9.1.25

Escribo desde la sala de espera de la estación de Gela, donde no tenía previsto parar, pero es donde voy a pasar la siguientes cuatro horas hasta que llegue mi tren, Olimpo mediante. Los dioses grecorromanos me han sido adversos, y hoy me tenían reservada une vraie catastrophe... Ya se sabe que las historias mitológicas están plagadas de tribulaciones para dioses, héroes, ninfas, faunos y simples mortales como yo. Y en el mundo real, los trenes no siempre circulan. Pero voy a la cronología de los hechos para intentar aportarle un poco de emoción a un relato que en realidad no tiene nada de particular: 

Ayer tarde aún estaba en Ragusa. El día era radiante, y estuve callejeando por R. Superiore para ver su catedral y sus magníficos palacios. Luego volví a R. Ibla, para visitarla con la luz del sol. Las cosas, como los seres vivos, cambian de talante según la luz que reciban... No tenía ganas de encerrarme en un museo y estoy algo empachada con tanta sobredosis de templos y santos, de modo que preferí visitar un espacio, digamos, cívico y laico: el Circolo de Conversazione, donde se puede contratar una visita guiada. Lo explicaré más abajo en las notas. 

Tras subir y bajar tantas cuestas y escalinatas, me encontré muy cansada de repente, y fui a sentarme en los preciosos jardines de Ibla, a contemplar el panorama del valle desde lo ato. Tan a gusto estaba en un banco al sol, que me quedé dormida. Comprendí que era mejor reposar en mi habitación, y que de vez en cuando este cuerpo cincuentón necesita un descanso en condiciones. Soy insomne, y cuando se me presenta una ocasión de recuperar las horas de sueño perdidas, aunque sea a destiempo, debo atraparla. 

Cuando desperté de una larga siesta, decidí reservar plaza en el primer tren a mi siguiente etapa: Caltassinetta. Sólo hay dos trenes diarios desde Ragusa, el de las ocho de la mañana y el de las dos de la tarde. Resolví acostarme temprano y coger el primero, para intentar aprovechar el día. 

Y llegamos a hoy. A las cinco de la mañana ya estoy despierta. Y a las seis y media, mi sufrida maleta (Doña Resilia, como la he bautizado) y una servidora rodamos por las calles, guiadas por Miss Google a las claras del alba. En la zona histórica donde me he alojado no hay autobús tan temprano, sencillamente porque está despoblada. En estas ciudades pequeñas tampoco hay taxis a esas horas fuera de temporada. Y tampoco confío en llegar a tiempo si reservo con antelación en una plataforma, porque ya en otros lugares (en Perugia, en Asís) casi he perdido el tren y he llegado con el corazón en la boca por culpa de los taxistas (tardones primero y kamikazes después, para compensar la tardanza). 

Para las siete y cuarto ya estoy en la estación, con toda la parsimonia y con la seguridad de llegar a tiem.... Pero cómo, tren cancelado!! Y para el siguiente tren Ragusa-Caltanissetta quedan cuatro largas horas... Mi lado práctico se activa, y las ruedecillas de mi cerebro medio dormido chirrían al ponerse a girar. Busco trayectos alternativos en la web de Interrail y de Tren Italia. No los hay. La megafonía es tan defectuosa que parece el susurro del mismísimo Vitto Corleone, pero distingo que habla de la avería del tren y de un autobús de sustitución. Busco alguien a quien preguntar: no hay personal en la estación, sólo las puertas abiertas y las luces encendidas. No hay taquilla ni cantina, no hay operarios a la vista entre la maquinaria. A falta de nadie más, pregunto a un sin techo que se ha resguardado allí para pasar la noche. Como suponía, está muy enterado porque duerme en las estaciones. Me enumera todas las de la línea que tienen taquillero y jefe de estación... sólo unas cuantas, y lejanas. 

Salgo al exterior. Hay un autobús que se pone en marcha, y mi maleta Doña Resilia y yo corremos desesperadas a pararlo. No es el de sustitución, pero me asegura que llegará, y que lo espere en la plaza frente a la estación. Desgraciadamente es un terreno en pendiente y hay dos plazas, una sobre la otra, de modo que me coloco de modo que pueda vigilar tanto el andén como los autobuses del exterior. No me viene mal ir de aquí para allá, porque Ragusa está entre dos valles, y hoy han amanecido con niebla. Hace un frío húmedo bastante desagradable.

