Los lugares impregnados de nacionalismos excluyentes tienen ese añadido, esa dosis extra de peculiaridad. Al visitante ocasional al principio le provoca curiosidad, y pasados unos días un cierto cansancio. En cambio, al expatriado que tiene que quedarse a vivir le coloca en una encrucijada, porque le obligan a escoger a cuál de los bandos enfrentados va a afiliarse, y con cierta regularidad tiene que renovar su voto de lealtad, porque al ser foráneo siempre está bajo sospecha. La neutralidad no es una opción para los nacionalistas. O estás con ellos o contra ellos en su estado de insatisfacción permanente, justificado o no.
Yo he vivido esta situación en lugares distintos, y la recuerdo como un gasto inútil de tiempo y energía. A quien haya decidido tener este problema por motivos familiares, históricos, económicos o del tipo que sea, que haga con su tiempo lo que mejor le parezca, pero por favor que no me obligue a invertir el mío en un problema que no me atañe. Respeto mucho las libertades, y los hechos diferenciales me parecen siempre enriquecedores, pero es que ya voy teniendo una edad y mi tiempo empieza a ser muy valioso para mí... Además, ya se sabe eso de que el nacionalismo se cura viajando. Le han atribuido la frase a Pío Baroja, a Unamuno, a Santiago Rusiñol... Tanto da, es una verdad universal.
Todo esto para anotar aquí que, cuarenta años después de mi primera visita, en Amberes siguen en las mismas. Están en ello desde la Edad Media en realidad, pero en el s. XIX, cuando Flandes y Valonia se desgajaron de los Países Bajos y nació Bélgica... Flandes tuvo que ser sometida militarmente para consentir formar parte del nuevo país. Valonia tampoco la recibió exactamente con los brazos abiertos. Estas dos comunidades nunca se consolidaron como una unidad duradera, y el pegamento de entonces ya se ha despegado casi del todo. Los roces y los agravios han llegado hasta nuestros días: los flamencos de habla neerlandesa y los valones de habla francesa del s. XXI siguen dándose la espalda y recriminándose mutuamente tanto hechos históricos de hace siglos como detalles de la vida cotidiana de esta misma semana. Solamente la capital, Bruselas, es bilingüe y hace gala de una mentalidad más abierta.
Yo no me voy a meter aquí en un berenjenal que no me corresponde, los motivos de tamaña antipatía son múltiples y se pueden consultar por ahí. Sólo sé que como extranjera me resulta muy complicado moverme por unas calles, unas estaciones y unas tiendas en las que los carteles y la megafonía están solamente en neerlandés flamenco. Es cierto que en los monumentos hay traducciones a otros idiomas, pero fuera de esas pocas calles turísticas estás flotando en un limbo lingüístico, tan indefenso/a como una ameba.
En la estación central de Amberes, una de las más bellas y espectaculares del mundo entero... he tenido que deambular largo rato para encontrar mi andén, y eso gracias a Miss Google que tiene un programa de traducción por imagen. Las personas a las que pregunto son amables, pero no saben decirme dónde está la oficina porque van a piñón fijo. De modo que he tenido que hacerle una foto a los carteles para poder traducir la imagen y orientarme, sin personal a la vista a quien preguntar, ni mostrador abierto a donde dirigirme (a las 11am). Me parece de un aldeanismo innecesario en un país en el que los ciudadanos hablan, aparte de neerlandés, francés y también inglés, por este orden. Que tiene además una pequeña comunidad de habla alemana. Y que por añadidura alberga la sede de la UE, con sus 27 estados y sus 24 lenguas oficiales, es decir, que abundan los traductores. Tanta era de la globalización para esto. Venga ya.
Siendo justos, en las estaciones de Brujas y Gante la megafonía de los trenes hacia Bruselas o con origen y destino internacional incluyen el francés y el inglés. Para que conste. Y una vez solventada mi pataleta (qué descansada me he quedado!), prosigo.
Amberes es una ciudad muy bella, uno de esos lugares bendecidos con un casco histórico precioso, producto de una prosperidad continuada durante muchos siglos. Su catedral es una joya gótica, la más grande de Bélgica. Hay mafníficas casas palacio de comerciantes enriquecidos en todas las épocas. A su puerto, que sigue siendo el segundo mayor de Europa, arribaban mercancías de todo tipo desde siempre, dado que su río, el Schelde, es muy profundo y permite la navegación de gran calado. Su industria textil y sus bordados eran célebres, y conservan esa fama. Fue la primera ciudad en contar con una bolsa de valores como la entendemos hoy, y por si todo esto fuera poco... desde el renacimiento es la capital mundial del diamante. Los judíos están especializados en su corte y pulido, así que al esplendor del dinero se añade el relumbrón de estas piedras preciosas.
