Cuando llego (sé que es la terminal correcta porque es la última y ya no hay más), me encuentro con que nadie me pide ni el pasaje ni el pasaporte, sino que me meten prisa a gritos porque el ferry va a partir, y me animan a entrar a la carrera en la bodega, entre los coches que también aceleran la marcha. Una vez dentro, me dedico a buscar el ascensor para subir a cubierta, y arriba me encuentro en un enorme salón rodeado de cafeterías y tiendas de regalos y de ropa de caballero (?). Me pregunto si en una travesía que sólo dura 20 minutos da tiempo a aparcar el coche, subir, tomarse un café con bollo, probarse un par de jerseys y volver a bajar para sacar el coche...
Intento ver la costa desde el salón, pero los cristales están tan sucios que no se distingue nada, así que mi maleta y yo rodamos hasta la cubierta exterior, y allí disfrutamos de un mar calmo, de un azul reconcentrado, bajo un sol radiante y un cielo casi sin calima. Ambas costas del estrecho están tan cerca que se distinguen perfectamente los detalles sin forzar la vista. La Costa Siciliana, por este extremo noreste, parece verde. Pero por detrás se avistan cadenas montañosas. No veo el Etna desde aquí. Ya hará notar su presencia más adelante.
Notas:
- Cuando desembarco, lo primero que me encuentro es a uno de esos personajes que te salen al paso en las estaciones y terminales de Italia, y que hasta ahora no he mencionado. Con cualquier excusa, como preguntarte la hora, se te acercan muy sonrientes y te proponen prácticamente de todo. No creo haber dicho que no tantas veces en mi vida, y eso que en la madurez he aprendido a negarme y ya me sale muy bien, soy tan convincente que nadie insiste.
Una vez me he quitado de encima al espontáneo correspondiente al día de la fecha, busco una consigna donde dejar mi maleta hasta la hora del check-in en mi alojamiento, pero donde he desembarcado no hay tal cosa. Intento recurrir a un depósito de equipajes privado, como ya utilicé en Francia, y la plataforma web me sugieren varios comercios cercanos que se dedican a custodiar maletas. Pero en esas tiendas me dicen que, por las fiestas navideñas, están a punto de cerrar (a las 12 del mediodía!). Y en ese momento caigo en la cuenta de que no me importa, porque me he despistado (again) y mi alojamiento no está precisamente céntrico, sino en el extrarradio, a seis kilómetros de distancia del punto donde me encuentro. La palabra Policlínico debería haberme puesto sobre aviso, pero pensé que era un nombre como cualquier otro para un barrio... Ay, que la niebla cognitiva se me está convirtiendo ya en un puré de guisantes, y bien espeso...
El trayecto en autobús hasta allí va a tardar, según Miss Google, 60 entretenidos minutos. Me dirijo a un tabacchi, un estanco, que es donde se compran los billetes del transporte público (y la sal antes también, porque era monopolio del estado... ya no, pero lo sigue poniendo en los carteles: sal y tabaco). Hay cola en el estanco. El dependiente grita algo, pero como no es mi turno todavía, no le presto atención. Hasta que, una de las veces que repite lo mismo, oigo la palabra signora. La única señora en el establecimiento es una servidora. Así que me gritaba a mí... pero por qué? Porque quiere saber si he decidido ya qué tabaco voy a comprar. Vaya eficiencia la de este muchacho. Luego, mientras me atiende, veo que le pregunta lo mismo a todo el mundo, nada más poner el pie dentro. Hay un chico en la cola que tiene unos papeles en la mano y que claramente está esperando a que nos vayamos y la tienda se vacíe para poder hablar a solas.
