Notas:
- Me doy un paseo sobre la muralla de Zadar y veo un precioso velero de tres palos. Hoy el Adriático brilla más azul que nunca contra el telón de los Alpes, con sus copetes nevados.
- Veo, desde lo alto de un bastión de la muralla, unos ferrys que se hacen a la mar y provocan un oleaje tremendo. Un barquero de barquita de remos lo sortea como puede, para cruzar a una chica de una punta del puerto a la otra, y ahorrarle así que tenga que dar un gran rodeo. Ella le paga al alcanzar la orilla. Es curioso, porque a poca distancia hay un moderno puente peatonal. Pero supongo que es una costumbre ancestral y que a los turistas les hace ilusión.
- En Zadar de repente todo está en inglés. La pequeña península donde yo me alojo está repleta de apartamentos turísticos y de hostales de todos los gustos y precios. En verano estondebe de estar repleto.
- Hay pequeños parques muy hermosos adornados con profusión de bustos de personas ilustres, como homenaje a su legado. Pero tanta cabeza cortada a mí a lo que me recuerda es a la Revolución Francesa en la época del Terror.
- En la orilla de enfrente, en el distrito de Brodarica, veo algunas elegantes villas de veraneo que exploro por la tarde, cuando el sol empieza a bajar y la luz es dorada. Bordeo el puerto deportivo con veleros que se hacen a la mar, oigo el rumor de las olas y los graznidos de las gaviotas, y todo este escenario bucólico me pone bastante cursi. Hasta que se me quita toda la tontería al pasar por la verja de un jardín, donde me encuentro cara a cara con una esfinge gigantesca, que me mira con sus ojos muertos y me da un susto morrocotudo. El dueño de la mansión escogió como adorno para su gran jardín este anticlimático detalle egipcio, que cien años después allí continúa bien asentado, porque es una mole descomunal y cualquiera la levanta. Se trata además de un renombrado motivo de orgullo local: en Zadar dicen tener la esfinge más grande de Europa.
Busco el motivo de tamaño (pun intended) desmán, y me encuentro con una de esas historias peculiares que son la salsa de la vida. Resulta que el dueño de la mansión fue un tal signore Smirich, un italiano de origen croata que fue el restaurador y conservador de muchos monumentos de Zadar (era un artista y la esfinge está muy bien esculpida, las cosas como son). Smirich se casó con una aristócrata italiana, que murió un año antes de plantar la esfinge en el jardín.
El todo Zadar buscaba una explicación lógica al motivo por el cual había un animal mitológico de cemento de cinco metros de largo por tres de ancho en el jardín de Smirich. Y llegaron a la conclusión de que era un memento a su esposa muerta, que la cara de la esfinge era su retrato (poco agraciada, si es el caso) y que la había enterrado bajo la mole junto con sus joyas, como se hacía con los faraones. Contribuyó a que el bulo fuera creíble el hecho de que la esfinge sujetaba entre sus garras una daga en plan desafiante, como quien guarda un tesoro secreto.
Con el tiempo el infundio tomó carta de naturaleza y se daba por cierto, de tal modo que al final unos cuantos impacientes no pudieron más y terminaron arrancando a cachos la daga y una pata del animalejo para poder excavar bajo su panza. Pretendían saciar su curiosidad y ya de paso hacerse ricos, pero no encontraron la habitación oculta que suponían. De modo que el misterio continúa hasta hoy, y nadie conoce a ciencia cierta los motivos del signore Smirich. Yo humildemente creo que puedo aportar una pista: Simple mal gusto? (Mi opinión personal nada más).
- Me puedo permitir el lujo de perder el día entero así, andando despacio y disfrutando de nada y de todo a la vez con calma y tranquilidad, porque yo había reservado más días de la cuenta en Zadar para intentar visitar Los Lagos de Plitvice, a sólo una hora y media por carretera. Pero no hay autobuses de línea hasta allí en invierno, y tampoco se organizan excursiones en temporada baja. Lo he intentado en muchas agencias y en la información turística municipal, pero no ha sido posible. No puedo acortar mi estancia aquí porque no me devuelven el dinero. Pero tampoco me importa demasiado, llevo tres meses madrugando y trasladándome de un lugar a otro, y de este modo puedo relajarme y perder el tiempo, una actividad muy necesaria de vez en cuando, sobre todo si estás a gusto en un lugar. Como yo aquí ahora.
