En la Gare du Nord, haciendo tiempo para coger el tren a Lille, en el Flandes francés. Desde ahí pretendo acercarme a Amiens, Arras, Dunkerke, Calais y quería también ver Reims, pero está última combinación no es buena y por tanto me quedo sin ver su catedral. Será mi última etapa en este país por el que empiezo a sentir bastante cariño y franca admiración. Pero volveré, o eso espero, al cabo de unos meses. Y planeo hacerlo entrando por Estrasburgo para, desde Alsacia, cruzar el hexágono de este a oeste. Ojalá pueda bajar hasta a Lyon, que se me ha quedado en el tintero, y subir a Dijon, y desde ahí avanzar hasta Bretaña y luego a Normandía.
Me despido de París con pena, y además me hubiera gustado ver Fontainebleau, pero no puedo gastar más dinero aquí si quiero que mi presupuesto alcance para recorrer los países nórdicos y Centro Europa. Y confieso que, al igual que me terminan abrumando las iglesias, me está empezando a pasar lo mismo con los palacios. Cateta que es una.
Yo no sabía que desde esta estación es de donde parte el Eurostar hacia Londres. A pesar de que en caso de que me sobre dinero quisiera llegar hasta allí, ni me planteo hacerlo a través de un túnel bajo el mar. No tengo claustrofobia, pero me entra miedito del malo sólo de pensarlo, y contemplo con admiración las largas colas para subirse a ese tren. Los osados que quieren realizar esta proeza heroica del turismo contemporáneo no parecen preocupados. Yo en su lugar estaría hiperventilando y repasando mentalmente mi testamento... Como decía aquel torero, hay gente p'a tó.
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.