, el pequeño lobby, el patio y los pasillos aún conservan el ambiente de épocas pasadas. Respirando está atmósfera, pienso en tantas vidas azarosas como han recalado por aquí. Quedará algo de su esencia por los rincones? Porque a simple vista, los rincones lo que están muy necesitados es de lo que mi madre llamaría "una manita".
- Al atardecer, hago un primer recorrido por el paseo marítimo, la ciudad vieja y los principales hoteles. Quedo bastante impresionada con el poderío económico que se refleja en cada rincón de esta ciudad a lo largo de las épocas. Ya la grandiosa estación es toda una declaración de intenciones.
- Desde Marsella para acá, veo gente que va comiendo por la calle, como hago yo. Parece que voy a dejar de ser un foco de atención. Qué alivio.
- Me encuentro con cierta frecuencia con grupos de personas de todas las edades que se sientan en grupos frente a un monumento y lo dibujan a plumilla, o lo pintan con acuarelas o con otras técnicas que no sé identificar. Algunos de ellos interpretan muy libremente el modelo, cosa que siempre es de agradecer. Aquí desde luego no les faltan motivos que llevarse a la pluma o al pincel.
Anecdotario:
- Llegando ya a la altura del hotel para retirarme por hoy, me cruzo con una señora que va hablando por el móvil. Aquí la gente es muy expansiva, no en vano estamos a sólo 30 kilómetros de la frontera italiana. Esta mujer en concreto habla apasionadamente, y la oigo decir algo así como: Ni me lo nombres, que me pongo a escupir! (mientras se detiene un momento y escupe al aire) Es que siempre que oigo su nombre, yo le escupo! Total, que he tenido que apartarme para que la maldición no me cayera también a mí...
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