13.2.25

En Atenas me he reencontrado con el asfalto puro y duro. Desde Milán no pisaba una gran ciudad, y echaba de menos las anchas avenidas, la riada humana, el ajetreo a todas horas, la vivacidad de los bares y comercios, los grandes edificios. Sé que es una barbaridad, pero soy urbanita y el asfalto es mi hábitat natural. Atenas no es la ciudad perfecta, tiene un tráfico endiablado y abundan las construcciones de los años 1960s, tan anodinas que me pierdo a menudo porque me cuesta distinguir unas calles de otras. Pero esa energía eléctrica que corre por las venas de sus ciudadanos sí que la tiene, y en eso se me asemeja mucho a Madrid. Los atenienses me parecen dinámicos, vitalistas, llenos de energía y expresividad. Les oigo reír a menudo. Y debo decir que a mí hasta ahora me han tratado con mucha amabilidad. Me gusta Atenas. Mucho. Además muchos atenienses me parecen atractivos, y eso siempre es un plus. 

He recorrido con entusiasmo no sólo sus monumentos, sino sus diferentes barrios y ambientes. Es llamativo cómo conviven aquí el pasado remoto con el presente más inmediato, porque me da la impresión de que en Atenas la gente domina el difícil arte de vivir el momento. Aunque los que mejor viven en esta ciudad son los gatos, dormitando tumbados al sol y alimentados por los vecinos. Ellos son los auténticos dioses, y como tales toleran los mimos de los turistas con altivez.

He leído que muchos de los viajeros que hacían el Grand Tour en siglos pasados llegaban a decepcionarse al comprobar el estado de abandono en que se encontraban los lugares donde nacieron tantas cosas gloriosas que son imprescindibles para nuestra civilización. Hoy en día esos yacimientos arqueológicos están bien preservados y acotados, y se sigue trabajando en ellos, aunque tengo que decir que en algunos de ellos la visita podría estar mejor planteada y explicada. La excepción: el Museo de la Acrópolis, que me parece inmejorable en todos los sentidos posibles, porque desde sus paredes de cristal se ve la Acrópolis justo enfrente, de modo que los restos que exhibe no se sienten lejanos del lugar donde habitaron durante tantos siglos, sino todo lo contrario. 

A lo largo de los días voy visitando lugares sagrados de la cultura universal: la Acrópolis, el Areópago, las ágoras griega y romana, la colina de las Musas, la colina de Pynx, la biblioteca de Adriano, la necrópolis de Kerameikos, el Liceo de Aristóteles, el Olimpieion... es abrumadora la cantidad de historia que contiene cada uno de ellos, y me agoto sólo pensar en tener que relatarlo aquí. Para apuntar unas pocas impresiones, prefiero recurrir sin orden ni concierto a las acostumbradas

Notas:

- En mis estudios siempre evité el griego porque bastante tenía ya con el latín. Cómo me arrepiento ahora, porque supongo que me ayudaría algo a orientarme, y no tendría que estar recurriendo continuamente a Miss Google. En el centro de Atenas casi todos hablan algo de inglés, y además hoy en día las aplicaciones del móvil te lo traducen todo por imagen, pero no ser capaz de reconocer las letras me frustra igualmente. Me he aprendido las cuatro o cinco palabritas útiles de cortesía, pero me gustaría saber más.

- En mi primer día en Atenas voy directa a la Acrópolis porque las previsiones son de lluvia a partir del día siguiente y no quiero embarrarme. Allá arriba, la ira de los dioses se desata en forma de rachas de viento y bajas temperaturas, lo que añade una dosis de tremendismo a la subida al monte sagrado. El resto de mi tiempo aquí ha sido soleado y he podido evitar el efecto techo de los paraguas, porque en Atenas sí hay bastantes rebaños de turistas del mundo entero, y si cada uno de ellos sostiene un paraguas es imposible ver el cielo.

