5.7.25

Llego a Hamburgo con retraso, después de bajarme en las afueras, en la estación anterior a la central, porque me he debido despistar al sacar el billete y este no cubre hasta el término. No importa, cojo otro tren que cubra los 13 minutos de trayecto restantes, porque con la app de Interrail se pueden sacar los billetes sobre la marcha. El asunto es que los trenes que van al centro llevan un retraso considerable, y voy por los andenes como alma en pena, porque la información es un poco caótica. Me cuelo en el primer tren que veo pasar por fin, sin tiempo para leer las pantallas. Me subo a un vagón muy elegante que resulta ser de primera clase. Ruedo a Doña Resilia por el pasillo hasta segunda clase, pero allí los pasajeros son igual de glamourosos, leen la prensa en papel con gafas de diseño, hablan susurrando, y junto a uno de ellos veo un cello enfundado y apoyado en la pared. El colmo del culturetismo... Y entonces mi imaginación neurótica se pone a rodar, y se figura que estos alemanes del norte, con la fama que tienen de serios y concienzudos, al bajarme del tren seguro que me van a controlar el billete en la canceladora, y no les van a cuadrar los datos porque voy en un tren del que no tengo billete, y vete a saber qué bronca me arman por mucho que me haga la despistada... Para cambiar mi billete en la app necesito averiguar de dónde salió este tren, pero las pantallas omiten ese dato, y no es cuestión de preguntárselo a esta gente tan fina y tan intelectual, que seguro que han leído a Freud y a Jung y me van a considerar una demente, o una okupa-polizonte o ambas cosas, con mi magullada Resilia y mi arrugado modelito low cost, marca doble-P (Primark/Pepco).  Mirando los horarios de los trenes, Miss Google me sopla que el tren viene desde Múnich. Todo explicado, proceden de la rica Baviera, donde atan los perros con longaniz... con salchichas Weisswurst! Al final, mi táctica de detective sabueso se revela que ha sido en vano, porque nadie me pide el código QR del billete, ni hay canceladoras, ni nada de nada. Me podía haber ahorrado el momento pánico, pero yo soy así de sufridora.

Nada más bajar y salir de la estación, puedo observar el contraste del paisanaje respecto al de los Países Bajos (el paisaje sí que ha sido el mismo durante el viaje: llanuras inmensas muy verdes bordeadas de árboles, y muchas vacas pastando felices en ese paraíso natural). Este paisanaje germánico de Hamburgo es muy ecléctico, hay muchos alemanes locales y muchos con origen en otros continentes. Veo población de muchas razas diversas, y bastantes familias mixtas con niños. 

Ya se sabe que alrededor de las estaciones suele haber una miscelánea de personas de todo tipo y condición, pero nunca falta un porcentaje de personas marginales, que ahora llamamos en riesgo de exclusión social. Pues bien, los excluidos sociales de la estación central de Hamburgo están mucho más excluídos que en otros sitios similares, y tras la hora del cierre de comercios, la verdad es que dan bastante aprensión. Mi hotelito barato se sitúa justo en la calle fronteriza entre el universo mugriento y maloliente de estos desgraciados y unas calles normales y corrientes. Así que me aprendo rápidamente el recorrido del gran rodeo que debo dar para llegar a los lugares que en realidad tengo a dos pasos. Malditas drogas que envenenan cuerpos y destruyen mentes. 

Hamburgo es una ciudad que en los últimos tiempos se ha puesto de moda como destino turístico, con fama de ser la más bonita de Alemania. Tras haberla visitado, mi opinión personalísima es que efectivamente cuenta con muchos lugares de gran belleza, pero no comparto el entusiasmo general, que me parece más fruto de una operación de marketing que otra cosa. Por supuesto que se trata de una gran urbe industrial muy cosmopolita y que tiene mucho que ofrecer al visitante, pero el cartelito de "la más bonita de Alemania" yo no sé lo colgaría cuando en el mismo país están Heidelberg (de las pocas localidades que están intactas porque se libró de ser bombardeada por los aliados), Munich, Nuremberg, Friburgo, Lübeck, Rottemburgo, Bremen y supongo que muchas otras que en mi ignorancia no he oído nunca nombrar. Me parece que, de entre las grandes urbes alemanas, el puerto de Hamburgo necesitaba recibir su cuota de negocio turístico... y como es natural se ha hecho publicidad para no quedarse atrás en los circuitos, y cotizar al alza en la industria del ramo. Lo que me parece muy respetable y acertado. Pero exagerado también me lo parece. 

