Como para compensar el cuadro bucólico que pinté ayer, hoy he presenciado varias escenas callejeras con gendarmes pidiendo la documentación de malas formas a los clochards, por cierto todos ellos franceses y blancos, al menos en el centro. Algunos de ellos se me acercaron ayer para pedir, muy respetuosamente. Los de hoy estaban bastante más perjudicados, y dos de ellos han requerido el SAMU y una ambulancia. También he visto trapicheo de papelinas en el barrio de Arnaud-Bernard y en alguna zona de la orilla izquierda del Garona. Matabiau, por detrás de la estación y no lejos de mi apartamento, parece que era el lugar preferido de la prostitución, pero leo que eso ha cambiado a mejor. La realidad es muy tozuda, así que se habrán mudado a otra parte... y no muy lejos, porque en el pasillo de entrada a mi alojamiento hay un cartel que ha puesto la comunidad de vecinos,en el que se advierte de que, en caso de detectar que los apartamentos están siendo utilizados como locales para actividades sexuales, pondrán una denuncia etc etc
Pero retomando el cuento pastoril que estaba contando sobre esta bella y encantadora ciudad, a continuación hago una lista de mis impresiones, sin orden ni concierto, enumeradas en las siguientes
Notas:
- Se me ha olvidado mencionar que un tramo del trayecto en tren de Narbonne a Toulouse atravesamos las enormes lagunas del Parque Natural Narbonés, con salinas separadas del mar por una estrecha franja de terreno. La visión de este paisaje al atardecer me tenía fascinada, hasta que la pasajera de delante bajó bruscamente la persiana sin consultarme, porque el reflejo del sol le impedía ver la pantalla de su móvil. Me he vuelto muy reñidora (léase gruñona), pero dado que se trataba de una adolescente y viajaba con un papá consentidor, me busqué sin más otro asiento libre con vistas. Divino tesoro.
- Toulouse ha sido todo un descubrimiento. La escogí simplemente como punto de enlace de la ruta ferroviaria hacia los Pirineos Atlánticos y Las Landas (Bayona, Biarritz, Hendaya, Dax). Pero no esperaba encontrarme con un lugar tan sumamente agradable. Me ha cautivado con su encanto, y no es un mero giro del lenguaje. Se percibe que es una ciudad próspera, supongo que en buena medida por ser sede desde siempre de la industria aeronáutica y más tarde espacial. Pero ha sabido conservar buena parte de su esencia y su personalidad, y eso se agradece y se disfruta paseando al azar y sin rumbo, como tengo por costumbre.
- Mis paseos por esta ciudad son todo un disfrute para los sentidos. Está repleta de patios que contienen muchas sorpresas, casi siempre en forma de tienda o restaurante pintorescos. Abundan las placitas encantadoras con fuentes que son auténticos santuarios del relax urbano, aunque en realidad por el casco histórico reina el silencio porque hay muy poco tráfico rodado. Tiene un tamaño abarcable, de modo que en poco tiempo y gracias al instinto, a los postes indicadores y a la cartelería (bilingüe Francés - Occitano), veo cómodamente tanto lo esencial como ese añadido que siempre se le escapa a las guías turísticas al uso. Así aprendo datos fascinantes, como por ejemplo:
- Una de las rutas principales y más populares desde Francia al Camino de Santiago pasa por aquí, y se le llama Camino de Arles por salir desde allí (también Vía Tolosana, por atravesar Toulouse). Parte desde Provenza y penetra en España por Aragón (por Somport, y luego Jaca). En la Edad Media, los peregrinos eran acogidos en la Basílica de Saint Sernin (o Saturnino... suena mejor en Occitano).
