Llevo cuatro días en Bucarest y de momento lo único que he visto de esta hermosa y extensa ciudad ha sido un supermercado, dos farmacias y tres tiendas de decoración. El motivo es que el resfriado que ha viajado conmigo desde Sofía ha decidido empeorar aquí en Bucarest, y los Paracetamoles me tienen baldada, con lo que no he tenido más remedio que resignarme a quedar encerrada en el pequeño estudio que he alquilado. Sólo se trata de un fuerte constipado, pero he tenido un poco de fiebre y eso siempre me tumba (literalmente).
Llegué un viernes noche desde Sofía. Mi enfriamiento se ha complicado, tras un vuelo de cincuenta minutos en un avión rumano donde la ventilación no se podía controlar del todo desde cada asiento. El sábado bajé un momento al supermercado y a buscar una farmacia, y compré lo esencial para sudar el constipado en la intimidad. El domingo, al no haber mejorado gran cosa, decidí continuar con el confinamiento y aprovechar que el estudio incluye una lavadora para lavar a conciencia mi ropa más impresentable (los gemidos lastimeros de esta venerable máquina me dieron tanto miedo a que se me rompiera en las manos, que el lavado se quedó sin finalizar del todo... pero eso es otra historia).
Tuve que agradecerle a mi malestar pasajero que me librara de un susto. Resulta que mi alojamiento es muy céntrico, y el gigantesco palacio presidencial de Ceausescu, actual parlamento, está sólo a quince minutos. Unos minutos más allá queda la Junta Electoral Central.
El domingo por la tarde, desde la cama, empecé a oír sirenas policiales y gritos que sonaban a proclamas. Luego me enteré de que provenían de esa zona. Consulté las noticias online por si se trataba de un choque entre aficionados futboleros, pero pronto ví que la cosa era más grave.
La junta electoral ha desestimado la candidatura electoral de un tal C. Georgescu, anulando sus posibilidades de presentarse a las próximas elecciones, que tendrán lugar en mayo. Estos son los hechos. Los motivos de tal decisión parecen radicar en que este Georgescu es un extremista de la derecha populista más radical, y según algunas fuentes se trata de un agente de Putin, porque fue favorecido por la inteligencia del Kremlin para quedar primero en la ronda electoral anterior. El argumento de la junta para apartarle de la carrera electoral es que él no respeta las reglas del juego democrático. Esto yo ya no lo puedo corroborar ni desmentir, sólo anoto lo que he leído en los noticiarios (en mi ingenuidad, aún soy de las que consideran la BBC como una fuente de información más o menos solvente en cuestiones de política exterior). El caso es que los partidarios de Georgescu organizaron una protesta, que en un momento dado derivó en enfrentamientos muy violentos con la policía. Varios agitadores fueron detenidos y varios manifestantes y policías resultaron heridos. Todo esto a poca distancia de mi casa, y mientras tanto yo reposando en la camita, dulcemente arropada por mi edredón. Bendito resfriado.
Esta mañana parece que me encuentro algo mejor, y me aventuro a bajar a la calle. Pero por mala suerte, cuando abro la puerta del estudio para salir, la corriente que se forma con la ventana abierta tira al suelo un marco y un adorno. El marco contiene una foto de Kate Moss, pasando un mal momento (el marco, no ella.... aunque bien pensado, ella también). El adorno me ha dado más rabia, porque era muy bonito: unas letras labradas en madera formando la palabra "dreams", que como decoración en un dormitorio es tanto una muestra de coherencia como de buenos deseos. Pero los sueños en esta ocasión se han hecho añicos.
He intentado localizar a mi casero, pero con al menos dos plataformas intermediarias de por medio ha sido imposible, y tampoco me cogían el teléfono, de modo que he decidido por mi cuenta y riesgo reponer lo dañado con artículos similares, enviar fotos de la sustitución, y así evitar que me reclamen un sobreprecio por daños en una decoración ya ajada, que no deja de ser del estilo de la archiconocida república independiente de tu casa, o sea, que cuesta cuatro duros y está fusilada en cualquier tienda de los chinos. No estoy en condiciones de disfrutar de una visita turística hasta que me encuentre mejor (mañana por fin, espero)... pero sí me veo con ánimos de hacer un recado.
Me pongo la gabardina (hace demasiado calor para el plumas) e inicio una investigación de mercado por los alrededores, en la que me siento un detective de serie cutre de los 1980s buscando a un desaparecido, porque poca gente capta el concepto "wooden decorative letters", y tengo que ir enseñando la foto de los sueños truncados a los dependientes. Mi alojamiento está muy céntrico, pero yo estoy aún convaleciente y me noto débil para andar mucho rato seguido, de modo que cojo varios autobuses. Encuentro un marco idéntico al que se ha roto. Las letras de madera, no. No me importa demasiado el trasiego, porque paso de un autobús a otro y resulta ser una forma estupenda de ver la ciudad sin tener que cansarme recorriéndola a pie.
Al volver a casa, me devuelven la llamada los intermediarios y me dicen que no me preocupe por los sueños truncados, que ya he hecho bastante. Pero me da pena quedarme encerrada de nuevo, es sólo media tarde. Para cuando he querido dejar los autobuses y aventurarme a dar un pequeño paseo yo sola, me he encontrado con que aún es pronto para proponerse retos, porque he llegado a la monumental plaza de la Universidad, que está a 17 minutos de donde yo me alojo, jadeando y con las piernas temblonas. Decido que en estas condiciones no voy a disfrutar de Bucarest como merece, y que debo esperar al menos un día más a recuperar mis fuerzas.
Al volver a casa desde la universidad, estoy tentada de acercarme al palacio presidencial de Ceausescu. Lo he visto desde el taxi que me trajo del aeropuerto, y es de un mal gusto espectacular que me resulta fascinante. Yo sabía de la existencia de este edificio porque tengo edad de recordar con detalle la ejecución de Ceausescu y su mujer en 1989, poco después de haber intentado calmar desde sus balcones la furia de los rumanos, que le abucheaban congregados en la plaza. Me intriga muchísimo esta mole, el palacio civil más grande de Europa (el mayor palacio de uso monárquico es nuestro Palacio Real) porque se trata de la expresión más pura de hasta donde puede llegar la megalomanía desmelenada cuando el culto a la personalidad de un tirano se sale completamente de madre, y nadie parece capaz de frenarle. Actualmente, esta cosa tremenda alberga el parlamento, como se encargó de explicarme mi joven taxista el viernes cuando pasamos por delante. A continuación, pasó a ilustrarme en tono didáctico sobre lo que es un parlamento y para qué sirve. Ay, divino tesoro.
En el último momento decido dejar la contemplación del parlamento para otro día, porque necesito descansar. Y es así como, por segunda vez, mi resfriado me libra de mezclarme con la algarabía de las protestas callejeras, porque nada más subir oigo de nuevo sirenas y proclamas desde mi ventana... Enciendo la tele rumana, y veo en directo como los seguidores de Georgescu se manifiestan frente al parlamento. Son sólo unos cientos y están bien custodiados por la policía, pero claramente se les ve con ganas de armarla de nuevo, a juzgar por las declaraciones sobreactuadas que ofrecen a los reporteros.
Conclusión:
Dado que no he podido ver casi nada de Bucarest en todo este tiempo, voy a prolongar mi estancia una semana más. Pero en otro alojamiento, un hotelito cuqui que está de oferta. Y, más importante aún, está lejos del parlamento. Parece que los cabecillas de la guerrilla urbana fueron detenidos ayer lunes, pero con los agitadores nunca se sabe.
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