Aún así, me ha gustado recorrer Hamburgo, aunque lamentablemente las obras me han impedido hacerlo con soltura. Yo no sé por qué Europa entera está en obras a la vez, en toda ciudad de todo país, me da que pensar. Quizá los alcaldes saben que los fondos de la UE van a desaparecer y han solicitado subvenciones todos a un tiempo, antes de que se agoten? Misterios sin resolver. Mis anotaciones sin orden ni concierto sobre mis pasos por Hamburgo, a continuación:

- Pese a haber quedado mermado en la guerra, por su patrimonio se nota que está ciudad siempre ha sido rica. Poderío hanseático, porque Hamburgo formó parte de la Liga Hanseática para el comercio fluvial y marítimo en la Edad Media, y ahí comenzó su pujanza económica. 

- La zona más llamativa y original que tiene Hamburgo es sin duda la de los almacenes del puerto sobre el río Elba, llamada Speicherstadt. Leo en las cartelas que el antiguo puerto se expandió en el s. XIX con estatus de puerto franco, y cuando los armadores enriquecidos aprovecharon para construir una zona conveniente para su negocio, ya de paso la dotaron de gran valor arquitectónico, para fardar. Son unos canales bordeados por magníficos edificios industriales Art Nouveau de ladrillo rojo, sustentados por pilotes de madera, formando una fachada compacta hasta donde alcanza la vista. Estos canales están cruzados por multitud de puentes (en total hay más de dos mil en Hamburgo), a cual más bonito, franqueados por estatuas que conmemoran los personajes míticos de la historia de la ciudad. En los bajos de estos maravillosos edificios veo algunas tiendas de anticuarios, y hay cafés con terrazas a lo largo de los canales. Coincido con unos recién casados que se están fotografiando, ellos y sus invitados, en las escaleras metálicas que conectan las partes del complejo. Bonitas fotos van a tener de recuerdo, porque el marco verdaderamente es incomparable, patrimonio de la UNESCO por ser el distrito de almacenes portuarios más grande del mundo. Wircklich Wunderbar.

- El ayuntamiento lo coloco en segundo lugar de los lugares más bellos y más impresionantes de Hamburgo. Es un ejemplo del estilo fantasioso-historicista de finales del s. XIX, inspirado en el renacimiento local  y construido a lo grande, y cuando digo grande es que sus dimensiones casi no caben en la foto. Pero aunque no sea renacentista del renacimiento fetén, qué bonito es! Todos sus detalles son dignos de dedicarles un buen rato de contemplación, aunque lo que es un gozo para la vista termina resultando un poco perjudicial para las cervicales, tan en lo alto quedan los remates de los ventanales, las estatuas que coronan los tejados y la torre con su carrillón. Leo que se construyó tras la victoria en la guerra franco-prusiana, cuando el gobierno local estaba muy subidito de moral. Se refleja en el aire de triunfo y esplendor del edificio. Diga usted que sí, que hay que aprovechar y celebrar los buenos tiempos mientras duren... Pero el ardor guerrero tiene doble filo. Poco imaginaba aquella gente que con el tiempo Hamburgo sería bombardeado y amplias zonas de la ciudad quedarían arrasadas, las riqueza mermada, y la moral humillada. Haberse adherido con tanto entusiasmo al Tercer Reich (el Gau) es lo que tiene. Ochenta años después de les ve totalmente recuperados, eso sí. Y muy partidarios del pacifismo, también. 

- Hamburgo cuenta con muchas iglesias de varias denominaciones, con altas torres marronáceas de distintas formas que me resultan originales por lo poco habituada que estoy a este estilo germánico. Pero en la que me encuentro algo original también en el interior es en Saint Katharinen, donde me topo con una instalación del británico Luke Jerram. Al entrar, una señora muy amable me avisa de que va a empezar un concierto de órgano. Lo que no me advierte es que la música mece un gigantesco globo terráqueo que cuelga del techo de la (única) nave, girando lentamente. Es la reproducción exacta de nuestro planeta mapeado desde el espacio por la NASA. Hay sacos-puff por el suelo para tumbarte y sentir que literalmente se te cae el mundo encima. Pero yo prefiero verlo cómodamente sentada en una silla, convencional que es una. El órgano es magnífico, y el concertista superior. Pero lo que más eleva mi espíritu de toda la experiencia es que la iglesia cuenta con unos WC públicos que me vienen divinamente (excuse the pun). 

- Las principales calles comerciales, donde se encuentra todo el ocio de Hamburgo son amplias, hermosas y bordeadas de algunos grandes edificios Art Nouveau muy bonitos. Pero carecen de animación, es decir, la gente que camina entre las tiendas y cafeterías etc lo hace con expresión seria y algunos con cara de preocupación. Por la noche, en los lugares de ocio, los jóvenes y no tan jóvenes se muestran más expansivos y alegres, pero sin estridencias. La impresión que me llevo es que aquí la gente se comunica con sordina. He leído que los alemanes del norte son amables y corteses, pero muy reservados y cautelosos, y que aquí cuesta entablar relaciones de amistad, aunque para cuando lo consigues obtienes amigos fieles para toda la vida. Ignoro si se trata de un tópico o si es un cliché basado en hechos reales, pero el contraste de la gente que veo por la calle en Hamburgo con la que me he dejado atrás en Holanda es ciertamente muy llamativo.  