- Esta basílica fue considerada en su tiempo una de las más grandes de la cristiandad, y la corona una torre muy especial, jalonada de varios niveles de finas columnatas. Mi visita coincide con un ensayo de un grupo de cantantes de cámara, acompañados con gran sonoridad del órgano titular del templo, toda una enormidad monumental. Mientras disfruto de este privilegio desciendo a la curiosa cripta, que contiene los restos del primitivo templo medieval. Abajo, un hombre oriental se empeña en retratarse en la penumbra con las reliquias y el tesoro allí expuestos. Ni que decir tiene que en cuanto me ve me recluta como fotógrafa, y como estamos en recinto sagrado y hay que portarse bien, expío mis culpas prestándome al proselitismo y le echo resignación y buena fe al tema. Pero es tarea imposible porque pecamos de prudentes al acatar la prohibición de usar el flash, y en estas condiciones las fotos salen tirando a fantasmales. Nos perdonamos mutuamente con sonrisas franciscanas.
- Este Saint Sernin da nombre a la principal calle medieval, la del toro (Taur, en occitano). Parece que tras ser martirizado, el cuerpo sin vida del pobre Saturnino sufrió el escarnio de ser arrastrado al suelo por el toro que le transportaba hacia su sepultura. Los dominicos que trasladaron sus reliquias a la basílica construida en su honor no contaban con que siglos más tarde el impío de Napoleón, hijo de la Revolución, reconvertiría el edificio para usos militares tras desacralizarlo. Pero en esto de la historia impera la ley del eterno retorno, y el final de la historia se puede adivinar fácilmente. Faltaría más.
- La plaza llamada de Capitole se supone que fue donde martirizaron a... en este punto voy a dejar a San Sernin en paz, para no martirizarme yo. Parece que de esta inmensa plaza partía el cardus de la Tolosa romana, por tanto siempre fue el cogollo, nunca mejor dicho si dedicamos un recuerdo a nuestra querida Tolosa española, para que no se sienta ninguneada. Con los siglos terminaron construyendo allí un tremendo palacio real barroco del XVII que pedía a gritos una plaza a juego, lo que le fue concedido en el XVIII, siglo de la Razón. En consecuencia esa gran explanada es cuadrada, como no podía ser de otra manera. La plaza es no sólo bellísima sino que presenta un gran ambiente a todas horas, especialmente en las terrazas junto a sus soportales. Algunos de los restaurantes son históricos y su decoración tiene solera y buen gusto a raudales. En una de las alas del palacio Capitole hay un renombrado teatro de ópera.
- Por detrás del Capitole se encuentra el Donjon, precioso edificio renacentista de techos de pizarra y estrechos torreones. Fue prisión y luego archivo. Ahora es la oficina de información, y allí me entero de que la noche de los museos se celebra mañana sábado con multitud de eventos. No me la pierdo, de todos modos casi no duermo.
- Siguiendo esta calle Taur hacia la orilla del Garona se recorren una serie de vías que atraviesan la Toulouse de antaño y que llevan el nombre de los gremios artesanales que allí se establecieron, como los hiladores, torneros etc. Ante la escasez de piedra en la región, los edificios son de ladrillo, con contraventanas de madera pintadas en su mayor parte de azul o bleu pastel. No en vano los comerciantes locales se enriquecieron a partir del s. XVI con este pigmento, tiñendo de azul a la monarquía y exportando por toda Europa telas que lucían esta famosa tintura. Esto dio lugar a que se construyeran magníficos palacios renacentistas, como el de la familia Assézat, cuyo patio, no hay color, quita el hipo.
- El caudaloso Garona tiene varios puentes, a cual más bello, de los que el más retratado es metálico, el Pont Saint-Pierre. De fondo asoma la alta cúpula de la iglesia del hospital en el barrio de Saint Cyprien, en la orilla izquierda. En este enorme hospital de la Grave (o grava del río) se ocuparon de las víctimas de la peste negra durante siglos y luego tuvo que ser desinfectado a fondo. Sigue vinculado a la sanidad pero en plan administrativo.
El otro puente es el Pont Neuf, o nuevo, que de eso no tiene nada puesto que se comenzó en el s. XVI y se terminó en el siguiente, al interrumpirse su construcción por las guerras de religión de la época (un todos contra todos de lo más sangriento). Es de piedra, y está bien anclado en el cauce porque este Garona parece que es caprichoso y tiene fuertes crecidas. En uno de sus ojos algún artista con sentido del humor ha sentado un demoniejo rojo con cuernos que contempla divertido las aguas sin ningún atisbo de culpabilidad.
