12.6.25

Hoy he estado en Versalles, he llegado desde Orleans combinando un tren regional con otro de cercanías. He conseguido por fin cumplir mi sueño de niña adicta a las princesitas y entrar en los palacios, recorrer los jardines y admirar las fuentes. Ha sido una experiencia muy especial, bajo un sol de castigo. Mi vena malvada estaba dispuesta a tomárselo todo con sarcasmo, pero a partir de las salas de estado del primer piso ya me lo he tomado mucho más en serio, porque la galería de los espejos está diseñada para deslumbrar, y a fe que lo consigue.  

Teniendo en cuenta que la revolución arrasó con todos los muebles y objetos de valor, lo que se exhibe se ha reunido entre el mobiliario y las boiseries de otros palacios, colecciones particulares provenientes de subastas, donaciones y algunas aportaciones modernas, lo que resulta en un batiburrillo de artículos de anticuario combinados con cortinas y tapizados que se podrían encontrar en El Corte Inglés. Lo que importa es el edificio, sus escalinatas, sus molduras y esculturas y sus gigantescos jardines con sus fuentes y estanques. En las cartelas se hace notar cómo la República Francesa hizo esfuerzos desde el primer momento para preservar este valioso patrimonio, y en ello sigue. Se habla con respeto de las dinastías, pero más bien desde un punto de vista cultural, no exactamente despegado pero sí guardando las distancias. Lo que se subraya en todo momento es la grandeur de la France, como concepto abstracto e inamovible del imaginario colectivo galo.

A mí personalmente me ha parecido que Le Petit Trianon es el único rincón digamos algo más hogareño, donde puedes llegar a imaginar que aquellas estancias han sido habitadas por una familia. El resto creo que parecía un museo desde el día en que el rey Sol lo estrenó. 

Algunas cosas pienso que rozan la horterada (es sólo mi personalísima opinión, y seguramente estoy errada). Me ha provocado risa la pintura dorada de las verjas y los remates del palacio. Brillando y relumbrando al sol de la primavera me ha resultado más vulgar que otra cosa, siento decir. 

También me ha hecho sonreír el anunciado encendido de algunas fuentes. Desgraciadamente no he coincidido con el verdadero espectáculo de las fuentes, que debe de ser una maravilla, por estar programado en días alternos. Pero como es temporada alta y la afluencia es tan grande, se anuncia que excepcionalmente tres de las fuentes sí están en funcionamiento diario, con una exhibición cada 15 minutos. Me acerco a una de ellas, lo que dadas las dimensiones de los jardines supone una larga caminata bajo el sol, levantando al andar nubes de polvo que se quedan adheridas a la piel gracias al sudor. Cuando llego, veo que están regando el césped y me siento en un banco a esperar que pasen los 15 minutos para que los caños se pongan en funcionamiento. Pues bien, resulta que lo que yo tomé por unos aspersores para el césped eran todo el despliegue de la fuente. Tanta pompa y circunstancia para unos cuantos chorritos al aire. Vamos a ver, Luis XIV y compañía, un poquito de seriedad! 

Sí debo decir que la megafonía había programado música barroca junto a las fuentes, y eso en un marco tan grandioso es toda una experiencia para los sentidos. Me ha sorprendido escuchar entre las piezas el Zadok the Priest de Haendel, el himno con el que se corona a los monarcas británicos. La Pérfida Albión se cuela de refilón en los dominios de los Borbones, los Bonaparte, los Orleans... cosas de la globalización.  

Mi fuente preferida, la de Flora en uno de los bosquecillos. La diosa está recostada y rodeada de preciosas flores que parecen de cerámica y son de todos los tamaños, formas y colores. 

El rey de la dinastía de Orleans, Luis Felipe, que junto con la corona heredó el palacio y no sabía muy bien qué hacer con este casoplón inhabitado (y supongo que inhabitable), resolvió irse a vivir a otro sitio. Supongo que también fue un intento de que no le identificaran con el mal recuerdo que habían dejado sus primos, los Borbones. Así que resolvió convertir Versalles en un museo, para gloria de Francia y disfrute de sus ciudadanos. Llenó varias galerías de cuadros enormes conmemorando batallas (las victoriosas solamente, faltaba más) y de retratos de los generales más importantes. Veo entre ellos el de Bernadotte, escogido para ser rey de Suecia y del que desciende la actual familia real sueca. Y localizo el de Murat, cuñado de Napoleón, quien mandó abrir fuego contra la multitud congregada frente al palacio real de Madrid el 2 de mayo de 1808. Hago una pistola con los dedos y le disparo un certero tiro en ese entrecejo suyo, cercado de vanidad y tirabuzones. BANG! Nadie me pide explicaciones (estos vigilantes han visto de todo), pero yo estaba dispuesta a justificar mi crimen y a asumir las consecuencias, ya fuera guillotina o cadena perpetua en la Conciergerie. 

Me ha causado mucha ternura visitar el Hameau de la Reine, ese capricho que María Antonieta se hizo construir en el parque del Petit Trianon para jugar a la vida campestre disfrazada de pastora, porque había leído a Jean Jacques Rousseau. Ese poblado de casitas de campesinos de mentirijillas es la prueba palpable de por qué todo terminó de tan mala manera en el Antiguo Régimen. Si la reina y sus arquitectos y decoradores pensaban que el tercer estamento vivía en casitas imaginarias de juguete como esas.... me imagino su sorpresa el día que las verdaderas panaderas de París llegaron hasta Versalles, tras muchas horas andando descalzas bajo la lluvia, para exigir iracundas a los reyes algo con lo que hacer su pan. Primero fueron a la Asamblea, que estaba reunida en un edificio cercano. Y luego se concentraron en el patio de entrada al palacio. Los reyes se asomaron al balcón para intentar apaciguarlas, pero eso no impidió que al final consiguieran forzar la verja, sobre todo porque se les había unido la Guardia Nacional. Y además muchos guardias de palacio, que también estaban hambrientos les facilitaron la entrada, sencillamente no impidiéndosela. El resto ya se sabe.

He podido ver la puerta disimulada por la que María Antonieta intentó huir, en la pared junto a su cama. Esta desvariada niña mimada se creció ante la desgracia y luego demostró, durante su cautiverio, su juicio y su posterior ejecución, una valentía y una dignidad que nadie esperaba de ella. La biografía que Stefan Zweig escribió sobre ella describe muy bien esa transformación de adolescente atolondrada en mujer resignada pero que no se deja doblegar. La impresión que prevalece tras su lectura es que fue una víctima más de las circunstancias. Siempre somos las mujeres las que nos convertimos en leonas y sacamos las garras por los hijos, y María Antonieta intentó defender a los suyos al igual que lo hicieron las panaderas.  




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