Mi habitación está abovedada con ladrillo visto de barro cocido, y las paredes son de piedra caliza sin desbastar. De hecho, todo el piso es un amplio loft a dos niveles para aprovechar los recovecos, y ha sido diseñado por el dueño, un arquitecto que ha sido director de un parque arqueológico a unos kilómetros de Palermo. Su mujer, una señora amabilísima, es la que me sirve a diario un desayuno de tartas caseras en un salón muy amplio, de mobiliario vintage desigual y muy colorido. Hay muchas estanterías repletas de libros en varios idiomas sobre temas sicilianos. Las paredes están cubiertas de frescos naïf y artesanías de todos los estilos, realizadas por los amigos artistas de los dueños. Parte de esas artesanías son emblemas de Sicilia, como las marionetas del Teatro dei Pupi, los caballeros andantes Rampaldo y Orlando. También hay piñas de cerámica de colores, símbolo de buena fortuna desde la antigüedad . Y no falta la Trinacria, la alegoría de Sicilia desde que eran colonia griega, que representa una cabeza de Medusa de la que salen tres piernas, haciendo alusión a las tres grandes urbes de los tres extremos de la isla: Messina, Palermo y Noto.
Las habitaciones son temáticas, y la mía en concreto está inspirada por El Gatopardo, con algunos muebles y objetos de anticuario, y una foto que recrea a un Burt Lancaster patilludo y socarrón como si fuera un daguerrotipo del Príncipe de Salina. En mi mesita de noche, un libro cuya portada es un fotograma de Alain Delon como su sobrino Tancredi, recostado en el suelo y jugando con un mastín, justo antes de irse a guerrear como voluntario garibaldino. En la película, poco antes, le ha dicho a su tío esa frase tremenda: "Si queremos que todo siga igual, es preciso que todo cambie". Me siento en el séptimo cielo del séptimo arte. Tengo mitificado ese Palermo gatopardesco.
Junto al cierro del salón está la cama de la gatita Birba, una presencia enigmática con la que he convivido estos días. Desde este cierro, que da a la placita, se ven las palmeras del Jardín de los Justos que tenemos enfrente. Este jardín ocupa las ruinas de un palacio aristocrático (hay muchos en el barrio) destruido por los bombardeos aliados. Se llama de los justos porque conmemora a los sicilianos que ayudaron a evacuar a los judíos perseguidos por el fascismo. Y tiene relevancia porque en este barrio de la Kalsa, en un palacio medieval que aún existe, tuvo su sede la Inquisición local.
En uno de los palacios de esta zona, el llamado de Valguarnera Gangi, rodó Visconti su versión de El Gatopardo, en concreto la maravillosa escena del baile. Se puede visitar, pero sólo en grupo y reservando con antelación.
Todo esto compone el espacio donde he descansado estas últimas cuatro noches. Lo que he visto en el exterior es la mejor expresión posible de los excesos y las paradojas de esta ciudad de personalidad arrolladora y magnetismo innegable.
Yo no poseo la capacidad de intentar describirla, porque ni he sabido abarcarla ni la he comprendido bien, de modo que me limitaré a dar unas cuantas pinceladas. Pero me quedo con la impresión de que Palermo se guarda sus secretos para si. Aunque los tiene muy bien escondidos a plena luz, a la vista de todos, sólo los revela a quien sepa mirarla con ojos sicilianos, y los míos siempre miran más al norte, mucho más al norte. Nunca he podido interpretar bien la forma meridional de entender la vida, y no sé por qué, porque yo también soy nacida y criada en el sur. Pero no puedo evitar que todo lo sureño me termine resultando cansino y ajeno a mi naturaleza. Y ese momento ha llegado, por eso tengo que coger un vuelo mañana que me lleva hasta Trieste, y desde ahí doy el salto a otras latitudes, otras idiosincrasias y sensibilidades muy distintas, ni mejores ni peores.
