10.6.25

Qué decir de mis paseos por París. 

Cada mañana me preparo el desayuno y luego salgo de mi buhardilla en Orleans a las 8am, adelantándome a la hora punta local (en las ciudades pequeñas y medianas tienen el privilegio de dormir una hora más). Llego a la estación y cojo el tren a París Austerlitz, un directo que tarda una hora y que va repleto de viajeros frecuentes y de turistas alemanes. Tantos, que el tercer idioma de la megafonía siempre es el alemán (sustituyendo al español, aunque este sí se usa en el metro). Paso el día entero deambulando a placer por la Ville Lumière, intentando parecer una flâneuse de pura cepa, pero consiguiendo solamente tirar p'arriba y p'abajo con la misma cara que Paco Martínez Soria cuando intenta cruzar los semáforos de Atocha en "La ciudad no es para mí". La ciudad sí que es para mí, y que no me la quiten, pero esta es demasiado grande, así que he sacado un Navigo Pass para poder moverme por todo el transporte público. Sólo me siento, con algo de suerte, en el autobús. También en un banco a la sombra de un árbol en alguna placita o jardín, para almorzar o para tomar un tentempié, porque llevo comida de picnic en mi fiambrera: un sándwich, una barrita de proteínas, un zumo y una manzana comprados en un súper de Orleans contiguo a la estación. Ahorradora y poco gourmet que es una. 

Orleans está en el Centre-Val-de-Loire y París en Île de France. En el trayecto del tren regional de dos pisos aprovecho para escribir un poco, sin tiempo a revisar ni corregir nada, porque la SNCF suele ser bastante eficiente y puntual. Para cuando cojo el tren de vuelta a las 7:30pm estoy literalmente destrozada, mis pies piden clemencia, y ya he añadido otra capa a mi moreno Agroman, porque estos días están siendo muy soleados (salvo el primero, que cayeron dos chaparrones). Teniendo en cuenta que tardo una media hora en llegar a casa desde la estación de Orleans, entro por la puerta a las 9pm. Es casi una jornada laboral... igual de agotadora, pero mucho más gratificante. 

El primer día me contradigo a mí misma cambiando de planes, porque me había propuesto no repetir los mismos lugares de siempre y explorar zonas nuevas. Pero una vez sobre el terreno, quién se resiste a dar un vistazo, porque en París "lo de siempre" es excepcional. De modo que recorro a pie todos los lugares que de niña veía pasar veloces desde la ventana del autocar escolar, pero esta vez voy a mi propio ritmo, recreándome en la suerte, con una sonrisa feliz y probablemente idiotizada en los labios. 

Los tres o cuatro puntos  turísticos de visita obligada están completamente saturados. Las colas para visitar Notre Dame llenan toda la plaza, plegadas sobre sí mismas como un origami diabólico. Las de la torre Eiffel son iguales, pero en línea recta como una procesionaria inacabable. La explanada del Sacré Coeur es una multitud derramada por la escalinata. Frente al Moulin Rouge se concentran varios rebaños de ovejas mansas que esperan pacientes su apertura, horas antes de que empiece el espectáculo. Del Louvre ya ni hablamos, está asediado por las huestes invasoras. Las tiendas de lujo del Faubourg Saint Honoré y los cafés del Quartier Latin están a rebosar, y los que están dentro de cada establecimiento miran a los de fuera como desde dentro de  una pecera. Y así. Lo curioso es que en todos estos lugares hay calles completamente vacías si te alejas un par de esquinas más allá. Es la ventaja de los tour operadores, que siempre llevan un guía, ese pastor de entusiasmo impostado que concentra su rebaño en los mismos y previsibles metros cuadrados, for ever and ever. 

Desde el segundo día en adelante, me dedico a callejear por zonas no especialmente originales, pero que sí lo son para mí porque nunca he estado allí. Hasta ahora he tenido la oportunidad de ir a:

- Ménilmontant en Belleville.

