Esta noche he conseguido dormir ocho horas. Mi cerebro no está acostumbrado a estos lujos, y los efectos ya se hacen notar: estoy totalmente desorientada, como una paloma borracha. Me espera un día lleno de desafíos: ya he reservado los billetes de tren en sentido contrario dos veces seguidas, me he dejado el cargador en el hostal (siempre recargo dentro del vagón) y me he perdido camino de la estación. Un trayecto recto de diez minutos que hago todas las mañanas, mezclada entre los estudiantes que se apresuran para no llegar tarde a sus primeras clases y los trabajadores de todo tipo que no tienen tanta prisa, porque van a su rutinario puesto de trabajo.
Hoy, cuando las previsiones de lluvia se han cumplido y cae un calabobos (más bien un cala-tontorroncillos), mi destino es Celje, ciudad interesante por su pasado vinculado a una numerosa y controvertida comunidad alemana. Mañana prometen un día con nubes y claros, y tengo programado acercarme en tren a Koper, para desde allí llegar en autobús al famoso enclave costero de Pirán. Salvo en mi primer día, cuando sufrí retrasos, la verdad es que los trenes y autobuses están funcionando bien y las combinaciones no me fallan.
Ayer estuve en Maribor, la segunda ciudad en importancia de Eslovenia. Desgraciadamente allí me esperaban espesos bancos de niebla que invadieron las calles a las tres horas de llegar, y me tuve que marchar sin subir a su famoso montículo de Piramida, desde donde se ve toda la ciudad y sus antiquísimos viñedos (hay una viña de 400 años que aún sigue dando vino.... menudo colocón). Pero el trayecto mereció la pena porque las vías siguen el cauce de un río (creo que el Drava) entre montañas, y de fondo se ven los Alpes Julianos. Muchas granjas y bellos pueblecitos, con alguna que otra fábrica con enormes torres cilíndricas que no sé qué producen, pero que desde luego rompen el hechizo pastoril.
Maribor en sí es un lugar que contiene más dosis de realidad que Ljubljana, en el sentido de que no es tan requetebonitay tiene sus rincones descuidadillos, lo que le aporta sin duda mayor personalidad. Me da tiempo a explorar la ciudad antes de que la niebla me sabotee. Tiene un castillo medieval y una gran plaza renacentista bastante impresionante con una columna de la peste, tan característica de Centroeuropa.
Su río se llama Drava, y está rodeada de viñedos. Antiguamente por este río se deslizaban los troncos talados de los pinos para trasladarlos corriente abajo, y así se transportaba la madera de una ciudad a otra. Los gancheros que se dedicaban a este oficio, ya desaparecido, están magistralmente retratados por José Luis Sampedro en su libro El río que nos lleva, y lo que hacían en el Tajo era lo mismo que aquí en el Davra, solo qué aquí la industria maderera, con tantos bosques, era tan potente que terminaron construyendo al efecto grandes balsas llamadas sajka. En Maribor se conserva un enclave en la orilla que les servía de puerto, junto a una torre medieval cilíndrica llamada Torre de la Justicia (no he conseguido averiguar el motivo).
Desde lo alto de un montículo, junto a las ruinas de su castillo, en un punto llamado Piramida, hay unas vistas de toda la ciudad. Me proponía subir, pero la espesa niebla me ahorró el esfuerzo.
Anecdotario:
- El tren de ida hacia Maribor sale muy temprano, y mi vagón lo llena en seguida un grupo muy numeroso de personas de todas las edades, que charlan en voz alta y hasta se echan unas risas digamos que poco discretas, cosa rara aquí por lo que venido observando estos días. Por la vestimenta no me parecen excursionistas, y como no entiendo una palabra de sus conversaciones empiezo a elucubrar: Será un grupo de un centro cultural, o de una asociación vecinal, incluso de una parroquia? Irán a alguna peregrinación, o se dirigen a una conferencia? Han acumulado las maletas en los asientos contiguos al mío. Las señoras se han agrupado al fondo del vagón y sus voces se hacen notar. La mayoría de hombres están a mi alrededor, en grupitos, dándose bromas amistosas que celebran con grandes risotadas. Es un comportamiento tan espontáneo que transmite optimismo, y me sorprendo sonriendo como una tonta.
Al poco, empiezan a abrir una lata de lager detrás de otra. Miro el reloj: son sólo las 8:50 de la mañana! Pero beben algo más, porque un aroma delicioso, como de sidra reconcentrada, invade todo el vagón. Me dedico a mirar por la ventana hasta que uno de ellos, botella etiquetada en mano, me ofrece un chupito del bebedizo en cuestión. Muy educada y muy digna se lo rechazo en plan thanks but no, thanks. Le digo que ya he desayunado. Por eso, repone, esto es para digerir el desayuno, se llama *** (imposible recordar el nombre). Es un Schnapps? pregunto. Algo así pero no alemán sino esloveno, me insiste, sirviendo un culín en un vasito de plástico. Cedo para no parecer antipática, y se me sienta al lado junto con otro compañero. Un sorbito después, aprendo dos cosas: Una, que sus estómagos son más fuertes que el mío porque esto es prácticamente alcohol de quemar. Dos, que son muy simpáticos y parecen muy sanotes. No sé si lo seguirán pareciendo a las cinco de la tarde, chupito a chupito y cerveza a cerveza. A la noche no creo que lleguen conscientes.