El Distrito del Diamante está solo a unas calles más allá de mi apartamento, así que me acerco por dos veces. La primera llego tarde, porque aquí todo cierra a las seis. Así que me aseguro de llegar pronto la segunda vez, con los establecimientos a pleno rendimiento, esperando encontrar un ambiente dinámico parecido al del distrito del mismo nombre que visité en Manhattan, hace muchos años. Pues no. Para empezar, me deja asombrada que las transacciones se lleven a cabo en unos edificios tan descuidados, que las aceras estén tan mugrientas y que la actividad visible desde la calle sea tan escasa. Hay un par de sedes de bancos indios, y de hecho a media mañana los únicos clientes que veo por allí también son indios. Me cruzo con algunos judíos que llevan la kipá, ese casquete negro. Algunos de ellos lucen además largos tirabuzones a los lados, y esas gabardinas de seda negra cortadas al estilo de siglos pasados. Veo algunas adolescentes vestidas con petos negros como sacados de una novela victoriana, y dos mujeres adultas que llevan un velito corto negro que les cubre el peinado y que se llama tichel. Muy poco favorecedor, pero es que ese es precisamente el objetivo, ocultar todo atractivo siguiendo las leyes de la modestia que les marca la versión más ortodoxa de su religión. Todo esto y una pequeña sinagoga es lo más interesante que se me ofrece a la vista, porque la verdad, las joyerías en sí, pese a que la mercancía reluce de lo lindo al sol de junio, no me parecen nada especial para la fama que se les atribuye. Es más, aunque la calidad de la piedra sea por lo visto excepcional, las joyas de los escaparates ni siquiera me gustan... lamento decir que mi opinión sobre ellas es que son muy catetas. He visto joyas de diseño exquisito en tiendas emblemáticas de calles célebres, pero también las he visto mucho más finas que estas en joyerías de barrio. Mi humilde opinión de ignorante en la materia es que estas joyas son así porque responden a la demanda actual, es decir, que los que las compran deben de ser unos horteras enriquecidos pero sin criterio, que esperan encontrar mejores precios rebuscando por estas calles. Y que los nuevos ricos con un poquito más de mundo y de dinero se van a comprar sus diamantes a Tiffany's y a sitios así, aunque sea sólo por presunción. Es la única explicación que le encuentro a estos joyones de tamaño desaforado y de un mal gusto tremendo. Antes muerta que sencilla, me dicen los escaparates al pasar. Para qué cargar con tanto peso, les respondo. Y pienso: lo que vale un anillo de estos me da para varias semanas viajando.
El centro de Amberes sí que es exquisito. En la plaza renacentista de Grote Markt o mercado grande, el ayuntamiento luce todo un catálogo de banderas en cada ventana de cada fachada. Las casas en torno son dignas de contemplarse con detalle, con sus tejados en escalera y sus figuras doradas de gran simbolismo para cada gremio, según a qué oficio se dedicara la familia propietaria. En las inmediaciones de la plaza, la biblioteca Hendrik lleva cinco siglos atesorando volúmenes y contiene un precioso jardín secreto.
La hermosa fuente central cuenta la leyenda de Brabo, personaje mítico que se atrevió a cortarle una mano al gigante recaudador de impuestos, quien a su vez había sido un corta-manos opresor y tiránico al que nadie se atrevía a plantar cara. A los morosos mancos aún les quedaba la otra mano para metérsela en el bolsillo y pagar el injusto tributo de entrada al puerto, donde les esperaba este gigante implacable. Pero él no sobrevivió a la amputación que le hizo Brabo, con lo que Amberes quedó liberado de sus deudas de un tajo certero. Contemplando los chorros de agua que sangran desde el muñón gigantesco, me pregunto si este gigante es la España de Felipe II, dueña y señora de estos territorios durante casi un siglo, y que tan mal recuerdo ha dejado por aquí, en especial tributariamente hablando. A veces el bolsillo nos duele más que un órgano vital. Y encuentro lógico que así sea, porque es el sustento vital de todos.
El ambiente en las calles circundantes a Grote Market está muy animado, y por algún motivo abundan los restaurantes italianos con camareros asiáticos. No sólo hay cervecerías típicas para turistas, sino lugares de diversión de todo tipo para los locales. Esta es una ciudad alegre que además está llena de estudiantes, por ser distrito universitario. Desgraciadamente me dejo llevar por la inspiración del momento y pruebo tanto la cerveza como el chocolate belgas. Al día siguiente intento hacer acto de contricción, pero la carne es débil y repito la ofensa. No quiero ni pensar en el llanto y crujir de dientes a mi vuelta, cuando me vea mordisqueando una zanahoria cruda como penitencia.
