Me despido de Croacia en su perla del Adriático, como la llaman ellos. La pequeña ciudad de Dubrovnik, grandísima en influencia aristocrática y poderío marítimo, por donde pasaban todas las rutas de oriente a occidente. La Ragusa de raíces romanas, de influencia bizantina, que supo zafarse de los venecianos y librarse de los otomanos, y hasta llegó a ser su propia república. La que tras un terremoto fue repoblada por croatas y, ya conocida como Dubrovnik, fue ocupada por los franceses y quedó bajo la influencia de los austríacos, la que sufrió la amenaza de los nazis. De donde huyeron tantos italianos cuando Tito se la adjudicó, a donde acuden tantos turistas desde que también Tito construyó multitud de hoteles, con mano de obra bosnia. La ciudad mártir que bombardearon y asediaron sus vecinos serbios y montenegrinos. La ciudad Patrimonio de la Humanidad, la blanca, la bella. Si Venecia celebra sus desposorios con el mar, Dubrovnik es la amante del mar, la otra.
Hasta aquí he llegado en autobús desde Split, en un trayecto que atraviesa el valle del ancho río Neretva, con sus lagunas fluviales y su cercano delta. Son tierras inundadas de canales que están sembradas de cítricos y de higueras y otros cultivos que no sé lo que son. Pasamos dos grandes puentes, impresionantes obras de ingeniería que me provocan admiración y mucho vértigo. Y vemos unas canteras, de hecho adelantamos varios camiones cargados con enormes bloques de piedra caliza blanquísima.
Tras cuatro horas, llegamos al puerto de Dubrovnik y se bajan todos del autobús menos yo, que sigo en la creencia de que hay una parada más allá, porque no reconozco la ciudad que aparece en las postales. Resulta que esa bella estampa está un trecho más arriba, y el trío que formamos Doña Resilia, Resilita y yo trepamos por la cuesta hasta llegar a mi alojamiento, y de ahí aún tendré que ascender acantilados arriba, ya en solitario, para alcanzar la ciudad histórica amurallada. En los siguientes cuatro días voy a subir y bajar más escalones que en los tres meses desde que comencé el viaje.
Mi alojamiento está en el elegante barrio de Gruz, en las buhardillas de un enorme edificio que fue cuartel durante la dominación austriaca, y ahora es archivo estatal. Son habitaciones modernizadas, pero el edificio es de antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el Imperio Austrohúngaro convirtió el puerto de Gruz en una de sus salidas al mar. Sostengo una larga conversación con la encargada, que me dice que el caserón es neo barroco austriaco, y que resistió los bombardeos porque los austríacos son buenos constructores y hacen obras sólidas. Me informa de que en los bajos hay oficinas, luego está el archivo histórico, y que en las buhardillas viven muchos investigadores, pero que también las destinan a turistas en las vacaciones.
Estos días son las fiestas patronales de San Blas y todos libran, por lo que me advierte de que la casa se queda vacía este fin de semana. Le pregunto si hay fantasmas y niega riendo. Pero afortunadamente no estoy sola del todo, porque al día siguiente veo a otra chica en la habitación frente a la mía. Resulta ser una archivera que se ha quedado a estudiar porque tiene un examen el lunes a primera hora. Me la encuentro todas las mañanas sentada en los escalones, mirando el móvil y tomando café. Así me da menos miedo volver por las tardes, ya a oscuras, a esta cosa tremenda de edificio al que se accede desde un párking por la fachada trasera y subiendo en penumbra unos complicados tramos de escaleras externas, hasta un estrecho puente elevado a la altura de las buhardillas. Me recuerda a la película muda El séptimo cielo, donde los amantes pasaban de una buhardilla a otra de París haciendo equilibrios sobre un tablón. Pero sin la parte folletinesca, bien entendu.