Donde se crió Edith Piaf en la más absoluta miseria. Hoy día ha mejorado tanto que es un barrio como cualquier otro, donde recalaron en su tiempo muchos humildes emigrantes de todas partes: judíos, tunecinos, argelinos, portugueses y hasta republicanos españoles, pero ahora es más bien un Chinatown. También es un barrio de moda entre los jóvenes norteamericanos que recalan en París para vivir su aventura europea. Creo que también hay bastantes becados con Erasmus. 

- El cementerio de Père Lachaise.

Donde reposan tantos ilustres de la cultura universal. Pero cuando llegué quedaba media hora para el cierre y sólo me dio tiempo a buscar a la carrera la tumba de Balzac (un recuerdo a Rastignac enterrando al padre Goriot en ese mismo lugar!). Y luego busqué la de mi siempre admirado Óscar Wilde. Junto al monumento fúnebre de este último estaba una chica con los ojos cerrados y la mano en el corazón. La tumba consiste en un bloque pétreo rematado por una escultura asiria con alas, llamada "ángel-demonio". Por detrás, una inscripción en la piedra dice que lo financió una admiradora, y contiene unos versos muy sentidos que sin embargo he olvidado por completo. Al amigo Óscar le acompaña la polémica hasta en la posteridad, porque según leo hubo gran escándalo en su día porque este ángel-demonio era poseedor de unos genitales algo más voluminosos de lo que dicta el decoro. Parece ser que muchos años después dos turistas inglesas, indignadas, cogieron un adoquín suelto del suelo y con él le amputaron sus partes pétreas. Y cuenta la leyenda que desde entonces dichas partes han servido de pisapapeles en la oficina de los guardas del cementerio. En la actualidad se ha recompuesto la anatomía de la estatua, pero para evitar que sea castrada de nuevo ahora luce protegida por un panel de plástico y una placa suplicando respeto. Me pregunto qué habría opinado Wilde de todo esto, y con qué ingeniosa paradoja hubiera sentenciado esta jugosa anécdota, que parece sacada de alguna de sus obras más provocadoras y juguetonas. 

- Le Marais (quiero decir, Le Marais bien pateado).

Era uno de los barrios más antiguos hasta que el París medieval despareció bajo la piqueta en el Tercer Imperio, para lucir tal como lo conocemos hoy. Se instalaron allí muchos judíos, que fueron brutalmente desalojados por los nazis tal como recuerdan innumerables placas en multitud de edificios, con nombres y apellidos de los deportados a los campos de exterminio. Actualmente es el barrio preferido de la comunidad gay con alto poder adquisitivo. 

- Montparnasse.

Una de las zonas más míticas de París, foco de atracción para artistas y gente con ganas de diversión. No me dio tiempo a buscar las casas donde vivieron, en aquellos locos años 1920s, los artistas más vanguardistas como Fujita o Man Ray y su musa Kiki de Montparnasse. Pero sí pude pasear y respirar el ambiente, hoy día mucho más aburguesado. De todos modos quien tuvo, retuvo. Y la prueba es que me topo con un mercadillo de segunda mano donde lo de menos son los artículos a la venta, porque el interés lo acapara el tipismo de los compradores y sobre todo de los vendedores. A juzgar por su aspecto, modos y maneras, estos personajes parisinos del siglo XXI son la prueba viviente de que la vie bohème pervive. Lo mejor del mercadillo es que se recogen firmas para evitar que se abra un supermercado Carrefour en su plaza, para alejar la gentrificación de su barrio etc. Pero lo más paradójico es que hay que firmar unas octavillas que están almacenadas a bordo de un enorme Cadillac azul celeste, todo lujo y esplendor de los años 1950s. 

