Pula, o Pola en su versión italiana, carece del encanto de Rovinj y Porec, pero tiene sus puntos de interés. Tiene un anfiteatro romano impresionante, un templo de Diana con unas columnas dóricas maravillosas y otros varios arcos, todo muy bien conservado. En la plaza principal, el ayuntamiento es un muestrario de los estilos de cada época, desde la antigüedad en adelante (está construido sobre el templo gemelo al de Diana, y sobre una basílica de los tiempos de Augusto). El foro estaba justo ahí, y al ser una espacio en pleno casco urbano, tiene su aquel ver cómo todavía se utiliza como sede administrativa y lugar de encuentro, igual que hace dos milenios. Si se hace el ejercicio mental de vestir a los ciudadanos que charlan en la plaza con túnicas y sandalias, voilà, nada ha cambiado.
Subo la colina para ver el castillo, que en realidad es una fortaleza creo que barroca construida por los venecianos. Desde allí hay una vista completa del puerto y de las poblaciones colindantes.
Luego vagabundeo a mi aire, ignorando las protestas de Miss Google, y me acerco a la zona donde, desde lejos, parece que hay un paseo marítimo bordeado de grandes hoteles decimonónicos de esos que recuerdan a la Costa Azul. Pero una vez sobre el terreno, me encuentro con que se trata de un cementerio de elefantes: el paseo marítimo está muy descuidado, y los hoteles están abandonados (uno de ellos tiene unas oficinas muy decadentes de una agencia de viajes en la planta baja). Los edificios que hay a continuación son también un testimonio del declive de una forma de vida, la del veraneo elegante de las clases acomodadas, que pasó a la historia. A la estación ni me acerco por lo degradado de la zona.
Empieza a lloviznar, y como no tengo nada más que hacer en Pula adelanto mi vuelta en el autobús gracias a la amabilidad de la taquillera, que habla con el conductor, porque el hombre no entiende el inglés.
Notas:
- Lo más interesante del Pula, en mi opinión, es el viaje por carretera hasta allí desde Rijeka, porque se va desplegando ante la vista todo un catálogo de las diferentes realidades que confirman Croacia. Primero se serpentea, en una carretera, por todas las localidades de la Riviera adriática, con sus preciosas villas de veraneo de la Belle Époque, sus grandes hoteles y sus elegantes paseos y jardines. A continuación la carretera va subiendo una cadena montañosa y llega al valle del río Rasa, que tiene un delta donde hay una gran chimenea que no sé a qué industria sirve pero que resulta espantosa en un entorno tan bello. Más adelante, la ruta se adentra en una cuenca minera (del carbón), con parada en un poblado de colonización del año 1950. Siguen a esto unas pequeñas aldeas de montaña bastante humildes, hasta que vamos bajando y nos acercamos a la costa, donde los pueblos son cada vez más grandes, hasta que se convierten en todo un escaparate de un mejor nivel de vida. Curioso recorrido.
Anecdotario:
- Mi niebla cognitiva me confunde en el WC de la estación de autobuses de Pula, y me empeño en introducir las monedas para pagar los 50 cts de la canceladora... por la ranura por donde sale el cambio, con lo cual la máquina me las devuelve una y otra vez. Me pongo nerviosa y me da un sofoco menopáusico. Empiezo a quitarme las capas de ropa compulsivamente: el gorro, la bufanda, un primer plumífero, luego otro... Me vuelvo y veo a toda la sala de espera pendiente de mí. Sin duda deben de pensar que me voy a seguir desnudando allí mismo, y quizá hasta crean que me voy a mear encima. Es comprensible, no hay nada más aburrido que sentarse a esperar, y se agradece cualquier distracción por nimia que sea. Lamento no haberles podido ofrecer el espectáculo que ansiaban, porque al final caigo en el error y puedo entrar en las instalaciones sin mayor dramatismo.
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