- Las inundaciones provocadas por el río fueron muy mortíferas para la ciudad hasta que se construyeron unos muelles que a la vez servían de diques. Resultado colateral de una de estas obras de ingeniería fue que consiguieron desecar un brazo del río, el canal llamado Garonette. Con él, desapareció la pequeña isla de Tounis, que ahora es tierra firme. Parece que en su época había por estas orillas barcazas que servían para que la gente se bañara sin peligro, lavanderas, pescadores de arena y de guijarros para la construcción, y otras profesiones con mucho tipismo. Al decaer el tráfico fluvial todo este mundo desapareció, junto con los pequeños puertos de atraque, que han sido convertidos en plazas ajardinadas con gradas donde la gente se reúne para relajarse y conversar.
- No puedo visitar otros monumentos famosos como el Convento de los Agustinos por encontrarse en obras de reforma, pero si soy sincera mientras haya luz del día me apetece más respirar el ambiente de la calle que encerrarme en un recinto, por culturizado que esté. Caprichosa que es una.
- En épocas más recientes, Toulouse quedó vinculada al exilio republicano español, cuyos avatares se explican en varios folletos, libros y visitas guiadas. Esta ciudad acogió brevemente a finales de los 1940s la sede del Gobierno de la República en el exilio. Pero diez años antes de eso, los españoles que huyeron al final de nuestra guerra civil atravesando los Pirineos fueron confinados por las autoridades francesas en campos de concentración, mal resguardados de la intemperie. Algunos familiares míos estaban entre ellos. La Resistencia llegó por allí y reclutó a muchos, que terminaron uniéndose a los diferentes ejércitos en lucha contra el Tercer Reich y luego murieron en los campos nazis de exterminio. Muchos de los que se quedaron perecieron por las penalidades sufridas. La mayoría de los que lograron resistir a tanta desgracia no podían regresar a la España franquista, por lo que se instalaron en Toulouse. Sus descendientes se ocupan de mantener vivo el recuerdo.
Leo en un folleto muy completo editado por el Ayuntamiento de Toulouse que hay recorridos guiados, y ciertamente se señalan muchos lugares vinculados a los exiliados españoles, que asegura que aquí llegaron a ser 20.000. En conmemoración de la huella que dejaron en esta ciudad, hay un muelle que han nombrado en su honor, y un impresionante monumento dedicado a ellos.
- Toulouse tiene en el centro varios jardines de gran belleza, aunque no de gran tamaño. Están el Jardin des Plantes, donde hay coloridos y cantarines gallos sueltos, y el Jardin Royale. Pero el más espectacular es el Jardín Japonés, encargado en los 1980s por un alcalde llamado Pierre Baudis, admirador de este tipo de jardinería. Cuando llego, el sol de media mañana hace resaltar aún más los colores y las texturas. Hay un pabellón oriental de madera con vistas al puente sobre el estanque por un lado, y sobre el jardín de arena de guijarros por otro. Leo en las cartelas todos los detalles sobre la tradición ancestral por la que la mano del hombre modifica la naturaleza hasta hacerla recrear, sólo en apariencia y tras un largo y laborioso proceso, las cosas que la propia naturaleza ya nos ofrece, sólo que estas últimas son de verdad y sin adulteraciones. Es decir, que las rocas están colocadas para parecer montes, y los guijarros son labrados con un rastrillo para que parezcan las olas del mar, y en cuanto a la vegetación, los arbustos y los árboles son manipulados en podas que a lo largo de los años modifican tanto su aspecto que los vuelven irreconocibles. La verdad es que el efecto es precioso, pero... yo soy más partidaria de los jardines paisajísticos, que creo que son más respetuosos con la naturaleza, la verdad. Se asemejan al campo pero en su versión más domesticada, es decir, asumible para urbanitas como yo que no soportan el campo fetén pero aceptan estos recintos como campiña de compañía. Dicho esto, la paz que se respira en este jardín zen de Toulouse parece contagiar a todo el que entra y hablamos a media voz, de modo que le susurro a un japonés que me queda al lado si le parece que este jardín está conseguido. Me responde vigorosamente que sí con la cabeza. Prueba de autenticidad superada.
