2.2.25

Aprovecho que el día se levanta soleado y sin viento para dar un paseo por la parte de la costa adriática llamada Riviera Kvarner, la versión croata de las rivieras francesa e italiana. Son 60 kilómetros de pueblos de veraneo en la costa adriatica, a partir de Rijeka. Yo sólo ando unos 16 kilómetros, contando la ida y la vuelta, a lo largo de todas las localidades que están unidas por un mismo paseo marítimo que cuenta con dos vías peatonales, una al nivel del mar y otra un poco más alta, en la carretera. Estos pueblos son: Volosko, Opatija, Icici, Ika y Lovran. 

Un autobús urbano me acerca desde Rijeka en menos de media hora, de hecho desde cada pequeña bahía y desde cada cabo se divisan con claridad esta ciudad y su puerto. También se ven, justo enfrente, la isla de Krk y otras que no sé cómo se llaman. Toda esta zona presenta un aspecto magnífico, con cuidados hoteles Belle Époque, restaurantes de nivel, jardines elegantes que desprenden un aroma exquisito y todas las comodidades propias de los lugares a donde acude un tipo de turista de clase acomodada. Los acantilados son blancos, el mar de un azul intenso, los montes muy verdes y los pueblos tienen todos su dosis de pintoresquismo, con sus pequeños puertos de pescadores alternándose con marinas deportivas donde atracan los yates más ostentosos. Es como un escaparate de lo que puede dar de sí Croacia en belleza y esplendor, cuando las circunstancias son propicias. 

No se me escapa que, como todos los lujos, también se trata de una falacia muy bien construida y mejor interpretada. Igual que en cualquier resort de lujo de cualquier costa de cualquier mar. Pero qué lindas son las mentiras a veces, y cómo gusta fingir que nos las creemos. Yo he disfrutado como una niña viendo a un lado el mar y al otro una villa de veraneo tras otra, todas Belle Époque, todas con nombre de mujer, todas con historias de ayer y de hoy. Las cosas bonitas hay que gozarlas cuandonlas tenemos al alcance, claro que sí.

Notas:

- Encuentro aquí y allá, durante mi largo paseo, a unos personajes de tamaño natural, pintados de blanco y vestidos con ropas reales, colgados de una farola o de la baranda de un balcón, con carteles que no entiendo suspendidos del cuello. He intentado averiguar si se trata de una tradición relacionada con el carnaval, que ya empieza a calentar motores por aquí, pero no he conseguido aclarar nada. Recuerdo que mi madre me contaba que cuando era niña aún se colgaba y quemaba al "júa", un muñeco que representaba a Judas Iscariote, el traidor por excelencia, en el Domingo de Resurrección. No creo que tenga nada que ver, pero se me ocurre que a lo mejor estos muñecos croatas representan todo lo malo que se quiere quemar y dejar atrás el Miércoles de Ceniza. O bien son una forma de sátira de los males de la sociedad, tan propia de los carnavales.

Sólo sé que uno de los muñecos me ha dado un susto de muerte porque lo han vestido como a un operario de las obras que hay por las carreteras de media Croacia, y durante unos segundos he creído que se había ahorcado en plan adiós-mundo-cruel.

- Aunque me encantan las villas que voy viendo al pasar, me parece que el pueblo más bonito de toda esta zona es Ika, donde las casas son menos pretenciosas y donde todo resulta más natural, con las terrazas de su pequeño puerto repletas de familias con niños, donde las gaviotas se dan un baño en los arenales, y donde no veo ni postureo ni cursilería. 

- El Adriático en esta parte de la costa se percibe casi como un lago, con el horizonte encubierto por la cadena montañosa que abraza la bahía en forma circular, y que las islas que hay enfrente terminan de ocultar a la vista. 

- Llega un olor delicioso desde los jardines más antiguos, de los parques y las grandes arboledas. Leo que hay aquí plantadas especies de muchas partes del mundo. Me sorprende en especial ver lo frondoso y lo sano que crece el bambú.

- En Opatija hay un jardín que en tiempos fue un embarcadero donde los barqueros o "barkajoli" paseaban a los turistas en sus barcas de madera, y que ahora tiene un kiosko Belle Époque. Por detrás está el hotel Milenij, todo un palacete del XIX que fue el pionero del resto de grandes establecimientos hoteleros. Y en la orilla, sobre las rocas, hay una bonita estatua de una muchacha que está soltando una paloma para que vuele hacia el horizonte. 

- En mi último paseo por Rijeka, presencio por casualidad una danza tradicional, junto a la torre exenta inclinada medieval que hay en la Iglesia de la Asunción. Una fila de hombres bailan cogidos, pero sin llegar a tocarse porque cada uno sujeta un pico del pañuelo que comparte con el de al lado, al estilo griego. Visten casacas de uniformes antiguos y pantalones bombachos. Al finalizar cambian sus gorros croatas por otros llamados de Lika, con borla. La música es una melopea que repite el mismo motivo, sin variaciones. La danza es lenta, van dando vueltas y serpenteando en círculos que se entrecruzan. Presiden la escena un sacerdote vestido con casulla dorada y jóvenes con trajes folklóricos que portan un estandarte de San Vito, el patrón. (Sé que hay un chiste fácil que podría añadir a continuación, pero voy a resistir la tentación). No he conseguido averiguar qué se celebraba, pero sí he visto mucho respeto por parte del escaso público, donde la única extranjera era yo. 

- Anecdotario: 

Al volver desde Volosko en el autobús, me siento al lado de una señora encantadora, y charlamos. Es de un pueblo de la costa dálmata, más al sur, pero hace mucho se vino a vivir a Rijeka. Le digo que habla muy bien inglés, y rememora como, en tiempos de Tito, pasó una temporada trabajando en Inglaterra en los años sesenta, en el swinging London de los Beatles, los Stones y Carnaby Street, donde se encontró con la modernidad. Hablamos del reciente fallecimiento de Marianne Faithful, por entonces novia de Mick Jagger, y se pone muy nostálgica. Luego vuelve al presente y se queja de que a Croacia no le ha ido nada bien con el euro, de que Rijeka lleva años con las calles levantadas porque están cambiando todas las canalizaciones del agua, y de que los turistas con dinero se van hacia los hoteles de la costa, pero pasan de largo de la ciudad. Me pregunta por mis viajes en tren, y dice que le gustaría viajar así a países que no conoce, como Hungría. Le pregunto si los hablantes de las diferentes lenguas eslavas pueden entenderse entre sí, aunque sea a grandes rasgos, y me hace la lista de países a los que podría viajar sin diccionario, que no son pocos, pero todos son los de los eslavos del sur. En estas, llega su parada y nos despedimos. Se nota que ha sido muy independiente en su juventud, porque personifica aquello de que quien tuvo, retuvo. Tiene setenta años y no los aparenta en absoluto.

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