Durante mis cuatro días de estancia, me da tiempo a explorar, no sólo todos los rincones y callejuelas del casco histórico de Dubrovnik, sino a darme bonitos paseos por los alrededores. El patrimonio de esta ciudad extraordinaria no me corresponde describirlo, ni estoy a la altura de semejante tarea. Los detalles que me han llamado la atención, y que no tiene gran interés salvo para mí, los resumo en estas
Notas:
- La cuesta desde el archivo donde me alojo hasta la ciudad antigua me resulta un paseo muy agradable. Por un lado bordea los acantilados sobre el Adriático, siempre azul intenso. Por el otro lado, paso por muchas antiguas mansiones de caliza blanquísima, y sus jardines de pinos y frutales, con pérgolas sostenidas por finas columnas de la misma piedra. A veces sólo quedan las columnas desnudas, sin travesaños pero con bellos capiteles. El contraste azul-blanco-verde no puede ser más hermoso, tanto si está nublado como si hace sol.
- En todas las laderas que rodean a Dubrovnik y su archipiélago abundan los cipreses. Leo que según la creencia popular, era costumbre que cada hombre que se hacía a la mar debía plantar cien árboles, y claro, a ese ritmo el stock de pinos debió de agotarse en los viveros... sea cual sea el motivo real, los cipreses hermosean un paisaje ya de por sí inmejorable.
- Me cruzo con muchos religiosos de ambos sexos y de varias congregaciones. Hay una capilla de la Adoración Nocturna y un monasterio a mitad de camino. No sé si influye que estamos a poca distancia de Medugorje, cruzando la frontera Bosnia. Muchos de los pueblecitos de interior que he visto desde el autobús contaban con hoteles para los peregrinos que acuden allí.
- Tengo la fortuna de no ir andando entre rebaños de turistas por las estrechas calles del casco histórico de Dubrovnik, que es la gran ventaja de viajar en temporada baja. Pero aún así hay bastantes croatas que, por ser fin de semana y además las fiestas patronales de San Blas, han acudido a comer en familia y a darse una vuelta. Muchas de estas personas van bien vestidas y se adivina que tiene un buen nivel de vida, porque los precios en la ciudad vieja son estratosféricos.
Lo que no deja de asombrarme es que, después de haberse desplazado hasta aquí, se sientan en las terrazas y caminan con la vista clavada en la pantalla del móvil. No comprendo cómo no dedicas la mayor parte del tiempo a mirar lo que tienes delante cuando lo que te rodea es un regalo para la vista. Estoy mayor y empiezo a no entender lo que me rodea, lo sé. Pero me recuerda cuando Gulliver llega al reino de Liliput, y los pequeños liliputienses se dan cuenta de que ese gigante extranjero se deja gobernar por una máquina que es mucho más pequeña que él, que es su reloj de bolsillo. Se asombran cuando Gulliver les cuenta que no hace nada sin consultar su reloj, que gobierna cada momento de su vida. Y llegan a la conclusión de que el gigantón obedece a un dios muy canijo. Jonathan Swift en el siglo XVIII ya nos estaba describiendo los smartphones del XXI.
- Voy en un pequeño ferry hasta la isla de Lukrum, parque natural que alberga las ruinas de un monasterio y un fuerte. Hay además un jardín botánico y un museo sobre el rodaje de la serie Juego de Tronos, que tantos turistas ha atraído a estas tierras (Croacia se ha convertido en un plató por su versatilidad: en la pantalla la hacen pasar por Rusia, Austria, Italia, Francia, Marruecos, Israel... y siempre cuela).
Pero lo que más abunda en Lokrum son las calas rocosas de aguas transparentes, las pinedas y los pavos reales, que se pasean a sus anchas por toda la isla y que están tan acostumbrados a los turistas que casi se comportan como mascotas. En vano espero con la cámara encendida a que uno de ellos se digne desplegar su abanico para aparearse. No tengo suerte porque aunque persiguen a las pavas, estas se muestran esquivas, son chicas muy empoderadas y no hay tema con ellas.