Notas:
- Ha llovido noche y día desde que llegué, a ratos chispeando y a ratos jarreando. Las alcantarillas son escasas y no tienen capacidad suficiente como para absorber tanta agua, porque consisten en dos pequeñas aberturas a modo de ojales en una losa a ras de suelo. A esto se añade que el firme de las calles, tanto las enlosadas como las asfaltadas, está plagado de profundos socavones y todo tipo de trampas para cazar elefantes, digo viandantes. Resultado: he estado vadeando ríos, mares y océanos, los coches me han duchado de arriba a abajo, y por momentos he estado más pendiente del suelo que pisaba, o mejor dicho chapoteaba, que de ninguna otra cosa.
En los lugares donde la lluvia es escasa no existe ni la infraestructura ni la costumbre ni el civismo para vadear la situación, así que en estas callejuelas irregulares y estrechas resulta muy complicado navegar cuando nadie reduce la marcha ni te hace sitio ni te deja un momento de paz para reaccionar. Apártate tú, que paso yo. Que no hay acera, o que está ocupada por basura, por trastos viejos, por coches aparcados, pues salta si puedes. O échate contra la pared. O súbete al zaguán. O cuélgate del portón. Y si no hay espacio o no tienes reflejos, pues prueba a desintegrarte. Pero yo voy acelerando, a centímetros de tu cuerpo. Milagrosamente no te rozo, pero en cambio te dejo bien empapada, que no se diga.
- Con todo, las calles de Palermo están bastante más limpias que las de Nápoles. Y Nápoles, sin ser limpio, está bastante mejor que Catania. Por tanto, la vencedora absoluta en mi ranking particular de lugar más sucio visitado hasta el momento lo gana.... tachán, tachán... una pista: empieza por C.
- Por todo el centro de Palermo se encuentra, en puntos muy característicos, una exposición de un fotógrafo llamado Sellerio, que retrató el alma esquiva de esta ciudad en los años 60. Por ejemplo, en el barrio de La Vucciria, junto a la Piazza Garraffello, hay una foto suya estratégicamente colocada en el mismo punto exacto donde fue tomada. En ella aparecen dos hombres conversando junto a los puestos del mercado de entonces. Se puede comparar así el antes y el después, como el pasado aún pervive, pero en el corazón nada más. Me parece un homenaje muy bonito a las gentes que ya no están, pero que han contribuido a hacer de Palermo lo que es hoy día.
- Me han enamorado los jardines de Palermo. El de Villa Giulia, el de Villa Bonnano, el de Matarella o Jardín Inglés. Son románticos, son evocadores, y su vegetación exuberante se beneficia de un terreno y un clima privilegiados que la mantienen esplendorosa todo el año.
Junto a Villa Giulia está el jardín del Orto Botánico, al que da entrada un templo alucinante de estilo vagamente egipcio, pero que también me recuerda a un decorado babilónico de Intolerancia, película muda de Griffith. Al principio lo tomo por una logia masónica, pero resulta ser la Escuela Regia de Botánica o algo así.
- Me parecen muy bonitas las puertas barrocas, como Porta Felice o Porta Reale. También me gustan muchísimo las maravillosas fuentes de Cuatro Canti, el cénteico cruce de calles que tiene cuatro esquinas marmóreas monumentales.
- En cambio hay monumentos de Palermo que personalmente no me gustan nada de nada. La Fontana Pretoria, por ejemplo, me parece un armatoste tremendo, que alberga todo un muñequerío de estatuas tan numeroso que, siendo el vaso desproporcionadamente grande, aún así tienen problemas de espacio.
Tampoco me gusta, y lo siento, la famosa catedral que sincretiza no se cuántos estilos de otros tantos imperios que aquí han dejado su huella. A veces las mezclas salen bien, y otras resultan empachosas. A mí este duomo árabe-normando-románico-bizantino no me parece que haya conseguido más que un pastiche muy poco armonioso, y encima bastante grande, porque los palermitanos no se andan con chiquitas. Otras iglesias del mismo estilo me gustan mucho más, como la de San Cataldo, o la catedral de Cefalú, que he visto esta mañana y me ha parecido una maravilla, con su enorme mosaico del Pantócrator.
