Segundo y último desayuno en el salón rococó. En la mesa de al lado se sienta otra solo traveller, como se dice ahora. Es una chica muy expansiva y risueña, más o menos de mi edad, y viene de Houston. No es su primer viaje a Europa, y conoce Italia mucho mejor que yo. Estamos dándole la vuelta a Sicilia en sentidos opuestos. Intercambiamos información sobre lugares, itinerarios. Ayer subió al Etna con una excursión organizada. Le digo que yo he renunciado porque con mi vértigo paso demasiado miedo. Me asegura que en ese caso he hecho bien, porque en su grupo había muchas personas que lo pasaron mal en el camino de descenso, sobre todo a causa de la nieve. Ella sabe cómo bajar una pendiente nevada porque nació y se crió en Ohio y está habituada. Me explica que hay que apoyarse en los bastones para dar pasos laterales, y que cuando ello no es posible, la única forma es bajar sentada, dejándose resbalar, que es lo que hizo en el Etna. Relata que, de niña y a escondidas de su madre, ella y sus hermanos resbalaban por el tejado de su casa, acumulando nieve en el suelo para aterrizar sin dañarse. Toda una experta.
Charlamos de todo un poco, también de política (ella saca el tema). Como la noto liberalota, le confío que el nuevo mandato que empieza este mes en su país me da miedito del malo, y coincide conmigo, pero lo matiza porque dice tener la teoría de que estos hombres terribles son tan vanidosos que a veces, por querer que le recuerden como el mejor presidente ever, terminan haciendo cosas de provecho para salir bien parado en los libros de historia. La felicito por su optimismo y deseo que así sea, pero me temo que anda errada. Abundando en el tema: según me cuenta, Musk vive en Houston y allí no está mal considerado, porque se valoran más sus capacidades como empresario con iniciativas que el potencial más inquietante de su personalidad. Los americanos, el pueblo con más sentido práctico sobre la faz de la tierra. Qué bien les definen Berlanga y Bardem en Bienvenido, Mr Marshall, con una frase lapidaria en boca de Manolo Morán: Esas mentalidades nobles, pero infantiles.. Que conste que mi compañera de desayuno no me parece que tenga nada de infantil. Es una mujer de mundo que juega al fútbol femenino, que tiene amigos en varios países, que parece muy empática y y que es poseedora del mayor tesoro: curiosidad por todo. Nos deseamos buen viaje mutuamente.
Tras una hora y media de tren, llego a Siracusa. A veces unos lugares me traen reminiscencias de otros, y en este caso Siracusa me recuerda al Puerto de Santa María, El Puerto (léase con el tornillo de Alberti, a quien nunca nadie se atrevió a impedirle que leyera sus propios poemas). Hay algo, una familiaridad en esta ciudad luminosa de Sicilia, que trae el olor a salitre y a pescaíto frito directos desde El Puerto. Los edificios, muchos de ellos señoriales, son de piedra caliza y están erosionados por el mar. Y se puede caminar por las aceras. Y hay papeleras. Y todo está limpio. Me embarga la emoción.
Me alojo en la pintoresca isla de Ortigia. Es un Bed&Breakfast en un edificio del XIX con escalera de mármol y preciosos suelos de azulejos hidráulicos formando cenefas. Mi habitación es esquinera, con doble orientación. Desde un ventanal veo el puente de Sta Lucia y las barcas y pequeñas lanchas atracadas en el puerto, y desde el otro ventanal veo las ruinas de una fortificación que daba entrada al cercano templo griego de Apolo, y un maravilloso palacio rosado con plameras que tengo enfrente. Hay veces que tengo que pellizcarme, porque me parece estar viviendo un sueño.
Ayer di un paseo inolvidable por toda la isla, sin rumbo y sin pretensiones, pulsando el ambiente, pero en Italia aunque no te lo propongas te sale al paso el patrimonio cultural. Vi la catedral, antiguo templo griego de Atenea. Vi la iglesia de Santa Lucía, la patrona, donde se exhibe una copia del cuadro de Caravaggio sobre su martirio. Vi el castello Maniace. Vi placas lamentando la tiranía de los Borbones por estas tierras, otras celebrando su liberación por los garibaldinos y otras relatando las desgracias acaecidas en la segunda guerra mundial. Y vi muchos palacios barrocos y neoclásicos, uno de ellos ostenta el nombre de Palazzo di Spagna. El atardecer desde el parapeto encendió las aguas durante un buen rato, y también alcancé a verlo
Hoy cruzaré el puente fuera de Ortigia, para seguir viendo cosas en Siracusa.
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