- Vista desde la Acrópolis, Atenas se despliega como una gran mancha de leche. La mayor parte de edificios son blancos, de pocas alturas y forman una masa compacta, con muy pocas zonas verdes y escasas calles arboladas. Una lástima, porque la vegetación aquí se da de maravilla, y los parques son una preciosidad. 

- El montículo rocoso llamado del Aerópago me impresiona, porque no sabía que allí se reunía el consejo ciudadano para tomar decisiones, y hasta allí llevaron a San Pablo cuando estuvo predicando en Atenas. Parece ser que había subido hasta la Acrópolis y allí había visto una estatua con una inscripción que ponía "A un dios desconocido". El santo aprovechó para hacerles notar a los atenienses que andaban tan desorientados que no sabían ni a quien le rezaban, pero que él les iba a indicar el camino recto hacia el Dios verdadero. No puedo dejar pasar la oportunidad de recordar esa escena de La vida de Brian, donde el protagonista es tomado por un mesías bien a su pesar, y por mucho que el pobre intenta zafarse y convencer a la gente de que se trata de un malentendido, le siguen igualmente. Uno de sus perseguidores le espeta: "Yo digo que eres el mesías verdadero, y de eso entiendo porque he seguido a varios". Geniales Monty Python.  

- En el Ágora, venero el lugar donde nació la democracia. No sé si se ha convertido ya en un bonito sueño del que estamos despertando de la forma más pesadillesca, o si simplemente atraviesa por una de sus épocas, digamos, distraídas. Espero que se recupere lo más pronto posible, por su salud y la nuestra.

- Otro lugar que me deja impresionada es el Liceo de Aristóteles, del que no quedan más que unos pocos restos. Pero me pone la carne de gallina sólo de pensar que por allí mismo se paseaban los peripatéticos (los discípulos y su maestro debatían mientras caminaban). Según dicen las cartelas, Aristóteles escogía a sus alumnos más brillantes para discutir los temas más enjundiosos en el paseo matutino, y en cambio para el paseo vespertino se reservaba los temas más triviales. Sería porque al resto de alumnos les pillaba ya cansados de tanto haberle dado a la sin hueso todo el día, o porque hasta esa hora no estaban del todo espabilados? 

- También me gusta sobremanera la necrópolis de Kerameikos. Las estelas que conmemoraban a los difuntos tienen bajorrelieves. Uno de ellos me emociona, por la ternura de la escena que retrata: el difunto es un niño (o niña, porque las falditas en la antigüedad eran modelo unisex). Sus deudos le despiden muy afligidos, enjugándose las lágrimas con pañuelos. Pero en el inframundo los difuntos de la familia le reciben con mucha alegría: hay un perrito que brinca alzando las patas hasta sus rodillas, mientras una figura femenina (su abuela?) le acaricia la barbilla en señal de bienvenida. Luego llegó un decreto de las autoridades prohibiendo que las tumbas lucieran estelas tan decoradas, y desde entonces se limitaron a las inscripciones con textos. Los mandamases, siempre arruinando las vidas privadas.

- Cruzar algunas calles de Atenas es desobedecer todas las reglas, incluidas las de la razón. Algunos semáforos tienen los discos apagados, en otros siempre está en rojo para los peatones, y yo que soy de natural obediente tardo en caer en la cuenta. Por si fuera poco, media ciudad está en obras, y no parece que retirar los escombros del paso forme parte de las costumbres locales. Sí lo es en cambio el aparcar los coches encima de las aceras, como en Sicilia. A veces desearía poder teletransportarme para llegar simplemente a la esquina de enfrente. Algunas calles están verdaderamente sucias, como en un foco marginal que hay cerca de mi hotel. Otras están limpias y lucen preciosas. La mayor parte de edificios están bien mantenidos, y en el pintoresco barrio de Plaka son realmente bonitos, porque aunque datan de cuando la ciudad empezó a expandirse en torno a los foros, allí predominan las casas neoclásicas de finales del siglo XIX. En zonas de expansión posteriores, sobre todo de los 1960s, el estilo es uniforme y no tiene nada destacable.

