14.6.25

Sábado por la mañana.  

Como de costumbre, escribo sentada en el mostrador de recarga del móvil en una estación, la de Lille, aprovechando además el Wi-Fi gratuito de la SNCF. Estos días he estado medio mareada por el intenso calor húmedo (ayer, 32°C con sensación térmica de 34°C). Es curioso que viniendo de un lugar donde el termómetro sube mucho más me sienten mal estas temperaturas, pero es que en Madrid al menos el clima es seco, y debe ser que mi organismo ya se ha habituado a aquellas condiciones. O que empiezo a estar mayor... Esta noche ha caído una gran tormenta y ha refrescado bastante el ambiente, de modo que hoy espero rendir más, andar a mi velocidad habitual y no a paso de ancianidad como en estos días pasados de bochorno.

Me alojo en las afueras, en una residencia de estudiantes. Supongo que son futuros médicos,  ya que está situada junto a un hospital universitario, un enorme complejo sanitario de varios edificios distantes unos de otros, al filo de la carretera. Pero mi residencia está a 10 minutos andando de un apeadero de cercanías, una estación de metro y varios autobuses. Esta noche me he desvelado y he escuchado mucho ruido de tráfico intenso a partir de las 2am. Al ser viernes noche, he creído que eran los coches de los jóvenes, que estrenaban el fin de semana yendo en busca de diversiones... cómo se nota que vivo en el centro de Madrid. Lo que en realidad oía eran los camiones de mercancías camino de Dunkerke y de Calais, para pasar al Reino Unido. 

Lille no es muy grande, y la tarde que llegué pude pasear por el centro en su totalidad. Ha debido de ser una ciudad muy rica y próspera gracias al comercio textil, y así lo reflejan su antigua Bolsa, su plaza principal, la Grande Place, y también la Place aux Oignons o de las cebollas, nombre derivado del castro romano que allí había. Cuando las manufacturas textiles se modernizaron, esta  actividad tradicional fue declinando y empezó el declive de Lille. Los edificios más lucidos son los del renacimiento, y contemplándolos se nota que estas tierras están plenamente enraizadas en Flandes, porque son de un estilo idéntico al que se puede encontrar allí. Lo que más llama la atención es el campanario del ayuntamiento, muy alto y muy bello. El segundo idioma de los carteles y las megafonías es el neerlandés flamenco. Y las comidas y costumbres también están asimiladas al país vecino, porque hasta el s. XVII esta región era flamenca, y por tanto española. Pero Luis XIV la conquistó y desde entonces es francesa. Lo primero que hizo el rey Sol fue mandar construir, en una de las puertas de la muralla, un arco híper-mega monumental, porque este hombre no conocía la mesura, ni tampoco llegó a ver inaugurada la primera tienda de IKEA. Claro que si hubiera existido IKEA en el s. XVII, Versalles hubiera sido más sencillito y anodino, y adiós diversión para los turistas como yo. Me ha gustado mucho darme un largo paseo por el barrio que llaman Viejo Lille, con su personalidad distintiva y su atmósfera de conversaciones animadas en las terrazas el fin de semana.

Estos días estoy intentando visitar lugares de los alrededores de Lille, en la región de Haut-de-France y Pas-de-Calais. Los de la Picardie están a demasiadas horas de trayecto en tren como para que me quede el tiempo suficiente para visitarlos con calma. Lástima. 

Aprovecho para decir que estoy segura de que, aunque lo consulto para no escribir barbaridades, me temo que estoy confundiendo departamentos con regiones, y estas con sus denominaciones históricas, que no siempre coinciden con las actuales. Las diferencias entre unos y otros no las tengo claras, y para mí es un barullo tremendo intentar acertar con la división territorial francesa. 

Domingo por la tarde:

Las ciudades que he podido ver por los alrededores son Amiens, Arras, Bergues, Dunkerke y Calais. Pensaba ir a Saint Omer y alguna otra, a lo largo del mismo trazado ferroviario. Pero este domingo se me han complicado los horarios porque han suprimido el tren que pensaba coger. Mañana cruzo la frontera belga hasta Amberes, y prefiero no llegar hoy muy tarde a casa para poder hacer la maleta con calma.