- La otra gran vía navegable de Toulouse es por supuesto el celebérrimo Canal du Midi, que parte de aquí y desemboca en Sète, a orillas del Mediterráneo. El brazo que parte hacia el atlántico y desemboca en Burdeos se llama Canal Lateral del Garona. La idea la tuvo, en tiempos del Rey Sol, el ingeniero Ricart, cuyo monumento debidamente empelucado adorna una de las orillas. Combinó los caudales de varias vías de agua, salvando los desniveles a base de esclusas, para lograr que el Canal de los Dos Mares pudiera transportar mercancías de costa a costa. El nacimiento del ferrocarril redujo este sueño del comercio fluvial a una mera ensoñación para embarcaciones turísticas. Mañana me explicarán todos los detalles en el barco que recorre un ratito el canal. Tenía billete para hoy, pero mi niebla cognitiva y los dioses que dirigen el tráfico se han confabulado en mi contra, cachis en la mar salá (y nunca mejor dicho). Lo explico en el
Anecdotario:
- En una librería de las muchas que hay aquí, pero dedicada a las publicaciones en occitano y en provenzal, veo que en el escaparate tienen decenas de ejemplares de El Principito traducidos a todos los dialectos y hablas imaginables. Entre ellos, "Er Prinzipito" en "andalú". Me carcajeo a gusto pensando en las conversaciones que el tal Prinzipito podría tener con su amada rosa... perdón, roza, en zu planeta (que por zupuehto ze llama Cai, donde ze cecea musho). Y me pregunto qué pensaría Saint-Exupéry de zemejante apaño con su prosa... perdón, proza poética, que convierte su libro en un sainete de los Álvarez Quintero, dicho con todo el respeto. Pero quien lea El Principito y a continuación lea Sangre Gorda va a poder comprobar que se encuentran en planetas distintos de galaxias muy, muy lejanas...
A Saint-Exupéry le recuerdan en Toulouse porque vivió aquí, ya que fue donde comenzó su carreta de piloto aéreo en los años 1920s. Le han dedicado un precioso monumento en el Jardin Royale en el que sujeta en la palma de la mano a su criatura más famosa, con la bufanda al viento tal y como él la dibujó.
- En la plaza de la basílica de Saint Sernin me siento en un banco a escuchar un concierto callejero de jazz. Se me acercan dos muchachas muy estilizadas, tocadas con gorro marinero, a preguntarme si puedo ayudarlas a participar en un reto. Se trata de una yincana, y el reto consiste en que deben contarme una historia y yo debo escucharla hasta el final. A continuación, se embarcan en unas explicaciones a dos bandas en alguna lengua nórdica incomprensible por completo para mí. Al acabar me felicitan por mi aguante, porque lo visto hasta ahora su audiencia se impacienta y huye despavorida. Les pregunto si son suecas, y me dicen que son finlandesas. Les cuento que yo veraneaba en Fuengirola, que tiene una colonia de finlandeses muy nutrida. Lo conocen de sobra. Son muy simpáticas, y me entretengo viendo cómo sus amigos, todos de marinerito, vigilan sus evoluciones por la plaza en plan cuenta cuentos. Superado el reto, se despiden de mí y se marchan.
- Estos tolosanos son en general abiertos y charlatanes. Al menos tres veces han pegado la hebra conmigo, identificándome como extranjera y queriendo saber de dónde soy... estarán recopilando un censo de turistas?
- Y pasamos a la desilusión del día de hoy. Mi déficit de atención me juega muy malas pasadas. A menudo sale caro ser yo, y no me estoy refiriendo al bolsillo precisamente. Mis despistes a veces me hacen sufrir, como a Humphrey Bogart sus modales (en El sueño eterno, en el papel de Philip Marlowe, le suelta a Lauren Bacall que sus modales le "hacen llorar en las noches de invierno").