Durante las próximas dos horas, cada autobús que se acerca por allí es una fugaz esperanza que siempre pasa de largo... Hasta que aparca un coche del que se bajan tres personas, una de ellas uniformada. Les pregunto si son ferroviarios, y les cuento mi situación. No sabían ni que el tren había sido cancelado, les doy yo la noticia. Tampoco saben nada de ningún autobús. Me aconsejan que siga esperando (aún más??) porque tarde o temprano seguro que llega. Ante estas seguridades me desespero, y entonces me ofrecen muy amablemente llevarme con ellos en coche a la estación de.... Catania, justo en el sentido contrario. Declino la oferta pero les agradezco la atención. 

No es la primera vez que un transporte de sustitución no se presenta y me deja tirada, ya me ocurrió en Francia (en Carcassone). Busco líneas regulares de buses interurbanos, pullman como los llaman aquí, y calculo todo tipo de combinaciones de tramos de rutas para intentar aproximarme a mi destino, pero aunque todos me dicen que sí prestan servicio , la verdad es que nadie me indica ni la compañía, ni la línea, ni la parada. Al parecer no existen, pero haberlos haylos, como las meigas. Los buscadores de internet me confirman que no hay combinación posible en transporte público por carretera, salvo en taxi. Que me costaría carísimo, porque son 127 kilómetros. No hay forma de evitar las cuatro horas de espera.

Al final decido coger el primer tren que pasa, con término en Gela, que al menos está a mitad de camino hasta mi destino. Al ser un nudo ferroviario supongo que tiene personal a quien preguntar y al menos una cantina y un WC. De este modo puedo al menos sentarme una hora y media en un vagón con asientos confortables y con calefacción, durante eln trayecto hasta allí.

Ya en Gela, mantengo una agradable charla con la jefa de estación. Me aconseja que espere las cuatro horas de rigor hasta el tren a Caltassinetta, porque los horarios de los autobuses en esta zona no son fiables. Me abre una sala de espera para mí sola, para tenerme apartada de los paisanos que pueblan la estación, porque resulta que, además de tener cantina y WC, el vestíbulo alberga un casino informal, y no es precisamente el de Montecarlo.... Sobre unas mesas, un grupo de viejos con gorras y boinas juegan a las cartas, rodeados de una nutrida cuadrilla de jóvenes desocupados que hacen corro alrededor. Se apuesta dinero, y me hago el propósito de alejarme porque sé cómo se apasiona la gente a veces con los juegos de mesa y lo mal que terminan algunas discusiones. La cantina contiene una barra de copas y varias máquinas tragaperras. Las que no les cabían están en la sala contigua, que está en penumbra. Ahí metido hay mucho hombrerío jugando, y no me apetece nada quedarme cerca, por lo que le agradezco muchísimo a la señora que me abra la sala con su llave, ya que en el andén me quedaría helada. Me aconseja que no pierda de vista el equipaje en ningún momento.

Durante nuestra charla, la jefa de estación se disculpa porque no haya podido coger el autobús de sustitución. Parece que le afecta que las cosas no funcionen correctamente, y me da muchas explicaciones sobre cómo se organiza el transporte alternativo cuando se cancela un tren, dice que las líneas férreas nunca pueden controlarlo al cien por cien. Le digo que ya en Francia me ocurrió lo mismo, y que en España en este momento preciso la circulación de trenes presenta también muchos problemas que no son debidamente atendidos. Se consuela un poco, aunque me dice aquello de que mal de muchos... Le digo, con toda sinceridad, que mi abuelo fue ferroviario y que algo he debido heredar yo de eso, porque a pesar de las incomodidades me apasiona viajar en tren. Con eso me la gano, y me pide que la avise ante cualquier problema o necesidad. Qué maja.

Llegaré a Caltassinetta cuando ya esté atardeciendo, así que tendré que conocerla en la oscuridad de estas anochecidas prematuras del invierno. En realidad, la única razón por la que hago noche allí es porque de este modo me evito un trayecto farragoso de cinco, seis o siete horas, con dos transbordos según la combinación, hasta Agrigento, que es adonde quiero llegar en realidad. De modo que mi destino de hoy no es más que una etapa de transición, un accidentado alto en el camino...

Notas: 

- En el Circolo di Conversazione de R. Ibla, la visita incluye un itinerario guiado a cargo de una chica que te explica la historia de tan curiosa institución. Se trata de una belleza siciliana de las que una espera encontrar aquí, como las que salen en las películas. A veces la realidad imita al arte, como decía Óscar Wilde. 