Estoy en Calais, aguardando al siguiente tren en el exterior de la estación, porque en la sala de espera hay muchas personalidades digamos peculiares, de las que se sienten atraídas por mi imán pega-raros y mi aura atrae-lunáticos. Uno de ellos al menos goza de un excelente humor, porque está tronchado de risa todo el tiempo. Mi acostumbrada táctica de decir en español "Es que no te entiendo" esta vez ha fallado, porque el chico habla español, y con bastante buen acento por cierto. Se lo digo, pero me levanto y me marcho para no darle carrete. Lo siento, pero parte de su equipaje son bolsas de basura, y mi cuota semanal de raros ya está colmada por ahora. Mañana lunes volveré a poner el contador a cero, pero creo que me merezco un descanso dominical.

Salvada! Acabo de descubrir que hay, en la habitual tiendecita Relais de todas las estaciones, un rincón semi oculto con cuatro mesitas. Me compro un zumo y me instalo en la esquina menos visible para que mi amigo risueño no me localice. Prosigo.

- Amiens es la capital de la Picardía (esto tiene varias lecturas en español y una sola en francés). El río Somme atraviesa la ciudad, canalizado. Según su oficina de turismo, se la conoce como la "pequeña Venecia del norte", pero yo ya he oído eso mismo de varios sitios, así que le añado "una de las" Venecias del norte. Además de los canales, lo que asoma desde todas partes es su maravillosa catedral del gótico tardío, que me deja impactada por su belleza y la elegancia de sus proporciones. En el interior hay monumentos escultóricos barrocos totalmente armonizados dentro de las capillas góticas. Mi opinión de persona bastante ignorante en cuestiones de historia del arte es que no le falta ni le sobra nada. 

Agradezco un detalle en especial, y es que han dedicado un rincón para rezar por los niños y niñas víctimas de abusos sexuales. Hay un banco frente a un bajorrelieve en piedra con la cara de un niño. Inscrito en la piedra se lee: Primera luz sobre la conciencia. Y más allá dice aquello de: Lo que le hagáis a uno de estos pequeños, me lo hacéis a Mí. Es la primera vez que veo algo así en un lugar de culto, pero ya podría cundir el ejemplo.

Fuera en la plaza veo a un chico descalzo que estira las piernas ostensiblemente mientras clava el tenedor en una ensalada envasada. Su mochila y sus patines están depositados en el suelo. Resulta ser un español que me cuenta que está haciendo el camino de Santiago patinando, y sigue la ruta de la Vía Brugensis desde Brujas, que justo pasa por esta catedral. Parece más descansado que sus pies. 

Bajando desde la catedral se llega a los jardines flotantes al borde del canal, llamados hortillonnages. Desgraciadamente hace un calor exagerado y yo estoy medio mareada por su culpa, así que abandono a medio camino y me quedo sin verlos. Sí exploro el simpático barrio de Leu, con sus casitas tradicionales pintadas de colores. En torno a los puentes que conducen a este barrio hay mucho terraceo.

Amiens también es la patria chica de Julio Verne, y aparte de las exhibiciones en su casa museo, se le recuerda por todo el centro con cartelas muy imaginativas.

- Arras es mi siguiente etapa, y allí disfruto de su precioso campanario con carrillón, y de la belleza de sus dos plazas contiguas, al estilo grand place flamande, como en toda esta región. La localidad tiene mucho encanto, pero está, como todas las del norte, plagada de monumentos conmemorativos de tantas guerras. Cuando llevo un rato allí leo en una cartela que el 80 por ciento de Arras quedó destruido por los bombardeos de la Primera Guerra Mundial, y tuvo que ser reconstruido por un equipo de arquitectos expertos en el renacimiento flamenco. Invirtieron mucho para que fueran copias exactas de todo el patrimonio desaparecido. De modo que todos los monumentos que he estado admirando tienen unos cien años, cuando podrían tener muchos mas siglos de antigüedad. 