- Saint Germain des Prés 

Paso por delante del Café de Flore, el más venerado de la rive gauche o margen izquierda del Sena, donde se conocieron Simone de Beauvoir y Jean-Paul Sartre. El todo París intelectual y artístico parece haber pasado por ahí, y muchas celebridades del mundillo cultural hicieron de este lugar su segundo hogar, pero esta pareja es la más famosa. Me imagino a la Beauvoir y a Sartre apalancados toda la mañana en un pequeño velador, habiendo consumido sólo un brioche y un café au lait, fumando como carreteros y sentados de cara a la calle para que sus acólitos y admiradores les pudieran reconocer y acudieran en seguida a rendirles pleitesía, como a los grandes monstruos sagrados que eran. Luego se ha sabido que los dos se intercambiaban sus jóvenes amantes, reclutados entre los estudiantes de su cátedra, por medio de notitas de recomendación en las que les ponían una calificación conforme a la calidad de su prestación sexual. No se me ocurre nada peor para que el mito y la persona que lo habita se te caigan al suelo hechos añicos. 

Más simpáticos me resultan los amores de Albert Camus con la actriz gallega María Casares, quien llegó a Francia exiliada por ser hija del jefe de gobierno de la República, Casares Quiroga. María triunfó por méritos propios en el teatro y el cine francés, siempre en películas y obras de prestigio. Y además fue amante del mítico Camus, cuya madre era mallorquina por cierto. Parece ser que fueron una pareja con altibajos pero bien consolidada. En una de esas maravillosas librerías de París, tan bien surtidas, he tenido en la mano el volumen recientemente publicado de la correspondencia íntima entre ellos, y es un tomazo de esos que pesan como para evitar el portazo de una puerta contra una corriente de aire. 

En Saint Germain busco alguna cave o cueva de esas donde los existencialistas iban a llenar su vacío existencial con pernod y con jazz (la cantidad de músicos callejeros que tocan jazz de calidad es enorme en París). No encuentro ninguna cueva (será porque están escondidas bajo tierra?). Pero Miss Google me dirige hacia una de la que ya no quedan trazas, la de la rue Saint-Benoît donde tocaba la orquesta de Boris Vian, músico y escritor. Este personaje fue el rey de la extravagancia, pero también un creador de altura. "La espuma de los días" es un libro suyo, inclasificable, que me parece una versión muy tierna y personal del surrealismo. Hizo de su vida una de sus creaciones artísticas, y se cuentan muchas anécdotas de sus excentricidades.  Entre sus buenas obras, la posteridad le agradece que se trajera a Duke Ellington y a Miles Davis a París, donde este último se estableció dando lo mejor de sí. Pero lo más llamativo de la biografía de Vian es la forma en que murió: en un cine donde se estrenaba un película basada en su novela "Escupiré sobre tu tumba". No le gustaba cómo Hollywood había reflejado su obra para la pantalla, se levantó furioso de su butaca, gritó "Esto es una porquería americana" y a continuación cayó fulminado por un ataque cardíaco. Genio y figura. 

- Los Jardines de Luxemburgo.

Los cruzo a la hora en que están llenos de un gentío entre turístico y familiar. Todo lo que ofrecen es un disfrute para la vista, pero lo que más me agrada es que los niños pequeños tienen a su disposición diversiones que en la era dugital ya se han quedado antiguas, pero que me alegra comprobar que aún siguen vivitas y coleando. Hay una larga procesión de ponies con críos subidos a la grupa. Los columpios están a pleno rendimiento. Ver a la chavalería entusiasmada mientras empujan con un palo las maquetas de barquitos veleros que flotan en el estanque, es todo un gozo. Qué nostalgia de un tiempo que ya pasó. 

- El Jardin des Plantes.

Confieso que entro en este maravilloso jardín sin la menor intención de ver las plantas medicinales que atesora. Mi propósito es comerme un bocadillo de pie mientras camino, porque corre un vendaval y amenaza tormenta, de modo que no estoy nada cómoda sentada en un banco, porque me quedaría helada. Y estos setos son el escondite perfecto para cometer el faux pas de saltarme esa norma no escrita según la cual en Francia está mal visto que comas mientras andas (a menos que vengas de Norteamérica, en cuyo caso te dan por imposible, pero tus dólares te disculpan). 

