Catania es probablemente la ciudad más sucia que he visitado hasta ahora. Yo he sido bendecida con un estómago fuerte que no se amilana fácilmente ante la pringue y la cochambre. Pero cuando se sobrepasan ciertos niveles de acumulación de mugre en todas sus variantes y consistencias, y esa costra se ha ido acumulando durante décadas, hasta mi estómago empieza a dar signos de desasosiego.
A mí lo que me intriga de la basura reciente y de la que ha visto pasar generaciones enteras no es tanto el problema de salud pública, sino llegar a averiguar cómo la gente puede vivir así. Sé que la recogida de basuras, la gestión de los residuos y su reciclaje y la construcción de incineradoras en esta parte del mundo está en manos de la mafia, que por un lado negocia y por otro presiona y chantajea con la salud pública (riesgo de epidemias, cáncer por contaminación ambiental). Por eso dejan que se acumule la porquería, por eso casi no hay papeleras ni contenedores a la vista.
Pero a un nivel más de andar por casa, a mí me preocupa cómo un ciudadano de Europa occidental en el siglo XXI puede habituarse a pasar por estas calles mierdosas sin sentir repugnancia primero, y vergüenza después. Será una tradición cultural enraizada en el folclore local? Todo un fenómeno sociológico, que seguro que ya está estudiado por alguna universidad de algún lugar donde todo está muy ordenadito y muy limpito, y no echado a perder y empuercodío (palabra malagueña que define Catania con una precisión casi científica).
Antes de cantar las alabanzas del patrimonio artístico de Catania y de su gran ambiente callejero, y abundando en el tema, diré que estos días al recorrer sus calles he hecho un ejercicio mental. Me he imaginado cómo sería este lugar si todos sus palacios barrocos y sus hermosos edificios decimonónicos estuviesen bien mantenidos y lucieran remozados en vez de ruinosos: sería sin duda la ciudad más elegante y refinada de Sicilia. Es evidente que aquí ha habido épocas de gran esplendor y prosperidad. Pero la decadencia es tan extrema y las condiciones tan lamentables, que le restan belleza. Eso sí, la autenticidad la conserva intacta.
Al llegar, me sorprendo al comprobar que mi alojamiento está situado en un edificio neoclásico del siglo XVIII llamado Palazzo Curia. El vestíbulo de entrada, la escalinata y los salones son palaciegos, con mármoles, molduras, artesonados, frescos y mobiliario acorde con un lugar así. Yo hago las reservas a través de una plataforma online que me ofrece ofertas de fidelización, y más que mirar las fotos me guío por el precio y la distancia desde la estación y hasta el centro. Esta vez le eché una ojeada rápida a la foto de mi habitación, pero no miré las de la fachada, de modo que me quedo boquiabierta. El hotel dos estrellas ostenta el nombre de Gattopardo, pero lo tomé por un delirio de grandeza de los dueños... resulta ser bastante gatopardesco, y no en el sentido político sino estético. En recepción me informan de que mi habitación de oferta no está en la planta noble, sino en la del servicio, sin angelotes volanderos pintados en el techo, pero con vistas a la vía Etnea y la iglesia de San Miguel Arcángel. Y con un baño privado exterior del que tengo llave y al que accedo atravesando un salón con muebles de anticuario, y un pasillo con múltiples salidas a otras tantas estancias. Se asemeja a un circuito de escape room, pero ambientado en la época de las pelucas empolvadas.
Me entero de que la cadena de televisión populista por excelencia, Canale Cinque, va a retransmitir para toda Italia su concierto de fin de año desde la plaza del Duomo, que está a sólo 500 metros. Salgo, y el ambiente en todo el centro es extraordinario. El carácter abierto y alegre de esta gente no necesita muchos estímulos para expresarse, pero si les dan una buena ocasión se derrama por las calles como un espumoso recién descorchado. A media tarde tengo ocasión de presenciar los ensayos del concierto, y la plaza ya está llena con familias enteras que jalean a los artistas, bailan y corean las canciones. Para mí el cartel está compuesto de ilustres desconocidos, pero parece que son grandes estrellas locales a juzgar por el entusiasmo del público.