Arras es una etapa de la Vía Francigena, una peregrinación medieval que según consulto no se dirige a Santiago, sino a Tierra Santa. Comienza en Inglaterra, en la catedral de Canterbury, y atraviesa Francia y Suiza antes de llegar a Italia, donde tras pasar por Roma se dirige a la Apulia. Allí estaban los puertos en los que se embarcaba hacia Tierra Santa, y una vez allí supongo que el auténtico milagro era simplemente haber llegado con vida. Y yo que creía que mi viaje era largo... y encima me allanan el camino todas las comodidades y coberturas del s. XXI. 

- Bergues es el pueblo donde se rodó la segunda película más taquillera del cine francés, Bienvenidos al norte, o Bienvenue chez les Ch'tis, que es el título original. Los ch'tis hablan ch'timi y son originarios de esta zona norte fronteriza con Bélgica, la región llamada Pas-de-Calais . Se trata de una cuenca minera empobrecida, y está todavía más deprimida económicamente desde que se cerraron las minas. Entre los estereotipos regionales franceses, se considera esta región como poco apetecible para quedarse a vivir. De ahí que la película haga comedia amable con el choque cultural que le supone al protagonista, que vive en la opulenta y cálida Provenza, que su empresa, correos, le traslade al húmedo y lluvioso Pas-de-Calais. Y encima no entiende el ch'timi... 

En Bergues se anuncia la oficina de correos que tanto aparece en el film como una verdadera atracción turística. El edificio en realidad era una oficina de la compañía del gas y no tiene nada de particular, pero ha sido donado al pueblo, que le ha colocado una placa de agradecimiento. La verdad es que el poder del cine ha atraído a tantos turistas de todo el mundo hasta aquí que ya pueden estar agradecidos, porque la economía local se ha beneficiado mucho. Y además Danny Boon, el actor, guionista y director de la película, es natural de la zona, así que todo queda en casa. 

Pero Bergues tiene muchos más puntos de interés que ofrecer al visitante. Su puerto fue muy importante para el comercio textil hasta que el de la cercana Dunkerke lo eclipsó. Para que Bergues tuviera un puerto, en la Edad Media se unió el cauce de dos ríos por medio de un canal, el primero de este tipo en Francia (mucho antes que el Canal du Midi). Aparte de esto, la localidad está amurallada y una de las puertas, la de Bierne, tiende un puente sobre el canal. Hay además un campanario imponente estilo flamenco, con un carrillón. Y la torre de una abadía sobresale junto a un parque muy agradable. 

Justo cuando estoy sentada en un banco de este parque celebrando mi habitual picnic unipersonal, empiezo a escuchar una caravana que avanza a bocinazos. Me asomo sandwich en mano, y veo que se trata de una boda. Pasa la comitiva del novio, que circula con él y otros invitados sentados en el filo de las ventanas de los coches y sacando medio cuerpo, con su correspondiente tres piezas ochentero, por fuera. Algo me dice que la novia tampoco va a hacer gala de mucha discreción. Y efectivamente, la comitiva de la novia irrumpe en el parque vistiendo a juego con ella, que luce un miriñaque de tul ilusión espolvoreado con purpurina. Miss Google me sopla que ese tipo de tejido se llama glitter / escarcha / brillantina, vulgo brilli-brilli. Pero ella es feliz, que para eso es su día y tiene que celebrarlo a su gusto, qué narices. La felicito por su boda, y me saluda. 

Bergues es precioso, y me deja encantada de haber tenido la oportunidad de recorrerlo.

- Dunkerke fue arrasado en la Segunda Guerra Mundial, como tantas ciudades costeras del norte europeo. Se reconstruyeron los principales monumentos, pero el resto se perdió. Y para cuando el urbanismo empezó a construir de nuevo en la posguerra, la arquitectura del momento era bastante precaria en todos los sentidos, incluido el estético. De modo que el Dunkerke actual resulta bastante anodino, porque presenta todas esas cajas con fachadas de ladrillo típicas de los años 1950s.  