- En el parque que hay sobre la muralla, hay un rincón con asientos y mesas. En realidad, son tablas de madera que han colocado sobre unos capiteles romanos que hay puestos en el suelo. Como si nada.
- Al lado de ese parque hay una torre llamada Torre del Capitán, que está junto a la Plaza de los Cinco Pozos. Era una torre defensiva de la muralla, y todo lo que la rodea es de mármol blanco. La visión es deslumbrante.
- En esta ciudad han hecho como en Salamanca: los edificios modernos los han adaptado al estilo de los tradicionales, y como resultado el conjunto resulta muy armonioso, nada desentona.
- Hay mucha animación por la mañana, al mediodía y a primera hora de la tarde, cuando las terrazas están llenas de gente local disfrutando del sol. Pero en cuanto avanza la tarde, la ciudad se vacía y se convierte en un lugar fantasmagórico donde no hay nadie, solo mi persona vagando por las calles. Aquí la larga pausa del almuerzo es sagrada.
- Yo me preguntaba si, por aquello de que Dalmacia está más al sur y las temperaturas son bastante templadas, los dálmatas serían gente más alegre y un poco más acogedora que sus compatriotas de más al norte. Y la respuesta es que sí, pero en un grado tan infinitesimal que no es perceptible para los foráneos. Así que aquí en Zadar me pasa igual que en Zagreb: entro en una tienda, y al poco tengo la sensación de que estorbo. En general son educados, pero a los extranjeros se nos trata con despego y frialdad. Para ser justa, debo decir que en todas las agencias y alojamientos han sido muy amables conmigo. Es entre la gente ajena al negocio turístico donde percibo menor grado de hospitalidad. El trato entre ellos ya es otra cosa: por la calle veo muchos saludos cariñosos y espontáneos, animadas charlas de conocidos que se encuentran, risas y bromas.
- Aquí hay mucha querencia por la paprika húngara, que es muy picantona. No me doy cuenta cuando compro en el súper, y siempre me llevo la sorpresa cuando ya he dado el primer bocado.
Anecdotario:
- Como he dicho, hago varios intentos de llegar al Parque Nacional de los lagos Plitvice, también al de los lagos Kornati y a las cataratas de Krka. Pero es inútil, ni en plataformas ni en agencias físicas organizan las excursiones hasta marzo o abril. En Rijeka me llegué a apuntar a una que se tuvo que suspender porque no se interesó nadie más que yo.
En una de mis búsquedas online, encuentro una agencia que dice trabajar todo el año con grupos pequeños, de hasta dos personas. Sale más caro, pero tengo el capricho. Y cuando a mí se me sube un capricho a la nariz, lo tengo que conseguir por narices... De modo que les llamo. No me cogen el teléfono y decido acercarme a sus oficinas, algo alejadas del centro. Al llegar, en un barrio de casitas campestres, veo que la supuesta oficina es un piso bajo particular, y que el nombre de la agencia está escrito a mano alzada, y torcida, en un cartel que hay apoyado sobre la pared del porche. El portón de entrada está oxidado. Mi imaginación galopa: me visualizo en la excursión, yendo a los lagos en el coche del cuñado con la trona del niño detrás, y con una fiambrera preparada por la suegra por todo cátering. No hay timbre en la puerta. La lógica dicta que debería dar media vuelta, pero es una agencia que se anuncia por todo Zadar, y como para mí es una cuestión de narices, por narices que les llamo de nuevo. Esta vez sí me cogen el teléfono. Cuando me confirman que nadie más está interesado y que solo para mí no se movilizan, suspiro. Quizá el guiso de la suegra no llevara paprika y hasta me habría resultado sabroso.
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