Expongo los hechos: reservo previo pago un paseo en barco por el Canal du Midi. Los barcos parten de un muelle y tras el itinerario atracan en otro diferente. El paseo es especialmente interesante porque incluye la apertura de tres esclusas. Me organizo con antelación: consulto el itinerario y los horarios para llegar al muelle sin agobios, y mientras llega la hora de embarcar aprovecho para explorar los alrededores. Me da tiempo hasta de buscar tranquilamente una toilette pública gratuita de las que abundan por todas partes. Y cuando llego hasta la barcaza... resulta que me he equivocado de muelle, porque he interpretado las instrucciones al revés.
Mi ligera dislexia me tiene más que acostumbrada a este tipo de retos, de modo que al principio no me agobio y consulto la distancia que me separa del embarcadero correcto. Está en la otra punta del canal urbano: 50 minutos andando, 15 en coche. Quedan 40 minutos para la salida, así que busco un taxi. Pero en esta bendita ciudad donde todo es tranquilidad y sosiego y donde la bicicleta reina suprema en las calles... no abundan. En media hora pasan dos taxis libres que no paran, maldita sea su estampa. Los que sí se dignan mirarme a la cara están ocupados. Mientras tanto, intento llamar a todos los taxis de Toulouse que me señala Miss Google, pero ninguno me coge el teléfono, en algún caso mi móvil ni siquiera acepta realizar la llamada por motivos que se me escapan. Tengo la app de Uber, que he usado muy pocas veces y con la que no estoy familiarizada, y que de forma despiadada me sugiere otro itinerario para la recogida y otro destino, como por ejemplo.... el aeropuerto!
Yo no soy muy hábil, no veo bien la pantalla porque me deslumbra el sol, y a estas alturas ya me estoy poniendo frenética, de modo que lo dejo correr porque está claro que no voy a llegar, y valoro mucho más mi salud mental que los 14 euros no reembolsables que he pagado. Como se me ha antojado el barquito, intento reservar para el día siguiente, pero no hay plazas para las esclusas. En este punto me acerco a la barcaza turística atracada en el muelle donde me encuentro, y veo a dos jóvenes muy guapetes y musculosos que la están limpiando y poniendo a punto. Intentan ayudarme, uno con paciencia y otro sin ella. Ahorro consignar aquí los detalles de las arduas negociaciones, pero el resultado es que me piden que les envíe un correo de consolación por si alguien anula su plaza, aunque claramente me consideran una yaya chocha de la que deben librarse cuanto antes porque les interrumpe sus tareas. Divino tesoro.
Al final me resigno y, como no me dan seguridades, reservo otro viaje con un itinerario menos interesante para el día siguiente( por hoy)... Pero aquí viene lo que me hace sufrir. De nuevo mi cerebro malinterpreta las instrucciones y me encuentro con que he reservado dos plazas no reembolsables en vez de una. Así que Les Bateaux Toulousains se han hecho ricos a mi costa esta semana... y a mí, una vez más, me ha caído por partida triple ese rayo justiciero que es mi más que probable TDAH sin diagnosticar. Repito que sale caro ser yo, y no en el bolsillo sino en la autoestima. Da mucha inseguridad que este tipo de cosas te pasen todos los días de tu vida, desde la niñez. Pero un psiquiatra me dio el único buen consejo que he recibido en mi vida: que me aceptara tal como soy para ahorrarme sufrimientos. Y eso intento hacer, aunque a veces me sale mejor y otras peor.
- Hoy, tras una ducha caliente y ya reconciliada con mi côté idiot, me he dado una vuelta para ver la puesta de sol sobre los puentes del Garona, y he husmeando el ambientillo propio de un viernes noche en Toulouse. Me topo con una muchedumbre de universitarios pertrechados de pizzas y cervezas, sentados sobre la hierba de ambas orillas y haciendo un botellón algo más civilizado que la media, pero emborrachándose de todos modos. Lo compruebo más tarde durante la noche, porque se congregan bajo mi ventana. Mi calle es muy céntrica y hay un trasiego constante de mozalbetes y mozalbetas con el volumen subidito. Menos mal que soy insomne. Una vez más, divino tesoro!