Hay un Jardín de la Memoria que conmemora a las víctimas de la terrible batalla que allí se libró, cuando las tropas alemanas acorralaron a las aliadas en la playa. Durante varios días se intentó evacuar a los supervivientes vía marítima, con muchos pesqueros que faenaban en la zona acudiendo a rescatar a los soldados. En la enorme plaza del beffroi o campanario del ayuntamiento de Dunkerke, hay carteles que nos recuerdan que "Si on efface l'histoire, on retourne", la versión francesa de que estamos condenados a repetir la historia que nos empeñamos en olvidar. 

Pero finalizo mi visita con bastante más alegría porque hay fiesta popular en una de las plazas, y aparte de la chiquillería divirtiéndose, se oye una orquestina que toca aires tradicionales. Una pareja se arranca espontáneamente, y bailan una danza ceremonial de esas en las que el caballero le tiende la mano a la dama y van y vienen cogidos de la mano. Cuando terminan les pregunto si es un baile típico del norte, y me dicen que en realidad es bretón. He olvidado el nombre, pero la música me ha gustado. Todo lo celta me tira mucho.

- A Calais le pasa lo mismo que a Dunkerke, fue arrasado y luego reconstruido en la posguerra.  Pero conserva más monumentos y más casas antiguas, y además cuenta con una célebre escultura de Rodin, Los burgueses de Calais. Este grupo escultórico frente al antiguo campanario muestra al grupo de héroes que, durante el asedio inglés ordenado por Eduardo III en el s. XIV, se ofrecieron al sacrificio a cambio de que se respetaran las vidas del resto de sus conciudadanos. Al final les indultaron. 

Calais fue ciudad inglesa durante una larga temporada a resultas de esta rendición. No conserva ni las trazas. Yo pensaba, tras haber leído Historia de dos ciudades y otros relatos por el estilo, que las gentes de aquí serían casi bilingües y tendrían costumbres de cada lado, como ocurre en tantos pueblos fronterizos. Pero no, Calais es francesa por los cuatro costados aunque reciba continuamente ferries desde el Reino Unido. Sorry, Brits!

En Calais hay una torre que fue sistemáticamente destruida en varias guerras, pero que ahí sigue. Y junto a ella, un monumento al general De Gaulle quien, como la torre, ahí sigue también. Algunos franceses de la vieja guardia aún se dicen gaullistas por nostalgia de los tiempos pasados, pero la figura de este estadista tiene luces y sombras (los pieds noirs de Argelia a los que dejó en la estacada pueden atestiguarlo). El asunto es que la naturaleza de este monumento en concreto me intriga, porque De Gaulle aparece cogido del brazo de su esposa, nacida en Calais, adonde la pareja acudía con frecuencia al parecer. Un asunto del ámbito familiar pasa a ser homenajeado como si fuera de importancia nacional... me llega un tufillo a culto a la personalidad contemplando estas dos figuras. Hay otro monumento a De Gaulle en un parque cercano al que sí le encuentro todo el sentido, porque aparece junto a Churchill, dirigiéndose ambos hacia un perfil del mapa de Francia proyectado en perspectiva, de manera que parece un túnel por el que ellos se disponen a caminar hacia el futuro.  