Una señora mayor sí que causa expectación entre machos y hembras, y nada más verla los pavos la siguen como al flautista de Hammelin. Saben que les trae comida en una bolsa de asas. Ha venido en el mismo ferry y ha pagado su pasaje con una tarjeta que supongo es de residente. Al llegar al puerto ha intercambiado unas palabras con las encargadas del parque, por lo que deduzco que no sólo tiene permiso, sino que hace esta excursión a menudo. La verdad es que los gatos y las palomas ya están muy vistos y hay que diversificarse...
En Lukrum me encuentro con un letrero que pone "Playa nudista" y me acerco a curiosear. Es, como casi toda esta costa, una pequeña explanada de rocas más o menos lisas, sin arena. Me imagino cómo debe escocer en verano el roce de la piedra recalentada en salva sea la parte. Un nudista aquí es un osado al que sostienen sus firmes convicciones y una buena pomada reparadora.
- Tengo la gran fortuna de coincidir con el final de las fiestas patronales de Dubrovnik. Siempre me ha gustado observar las tradiciones callejeras. Las de aquí incluyen una procesión que ya se celebró, y el programa del domingo consiste en un voltear de campanas (con estruendo) y un ondear de banderas escoltadas por una banda uniformada, que se esfuerza en hacerse oír (sin estruendo) por encima de las salvas de honor (con estruendo).
Todo retumba. Al principio creo que son cañonazos, pero luego compruebo en el puerto antiguo que las salvas salen de los trabucos de unos arcabuceros, vestidos como en el renacimiento. Cargan sus armas de época con pólvora real, que apelmazan con una baqueta antes de disparar al suelo. Las fuerzas vivas, señores de negro ensombrerados, esperan a los abanderados en la escalinata de la iglesia de San Blas. Allí el eclesiástico de mayor rango, con casulla dorada, se embarca en una perorata inacabable, tras la cual hay un minuto de silencio que no todo el mundo respeta porque la mayoría pasa de largo sin detenerse, helado en mano. Observo que hay muy poco público local interesado en esta ceremonia patriótica, y que los turistas extranjeros que nos paramos a curiosear suplimos ese vacío.
El día anterior ocurrió lo mismo pese a ser el programa mucho más entretenido, porque unos grupos folklóricos bailaron unas danzas con distintos trajes regionales muy vistosos. La música que tocaban tenía un deje levemente griego. Yo esperaba oír algo tipo Goran Bregovic, pero luego recordé que él tira más bien hacia la música de fusión, que no deja de ser un invento contemporáneo. Y que además es bosnio, no croata. En todo caso, la música que bailaron por San Blas en la calle Stradun era muy alegre y animada. Nadie del público local se arrancó a bailar, pero algunos mayores tararearon las letras entre dientes.
- Recorro la muralla en dos días sucesivos. El panorama sobre las rocas, el mar y las islas es incomparable. Paso a la altura de innumerables ventanas, balcones y buhardillas en las que habitan vecinos que, imagino, deben de estar hasta las narices de que los turistas les espiemos mientras se afeitan, hacen el desayuno o cuelgan la colada.
Desde arriba la vieja Dubrovnik es una ciudad de leyenda, con sus tejados, sus campanarios y palacios reconstruidos casi al completo. Pero aún queda por hacer. Un ejemplo: en la antigua casa del pintor local Ivo Grbic, se muestran fotografías espeluznantes de los efectos de los bombardeos en las viviendas de esa calle. Según explican las cartelas, este artista perdió la mayor parte de su obra en un incendio, tras resultar impactada su casa. Tuvo que salir huyendo en pijama, cubriéndose la cabeza con una olla, para salvar su vida. El resto de su vida, cada año conmemoraba con exposiciones el día 6 de diciembre de 1991, cuando las baterías serbias cañonearon Dubrovnik desde las colinas que la rodean y le dejaron desposeído por completo. Hace solamente treinta años, pero el trauma sigue muy presente. Por ese motivo, no sé yo si disparar interminables salvas en las fiestas, con un estruendo que retumba en todas las paredes, es la celebración más adecuada. Si no fuera imposible, cualquiera pensaría que se han quedado con ganas de más.
