Hoy salgo para Verona, donde hay tanto que ver y experimentar que se me acumulan los deberes ya de antemano. Pero quisiera completar algunas notas antes de abandonar Bressanone/Brixen.
Notas y anécdotas:
- Anteayer, al visitar la iglesita de aldea que tengo bajo mi balconada en la posada de Tilsen, me detuve en una tumba de dos jóvenes, que tomé por novios (me fijé en las fechas, no reparé en el apellido). Más tarde, aunque no soy buena fisonomista, empecé a sospechar que podría tratarse de los hijos de los dueños del albergue, que muestran las mismas sonrisas en las fotos familiares, colgadas por todos los rincones. Algo en el aire abstraído del dueño, y en el especial cariño con que la empleada se dirige a él, me indicaba que en esta casa podía haber ocurrido una desgracia. Esta mañana lo he podido confirmar, porque la dueña, durante el desayuno, me ha contado que perdieron dos hijos, con cuatro años de diferencia. Lo impactante del caso es que ambos murieron de la mima forma: cayendo por la misma cara del mismo monte, a los 27 años. Les queda otra hija, que en breve les dará su segundo nieto. Pero semejante zarpazo de la vida causa una herida (dos) que no cierra jamás y que supura a todas horas. Por eso les aconsejaron que no cerraran el albergue aunque ya están en la edad de la jubilación, y que alternaran su trabajo con temporadas viajando fuera, en la que sean ellos los turistas y otros los que les sirvan las comidas. De modo que cerrarán el establecimiento en diciembre y se irán a Austria, que según he creído entenderle ellos consideran también su patria, porque sus raíces provienen de allí. La señora me parece todo un ejemplo de coraje y determinación. Yo, en semejante situación, creo que estaría ingresada en alguna clínica psiquiátrica. Siempre he pensado que perder un hijo es, de lejos, lo peor que te puede pasar en la vida, porque va contra natura que sobrevivas a tu descendencia. Eso de que los amados de los dioses mueren jóvenes me parece un consuelo que a lo mejor era útil en la Grecia clásica, pero a mí no me convence.
La señora se muestra tan encantadora conmigo, que la he escuchado un rato, que hasta me entrega, como despedida, una bolsita llena de dulces para el camino, con una pegatina que pone Buon Natale. Me surje del corazón darle un abrazo.
- Coincido en el comedor con tres señoras romanas simpatiquísimas, con las que bajo a la ciudad en el mismo autobús. Están haciendo un viaje por el norte de su país. Nos intercambiamos los consabidos elogios de cortesía a nuestras ciudades respectivas, porque conocen Madrid, y yo Roma. Son las únicas que charlan animadamente. El resto de comensales se expresa en susurros intercalados con larguísimas pausas, que me hacen recordar esa cita de Woody Allen, en la que un personaje suyo se queja de que ver una película francesa de la Nouvelle Vague es como sentarse a ver crecer la hierba.
- En mi último día en Brixen, ciudad antiguamente gobernada por obispos y que aún conserva una fuerte carga religiosa, aprovecho para pecar contra varios mandamientos.
Pecado de gula, variedad repostería: desayuno Äpffelstrudel, sigo con un Pandoro a media mañana y remato con una porción de Sacher en la sobremesa. Es que estamos a bajo cero, me digo, y necesito fortificarme para afrontar la jornada. La vida del turista es dura cuando tiene que luchar contra los elementos.
Pecado de orgullo: Visito el Hofburg, precioso palacio donde generaciones enteras de obispos vivían como... mejor me callo. Contiene maravillas del arte religioso de todas las épocas, pero yo me permito juzgarles a posteriori. Y me escandaliza que los príncipes de la Iglesia mantuvieran semejante nivel de vida, y no contentos con su poder espiritual emanado del Altísimo, se dedicaran también a impartir justicia y dispusieran sobre vidas y haciendas aquí en este Valle de Lágrimas (no para ellos, desde luego).
Hay en el palacio una exposición de presepi, o belenes, que me interesa mucho más, porque se alejan muy mucho de lo de siempre. La mayor parte son del siglo XVII y XVIII, y son como diaporamas que representan escenas del Nuevo Testamento, pero a la manera del storyboard de una película de Ridley Scott, todo escenas de acción multitudinarias. Es decir, que por ejemplo se puede seguir a Cristo desde que entra en Jerusalén, celebra la última cena, duda en el huerto de Getsemaní, y luego su calvario cuando le prenden y le juzgan hasta que le martirizan y le crucifican. Todo ello en escenas sucesivas, con todas las figuritas colocadas de tal modo que las escenas se suceden sucesivamente, y en ocasiones hasta de forma simultánea, con varios Cristos en el mismo montaje para mostrar el movimiento de su figura al realizar la acción correspondiente (la flagelación de los mercaderes en el templo, las tres caídas, etc). Esto debía ser lo más parecido al cine que tenían en la época, y me parece una forma fascinante de contar la Historia Sagrada. Ojalá hubiera tenido yo semejante maravilla ante mis ojos cuando me hacían estudiar el Catecismo, que ya desde la niñez me aburría, no tanto como ver crecer la hierba, pero casi.
- Pecado no exactamente de lujuria, pero en el mismo campo semántico. Muchos señores que me cruzo aquí en la Italia norteña me parecen muy atractivos. Son altos, espigados, con aire elegante, intelectual, interesantísimos. Me quedo mirando a veces. Y ayer una señora, que acompañaba al caballero en cuestión, se sintió en la obligación de dejarme bien clarito, con una mirada fija, que aquel hombre ya tenía dueña. Poco sabía ella que lo mío era simplemente una contemplación estética, sin más pretensiones. Pero a veces los humanos nos ponemos posesivos, como animales territoriales que somos.
- Peco también de pereza, porque debería aprovechar para hacer la colada, ya que en el albergue hay buena calefacción para secar la ropa. Pero en su lugar prefiero reposar y hacer el vago, que es una ocupación para la que tengo excelentes aptitudes y auténtica vocación.
- Tengo la suerte de despedir esta región del Alto Adige con sol, de hecho puedo contemplar un amanecer asalmonado desde mi balconada. La nieve de las cumbres luce rosa, y la hierba, ya avanzada la mañana, resplandece con un verde matizado por la helada. El descenso en autobús ya no me hace sufrir, porque las placas de hielo, bien visibles en días anteriores, han desaparecido.
- Volveré para cruzar la frontera y visitar el Tirol más al norte, pero en la primavera. Las nevadas me han resultado una novedad exótica que he disfrutado mucho, pero sé que no podría soportar este frío muchos más días seguidos. Y camino sobre las placas de hielo con más miedo que once viejas, como diría mi padre. La TV austriaca, en su canal del sur, da la previsión para la semana entrante (de -5°C a -9°C con nieblas) y me confirma que es el momento justo de marcharme. Todo ello con imágenes en directo de distintas localidades nevadas hasta las trancas, y música tirolesa de fondo. Nuevo pecado de orgullo: estas melodías a mí me recuerdan a cuando las monjas nos ponían a dormir la siesta en preescolar. Lo siento, pero es mi opinión personalísima. Haré acto de contricción en algún momento. Escuchando algo movidito y una pizca demoníaco, tipo Black Metal. Soy mala persona, y lo sé.
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