- El Canal Saint Martin.

Llego a este canal del río Ourcq siguiendo los pasos de Amélie, porque en la película ella hace una lista de las cosas que le proporcionan placer, y una de ellas es lanzar guijarros al agua desde el uno de los puentes, el llamado Passerelle des Douanes. En mi paseo compruebo que hay muchas otras pasarelas, y hasta me topo con un puente que gira sobre sí mismo para dejar paso a las embarcaciones repletas de turistas que hacen el recorrido de las esclusas. Tengo el placer de contemplar desde la orilla cómo se abren y se cierran estas esclusas para nivelar las aguas y permitir la navegación. Así me quito la espinita que tenía clavada desde que un despiste me privó de disfrutar de esta experiencia en el Canal du Midi en Toulouse, al equivocarme de muelle y no llegar a tiempo para embarcar. 

En las orillas del canal hay mucha gente sentada en la hierba, disfrutando del sol y de la tranquilidad perezosa de un domingo por la tarde. La mayoría son jóvenes enfrascados en intensas conservaciones, otros están solos y tienen un libro abierto entre las manos. Da gusto verles. 

- La Place Royal.

La veo por primera vez y rememoro escenas de muchas películas rodadas en ella. Impresionantes fachadas y arboleda perfectamente alineada.

- La Place des Vosges.

Esta plaza me gusta más porque me parece más espontánea, hay mucha juventud sentada sobre el césped y muchas galerías de arte en los soportales. No puedo entrar en la casa de Víctor Hugo, que da a la plaza, porque es el día en que cierran. las calles que la rodean, en especial el Boulevard Beaumarchais, tienen un ambientazo.

- Todas las preciosas estaciones antiguas (donde hay garantía de encontrar un WC limpio porque es de pago): Austerlitz, claro, pero también Lyon que está al lado, las de Norte y el Este, la de St Lazare... Y la de Montparnasse, que por ser moderna es bastante anodina. La mezcolanza de gentes que siempre confluye en una estación es uno de los espectáculos más fascinantes que existen, y París no defrauda en este sentido.

- Place Contrescarpe, rue Mouffetard.

En los alrededores de esta zona se concentraron muchos escritores míticos, pero entre los que más admiradores atraen están James Joyce, que terminó se escribir el Ulises en la rue Cardenal Lemoine, y Ernest Hemingway, que vivió con su primera mujer unos pocos números más allá, en la acera de enfrente. En la placa que le recuerda se cuenta que Hemingway se llevaba muy bien con todos los vecinos, en especial con el dueño de un bal-mussette cercano (era un cafetín donde se bailaba una música francesa que es el antecedente del tango argentino). También se cita una frase de su novela "París era una fiesta": "Cuando éramos pobres y muy felices". Parece que tuvo nostalgia de sus años parisinos el resto de su vida. Que te quiten lo bailao, Ernest. 

- El Bois de Boulogne (veo que no me da tiempo a alejarme hasta el de Vincennes).

Me doy un paseo por este tupido bosque, al que le agradezco el frescor y la umbría en un día de cielos blanquecinos y bochorno. Al menos por la parte por la que yo entro (detrás del hipódromo), salvo por alguna vía asfaltada para facilitar la práctica del deporte, está planteado como un bosque real y no como un parque urbano. Veo muchos paseadores de perros. 

- Los grandes bulevares: Capucines, des Italiens, du Temple, St Denis, St Martin, St Antoine, des Gobelins, Haussmann... Gran ambiente en todos. No sé dónde mirar, porque todo lo que veo tiene interés: las fachadas, los escaparates, los árboles, la gente que me voy cruzando. Cada bulevar tiene una novela, cada casa una larga historia, cada árbol un cuadro, cada persona un enigma. El entretenimiento está asegurado unos pasos más allá. No falla.

