Pero tengo que decir que Zagreb me parece, desde el momento en que me bajé del tren, una ciudad de arquitectura extraordinaria que tiene muchas bellezas que mostrar, pero que también está muy deteriorada y bastante sucia. Mucha gente que me voy cruzando por la calle tiene una expresión severa y va mal vestida (no me refiero al mal gusto, sino a la poca calidad de las prendas) y he visto muchos ancianos rebuscando en los contenedores de basura con ayuda de un palo extensible. Las fachadas están muy ennegrecidas y desconchadas (cuando están remozadas y pintadas son una preciosidad). Las instalaciones de los edificios en los que entro, y otras que se ven desde la calle, están obsoletas y adolecen de falta de mantenimiento. Los comercios y restaurantes están bastante vacíos, no así los cafés. Algunas personas mayores con las que me cruzo me miran con hostilidad (mi aspecto va proclamando que soy una turista) y en general la actitud de los dependientes es correcta, pero carente de cordialidad. Las normas de tráfico, y de cortesía en general, a veces no se respetan. La sensación que percibo es que aquí se está pasando una mala racha desde hace mucho tiempo, y que se necesitan fondos y también alegría de vivir. Es muy difícil gozar de la vida cuando no nos va bien, pero en muchos lugares se utiliza el sentido del humor como un recurso más para salir adelante. No observo ni rastro de eso por aquí. Pero como he dicho al principio, qué sabré yo al respecto. Creo que sé pulsar el ambiente de las calles, pero también puedo llevarme una impresión equivocada.
Según parece, la costa de Croacia tiene un talante más mediterráneo y desenfadado, sobre todo en las zonas turísticas, y el interior es más parco en sus manifestaciones. Será eso.
Notas:
- En el año 2020, Zagreb fue castigada por un terremoto con sus correspondientes réplicas, en plena pandemia. Por si fuera poco, meses después descargó una tormenta desproporcionada que provocó inundaciones gravísimas, y a finales de año hubo otro terremoto. El país está atravesando una crisis económica y política que ralentizan la recuperación de tales catástrofes, cuyos daños son aún muy visibles en la capital. Y luego están las consecuencias de la guerra, que aquí fue muy cruenta.
Leo que los croatas se consideran el último territorio de Europa occidental antes de entrar en los países del Este, y que no les gusta que les identifiquen como pertenecientes a los Balcanes. Sus duras disputas territoriales y étnicas tras la guerra con sus vecinos han dejado unas cicatrices que no han cerrado del todo. Y las malas perspectivas económicas han alentado aún más un repunte del nacionalismo excluyente. La mayoría de la población es católica, con una minoría ortodoxa. Los valores que predominan son los tradicionales.
- En la frontera, bajo del tren esloveno para cambiar, un poco más adelante en el mismo andén, al tren croata que nos está esperando para proseguir su marcha. Aúpo como puedo a Doña Resilia por el hueco de una puerta muy estrecha, y entro en un coche-cama que me transporta a mi infancia. Es un vetusto vagón de hace varias décadas, y la mugre también parece de la época. El olor que desprenden los retretes es tremendo. Arrastro a Doña Resilia por el estrecho pasillo, bajo la mirada de los pasajeros, que están aburridos y necesitan evadirse tras una noche de traqueteo. Pero los vagones sucesivos son más de lo mismo, y encima están unidos por una pasarela a la antigua donde veo correr las vías bajo mis pies.
Intento entrar en un compartimento vacío, pero tiene la llave echada. Escojo uno que tiene un solo ocupante, porque la Resilia es mucha Resilia: pesa demasiado para alzarla en volandas, y abulta tanto que ocupa una plaza para ella sola. Saludo, y el chico que esta dentro ni responde ni me mira. La puerta corredera se cierra, y quedo atrapada dentro, respirando un aroma que calificaré como poco grato, y mejor no entro en detalles. En sólo media hora (menos mal) llegamos a Zagreb, y veo que la estación parece una prolongación, en lo añejo de las instalaciones y en la falta de higiene, del tren del que me acabo de bajar (hay estacionados otros trenes modernos estupendos, pero me ha tocado la reliquia). Cuando salgo a la enorme plaza monumental frente a la estación y puedo contemplarla desde lejos, veo que es un edificio espléndido, muy bonito. Qué lástima, pienso. Aún no sé que voy a decir lo mismo muchas otras veces en Zagreb.
- Continuaré cuando tenga oportunidad.
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