En mi último desayuno en el B&B de Taormina-Giardini, charlo sin prisas con la dueña del establecimiento, porque a diferencia de ayer soy la única huésped. Le pregunto si va a cerrar estos días para disfrutar del fin de año en familia, pero espera nuevos huéspedes para esta misma tarde. Sus hijos están preparando una fiesta de todos modos. Su familia es de la zona, y se han dedicado anteriormente al negocio inmobiliario, donde entraron en contacto con la decoración de interiores, de ahí el gusto por el detalle que preside cada estancia.
Hablamos un poco de todo, y le comento que la vegetación y las plantas de interior que veo por todas partes son como las de Canarias, y que supongo que se debe al sustrato volcánico del terreno. Me dice que cada año hace más calor pero no de la forma acostumbrada, y que poco a poco el clima de esta zona está tornándose más tropical que mediterráneo. Al despedirme, le deseo que el nuevo año le traiga unos días de descanso y vacaciones, porque en su establecimiento observo muchas horas de duro trabajo acumuladas. Noto que se emociona un poco, porque en 2024 no han podido descansar, de hecho están haciendo obras y al pie de la escalera la esperan dos fontaneros. Ella, por su parte, me entrega un obsequio de despedida, una bolsa de tela con el nombre de su B&B bordado por ella misma. Nos damos un abrazo sincero. Si puedo, volveré en algún momento, porque Taormina me ha atrapado y porque ella me ha hecho sentir como si fuera de la familia.
Anecdotario:
- En la sala de espera de la glamourosa estación de Taormina, tengo la oportunidad de sentarme en los elegantes bancos de época, reservados en su tiempo a los pasajeros de primera clase, pero que en este siglo XXI son también para que el populacho de vulgares turistas aposentemos allí nuestras plebeyas posaderas. Se añade al encanto del lugar todo el ceremonial del jefe de estación uniformado, dando con su silbato y su banderín rojo la autorización para la salida de los trenes. Si hubiese todavía porteadores de equipaje con carretilla y vendedores ambulantes de refrigerios en el andén, ya me creería en plena regresión a los años 1920s, con toda la fascinación del viejo mundo que se fue para no volver.
- Me estoy empezando a convencer de que soy un personaje de Agatha Christie en una de sus novelas con asesinato ferroviario de por medio, cuando se me acerca un poliziotto que me pide la documentación. Le entrego el pasaporte y lo pasa por un escáner móvil que lleva. No sé si es rutina o qué, porque el procedimiento no tiene nada que ver con el billete de tren, que no me pide en ningún momento.
El agente es muy simpático y está en modo capodanno, fin de año, así que se para a charlar conmigo y me canta las bondades de Sicilia, encantado de oír mis elogios, que son sinceros porque esta isla me está enamorando. Pero me pregunto cómo cambiaría de talante si yo no le regalara el oído y le pusiera objeciones, por ejemplo si le hiciera una crítica negativa o me quejara de algo. Ya he estado en otros lugares muy bellos pero muy narcisistas, donde reina supremo el ombliguismo y sus habitantes se ofenden terriblemente si no estamos de acuerdo en que aquel es el mejor lugar sobre la faz de la tierra.
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