- En el moderno puerto de Gruz, que recibe los mercantes y los grandes cruceros, hay una zona para que atraquen los veleros y las embarcaciones deportivas. Me sorprende ver que hay unas cuantas carnicerías y un mercado de frutas y verduras, además de restaurantes con selecta gastronomía local y locales de copeo, pero.... dónde están la lonja del pescado, las pescaderías? No soy capaz de localizarlas.
- También he recorrido estos días los barrios que rodean al recinto amurallado. De Pile me gustan sobre todo sus mansiones blanquísimas y sus hoteles históricos. En mi último día, aprovecho para recorrer otros barrios extramuros del casco histórico y lejos de Pile. Gruz y Ploce conservan algunas casas antiguas de veraneo muy hermosas (y algún que otro resbalón estético perpretado por nuevos ricos). Pero cuando me adentro en Lapad y dejo atrás el puerto moderno, me encuentro con modernos edificios a la última y resorts de lujo (y alguna monstruosidad hotelera). Ya sé dónde viven todas esas personas que se pasean por las tardes por la calle Stradun tan bien vestidas, porque las veo aquí por la mañana, igual de ociosas. En la llamada Sunset Beach hay un camino peatonal muy bien acondicionado que bordea el acantilado, cubierto de cuidada vegetación. Me siento en esta playa de gravilla a comerme un bocadillo mientras abuelas, madres y niñeras pasean sus bebés. La forma de abrochar mi estancia en Dubrovnik no puede ser más placentera.
Anecdotario:
- En el camino peatonal de Sunset Beach, entre los hoteles Royal Princess y Ariston, hay un simpático jardincillo entre pinos con una serie de carteles indicadores con mensajes como "Saca tu foto allí" "Toma tu copa allá" "Relájate aquí" "Sé feliz en todas direcciones" etc. Uno de ellos pone "Cárgate de buenas vibraciones aquí", señalando un columpio colocado de manera que te balancees sobre el acantilado. Una señora oriental está cargándose de buenas vibraciones en modo y forma, y me parece muy bien, pero a mí me da vértigo. Me asomo un momento y prosigo. Pero oigo que me llama para cederme el turno. Cómo es que no me columpio? Es que no quiero cargarme de buenas vibraciones? Le digo con una sonrisa que yo procuro estar siempre de buenas, sin que me lo manden los carteles. No lo pilla. Se lo parafraseo de otra manera, pero entonces no concibe que yo no siga al pie de la letra las instrucciones de uso de las buenas vibraciones. Me alejo con la satisfacción de sentirme anarquista de salón, con tan poquito esfuerzo por mi parte.
- Compro algunas prendas de entretiempo (de cara a mi estancia en Grecia) en un pequeño centro comercial, y cargo con la bolsa toda la mañana, hasta que llega el momento pipí. Entro en unos servicios públicos a oscuras, porque las cabinas no tienen ventilación ni iluminación, y me alumbro con la linterna del móvil. Al salir no reparo en la bolsa, que había colgado de una gancho en la pared, y pasan muchas horas cuando, ya de vuelta en mi alojamiento y preparando la maleta, caigo en la cuenta de que he extraviado la compra. Vuelvo al lugar de los hechos convencida de que va a resultar un esfuerzo inútil y... voilà, la bolsa sigue colgada exactamente donde la dejé. Aunque la cabina está a oscuras, la puerta al abrirse chocaba contra el bulto de la bolsa, de modo que las personas que han entrado ahí tras de mí han respetado lo ajeno. Aún queda gente honrada, lo que nunca deja de sorprenderme, cínica de mí.
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