Ayer llegué a Verona, donde la noche comienza a las cuatro y media de la tarde, sólo un rato antes de la puesta de sol. Mantuve los habituales desencuentros con Miss Google, que se empeña e ignorar que
1. Soy un poco disléxica.
2. Todas las estaciones del norte de Italia parecen estrar en obras, estratégicamente planeadas para impedir el paso tires por donde tires.
3. Las aceras están en un estado lamentable y las ruedas de las maletas se atrancan en los socavones. Los ayuntamientos al parecer no invierten en el mantenimiento de las vías públicas. Y el de Verona en concreto, tampoco gasta un euro en su limpieza, porque todas las hojas caídas de lo que llevamos de otoño están por los suelos, bien empapadas por una lluvia meona, para asegurarse de que, por muy cuidadosamente que pises, te vas a resbalar. Eso sí, a los turistas supervivientes que llegamos al centro sin un hueso roto, nos premian con una tasa de 3,5 euros diarios por el desgaste. Como si este gastado acerado de mármol no lo hubieran hollado ya antes los pinreles de todas las glorias italianas, desde Dante para acá. Venga ya.
Mi primer paseo por la ciudad ha sido nocturno, pero me entusiasma el aspecto general de unas calles y unos edificios de aspecto deslucido, gastado y, en general, auténtico. Prefiero las manchas de humedad, los frescos medio borrados y el trazado medieval de revueltas caóticas y plazoletas secretas, a la pulcritud y simetría de otros lugares, convertidos en un decorado de atrezzo.
Hoy me limitaré a picotear en los recorridos turísticos más obvios, para callejear a placer sin rumbo. A veces hay que salirse un poco del camino trillado para explorar otros senderos. Eso sí, la casa de Julieta no me la pierdo, aún sabiendo que es de mentirijillas, como la de Dulcinea en El Toboso. Que una no tiene novio, pero tampoco tiene un corazón de piedra...
Anécdotas:
- Sufro lo indecible para poder entrar en la habitación que he alquilado.
En el siglo XX, un casero de carne y hueso te entregaba las llaves en mano.
En el XXI, tienes que enviar al casero (a quien jamás conocerás en persona) tu DNI, y registrarte en la web de una plataforma intermediaria. Una vez comprobada tu identidad, y sólo entonces, recibes instrucciones ultra secretas para escanear un código QR y descargarte una app, desde donde te envían un link con un vídeo ilustrativo para que puedas, con un smartphone 4G conectado a internet, abrir el pomo de la puerta del piso, con una clave numérica ultra secreta que caduca a las 24 horas. Luego, una vez dentro, para abrir tu habitación accedes a una lockbox o cofrecito donde, tras introducir otra clave numérica ultra secreta en una ruedecita de cuatro dígitos, consigues que la cajita interior se abra y.... Ecco fatto, por fin tienes las llaves en tu mano de carne y hueso.
Todo el procedimiento se realiza sin la intervención de ningún ser viviente, sino a distancia y a través de complicadas instrucciones, donde siempre se omite algún pequeño gran detalle de vital importancia. Por ejemplo:
1 Cómo entrar en el edificio. Yo he tenido que colarme detrás de un chico que iba al gimnasio de la finca contigua, y pasar la maleta por debajo de una valla del jardín, que luego he tenido que saltar.
2 Cuál es la puerta del rellano donde está el piso. Me ha faltado un pelo para llamar a todos los timbres y preguntar. Por ciencia infusa he adivinado que era la tercera puerta a la derecha, porque tenía un pomo raro, raro, raro...
3 Cómo dejar bien cerradas las puertas. Todas las larguísimas explicaciones versan sobre como abrirlas. Pero siempre te toca adivinar si para cerrarlas basta con un portazo, o hay alguna otra clave ultra secreta que se ha perdido y anda flotando por el ciberespacio....
Estoy mayor. Y quiero volver al siglo XX de mi infancia y juventud, donde internet aún estaba en pañales y los humanos vivían sus últimos momentos de relacionarse los unos con los otros, de forma más o menos normal, pero en persona, narices...
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