10.1.25

Notas sobre Caltassinetta:

Llego cuando ya ha anochecido, y mi tren sale muy temprano al día siguiente, así que no me recreo en pasear sino en instalarme y descansar. 

- Estoy alojada en el primer piso de una pensión, en un edificio antiguo. Por suerte, hay ascensor y no tengo que aupar a Doña Resilia, que pesa lo suyo, por la escalera de la muerte. Se trata de un modelo de ascensor que más bien parece un montacargas, con una puerta con goznes que se cierra a la manera tradicional. Aprieto el botón de la primera planta: no nos movemos. Lo aprieto de nuevo: nada. Insisto, dejando el dedo apretado unos segundos por si no hace contacto, y damos un saltito... Mantengo el dedo apretado, y por fin nos movemos... pero si lo retiro, nos paramos. Nunca había estado en un ascensor así. Y ahora que lo he pillado, a subir! Muy despacito, por cierto, pero ascendemos. Llegamos a la altura de la puerta del primero. Cuando me parece que hemos alcanzado el nivel, retiro el dedo. Pero la puerta no se abre. Sigue a esto un toqueteo que nos sube centímetro a centímetro, hasta que el suelo del ascensor alcanza el punto EXACTO que nos nivela con el piso, y entonces POR FIN podemos abrir la puerta. He invertido en toda la operación mucho más tiempo que si hubiera subido por la escalera. 

- Dos bellas iglesias a ambos lados de una fuente monumental en la plaza principal, pero yo lo que busco es algo para cenar. Huyendo de la pasta y sucedáneos, nunca pierdo la esperanza de encontrar algo ligero, y siempre quedo decepcionada. Busco un supermercado o al menos un colmado, pero lo único que encuentro por el centro son pequeñas tiendas de y para asiáticos, donde la mayoría de envases son de la marca Ali Baba y cuyo contenido es para mí un misterio sin resolver. Soy la atracción del local, los barbudos del interior no me quitan ojo. Les compro plátanos, y al final tengo que recurrir a la consabida focaccia (y van...) en una cafetería cercana. Suspiro.

- Las luces de Navidad, por algún motivo que no alcanzo a comprender, siguen todas encendidas, en esta y en todas las ciudades que voy visitando. Será que se han quedado con ganas de más? 

- Como en toda Italia, hay muchos pequeños altares en las fachadas (me he enterado de que se llaman edicola votiva). Pero aquí los adornan con guirnaldas de vegetación, trufadas de naranjas y también de higos chumbos. Es cierto que hay muchas plantaciones de chumberas, y en las casas abandonadas, la azotea aparece coronada por ellas.

Algunas de estas edicolas votivas tienen una lápida que dice que al que se pare a rezarle al santo, se le dan 100 días de indulgencia. Me imagino a los grandes pecadores de tiempos pasados rezando por las esquinas, de santo en santo, para ir sumando días con los que obtener un reservorio de indulgencias que les permitieran... seguir pecando, naturalmente, pero sin condenarse.

Notas sobre Agrigento:

- El viaje hasta aquí, atravesando un paisaje de verdes colinas, incluye dos transbordos de una hora cada uno. El primero, en la estación de Ragusa Xirbi, donde en una pradera cercana oigo los cencerros de las vacas, y hasta me llega el olor de sus boñigas. Por los andenes se pasean a su aire dos grandes perros, creo que labradores (no entiendo nada de perros). Se me arriman porque estoy comiendo cacahuetes, se tumban al sol, cruzan las vías justo cuando la megafonía advierte que eso a los gentili passeggeri les está vietato. Son las mascotas de una autocaravana muy deteriorada que está aparcada cerca. El personal ferroviario les tolera de más o menos buen grado, por la fuerza de la costumbre. Esto tiene una historia detrás que me gustaría averiguar, pero llega mi tren.

En la estación de Termini Imerese, donde también espero una hora, tengo el privilegio de contemplar, en un día despejado, toda la ciudad y una panorámica de su bahía hasta el cabo que la delimita, todo esto desde el andén. Leo que su puerto es muy importante. Estoy a sólo 30 kilómetros de Palermo, pero debo retroceder para visitar el Valle de los Templos en Agrigento. En un par de días volveré a pasar por aquí, camino de la capital. Cosas del trazado. 

Y por fin llego a Agrigento, donde todo está en cuesta y donde cada calle tiene su escalinata. Doña Resilia y yo buscamos dar un rodeo a ver si podemos esquivar los escalones, pero no hay forma... callejear aquí es ejercitar las rodillas y sudar la camiseta. Subo a pulso mi maleta pues, y a media escalinata está mi Bed & Breakfast. 

