En la estación para variar, esperando al tren que me lleva a Mouscron para desde ahí adentrarse ya en territorio belga hasta Amberes, desde donde voy a hacer cortos viajes de lunes a viernes para visitar Brujas, Gante y Bruselas. A Waterloo ya veré si me acerco. Me despido de Francia, pero es un hasta luego porque intentaré volver a Estrasburgo, y desde allí avanzar hacia Borgoña, Bretaña y Normandía. Veremos.
Las estaciones son unos de esos lugares donde se puede observar con calma a esa mezcla variopinta que es la humanidad desde mi posición preferida, que es la de mosca posada en la pared. Pero en esta de Lille no me dejan pasar desapercibida del todo, porque desgraciadamente hay muchos adictos, en diferentes fases de su proceso de autodestrucción, que me abordan continuamente para pedirme unas monedas. Pas de monnaie, désolée, es la frase que más he repetido estos días, y la única que me sale sin pensar, ya como un reflejo automático. Qué lástima de personas jóvenes destruidas por la ambición desmedida de las mafias. Supongo que me iré encontrando con mucho más de esto en los Países Bajos, una de las zonas portuarias principales en la ruta de entrada de la droga en Europa. De esto en las costas españolas también sabemos mucho.
Otro asunto inquietante en las estaciones francesas es que la megafonía continuamente nos anima a vigilar y denunciar cualquier maleta o bulto que parezca abandonado, por la seguridad de todos. Las instrucciones de los carteles son: primero pregunte a sus compañeros de viaje, y en caso de no localizar al dueño del equipaje, avise al personal para que dé la alarma cuanto antes. Nos recuerdan que si no etiquetamos nuestros bultos y lo dejamos olvidados, el tráfico ferroviario quedará interrumpido por completo hasta que lleguen los artificieros. Es un recuerdo constante de que no podemos relajarnos porque vivimos en un estado de emergencia que parece no tener fin. Ahora mismo hay ocho agentes de la Sûreté viaria y tres de la Policía Nacional junto a los andenes, todos equipados con chalecos.
Todas las estaciones francesas parece estar en obras a la vez, como en los demás países que he podido visitar, desde noviembre para acá. Es contagioso, es una competición, o mera casualidad? En Francia en concreto, la lógica de las escaleras mecánicas es muy particular: funcionan solamente las de bajada. Las de subida o no existen, o están siempre en reparación, dentro de la obra general. A la altura de los bíceps ya voy pareciendo toda una culturista.
Menos mal que siempre hay alguien tocando el piano, y siempre hay niños correteando (y molestando, por cierto) y parejas de novios que se despiden comiéndose a besos. La vida cotidiana continúa a pesar de todo. Llega mi tren. À bientôt!
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