Anecdotario:
- Esperando en la parada inicio una conversación con un señor mayor, que se prolonga largo rato porque el tráfico está embotellado, y que luego, cuando por fin subimos al autobús, continúa dentro. Este señor me dice que Messina se considera más formal por ser el norte de Sicilia, y que aquí aún se mantienen algunas palabras francesas, recuerdo de la invasión normanda, así como en el sur de la isla aún hablan una variante del griego y otra del árabe, también por influencia de otras tantas invasiones. Hemos sido invadidos tantas veces, que no nos ha quedado más remedio que negociar con los extranjeros y adaptarnos a lo que venga, por eso somos escurridizos pero firmes, afirma. Me expresa su entusiasmo por España, y me cuenta que tenía un amigo guitarrista en Granada, a donde iba a menudo a visitarle. Se pone nostálgico y hasta me recita algún verso de Lorca, a quien admira porque por lo visto dijo que la gente del sur tenía la boca llena de sol y de piedras. Confieso mi ignorancia sobre el poema en cuestión. Más tarde lo consulto, y descubro que forma parte del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Lo copio a continuación:
"Yo quiero ver aquí a los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales".
Este señor dice sentirse muy identificado con este verso, porque para las gentes de Sicilia también el sol y las piedras forman parte de su ser. Le digo que yo, en cambio, me reconozco en la parte de la novela de Lampedusa El Gatopardo, donde el protagonista, el príncipe de Salina, tiene un monólogo en el que va desgranando el carácter siciliano, con sus idiosincrasias, destacando cómo estas se pueden convertir en defectos, porque el tanto aferrarse a las tradiciones les termina condenando al inmovilismo. Su frase más famosa es: "Los garibaldinos vienen a enseñarnos buenas maneras, pero no lo conseguirán, porque somos dioses". Le señalo al señor que yo también creo que los españoles somos un poco sicilianos en el sentido de que también nos creemos dioses, y las buenas maneras importadas de fuera no se nos dan demasiado bien. Convenimos los dos en que ese es un rasgo de fuerte personalidad, y que más vale conservarlo que rendirse a la ola de uniformidad que predomina en estos tiempos grises. El señor, al despedirse, me pregunta con toda lógica si soy médico. Ha sido tan amable y tan sincero que me da apuro engañarle, y le confieso la verdad, que aunque he venido a hacer turismo, me he confundido reservando un alojamiento cerca del policlínico. Le dejo asombrado al pobre.
Esta no es una transcripción de nuestra charla, sino del sentido que ambos queríamos darle al intercambio cultural improvisado. No es que fuera así palabra por palabra, porque mi italiano no da para mucha expresividad precisamente, pero aquí la gente es muy viva y en seguida adivinan el sentido de lo que farfullo. Ellos tienen la cortesía de hablarme en italiano, y no en dialecto, para que pueda comprenderles.
En una de las paradas, súbitamente se vacía el autobús casi por completo. Consulto a Miss Google por si es el final de trayecto, pero no, aún falta mucho. Lo que ocurre es que han subido dos revisores, uno por la parte delantera y otro por la trasera. Claramente van a pillar, pero los pasajeros sin billete son más ágiles que ellos... Aquí me encuentro muy a menudo con il controllore, en toda la red de transporte público. Pero en el tren, cuando les enseño mi pase de Interrail, no lo suelen leer y lo dan por válido. También es verdad que en las canceladoras de salida, si no pasas el código QR correcto te quedas atrapada sin poder salir del andén, de modo que no tienes fácil escapatoria.
Cuando por fin llego a mi destino, (una casa antigua cuyo bajo comercial ha sido reconvertido en vivienda) descubro que en realidad no está tan lejos del casco histórico, sino que el recorrido del autobús da mil vueltas y revueltas en medio de un atasco perenne. De modo que los seis kilómetros en línea recta hasta el duomo se reducen a la mitad, y hace tan buena temperatura que, a pesar de haber comprado un ida y vuelta, me animo a volver al centro a pie. Me lo tomo como un experimento sociológico. Cuando me planteé este viaje, pretendía visitar no sólo los monumentos de Europa, sino también la trastienda, es decir, los barrios corrientes y molientes. De modo que atravieso el de mi alojamiento, y descubro que es una zona de talleres mecánicos y antiguos almacenes industriales, de población local pero también subsahariana y del sudeste asiático, lo que siempre indica alquileres baratos.