Ya instalada, salgo a tomar contacto con estas aceras y sus peldaños, esquivando la consabida calle comercial. Hay un belvedere poco lucido en lo que a urbanismo se refiere, pero con una vista excepcional del valle, los montes y el mar. El Valle de los Templos, que lleva ahí más de dos milenios, está en algún lugar entre la calima. Mañana lo visitaré.

Durante largo rato creo estar viendo la cara B de Agrigento, porque todo lo que observo está desconchado, descuidado, como a medio construir o más bien derruir, con basuras y excrementos por el suelo. Luego me empiezo a topar con monumentos, y me doy cuenta de que no, que estoy viendo la cara A de esta ciudad deslucida y desgastada, elegida Capital Cultural Italiana de 2025, como proclaman triunfalmente los carteles.

La razón de ser del nombramiento radica en su patrimonio cultural. Aparte de las luminarias de la antigüedad, la principal gloria local es el escritor Luigi Pirandello, autor del teatro del absurdo y nacido aquí. Pero parece que muchos más escritores tuvieron residencia en las inmediaciones y se inspiraron en estos paisajes: Giuseppe Tomasi di Lampedusa, y otros que me son desconocidos como Leonardo Sciascia, Andrea Camilleri, Antonio Russello... Apunto mentalmente que debo consultarlos, sabiendo que nunca lo haré. 

- Leo que el nombre de Agrigento es una reminiscencia facista, porque se lo puso Musolini en su campaña de los años veinte, cuando quiso italianizar todos los toponímicos. Pero recientemente el caco histórico ha sido rebautizado como Girgenti, su nombre siciliano original (si exceptuamos que el nombre que le dieron los griegos era Akragas, nada que ver). Esto de los nombres es siempre motivo de polémicas que con el tiempo regresan al punto de partida.

Qué empeño inútil el de los humanos de clasificarlo todo con cartelitos para quedarnos más tranquilos habiendo encontrado una explicación al sinsentido... cuando la naturaleza que nos rodea en realidad no puede ser más indiferente a nuestros anhelos y nuestras intenciones. Macbeth podría acertar de lleno cuando dice: La vida es un cuento/contado por un idiota/lleno de ruido y de furia/que no significa nada. 

- Empiezo a buscar la catedral de San Calogero, pero la tienen tan bien escondida que no la encuentro, y Miss Google tampoco encuentra cobertura entre tanto recoveco y escalinatas que suben y bajan. Al final pierdo la paciencia y prefiero meterme en uno y otro cortile, o patio, que me resultan muy curiosos como lugar bohemio donde pasar un rato, pero donde creo que sería incapaz de vivir. Son pequeños espacios comunes entre edificios, dispuestos de forma desordenada. No son oscuros, pero tampoco son muy amplios. Como pequeños mundos interiores compartidos. Intimidad cero. 

Necesito un café, porque quiero bajar a la playa pero con el madrugón que arrastro estoy que me caigo. Me cuesta mucho encontrar algo abierto, y aún no han dado las dos de la tarde. La siesta aquí empieza pronto, y lo paraliza todo. Al final me lo tomo en un bar del Purgatorio, que es como se llama la plaza. Pensaba que el purgatorio estaba clausurado... pero luego recuerdo que es al limbo al que le echaron el cerrojo, dos papas más atrás del actual. Así que el purgatorio sigue abierto, y yo he entrado allí  a por café, incauta de mí. Quizá debería salir rezando para alcanzar indulgencias... o mejor, pagando la cuenta. 

Anecdotario: 

- Cojo un autobús a las playas de San Leone (es como una pedanía costera) porque ya está atardeciendo y quiero ver el tramonto en la orilla. Llego justo a tiempo, y soy recompensada con un nuberío rosado que se refleja en las olas y que es toda una mágica manifestación de optimismo cósmico.  

Lo malo es que el autobús de vuelta a Agrigento tarda un buen rato en pasar, cuando ya ha oscurecido. La parada está bien iluminada y en el casco urbano de Villaggio Mosè, frente a un chiringuito un poco pijo. Esperamos dos chicos árabes y yo. Uno de ellos está sobreactuado, hablando por videollamada, y se empeña en que yo salude y en hacerse selfies conmigo. Su amigo me pide disculpas y le intenta calmar, le llama al orden y me hace signos de que no está bien de la cabeza, y de que le siga la corriente. Al fin llega el autobús y subimos los tres, sin más consecuencias. Bueno, sí: en algún lugar del ciberespacio flota una foto mía acompañada de un desconocido que hace el signo que los surferos llaman "shaka" (el pulgar y el meñique extendidos con el puño cerrado). En fin. 


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