Cuando me canso de tanto estruendo, perdón, música amplificada, doy un largo paseo al atardecer por las grandes avenidas. Luego intento ver las calles laterales pero me lo impiden, por este orden: 1. Que las aceras están impracticables, o invadidas por la basura o por los coches aparcados. 2. Que la iluminación es tan pobre que a veces no veo por donde piso. 3. Que cada vez que pasa un coche debo abandonar la calzada, único espacio por donde puedo andar, y correr a buscar refugio en algún hueco, porque los conductores no reducen, sino que aceleran al verme. 4. Muchas veces lo que creo que es una bocacalle resulta ser un callejón sin salida que me conduce al interior de un patio miserable donde, oh sorpresa, hay un vertedero vecinal de basura. En esta ciudad no es fácil callejear, la verdad. A mí me interesa buscar la cara B, la trastienda, y eso se encuentra fuera del circuito turístico. Pero en Catania me resulta imposible salirme de las calles principales, y a ellas regreso.
De modo que intento volver al concierto, pero ya la noche avanza y la policía ha montado un dispositivo de seguridad con vallas para controlar el aforo. Hay unas colas impresionantes, que no avanzan, para acceder. Así que me vuelvo al hotel y, al no haber encontrado uvas, compro un mix de frutos secos y me conecto al canal internacional desde el móvil para comerme doce pasas con las doce campanadas del reloj de Sol, mientras los fuegos artificiales de la Piazza del Duomo iluminan mi habitación. Feliz todo lo felicitable, etcétera.
Empiezo el nuevo año como una reina, literalmente, porque me siento toda una emperatriz en el salón del desayuno, planta noble del hotel. Se trata de un salón reconvertido en 1922 por los últimos dueños del palacio en salón de baile. Debían de ser nuevos ricos, porque si no no se explica la decoración y el mobiliario, que es un remedo del rococó más cursi. Muchos frescos con amorosas parejas dieciochescas, y muchos y muy buenos manjares de los que doy cuenta mientras espero ver entrar a Burt Lancaster y a Claudia Cardinale bailando el vals, pero no, lo que entra es una familia de orientales con un niño gafitas. Mañana a ver si me acuerdo de ponerme el miriñaque para desayunar, que los tejanos en este entorno son una nota discordante.
El señor de la recepción es muy charlatán, y conversamos sobre Catania. Me da alguna lección de historia que otra, y atribuye la decadencia a la política, eufemismo donde los haya. Muy simpático y servicial, a la vieja usanza.
Paso el día recorriendo Catania bajo un sol primaveral, vigilada de cerca por el Etna nevado, que tenemos prácticamente encima. He decidido no hacer la excursión al volcán porque me da vértigo y también miedo, pero por encima de todo me da pereza. La naturaleza a veces me abruma, como urbanita que soy. Prefiero recorrer esta ciudad, que tuvo que ser reconstruida tras el terremoto de finales de siglo XVII y que ha desafiado siempre a la amenaza de que se repita en cualquier momento.
En el precioso Duomo, veo las termas y, en el interior del templo, la base de las antiguas columnas, no sé si romanas o normandas. Y la bella tumba de Bellini, el compositor, entre otras óperas, de Norma y del aria máxima del bel canto, Casta Diva. A Bellini se le celebra y conmemora por toda la ciudad, como gloria local que es, junto a Giovanni Verga, el autor de Cavalleria Rusticana.
Con la luz de la mañana Catania luce más bella si cabe, y más sucia todavía. Leo que se la llama la ciudad en blanco y negro, y efectivamente todo es una combinación de piedra volcánica con piedra caliza. Un ejemplo es el símbolo de Catania, el "u liotru" o elefante. El animalito es negro, de piedra basáltica. Y el obelisco que lo sustenta es blanco.
Recorro la via Crociferi, con sus iglesias que son todo un muestrario de lo que el barroco podía dar de sí a cargo de las principales familias aristocráticas, que pujaban por hacerse notar como promotoras de las artes. Por la tarde, entro en San Benedetto para admirar sus pinturas, que llaman aquí la capilla sixtina de Catania. Mientras estoy allí, las monjas de clausura del monasterio arrancan a cantar lo que luego consulto que se llaman vísperas. No están a la vista, pero sus voces traspasan las rejas de la capilla, y da mucha paz escucharlas. A los cinco minutos salgo a la calle huyendo de esa paz y pidiendo, si no guerra, sí algo más de vidilla.
Atravieso el quartiere borbonico, para ver la Porta Garibaldi, antes Fernandina. Es una exageración coronada con muchas cosas, levantada para conmemorar los esponsales de un Borbón con una Ausburgo Lorena. Como los borbones en Sicilia fueron detestados y considerados unos tiranos, cuando llegaron Garibaldi y más tarde il Risorggimento, se intentó borrar todo recuerdo de tan odiada dinastía, y por eso este arco lleva ese otro nombre.