- En Plaka, el monumento de Lisístrates, aparte de ser muy bonito, tiene el añadido de que allí había un convento de capuchinos, ya desaparecido, donde se alojaron los románticos Chateaubriand y Lord Byron. Se dice que este último escribió allí parte del Childe Harold, antes de unirse a la guerra por la  independencia de los griegos contra los otomanos, y fallecer por enfermedad en el frente.

- El arco de Adriano, un poco más adelante, me parece un prodigio de elegancia clásica engullido por el tráfico, porque la vida continúa en torno a las ruinas.

- Aunque desde el centro se vive un poco dándole la espalda, el mar Egeo siempre se ve al fondo cuando se sube a uno de los montículos de Atenas. Ingenuamente, decido dar un paseo al Pireo para ir a su encuentro, y la broma me sale por unas cuantas horas de caminata, con unas empinadas cuestas de propina al llegar. Ignoraba que el Pireo no es un barrio de Atenas, sino un municipio vecino, y que no tiene un sólo puerto, sino tres. Hasta llegar allí, paso por unos barrios muy agradables donde algunas calles están bordeadas de naranjos y olivos. El Pireo tiene el aspecto de una ciudad de veraneo, con un gran ambiente callejero que me engancha. Cuenta con dos bahías naturales que prácticamente son círculos con un orificio de salida. Me paseo por el puerto de Zea en busca del tipismo propio de un barrio de pescadores, pero lo que veo son grandes yates de lujo y terrazas muy bien montadas. Me planteo acercarme al vecino puerto de Mikrolimano, pero todo está a cuarenta minutos de distancia y mis pies se niegan a caminar más. La vuelta la hago en autobús, y espero 45 minutos a que pase. Debe de ser habitual, porque en la parada nadie se impacienta. 

- En el Museo de la Acrópolis, la planta superior está dedicada por entero al friso y los frontispicios del Partenón. Y hay un audiovisual que explica cómo fueron expoliados y a veces destruidos, bloque a bloque y lote a lote, la mayor parte de sus figuras. No sólo por Lord Elgin, sino también por los venecianos, los turcos, los franceses y el pillaje de los propios griegos. La verdad es que hierve la sangre cuando se conocen los detalles. Lord Elgin en concreto escogió lo que le vino en gana, y especuló de lo lindo con su botín una vez en sueño británico, hasta que consiguió vender lo robado a su propio gobierno, quien por cierto siglos después sigue negándose a devolverlo.

- Por las calles de Atenas me cruzo con varios sacerdotes ortodoxos paseando a sus hijos pequeños. No tenía ni idea de que se pudieran casar, pero lo consulto y descubro que en la iglesia ortodoxa un hombre casado puede ser ordenado sacerdote, aunque se le prohíbe llegar a obispo. Cuándo se atreverán a dar el paso en el Vaticano...

- Debo confesar que no me atrae especialmente la estética de las iglesias ortodoxas más antiguas de Atenas, admitiendo por supuesto el inmenso valor que tienen. Opinión personalísima y seguramente errada, pero es que no me gustan, qué le vamos a hacer.

- La embajada española en Atenas está en unos de los mejores edificios, justo al pie de la Acrópolis. Tiemblo al pensar en lo que nos cuesta a veces mantener la marca España. Al menos tiene fama de funcionar mejor que otras embajadas patrias por esos mundos. 

- Ante las dificultades logísticas de llegar en tren a todos los lugares que quiero visitar, como me gustaría, decido apuntarme a un tour organizado de varios días que recorre algunos de los lugares más conocidos del clásico circuito turístico: el estrecho de Corinto, Napflio, Micenas, Olimpia, Tripolis, Megalopolis, Ilia, Acacia, Ruin, Abtirion, Nafpactos (Lepanto), Delfos, Arachova, Levadia, Tebas. No me hace especial ilusión la idea de sumarme al rebaño, pero tengo que rendirme a la evidencia y admitir que nunca he sido la oveja negra como hubiera deseado, porque me ha faltado valor y desde siempre me he acomodado en el anodino papel de la ovejita sumisa. De modo que en el rebaño debería sentirme como en casa...