- No veo que aquí las señoras más estilosas hagan la compra en los mercadillos callejeros portando una glamurosa cesta de mimbre, como en Provenza. De lo que deduzco que en general las tolosanas huyen de la cursilería. Estos mercadillos representan para mí lo mejor de lo que una cierta Europa puede ofrecer: puestos limpios, mercancía de primer orden, buenas maneras y un gusto por la excelencia, sin perder la espontaneidad. La fruta y la verdura se pesa en cestas de plástico. La carne y el pescado se sirven desde camiones perfectamente refrigerados, y tan limpios que no detecto charcos olorosos por el suelo (a lo mejor he pasado demasiado temprano?). Hasta tienen flechas que indican el sentido correcto para hacer la cola. Demasiado afán perfeccionista? Pues sí. Se resienten por ello la calidad del servicio y la sociabilidad de las conversaciones? Pues no. A veces los franceses me dan (sana) envidia, cuando veo cómo cuidan sus tradiciones y su cultura en los detalles más cotidianos...
- En estos días he visto restaurantes y bares llenos a rebosar de gente que come a dos carrillos y bebe alcohol a placer, pero no me he cruzado con casi ningún caso de obesidad. O esta gente hace mucho ejercicio, o su nutrición es muy saludable y equilibrada. O los cuerpos no-normativos se sienten tan avergonzados por no ser normativos que sólo salen a la calle de madrugada...
- También he visto muchas personas, y no precisamente jóvenes, con estilismos bastante originales, léase peculiares rozando la extravagancia. Me encanta la gente valiente que se sale de la discreción para seguir sus propias normas sin importarle la opinión ajena. Yo soy una cobardica, y para eso... pues también.
Otros, y otras, van tocados con el famoso béret, o boina francesa, a veces en su versión tradicional y otras en colores más divertidos, hasta chillones. Veo muchas mujeres de todas las edades que van muy elegantes, lo que no siempre significa que vistan ropa cara de diseño, sino que han sabido arreglarse con muy buen gusto y un toque personal.
- Me atrevo por fin con la especialidad local, el cassoulet. Al principio me parece una fabada de toda la vida, pero tras dos o tres bocados mi paladar, que no es demasiado exquisito y no discrimina, se percata de que es un guiso de sabor más sutil. Me gusta, aunque le temo a las consecuencias de las alubias... Pero luego recuerdo que viajo sola. En cambio, no me tienta el dulce típico tolosano,la fénétra, un bizcocho de almendras con albaricoque y limón. Sin duda es una delicia, pero contiene casi todo lo que me sienta mal... domage!
- Como curiosidad culinaria, en Toulouse se crearon por primera vez los caramelos de violeta, en época del primer imperio a principios del s. XIX. Los veo en los escaparates, y tienen exactamente el mismo aspecto que los madrileños caramelos de violeta.... Entonces quién copió a quien? Las fechas que consulto pueden dar una pista, porque en Madrid parece que las elaboraron por vez primera en 1852 en La Pajarita. Más tarde, en 1915 en La Violeta. La fecha que me da Miss Google para los caramelos tolosanos es 1818. Han cantado bingo! (pero las violetas y el azúcar son lo mismo en todas partes, supongo?).
- He visto muchas cosas admirables en esta maravillosa ciudad, la cuarta en importancia de Francia tras París, Marsella y Lyon. Pero en mi opinión el elemento más peculiar de todo Toulouse es, sin lugar a dudas, ese invento llamado urinoir. Los hay por todo el centro, y a simple vista son un contenedor de basura metálico como cualquier otro que se pueda hallar sobre las aceras. Presenta una puerta de apertura manual, nada remarcable. Pero, oh sorpresa, al abrir esa portezuela aparece un espacio donde la parte masculina de nuestra especie puede desahogar sus necesidades urinarias acoplando su miembro al hueco pertinente... et voilà! En lo alto de este ingenio el ayuntamiento ha colocado, sin duda para compensar con algo de estética la falta de glamour, una maceta con plantas crasas que a simple vista parecen artificiales. No me extraña, cualquier planta real sucumbiría al ácido de la urea ...
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