Frente a la catedral hay una escultura muy original, un regalo de China (?). Un niño y su perro duermen el sueño eterno tendidos en el suelo, cubiertos con el mismo pavimento a modo de manta. Un cuento sin final feliz que por lo visto es muy conocido, y que ensalza la belleza trágica del monumento. Porque a este niño del relato le gusta dibujar, y quiere visitar la catedral para ver los cuadros de Rubens, pero es pobre y no puede pagarse la entrada. Al final del cuento, él y su perro amanecen muertos por congelación frente a la puerta. De esto también tendrá la culpa el gigante pesetero? O no se considera pesetero cobrar la entrada para franquear un templo donde se predica el amor al prójimo? A quién le cortamos la mano esta vez, a quien sujeta el pincel? Misterios sin resolver.
La catedral en sí alberga efectivamente tres cuadros de Rubens, y además se puede visitar la casa donde el artista pasó los últimos años de su vida. Viéndola se sabe que le iba muy bien en la vida. El jardín lo diseñó con arreglo al estilo italiano que había visto en sus viajes, y es una preciosidad.
Hay muchos más museos, pero algunos están cerrados por obras, al igual que la interesante calle Lange Nieuwstraat, cuyo pavimento está levantado en su totalidad, lo que la hace impracticable. Al final de esta calle se llega al puerto, donde lo primero que se ve es el precioso castillo medieval de Het Steen (la roca), hoy sede de la oficina de información turística. Su azotea ofrece unas vistas estupendas sobre el río y su puerto.
Callejeando por el centro, llego a la iglesia de San Carlos Borromeo, brillante excepción barroca en una ciudad renacentista. Me programo una visita al barrio de Zurenborg, donde he leído que hay muchos edificios modernistas y art déco, pero la lumbalgia me lo impide, así como no me permite explorar el puerto, donde hay edificios contemporáneos muy originales, entre ellos uno que combina un antiguo parque de bomberos con una estructura de cristal que emula un gigantesco diamante. Otra vez será. Sí que he podido admirar los edificios decimonónicos del centro, y el rascacielos art decó que se llama Torre de los Campesinos y que según dicen aquí fue el primero de Europa. Hay otras ciudades que se quieren apuntar ese hito, entre ellas la cercana Rotterdam. A mi vértigo le dan igual estos detalles, pasa el mismo tembleque independientemente de las fechas. Por eso no he subido al campanario de la catedral, contentándome con escuchar su estupendo carrillón desde tierra firme. Preciosa banda sonora para una preciosa ciudad.
- Brujas. Esta es una de esas ciudades boutique donde prima la estética. Un sueño hecho realidad, cualquier cuento de hadas la tendría como escenario, y parece diseñada para hacer las delicias de todos los que llegamos allí buscando el tipismo con una atmósfera especial. Sus rincones, casas, canales y monumentos son de postal, pero con un halo de lamento por los tiempos pasados que no volverán. Otra Venecia del norte, plantándole cara a la Serenísima, si no fuera porque desde su decadencia económica a Brujas la apodan "la ciudad muerta". La razón es que el escritor belga Rodenbach ambientó en Brujas su novela así titulada, lo que atrajo a muchos turistas ingleses del finales del XIX, que pusieron de moda la ciudad y su halo melancólico.
El día de mi visita luce un sol espléndido y los colores de las flores y las casas prácticamente restallan, recalentadas con unas temperaturas más propias de latitudes meridionales que de un lugar a orillas del Mar del Norte. Pero sí recuerdo mi anterior visita, cuando llegué aquí de adolescente, en un día muy nublado donde todo parecía gris y la humedad chorreaba fachadas abajo. Me pareció entonces un lugar muy bello y un poco triste.
Brujas prosperó gracias a la cercanía de su río Reie a la orilla del mar, pero también a estar situada en un terreno que se alza sobre un banco de arena, lo que la protegía de ser invadida fácilmente. Su comercio marítimo era de los más importantes en la Europa medieval, y sus preciados bordados eran la actividad principal de sus mujeres. También tenía una bolsa de valores (que dicen que fue la primera.... en qué quedamos?). Toda esta actividad tan lucrativa crecía y se multiplicaba bajo el dominio de los Condes de Flandes y los duques de Borgoña. Pero cuando en el s. XVI estos nobles señores se marcharon a otra parte (a Amberes, mira tú por donde), Brujas sufrió un duro golpe, porque con ellos se fueron todos los ricos comerciantes y mecenas que sostenían la economía local. Y hasta hoy. De modo que Brujas es un bello decorado, pero su trastienda actual depende del turismo de índole cultural, de las cervecerías y los bordados, y de los estudiantes. Tampoco pueden quejarse, me parece a mí. Con ese patrimonio execpcional, nunca perderán los atractivos que atraen hasta aquí a tantísimos visitantes.
