24.1.25

Me he estado reservando para visitar Piran, a la espera de que mejorara el tiempo en el golfo que lleva su nombre. Así que en el primer día sin lluvias de la semana, he sacado billetes de autobús para hacer el trayecto de dos horas hasta allí. Esta vez no he recurrido al tren porque en las mismas dos horas sólo me acercaba hasta el centro de Koren, y desde allí tenía que llegar a las afueras, donde está la estación de autobús, para completar la media hora restante hasta Piran. De este modo he ganado media hora y he ido más despreocupada. Además, me gusta viajar en autobús de vez en cuando porque va atravesando las poblaciones y recogiendo gente en cada casco urbano, con paradas frecuentes. Es un tipo de viaje que permite observar las cosas sobre el terreno, porque los que bajan y suben dan una idea bastante aproximada de cómo es la población tipo de cada lugar, de su aspecto y su comportamiento se pueden sacar algunas conclusiones de su día a día. Creo que la gente que no coge nunca el autobús se pierde una gran oportunidad de conocer a sus conciudadanos. 

El autobús de línea, una vez alcanzada la costa adriática, pasa por una serie de pueblos para veraneantes que me recuerdan, no sé por qué, a Estoril. El más bonito es Izola, un Piran en pequeñito rodeado de encantadoras villas y colinas muy verdes con olivos y naranjos, porque por algo estamos cerca de la frontera italiana.

Desde que llegué, todo el mundo me recomienda que no deje de ir a Piran. Confieso que casi no conocía este país antes de venir, y desde luego jamás había oído hablar de esta ciudad. Pero al consultar datos me pareció que prometía, y desde luego no sólo no me ha defraudado sino que vuelvo entusiasmada. Es uno de esos sitios mágicos donde no sobra ni falta nada porque todo es bello y armonioso. 

Parte de esa belleza proviene de que Piran es una pequeña Venecia situada, como un espejo en miniatura, frente a la auténtica y fetén. Leo que en la Edad Media los habitantes de Istria, buscando librarse de sus señores feudales, pidieron ayuda a la República de Venecia, y así comenzó la influencia veneciana que convirtió a esta antigua colonia romana en un duplicado de la Serenísima. Por eso está ciudad no tiene nada que ver con las del interior de Eslovenia. 

Todo en la península que ocupa Piran me gusta: 

• Que se habla italiano y vuelvo a entender a la gente. 

• El faro (si me convirtiera en farera en una siguiente reencarnación, sin duda pediría trabajar en este faro sobre el Adriático).

• La plaza Tartini, donde hay edificios preciosos de distintos estilos y una estatua dedicada a la gloria local Giuseppe Tartini, famoso violinista del siglo XIII del que nunca hasta hoy había oído hablar. Hay en esta plaza un edificio precioso del gótico veneciano.

• El campanile de la iglesia de San Giorgio asomándose sobre los tejados. 

El pequeño puerto. Hay una foto antigua donde de ve que lo que hoy día es la plaza Tartini era también puerto, así que sus casas se reflejaban en el agua. Un puente de piedra unía el puerto de la plaza con el puerto fuera de ella, como si de un canal se tratara, incrementando la sensación de espejismo veneciano. 

• La Plaza del Primero de Mayo. No sólo es preciosa, sino que es un ejemplo de cómo la escasez aviva el ingenio. Parece que tras una época de sequía, construyeron bajo esta plaza un depósito de agua de lluvia, del que en superficie se ven dos pozos. Como en siglos pasados todo era más decorativo que funcional, hay varias estatuas de piedra muy bonitas que cumplen cometidos distintos. Dos deidades que representan la Justicia y la Ley vela por el buen reparto de agua acumulada a ambos lados de la escalinata que da acceso a lid pozos. Y dos querubines en la parte posterior sujetan unos cántaros huecos: las tuberías exteriores de las casas colindantes, que recogen agua del tejado cuando llueve, pasan a través del hueco de esos cántaros, para desaguar dentro del depósito. Los ciudadanos podían recoger agua manipulando una fuente con tirador que hay en una esquina. 

• La subida a la muralla, o la subida a la catedral de San Giorgio, ofrecen una perspectiva magnífica de la pequeña península donde se adie ta Piran. Ya sólo por eso merece la pena arriesgarse a desandar lo andado luego bajando por escalones de piedra irregulares y resbalosos.

Me permito el lujo de saborear cada calle y subir y bajar cada cuesta con calma y sin prisas, ya que al ser temporada baja la frecuencia del transporte público es mucho menor, y tenfo que pasar cinco horas en Piran. Hago parte de un sendero que bordea el acantilado,  donde me cruzo con muchos vecinos que cortan camino por aquí para ir al pueblo de al lado. Mientras se pone el sol espero el autobús de vuelta junto al muelle, viendo las evoluciones de un velero que costea dando vueltas (creo que no tiene ninguna gana de volver a casa a cenar). Todo el camino de vuelta es de noche. Me gustaría no tener que ir por la carretera sin luz diurna pero en el fondo no me importa, Piran lo merece. 



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