9.6.25

Dispongo de cuatro días para explorar París a mis anchas. El quinto lo he reservado para Versalles, que nunca visité, ya que todas las veces que vine en los 1980s en viaje de estudios, los curas de mi colegio, que eran un poco agarrados, siempre escogían el día que los palacios estaban cerrados, y sólo se podía entrar gratuitamente en los jardines.  

Estos curas siempre nos hacían el mismo recorrido en el autocar escolar, y desde sus ventanas veíamos pasar rápidamente de largo lo imprescindible: Île de la Cité, rue Rivoli hasta el Louvre y los jardines de las Tullerías (que en verano tenían una noria), las plazas de la Concordia, la Ópera, la Bastilla, el Trocadéro, Étoile. Nos señalaban al paso la Sorbonne, el Panteón, los Inválidos, las estatuas de la Libertad y de Juana de Arco, la Tour Saint Jaques, la Madeleine, la Ópera Garnier, el Elíseo, el Arco del Triunfo. Luego subíamos a Montmartre para oír misa en el Sacré Cœur.... et c'est tout. Entrábamos siempre en los mismos sitios, todos gratuitos y con pocas colas en aquel momento: Notre Dame, la Sainte Chapelle, y el Centre Pompidou. El único lugar de pago era la torre Eiffel. Un año nos metieron en el Louvre un ratito para ver la Mona Lisa, la Victoria de Samotracia y poco más, pero cuando vieron el gentío y sobre todo el precio de la entrada, no les quedaron ganas de repetir. Nos dejaban un ratito sueltos en los almacenes La Fayette, de donde nos tenían que sacar casi a la fuerza.

Y lo más impactante: antes de salir de París, siempre hacían una parada técnica de una hora o más en Pigalle, frente al Moulin Rouge. Mi yo aniñado de entoces ya sospechaba que había algo que no cuadraba con el sacerdocio por aquel barrio de mala fama... mi yo adulto de ahora piensa que no es descartable que aquellos santos varones se dieran unas alegrías por aquellas calles, pero que es mucho más probable que tuvieran un lugar acordado donde poderse duchar y descansar, tras una noche turnándose al volante. A nosotros nos ponían, en el autocar aparcado, una película en una de esas pantallas de vídeo VHS de la época, para tenernos bien lobotomizados mientras ellos regresaban. Y como también estábamos agotados tras un día de tantas emociones, la mayoría nos quedábamos dormidos. Y así no les dábamos la lata cuando regresaban y se ponían de nuevo al volante para conducirnos hasta Calais, donde tomábamos el ferry a Dover, y luego hasta llegar a nuestro destino, Birmingham, donde su orden tenía un convento (les estoy llamando curas porque así lo hacíamos, pero en realidad eran frailes). Allí pasábamos todo el mes de julio aprendiendo inglés, es un decir, con clases diarias y hospedados por familias locales. El viaje de vuelta hasta Barcelona era una repetición paso a paso, pero en sentido contrario. Y así tres veranos consecutivos. De ahí que tras seis recorridos idénticos por París, ahora me interese ver otras cosas de las que esta ciudad que regala al visitante con posibilidades infinitas. Hace 42 años yo era de fácil conformar. Ahora me he vuelto bastante más inconformista. Más vale tarde que nunca. 




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