Me doy un paseo mágico por los canales de Brujas, en una de esas embarcaciones a motor estrechas y largas que los franceses llaman peniches. En uno de los puentes, el guía nos avisa de que debemos bajar la cabeza si no queremos golpearnos. No hago ni una sola foto del recorrido porque no quiero distraer mi mente con nada que no sea la contemplación extasiada de tanta belleza. Sé que suena cursi, pero es exactamente así.
Luego me doy unos paseos inolvidables por el caco antiguo. Por el parque Begijnenvest y sus casas del s. XVII, por la plaza principal o Grote Markt, con su ayuntamiento y su Belfort o campanario civil, que tiene un carrillón sonando a pleno rendimiento para contento de propios y extraños. La imponente catedral contiene una Madonna de Miguel Ángel y un original púlpito barroco que parece flotar por los aires, sin duda con rumbo al cielo católico.
El pintor Van Eyck, gloria local, es homenajeado con una estatua en una plaza encantadora al pie de uno de los canales. No tengo tiempo de visitar ninguno de los lugares relacionados con él y su obra, porque sólo dispongo de un día y prefiero pasear las calles y empaparme de su ambiente. También debo decir que el empedrado del pavimento empieza a pasarle factura a mi espalda, y temo empeorar las molestias si me quedo quieta en un punto leyendo cartelas sin fin. Mi incipiente lumbalgia clama por un asiento, y esa es la excusa perfecta para sentarme en una terraza tranquila y degustar una Duvel, que me sabe de lujo.
Me pierdo nuevamente por Brujas, y al atardecer regreso a Amberes. Aún no sé que esa noche no voy a poder dormir con dolor de lumbares, y que los próximos dos días estaré en casa, convaleciente. Menos mal que mi ático tiene vistas de refilón al campanario de la catedral y otros monumentos. En una farmacia cercana me venden unas friegas. Los ibuprofenos me dan mucho sueño, y aprovecho para dormir. Tras 48 horas, aquí estoy ya recuperada y en pie de nuevo, en la estación de Amberes, a punto de coger el tren hacia Bruselas ...
Notas:
- De Amberes me llama mucho la atención que sus aceras en general estén tan mugrientas. En barrios como el Chinatown es impresionante el nivel de dejadez, más propio de Sicilia que de Flandes. De una ciudad tan opulenta yo me esperaba un mejor mantenimiento. Pero también sé que todas las ciudades portuarias tiene un inframundo canalla, y esta no podía ser menos.
- También me resulta llamativo que en un país centroeuropeo como este, algunas personas griten tanto. El utilizar un tono demasiado alto al hablar se lo solemos atribuir a países sureños como el nuestro, pero aquí algunos nativos me han llegado a sobresaltar con sus gritos. Es un rasgo de espontaneidad que me sorprende en unas gentes que por otro lado son tirando a comedidas en sus formas y maneras.
- Todos los trabajos de baja cualificación y peor salario veo que están en manos de inmigrantes extra comunitarios. Esto es habitual en nuestro rincón del mundo, sin entrar en consideraciones. Lo que encuentro muy particular es la cara de tristeza y hastío que detecto en algunos de los dependientes, camareros, obreros de la construcción, limpiadoras, etc. Habrá sido casualidad, pero mentiría si dijera lo contrario.
- Puede que también se deba a la casualidad, pero en la primera etapa del viaje coincidí con muchas parejas de novios indios. En esta segunda etapa, los novios en cambio son mejicanos. El amor triunfa siempre, vence todo obstaculo y cruza cualquier frontera, pero por lo visto eso de los pasaportes y las aduanas va por temporadas.
- Nunca he visto tantas Brompton, esas preciosas bicicletas plegables inglesas de colores, como en los trenes de Flandes.
- Mis degustaciones de chocolate belga no sólo me dejan muy arrepentida como reincidente quebsoy de un pecado de gula, sino que deben dejar también un poso muy dulcecito en mi sangre, porque estos mosquitos flamencos (ole y ole!) se ceban conmigo. Amar es compartir, y entre ellos y yo hay ahora un pacto de sangre. Estos insectos, al picarme, podían al menos inocularme en vena un vocabulario básico de neerlandés, porque me acaban de echar del tren equivocado por culpa del idioma. Si es que no me entero...
No hay comentarios:
Publicar un comentario
Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.