- Hay en Palermo dos estatuas de Carlos V, una en la Piazza Bologni y otra en una de las esquinas de Cuatro Canti. Acostumbrada a las magníficas esculturas de Pompeo Pomeii y a los cuadros de Tiziano que le retratan en Madrid, no reconozco al emperador Carlos etc de España, del Sacro Imperio etc y de tantos otros etcéteras en este personaje palermitano bastante anoréxico y un poco encogido, que más que un Carlos me parece un Carletes. De nuevo, una opinión personal con la que seguro estoy demostrando una vez más que no hay nada más atrevido que la ignorancia.
- La lista de monumentos célebres que a mí no me han gustado la cierra el Teatro Massimo, una mole que según parece es el tercer teatro operístico más grande de Europa. Me gusta mucho más el teatro Biondi en Via Roma, aunque es más convencional. Y no me dejo en el tintero el Politeama de la Piazza Ruggero Settimo, que es de un modernismo desmelenado y mucho más divertido, porque tiene un arco triunfal triunfalísimo que incluye en todo lo alto una cuadriga con dioses y ninfas y una manada de caballos que huyen despavoridos en todas direcciones. Con un par, sí señor.
- Paseo por varios mercados históricos al aire libre: Ballearo, Canto y Vucciria. Los vendedores vocean el género y los motociclistas que hacen los portes les vocean a los vendedores. Todo un espectáculo variopinto, aunque la afluencia está lógicamente mermada por la lluvia. Lluvia que por cierto no le hace ninguna falta a los puestos de casquería, donde ya los intestinos que cuelgan de una barra reciben su propia duchita desde un surtidor, y chorrean para demostrarnos lo limpitos que están. Toda una lección de anatomía callejera no solicitada, cuyo placer hubiera preferido declinar.
- Al tomar una calleja, soy testigo de otra escena en la que también se vocifera, donde una muchacha le pregunta desde la calle a una vieja que está asomada al balcón que si le hace la compra. La otra, desde arriba, se desgañita encargándole la comanda, a lo que la chica aúlla que sí, que en un rato se la trae. Se únen otras voces de vecinos que saludan y comentan, naturalmente a grito pelado. Por pura casualidad presencio el final feliz de esta historia, porque me pierdo por el barrio y, al volver sobre mis pasos, veo como la chica introduce la compra en una cesta de mimbre con un cordel atado al asa, del que luego tira la vieja hasta subirlo a la altura de su balcón. Mucho más personalizado que la entrega a domicilio de una compra online y además así se evita el aislamiento de los mayores, que se sienten queridos y respetados, aunque no creo que este método tradicional sea muy bueno para las cuerdas vocales, la verdad.
- En el barrio de Albergheria, aparte del mercadillo de las tripas colgando, encuentro la preciosa iglesia del Carmine Maggiore. Desde abajo, la cúpula de cerámica sostenida por unos atlantes es enorme. Pero cuando subes a la torre del campanario para verla de cerca, es una verdadera maravilla. Mi esfuerzo para vencer el vértigo es recompensado con unas vistas estupendas de Palermo, los montes y el mar. El problema es que la escalera de caracol es tan estrecha (habiendo espacio de sobra, porque está colgada al aire libre) que no podemos cruzarnos, y debemos retroceder, en mi caso maldiciendo, para dejar paso al siguiente incauto que ha decidido aventurarse. La bajada se hace eterna. Salgo de allí mareada, con ese tipo de mareo que creo que se llama kinético, y que me dura un par de días. Me prometo dejar las vistas panorámicas para los documentales, y no subir a más torres de más campanarios a pasar un mal rato.