- El circuito que he escogido no incluye los monasterios de Meteora, porque eso suponía un incremento del importe a pagar, ya que había que desviar la ruta para pernoctar allí. De modo que, para economizar, me apunto desde Atenas a una excursión a Tesalia con ida y vuelta en el día, que resulta ser todo un acierto. Tras cuatro horas de carretera, llegamos al apabullante valle de Tríkala, que en Meteora es el resultado de un gran lago que se secó, y ese fenómeno dejó al descubierto enormes formaciones geológicas que son los peñascos más altos que he visto en mi vida, con paredes lisas y completamente verticales. 

Los templos suspendidos en lo alto de estas formaciones rocosas son un escenario de una enorme belleza casi irreal, que escapa por completo a mi capacidad de comprensión. Tengo mis limitaciones, y entre ellas está el no saberme poner en el lugar de los demás. En este caso, no puedo concebir cómo, porque a un monje iluminado se le ocurriera abandonar la cueva donde vivía como un ermitaño, y construirse un monasterio en todo lo alto de una peña inaccesible, la gente le siguiera ciegamente, y empezaran a construir como si no hubiera un mañana (el milenarismo, supongo), hasta llenar todo un valle con sesenta construcciones imposibles, de las que sólo quedan seis. A estos monasterios no se podía acceder más que siendo suspendidos en el vacío, atrapados dentro de una red que había que izar trabajosamente desde la cumbre, aunque en tiempos más modernos se han construido escalones (cientos de ellos), puentes y carreteras. El argumento para instalarse en todo lo alto era que así se sentían más cerca de Dios. Y digo yo: No podían conformarse con elevar solamente el espíritu y las oraciones, y dedicar todo ese esfuerzo titánico a causas más inmediatas y más útiles para la iglesia y sus fieles? Era en la Edad Media, que se caracteriza por ideaciones de este calibre, pero aún así me ha dejado asombrada la capacidad que tenemos los humanos para normalizar situaciones que objetivamente distan mucho de ser normales. Como siempre, esto no es más que mi opinión, y una vez expresada tengo que añadir que ese valle increíble es una de las cosas más impresionantes que he visto nunca. 

Anecdotario:


- Uno de los monasterios de Meteora parece dedicado a San James Bond, porque ese es el sobrenombre por el que se le conoce entre los turistas, el "monasterio de James Bond", ya que salió en una de las películas en las que Roger Moore era el agente 007. Qué pensaría de esta herejía el monje Dimitros, que fundó el primer monasterio del valle? A veces el maligno parece que gana la partida... 

- En la excursión a Meteora, el autocar parece las Naciones Unidas: hay japoneses, chinos, indios, alemanes, franceses, eslovenos, ingleses, norteamericanos, italianos, brasileños, una moldava y yo. En el almuerzo, me siento a la mesa con una chica de Texas y con la moldava, que actualmente vive en Barcelona. Ambas son chicas muy viajadas que han vivido en varios continentes. Comentamos como ya es habitual encontrarse con mujeres de todas las edades que viajan solas, y como la tendencia va en aumento sin causar asombro como en el pasado. En uno de los monasterios que visitamos, la moldava me explica que los cultos ortodoxos son muy estrictos y que, por ejemplo, durante la misa no se pueden sentar más que los ancianos, las embarazadas y los enfermos. Las mujeres deben cubrir su cabeza con un velo. Recuerdo viejas fotos de mi madre, mis tías y mis abuelas con el velo puesto, pero el Concilio Vaticano Segundo terminó con esa incómoda costumbre para los católicos. 

- Soy testigo de que las mujeres debemos cubrirnos en señal de respeto, porque en los monasterios que visitamos nos obligan a ponernos un pareo (falda, lo llaman ellos) ya que no podemos entrar con pantalones, que se consideran poco respetuosos para un lugar sagrado. Y los pantalones de los hombres no se consideran una falta de respeto, o qué? 




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