Intento subir a la cúpula de San Nicoló d'Arena, desde la que se ven vistas de toda la ciudad, pero al ser primero de enero está cerrado. Un poco saturada ya de tanto barrocazo, me dirijo en sentido contrario hacia los Jardines de Bellini. En los alrededores hay muchas mansiones impresionantes, especialmente a lo largo del Viale Regina Margherita. Corresponden a finales del XIX y principios del XX. Algunas son sede de grandes empresas y otras están en estado ruinoso, con sus jardines comidos por la negligencia y las malas hierbas. Aun así, se trata de una zona elegantísima, recuerdo de pasados esplendores, que me recuerda a dos películas que hablan de lo difícil que es encarar la decadencia cuando se ha tenido todo: Sunset Boulevard, y La escopeta nacional. Norma Desmond y el marqués de Leguineche podrían haber sido vecinos en esta avenida, puerta con puerta.
Notas:
- En la vía Etnea, principal arteria de la ciudad, hay una placa conmemorativa junto a un balcón. Parece que Garibaldi arengó desde allí a sus tropas, que partían desde Sicilia al continente a liberar Roma del poder papal. Su lema, que parece que repitió muchas veces desde muchos balcones en muchas localidades, es: Roma o muerte!
- Un poco más allá, en la misma calle, veo a dos carabinieri altísimos y guapísimos, en uniforme de gala con capa incluida, que acceden muy sonrientes a posar para los turistas. La verdad es que quedan muy decorativos en este marco incomparable.
- En el ayuntamiento se pueden ver dos carrozas antiguas, y un vídeo muestra cómo se celebra la festividad de la patrona, Santa Ágata. Se trata de una procesión de tradición barroca, en la que la talla de madera de la santa es portada, como Cleopatra/Liz Taylor en la película homónima, por cientos de porteadores, perdón, nazarenos, que arrastran su carroza ricamente ornamentada en plata, tirando de largas sogas blancas que previamente han colocado a lo largo del suelo. También hay unos cirios muy historiados que se llaman candelore, de los que cuelgan muchas cosas y que se agitan en el aire en sentido giratorio, como sonajeros gigantes. La procesión dura toda la noche, y va acompañada de una mascletá en toda regla, y de gran algarabía multitudinaria. Catania me parece un lugar inhabitable para quien padezca de jaquecas, entre el campaneo constante y la afición desmedida por los petardos.
- En el quartiere borbonico, me paro a leer la cartela del edificio de la Fábrica de Tabacos. Debajo del texto, alguien ha escrito: Minuzzi, eres la alegría de mis hormonas. Veo más pintadas que ponen: Minuzzi, ti amo. Al principio pienso que se trata de un apellido, pero luego consulto y minuzzi resulta ser un término equivalente a teta. Explicación: la patrona de Catania es Santa Ágata, representada con un seno cortado que porta en una bandeja, porque su martirio fue así de bárbaramente quirúrgico. A los dulces típicos de aquí, en forma semicilíndrica, se les llama minuzze di Santa Agata. Ergo, el poeta grafitero o bien ha dedicado su oda a las tetas en general, o bien a los pasteles en particular. O peor, ha apodado minuzzi a su novia y esta es su forma de proclamar a los cuatro vientos su amor erótico-festivo. Misterios sin resolver.
- Encuentro por todas partes restos del pasado griego y romano de Catania: las termas, el teatro, el coliseo (este último está soterrado y se muestran unos fragmentos). Las Termas de la Rotonda son muy curiosas, porque en el periodo bizantino se empeñaron en construir una iglesia encima, con dudosos resultados que recuerdan más a las minuzze de confitería que a templo alguno.
- Cerca del castillo medieval de Ursino, en la Piazza Svevia, veo una tienda de ataúdes. Están apoyados verticalmente contra la pared, y los hay de distintos tipos de madera... y también de fantasía. Uno en concreto luce una pintura bastante imaginativa que engloba los gases expulsados por el Etna en erupción, algún detalle de los monumentos de Catania en plan souvenir, y un Cristo resucitado flotando totalmente fuera de contexto. El colorido es el propio de un espray grafitero, y mucho me temo que el nieto del dueño está intentando explorar nuevas líneas de negocio, pero en la dirección equivocada. Se producen ya pocos muertos a causa de una erupción. Y de entre ellos, dudo mucho que sus deudos escogieran precisamente ESTE ataúd para comenzar con tan mal pie la vida eterna. No vislumbro muchos dividendos con esta iniciativa, pero claro... qué le puede negar un abuelo a su nieto?
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