El bello edificio que alberga el Circolo data de 1830, y al principio fue una creación de los jóvenes aristocráticos de la ciudad, que querían contar con un lugar donde jugar tranquilamente al billar y a las cartas sin tener que compartir el espacio con nadie más. Construyeron esta especie de casino familiar de lujo con frescos, estucos, cortinajes, lámparas de de araña, una biblioteca, un comedor, sala de baile, sala de billar y un maravilloso jardincito romántico con doble escalera en piedra. Más tarde, a mediados del siglo XIX llegaron las revoluciones, y esta especie de exclusivo club para niños pijos fue evolucionando hacia un ateneo donde se leían las últimas noticias de los combates y se impartían conferencias. En los debates que allí se sostenían entraba como es natural la política del momento: la caída de los Borbones, los avances de las tropas Garibaldinas, la resistencia de los Estados Pontificios, la nueva dinastía de la Casa de Saboya, il Risorgimento...  Le pregunto a la guía si todos los socios del Circolo estaban de acuerdo con la idea de una Italia unificada. Me responde que unas familias ean partidarias de los Saboya, otras permanecían fieles a los Borbones, y había quien quería una República con una democracia más o menos igualitaria y universal. Pero señala que, tras liberar Garibaldi la isla de Sicilia, todos estos ricos comprobaron que podían adaptarse al nuevo régimen sin perder sus intereses, de modo que no hubo disensiones serias. La pela es siempre la pela. 

Añade que los socios del Circolo no admitían la presencia de las señoras en sus reuniones, y solamente un par de veces al año eran bienvenidas porque resultaban imprescindibles para celebrar bailes de gala. Y que esta situación perduró hasta principios de los 1970s, cuando las mujeres consiguieron hacerse socias también. Pero sólo las mujeres de las mismas familias aristocráticas, bien entendu. El Circolo nunca se ha aventurado a abrir sus puertas a nadie sin relación con los títulos nobiliarios y las grandes fortunas. Entonces tú eres socia? Yo soy pobre, se ríe. Eres demasiado joven como para buscar diversiones dentro de este museo del pasado, le respondo, así que mejor para ti. Me cuenta que, de todos modos, las mujeres que son socias hoy en día no van casi nunca, solamente cuando hay competiciones de juegos de cartas. Que los hombres van allí sobre todo a merendar y a leer el periódico. Y que sólo en las noches del verano está más animado, porque hay cena con música en el jardín. Y recalca que la primera mujer presidenta consiguió que la votaran en los primeros 2000s. Todo esto da de sí esta institución caduca que se resiste a desaparecer, pero que no tiene cabida en la vida y costumbres actuales. Esto último es de mi cosecha. 

Me recuerda al Garrick's Club de Londres. Las mujeres iniciaron una campaña de prensa muy sonada para poder entrar en esta institución creada hace casi doscientos años... hasta que el verano pasado consiguieron que las admitieran como socias. Una de las primeras fue la gran dama del teatro y el cine Judy Dench, personalidad muy respetada por los británicos. Era uno de los pocos gentlemen's club que seguían negando la entrada a mujeres. Parece mentira señores, un poco de por favor! 

Se me olvidaba decir que, como los salones del Círculo de Ibla son tan resultones, se han rodado allí algunas escenas para el cine y la televisión. Entre ellas, las de la serie El Comisario Montalbano. Los libros originales se encuentran en todos los escaparates, y hay rutas específicas que recorren las localizaciones del rodaje. Sicilia ha encontrado en este personaje y sus andanzas una atracción más, un nuevo filón que añadir a los que ya tiene en abundancia para atraer al turismo-.

- Una de las paradas intermedias entre Ragusa y Gela es Donnafugata. Así se llama, en la novela El Gatopardo, la localidad donde veranean el príncipe de Salina y su familia. En la película de Visconti hacen el penoso viaje en coche de caballos, en el verano siciliano, desde las afueras de Palermo hasta los montes del interior, más frescos y menos húmedos. Y cuando llegan, lo que vemos en pantalla es un pueblo polvoriento rodeado de secarrales y de laderas pedregosas. En la Sicilia no novelesca que he visto desde el tren esta mañana, Donnafugata resulta ser un lugar que, al menos en invierno, es casi tan verde como Irlanda, con sus vacas y sus colinas con parcelas delimitadas por muretes de piedra. Leo que su castillo medieval es famoso. Pero no es el mismo que aparece en la película, Visconti debió de escoger otra localización más acorde con la historia.

- Aclaro por qué he bautizado a mi sufrida maleta como Doña Resilia. La pobre aguanta estoicamente, sin romperse, que la arrastre por las peores aceras y por todos los terrizos y pedregales de Europa. Lo que han pasado esas cuatro rueditas sin quebrarse, sólo ellas lo saben y para ellas se queda. Si eso no es resiliencia, entonces que venga un psicólogo colegiado y me dé otra definición. Hasta que los libros de autoayuda pongan de moda la siguiente palabreja, con Doña Resilia se queda. Y a mucha honra. 



No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...