Charlamos. Son una peña que sigue a un equipo de balonmano, y se dirigen a una ciudad que no recuerdo cual es para pasar allí dos días, el previo al partido y el decisivo, porque si ganan se llevan la copa del campeonato de no sé qué cosa que les hace mucha ilusión. Les digo que estoy segura de que van a ganar, porque con ese entusiasmo contagioso el público ayuda a marcar goles. Me preguntan de dónde soy. Uno de ellos conoce Mallorca porque pasó allí su luna de miel hace veinticinco años. El otro me dice que le encantaría viajar a Madrid, pero que le da mucho miedo el avión. Le aconsejo que antes del vuelo tome un tranquilizante... o unas copas de la bebida que tiene en la mano. Ya he probado todas las combinaciones, responde muy sincero, pero nada funciona. Estamos en plena celebración de la amistad cuando llega la parada en la que me tengo que bajar para hacer transbordo. Menos mal, porque con el trasiego que le dan a la botella hubiera terminado con el mismo nivel de optimismo que ellos...
Notas:
- En los campos eslovenos abundan unos aparejos de madera, consistentes en unas vallas (similares a las espalderas de un gimnasio) protegidas por un tejadillo a dos aguas. He consultado a Miss Google, y resulta que antes se utilizaban para secar la paja al aire sin que se mojara, pero ya están en desuso porque ahora se almacena en balas envueltas en un plástico especial.
- También averiguo gracias a Miss Google lo que son unas cabañas de madera que contienen muchos cajones de distintos colores. Parece que son colmenas. Los apicultores eslovenos manipulan los panales desde dentro de la cabaña. Las abejas entran en los cajones solamente desde el exterior. La tradición de decorar los panales de miel con colores y con dibujos parece que es muy antigua. La miel eslovena se vende como una auténtica exquisitez.
- Al volver a Ljubljana, cruzo el puente de los dragones para ir al supermercado que tengo en la orilla de enfrente. Es un Spar, mucho más sofisticado que los que la cadena tiene en España. Lo atribuyo a que en la zona hay varias embajadas, en concreto la de Países Bajos está en el mismo edificio. Pero luego me doy cuenta de que en otras ciudades eslovenas que visito, los Spar son iguales a este. Tienen comida preparada para llevar, lo que me soluciona la cena porque en el hostal no tengo cocina, sólo una tea station y un mini frigo. Menciono el supermercado porque cuando debo comprar cualquier artículo envasado, me veo obligada a hacerle fotos a la etiqueta para que Miss Google Translate pueda traducirme cuál es su contenido a través de la imagen. En este país el etiquetado es monolingüe. Así que en esta tienda en concreto, que visito todas las tardes, ya lo he fotografiado casi todo, porque no puedo arriesgarme a comprar un detergente de la ropa que en realidad sea un antical del lavavajillas. Algunos empleados me miran, pero no me dicen nada. Estos guiris... deben pensar (en esloveno, claro).
- Como curiosidad, anoto que aquí se venden "churrosi" y "chorizo bagueta". Hay restaurantes vegetarianos y de cocina internacional. Las especialidades locales no me atrevo a probarlas porque aunque tienen muy buena pinta, temo que le sienten mal a mi colon, que es muy irritable. Abundan el gulash y los estofados, también las salchichas, los purés y los platos con varias legumbres combinadas. Todo muy contundente. Paradójicamente tras tanto quejarme de la masa en Italia, lo que encuentro más llevadero aquí son los hojaldrados de masa fina, pero no sé si son típicos o no. Afortunadamente hay mucha variedad para escoger y siempre se puede optar por un plato ligero tipo ensalada.
- Aprovechando que no llueve, doy una vuelta por Ljubljana cuando ya ha oscurecido por completo (aunque sean sólo las ocho de la tarde, parecen altas horas de la noche). Pretendo ver la ciudad iluminada y de paso pulsar el ambiente estudiantil. Es un miércoles, pero ya se sabe que cuando eres estudiante también sales entre semana porque para eso eres joven y tu cuerpo lo aguanta. El resultado de mi experimento: la ciudad luce de noche tan bella o más que de día. Y los estudiantes efectivamente están por ahí, algunos paseando y otros dentro de los bares, con unos pocos sentados en las terrazas semi vacías, arrimados a una estufa (por lo visto aquí no están prohibidas) y con una manta sobre las rodillas. Pero al poco rato todos van desapareciendo, y como por encanto a las nueve la ciudad se ha vaciado casi por completo. Tengo que repetir el experimento el viernes.
- La pista de patinaje sobre hielo funciona también de noche, sin niños pero con chavales practicando ese deporte tan limpito llamado curling. Se lían a barrer como si no hubiera un mañana frente a un aparato con un asa, para que al deslizarlo el frotamiento contra el hielo ofrezca la menor resistencia posible y llegue lo más lejos que se pueda. Todo ello a los sones de la música folklórica local, que suena como la música tirolesa pero algo más acelerada. Pienso en pasatiempos como el trainspotting o el avistamiento de aves, montar la Torre Eiffel con palillos, llevarse un detector de metales a un parque o a la playa. Cada cual se entretiene como puede, pero algunos hacen un esfuerzo extra.
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