- La gran belleza de esta ciudad es sin duda sus lagos artificiales, el Alster y Binnenalster. El de menor tamaño está integrado en el centro, y tiene un gran surtidor que suelta espuma de agua, debido al intenso viento (leo que en esta ciudad siempre hace mucho viento, y no cálido precisamente). En una de las orillas hay bares en forma de barcos atracados con terraza en cubierta. Y mucha gente se sienta en la orilla con su picnic y/o bebida para cenar viendo la puesta de sol. Exactamente lo mismo se encuentra en el lago mayor, pero bordeado de un parque con hermosos árboles y con un club de remo donde la gente practica su deporte favorito, observada por otra gente vestida al estilo de cualquier boutique pija de la calle Serrano de Madrid, sección naútica. Los que aparcan allí sus bicis llevan ropita de la sección ciclismo. Y la gente que pasea pero no pertenece al club viste de pueblo llano. Los tipos físicos de por aquí también son muy distintos a los que he visto en Holanda, digamos que mis ojos se habían malacostumbrado a ver mucha gente atractiva físicamente, y ahora sufren síndrome de abstinencia. Pero mis paseos por esta zona no pueden ser más agradables, pese a la ventolera. 

- Paso por la casa donde vivía Otto Meissner, el editor que se atrevió a publicar El Capital de Carl Marx a mediados del s. XIX. Valor torero el de este hombre, que además preparó una edición más barata para que la pudieran costear los obreros. Al proletariado lúmpen de la época me lo figuro casi analfabeto, y me pregunto si entenderían algo, o necesitarían que algún proto-sindicalista les glosara lo que pone el libro en cuestión. Yo nunca lo he leído, pero sospecho que aunque te vaya la vida en ello no vas a encontrar lo que se dice amena su lectura. 

- Me entero demasiado tarde de que hay un barrio llamado "de las escaleras", el Treppenviertel, que merece una visita porque son villas antiguas construidas en una ladera, a las que solo se puede acceder subiendo sus correspondientes escalinatas. No me da tiempo a acercarme y es una pena, pero sospecho que mis rodillas se alegran en secreto. 

- Dejo Hamburgo atrás a los dos días, y me doy un tremendo madrugón para coger el tren que tras cuatro horas y media me dejará en Copenhague. En algunos trenes es obligatorio reservar plaza, y en este no había otro horario disponible que no fuera el de las 7am. Me informan en el mostrador de la estación que cuando llegan las vacaciones muchos alemanes optan por cruzar a Dinamarca, y efectivamente, en el tren voy rodeada de grandes grupos de jóvenes senderistas, boy & girl scouts y familias que van hacer camping. Durante el trayecto, el tren para en la frontera danesa, y se nos advierte por megafonía que tengamos preparado el pasaporte por si nos lo requiere la policía. Un soldado y tres policías recorren los vagones, y luego reanudamos la marcha. Me extraña este procedimiento entre dos países de pleno derecho de la UE, yo que he cruzado en tren la frontera "blanda" entre la República de Irlanda e Irlanda del Norte (Reino Unido) del tirón, sin que ocurriera nada semejante. Me informo por Miss Google y me entero de que Dinamarca hace algunos años endureció y reforzó su política fronteriza, para evitar los trapicheos que se habían convertido en habituales. Esto provocó una queja formal de Alemania en Bruselas, y la UE recriminó a Dinamarca su actitud para con otro estado miembro, pero sin consecuencias. Bueno sí, que el gobierno alemán amenazó con hacer campaña para que sus ciudadanos vacacionaran en Polonia en vez de en Dinamarca. Pero mi tren abarrotado es un ejemplo de que a los alemanes amantes de la naturaleza les gusta cruzar la misma frontera de siempre, con o sin pasaporte. 

Me hace gracia un pequeño detalle: en la frontera, el maquinista y el revisor alemanes del tren son sustituidos por sus colegas daneses, y nos vuelven a revisar el billete. Cuando llegamos a Copenhague, con algún retraso, por megafonía recalcan varias veces que se debe a problemas técnicos del lado alemán. No dudo que sea cierto, pero la insistencia me hace pensar que los vecinos ya se sabe, tienen sus resquemores y sus rencillas... 






No hay comentarios:

Publicar un comentario

Nota: solo los miembros de este blog pueden publicar comentarios.

Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...