Como es habitual, para transitar por las calles hay que dedicarse a ignorar las señales de tráfico y a andar por la calzada en los tramos en los que no hay aceras, o las hubo pero ya no están practicables, o peor, están totalmente invadidas por motocicletas y coches aparcados encima. Ya me voy acostumbrando, y además los nativos me sirven de parapeto en los cruces complicados.
Según me voy acercando al centro, me sale al paso un precioso cementerio con su parque monumental. Y más adelante, veo un monumento a una reina de la casa de Saboya, Elena, quien por lo visto colaboró mucho en las labores humanitarias tras un terremoto que devastó Messina en 1908. La mención a este terremoto y sus efectos la voy a encontrar repetida en todas y cada una de las cartelas que me voy encontrando frente a los edificios históricos. El motivo es que hubo que reconstruir la ciudad, y los numerosos edificios de aquella época que han quedado son muy hermosos y señoriales, con preciosas molduras y esgrafiados, y la mayoría están bien mantenidos para que luzcan estupendos. Hay barrios enteros de estilo modernista, de moda en aquel momento, y que aquí llaman Liberty como hacen en Inglaterra, porque los arquitectos italianos se inspiraron en el Arts & Craft, la variante inglesa del Art Nouveau. También leo en las cartelas que, tras este terremoto de 1908, se tomaron medidas urbanísticas para impedir otra devastación semejante, y por eso las calles son muy anchas y los edificios tienen poca altura. O sea, que no se engañan y esperan, como en San Francisco, el Big One.
Otros terremotos anteriores ya habían hincado sus dientes en Messina en siglos precedentes, especialmente el del siglo XVIII. Las dentelladas de los seísmos fueron destrozando poco a poco los edificios medievales, y según leo el caso más dramático es el del campanile de la catedral, que es una torre de origen normando. Desde la Edad Media para acá fue quedando tan destrozada que ya ni la reconstruían, y en 1908 se vino abajo por completo. En 1933 la volvieron a levantar entera, con unos carillones estilo centroeuropeo, que pueblan de figuras doradas cada planta de la torre. Y, como toque innovador, añadieron un reloj normal y otro astronómico, con los signos del zodíaco. Resulta muy llamativa, en contraste con la catedral románica de mármol, que también es una reconstrucción tras la tragedia, en la que murieron según leo unas 75.000 personas.
En las inmediaciones hay una joya de estilizadas columnas, la iglesia de Annuziata dei Catalani, llamada así desde la época del gobierno aragonés (sí, también nosotros invadimos Sicilia por temporadas: primero la corona aragonesa, luego los Austrias y después los borbones). Leo que está construida sobre un templo dedicado a Neptuno y una mezquita posterior, y que es románica y también bizantina. Más variedad no se puede.
Doy un paseo por el lungomare, a la orilla del mar, donde encuentro ficus gigantescos, alimentados por el sustrato volcánico del terreno. Observo el impresionante faro coronado por una figura dorada, la Madonna Della Lettera. La tarde es soleada, calurosa, me recuerda a alguno de esos días con que te sorprende el invierno andaluz, en los que sobra cualquier prenda de abrigo. En el paseo hay muchas tertulias de viejos acodados en la baranda, y muchos jóvenes que pescan con caña.
Messina me da la impresión de ser una ciudad próspera, económicamente potente. No en vano fue la antigua capital de Sicilia, y su puerto es la entrada principal desde la península itálica. Leo que en el pasado también fue una importante plaza militar, por su situación estratégica. Percibo aquí un afán por conservar la ciudad bien cuidada (en sus buenos barrios, se entiende) que no he visto en mis últimas etapas, donde la decadencia generalizada era la norma (a mí me ha tocado el alojamiento en un sitio así). Pero en Messina, la inevitable calle de las tiendas de lujo, que encuentro sin proponérmelo, no sólo es larguísima, sino que está peatonalizada para facilitar las compras navideñas, y cubierta además con una interminable alfombra roja. Toda una declaración de intenciones.
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