- Para olisquear en barrios algo más alejados del casco histórico, paseo por la Vía Della Libertà. Me encuentro con algunas preciosas mansiones decadentes, de la época modernista, que aquí llaman liberty. Y con unas avenidas y unos edificios que son un trasunto de nuestro barrio de Salamanca, o el de Chamberí.
- En mi último día aquí las previsiones daban menos lluvia, lo que ha resultado ser una mentira piadosa, pero he ido en tren a empaparme a la bella Cefalú, perla costera como dice su lema, y ciudad con un encanto especial. Me he dado un largo paseo por la carretera, más allá de su faro, contemplando desde la barandilla el espectáculo de la mar embravecida golpeando contra las rocas y provocando unos géiseres de espuma marina espectaculares. Ha sido muy bonito, pero aunque iba bien equipada con botas de agua y con impermeable y paraguas, al final he decidido volver a Palermo porque he terminado empapada.
- Unas pocas calles más allá de donde me albergo, en en el propio quartiere de la Kalsa, hay una placa que recuerda que allí pasó su infancia Giovanni Falcone, que nació y se crió en este barrio. Fue el juez que más valientemente combatió a la mafia, en un proceso que llevó al banquillo a muchos capos a finales de los 1980s, hasta que le eliminaron en un espectacular atentado en una autopista. Su asesinato fue un revulsivo para la opinión pública y los diferentes poderes del estado italiano, con muchos condenados a cadena perpetua. Supongo que a simple vista parece que tras esto la mafia fue descabezada, pero no dudo de que estos criminales, en un giro típico del gatopardismo, simplemente cambiaron de modus operandi para adaptarse a la nueva situación.
- De entre todos los libros que abundan en el B&B, escojo uno que se titula (traduzco) "Palermo: guía insólita para descubrir una ciudad indescifrable". El autor es Augusto Cavadi. Cuando nos trasladamos de Palma a Barcelona, mis padres compraron un libro parecido para informarse sobre la idiosincrasia de nuestra nueva casa. Y yo, en Un viaje posterior a Palma siendo ya adulta, compré allí un libro en la misma vena sobre la ciudad donde nací, que me es desconocida porque sólo tenía dos años cuando nos marchamos.
En definitiva, al ojear este libro sobre Palermo sabía que me iba a encontrar con un retrato a ratos humorístico sobre el carácter de esta ciudad y sus habitantes, pintado por un nativo entre la ironía y la crueldad, pero siempre desde el cariño, que es de donde parten las críticas que menos gusta escuchar, porque son tan certeras como necesarias. Como un sopapo juguetón, pero que escuece lo mismo.
El señor Cavadi efectivamente retrata a sus conciudadanos como isleños vitalistas, acogedores y generosos, pero convencidos de su propia importancia y henchidos de orgullo por vivir en el paraíso, incapaces de reconocer otras realidades diferentes a la suya ni de comprender a los forasteros, salvo para compadecerles por haber nacido lejos. Hace una sátira, por ejemplo, de lo que supone que te inviten a cenar a una casa palermitana: aconseja presentarse con un obsequio inútil, como un ramo de flores (nunca un libro, apunta con algo de saña), porque si llevas vino o un postre, aunque sean exquisitos ofenderás a los anfitriones, porque ellos ya tenían preparadas ambas cosas y consideran que les estás haciendo de menos, al ser las suyas muy superiores. Avisa de que debes ir prevenido y aconseja un poco de ayuno previo, ya que te obligarán a repetir cada vianda y se ofenderán mortalmente si rehúsas. Etc.
Recomienda nunca sacar a relucir una apreciación no positiva que hayamos oído o leído por ahí, aunque nos parezca una crítica constructiva. Cosa que me parece de primero de etiqueta social en cualquier lugar del mundo, si aún no tienes confianza con la personas con las que hablas. A menos que sean ellos los que te han dado pie y notas que realmente tienen curiosidad por escuchar la opinión sincera de un extranjero, que mira con ojos nuevos lo que para ellos es tan familiar que lo dan por entendido. Aún así: precaución, amigo conductor, la senda es peligrosa...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.