- Las galerías o passages: Jouffroy, Verseau, la Cour du Commerce St André... En este último me topo con el café Procope, el más antiguo de París puesto que data de 1686. Parece que lo todos los notables de cada época fueron parroquianos, desde los enciclopedistas a los revolucionarios, el mismísimo Napoleón, y tras él todo el que era o quería ser alguien. Pero cerró a finales del s. XIX y lo reabrieron a mediados del s. XX, por eso no consta como el más antiguo, título que le disputan otros restaurantes que sí han tenido una actividad continua desde antiguo, como nuestra Casa Botín de Madrid. Me emociona pasar por delante de Le Procope, porque hace años estuve fantaseando con alquilar un estudio diminuto justo enfrente, en la rue de l'Ancienne Comédie.  Pero mi escapada, o más bien huida hacia adelante, nunca pasó del nivel de las ensoñaciones. Ahora me doy cuenta de que no hubiera pegado ojo en toda la noche, porque se trata de un pasadizo muy estrecho en una galería toda llena de bares. Pero su encanto añejo es innegable. 

- Algunos de los cafés históricos: el Flore, Les Deux Gamots, La Brasserie Lipp, Le Procope, no puedo retener tantísimos nombres. Siempre que veo a los clientes sentados de cara a la calle en esas terrazas parisinas superpobladas, pienso en el agobio que me daría a mí sentirme observada por todo el que pasa por delante. He evitado tomarme algo en uno de esos veladores porque hay algo en mí que no puede enfrentarse al escrutinio de las miradas ajenas, sabiéndome además parte de su entretenimiento. Si me dan a escoger, mi posición ideal es la de mosca posada en la pared. 

- Algunos de los lugares relacionados con el espectáculo: el Cirque d' Hiver, el Bataclan, la Filmoteca, la sala Olympia, la sala Pleyel... Frente al Bataclan han colocado una estrella que conmemora a las víctimas del atentado, que recuerdo con tanto horror. Es un edificio precioso marcado para siempre por la tragedia. El circo de invierno también es muy bonito.

- Paseos por los distritos 3°, 5°, 6°, 10° y 20° (aquí les llaman arrondissements, porque en el plano urbano entre todos conforman un redondel que gira sobre el centro histórico). Probablemente retenga largo tiempo en mi memoria alguna de mis caminatas por estos barrios, igual que recuerdo cada paso que di en Manhattan hace más de una década. Son momentos que se parecen mucho a eso que llamamos felicidad.

- Las Galerías Printemps y la inevitable cúpula de las Lafayette. El gentío se arremolina no sólo en estos almacenes históricos, sino en todas las tiendas del bulevar Hausmann y aledaños. Me imagino cómo estarán de imposibles estas calles en Navidad y me entran escalofríos. 


Seguro que se me olvida algo, mucho, muchísimo (mires donde mires hay incontables palacios , no podría recordar sus nombres ni bajo tortura; he atravesado varios mercadillos callejeros; he curioseado en muchos jardines públicos en el interior de la manzana, o en el antiguo parque de una palacio privado; he encontrado muchas sorpresas y secretos...). Algunos de estos lugares me salen al paso en la zona que me he propuesto explorar, y otros los busco con la ayuda de Miss Google. 

Imposible describir mis impresiones ante todo esto. Me siento feliz de haber tenido la gran fortuna de poder venir una vez más, y al mismo tiempo pienso que ha sido un gran error. Porque me he quedado con ganas de mucho más todavía. Ante un bocado tan apetecible como París mi hambre emocional se vuelve insaciable. Quiero quedarme en esta ciudad largo tiempo, para saborear todos sus rincones paladeándolos con calma. Paris, je t'aime de tout mon cœur !













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