Me acerco a la playa de Calais, que es enorme, y camino por una larga pasarela sobre el mar, rematada por un faro. Sobre ella, algunos se afanan a pescar con caña pese al intenso viento. El día es soleado pero bochorno, y la bruma me priva de avistar desde aquí los acantilados blancos de Dover. Los equipamientos urbanos en torno a la playa me recuerdan a los de Madrid Río, porque van en la misma línea. Los que se cansan de pasear se recuestan en hamacas de madera, los chavales hacen piruetas en circuitos de monopatín, hay kioskos de obra con largas colas para conseguir frites, y tres furgonetas venden helados artesanos. Las familias que pasean lo hacen en manga larga no porque haga frío, sino porque corre un viento muy fuerte. Hay muchas cabinas para cambiarse de ropa, como en las playas del Cantábrico.  En la arena, una larga alfombra azul previene las quemaduras en las plantas de los pies. Una madre y sus dos hijas pequeñas se aventuran a bañarse en un mar muy picado y marronáceo, con el fondo muy removido. Hay multitud de gaviotas en torno a las mesas de madera donde almuerzan las familias. Compruebo en definitiva que en las playas del Mar del Norte, aquí en el Canal de la Mancha, se hacen las mismas cosas que en las de mares más cálidos. Me despido de mi tocayo esperando volverle a ver muy pronto, en latitudes más septentrionales. 

Estas son mis correrías por las líneas férreas que parten de Lille. Acabamos de llegar a la estación término con varias horas de retraso desde Calais, porque según la megafonía ha habido un accidente de importancia y el tráfico de toda la región está afectado con retrasos y cancelaciones. 

Más tarde me entero por la prensa de que una mujer se ha suicidado poniendo su coche en las vías en un paso a nivel. Ha ocurrido en la misma línea que he cogido yo para ir de Lille a Calais, y por horarios el tren que la ha arrollado ha debido de ser el siguiente al que he cogido yo. Pobre mujer. Y también pobre maquinista, y pobres pasajeros que iban a pasar un día de playa y han sido evacuados de la escena de la tragedia en autobús. Yo he presenciado las consecuencias de dos suicidios, uno frente a mi oficina y otro en donde vivo, y es terrible.  

Durante las horas de espera en la estación de Calais se han ido acumulando pasajeros, y entre ellos aparece un grupo numeroso de migrantes extracomunitarios muy desgreñadas y desorientados, que por su etnia me parece que deben venir de Oriente Medio. Se dirigen a París. No sé si quién les guía es un técnico de alguna ONG, o algo más turbio. Será lo primero supongo, dado el control exhaustivo que la SNCF hace de cada viajero. Hay revisores provistos con un escáner en cada tren. Examinan muy concienzudamente cada billete, y si un viajero no lo tiene, le multan allí mismo pidiéndole que se identifique, todos sus datos y una dirección de contacto. He presenciado algunas discusiones al respecto, y por dos veces he visto que se llevaban a un viajero indocumentado entre varios revisores. La primera vez en concreto, al llegar a la estación ya les estaban esperando en el andén los agentes de la Sûreté viaria, que se hicieron cargo de él. En Calais es sabido que desde hace años hay un problema creciente de migrantes ilegales que se concentran en los campos cercanos, mientras esperan la oportunidad de subir a los camiones para intentar cruzar al Reino Unido. Cuánta miseria humana y qué tremendo drama se desarrolla un poco más allá de nuestras narices, como un secreto oculto en la plena luz del día, que sin embargo preferimos no desvelar mirando hacia otro lado.

En esta región norteña de Pas-de-Calais, el terreno es muy llano y el paisaje está abierto sin obstáculos visuales a la inmensidad de un cielo nuboso, como en un cuadro de la escuela flamenca. Las casas son de ladrillo oscuro, pero el contraste con el verdor de los cultivos que las rodean resulta alegre. Por lo que he podido observar, en toda esta zona la población es bastante distinta a otras provincias francesas. Veo que han desaparecido en buena medida los tipos elegantes, que la gente es en general más sencilla, más llana y más directa. Me cruzo con enormes obesidades, señal de que esas personas no tienen poder adquisitivo para procurarse una alimentación sana. Veo muchos alcohólicos sin hogar tirados por los suelos, cuando por ejemplo en el centro histórico de París están instalados en tiendas de campaña (para no perturbar la estética de semejante marco incomparable). El transporte público está sucio, algunos rincones de las poblaciones huelen a orines. La impresión que me da es que aquí viven lejos del decorado glamouroso y están instalados en la realidad, esa diosa tozuda y cruel. 











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