En todos los meses que llevo viajando me he encontrado en lugares donde estaba muy a gusto, otros que me han sorprendido gratamente, algunos que me han entusiasmado, y unos cuantos a los que quiero volver en cuanto me sea posible. Pero cuando me preguntaba a mí misma, "Mi misma, te quedarías aquí un año entero?", mí misma me respondía, "Tanto?". En Amsterdam, la respuesta ha sido "De verdad hay que marcharse?".
Esta mañana me marcho, y no quiero irme. El único motivo que me impulsa a continuar el viaje es que no creo que vuelva a tener otra oportunidad como esta de visitar de corrido los países que aún están en mi lista, y a estas alturas no voy a renunciar a mi sueño se vagabundear de un lugar a otro durante un año sabático. Pero me he estado planteando pasar en Amsterdam o alrededores una larga temporada en un futuro, de hecho hasta he mirado el precio de los alquileres en el barrio de De Pijp, y he consultado un par de casas a la venta en el caso antiguo de Haarlem. Fantasías húmedas que me alcanzan cuando voy huyendo de la realidad a toda carrera.
Había reservado cinco noches de hotel en Amsterdam, con la intención de dedicar un par de días a revisitar la ciudad (ya había estado aquí de adolescente) y luego coger trenes para pasar un día entero en Haarlem, La Haya, Utrecht (Rotterdam lo descarto porque desde ahí cogí un ferry a Inglaterra en mi anterior viaje, y puede que haga lo mismo en este).
Pues bien, he dedicado casi todo el tiempo disponible a la ciudad de Amsterdam porque no he sido capaz de alejarme, y sólo me he aventurado un poco por los alrededores (Haarlem, Zandvoort, Volendam, Edam). De modo que, para ver un poco el resto de Holanda, a partir de hoy me alojo en la ciudad de Arnhem, casi en la frontera con Alemania. Allí los precios no son tan prohibitivos como en Amsterdam, y al ser este un país pequeño, las distancias de los recorridos en tren no varían demasiado.
Pero el hecho es que aunque tengo a mis Resilias ya empaquetadas y el billete de tren reservado para dentro de un rato, no me quiero marchar. Hay una vocecilla perversa, infantilona, que insiste en que me quede por aquí hasta gastar todas las hojas del calendario y reventar la tarjeta de crédito. "No te vayas, no te vayas" me dice la muy ca...riñosa. Menos mal que soy bastante cerebral, pese a que al estrógeno menopáusico le gusta juguetear conmigo. He hecho muy pocas cosas espontáneas en mi vida, soy como Katherine Hepburn en "Locuras de verano": me dejo tentar por las excentricidades, pero nunca permito que la posibilidad de cometer una imprudencia me complique la existencia.
Pero estoy convencida de que, cuando sea más vieja y me vaya volviendo más y más aniñada, me arrepentiré de no haberme quedado a vivir en Amsterdam una temporada larga. Esta ciudad lo tiene todo, o al menos todo lo que a mí me gusta. Es muy, muy bonita. Hay una enorme oferta de iniciativas culturales de todo tipo y para todos los gustos. El calor en verano es soportable (imagino que en invierno hará un frío húmedo espantoso). Se respetan las normas de cortesía, esas pequeñas hipocresías en vías de extinción pero que hacen tan cómoda la convivencia. Está aceptablemente limpia (menos el fin de semana), y a simple vista parece que bastante bien gestionada. Goza de amplias libertades, pero hasta un cierto punto razonable. Es cosmopolita, pero sin haber perdido su fuerte personalidad. Su tamaño es muy abarcable y el terreno es llano, con lo que se puede llegar cómodamente andando a todas partes, y hasta tiene un ferry gratuito para cruzar el canal hacia los barrios más alejados, al norte. La mezcolanza de personas que caminan o pedalean por sus calles incluye casi toda la diversidad humana. La atmósfera es animada, distendida, abierta y optimista.
Su melting pot es fascinante para una urbe que no es de gran tamaño: aparte de la población autóctona, la habita una mezcla de razas y culturas muy diversa, procedente de las antiguas colonias holandesas en el Caribe, África y Asia (los turistas, estudiantes, nómadas digitales y expatriados venimos desde los cinco continentes, pero no lo sumo porque somos población flotante). Sin contar su área metropolitana, Ámsterdam roza el millón de habitantes, pero quitando las zonas turísticas más concurridas, el resto de la ciudad no resulta nada agobiante, hay muchas calles céntricas bastante silenciosas y hasta solitarias. Muchos barrios que rodean el meollo monumental gozan de un ritmo de vida envidiable: la simbiosis perfecta entre la privacidad y la convivencia con el vecindario, la tranquilidad y la animación, la cercanía a todos los comercios y servicios, pero sin perder la sensación de vivir en un pueblecito que ha retrocedido mágicamente en el tiempo y aún está instalado una época más afable y menos exigente. Esta gente ha sabido conservar lo mejor de un modo de vida a escala humana, con los valores de antaño, pero al mismo tiempo han sabido aprovechar, para bien y para mal, todo lo que el progreso puede aportar, y le han incorporado a su día día día los adelantos técnicos y sociales, incluidos los que convierten nuestra vida actual en ese infierno de comodidades a medida de los insociables, entre los que me cuento. Ámsterdam es una ciudad en la que la gente no te interpela si no les das pie, pero en donde la conversación educada es bienvenida. Si no te apetece hablar con nadie, puedes hacer de todo tocando una pantalla con el dedo (y pasando la tarjeta de crédito, of course). Pero si tienes un día en que te apetece el contacto humano y buscas palique o algo más, bastante más, mucho más que eso, también te lo proporciona con relativa facilidad. Aquí la gente es abierta, asequible, tolerante, y la mayoría están relajados y de buen humor. La mentalidad de la ciudad es liberal, progresista, mundana, y eso se refleja en el talante de sus habitantes. Practicamente todo el mundo habla inglés, muy bien además, pero no es sólo ese detalle el que facilita la comunicación: es que el entendimiento es fluido cuando las personas están acostumbradas a cohabitar con la diversidad, la aceptan y saben valorarla. Este es el paraíso de los apátridas, los nómadas, los descreídos, los bohemios y los introvertidos-extrovertidos. Siempre que tengan fondos suficientes en su cuenta corriente, tampoco nos engañemos. No todo es armonía, bienestar y paz social, naturalmente. He presenciado discusiones y hasta broncas callejeras que comentaré más adelante.
En este sesudo análisis que me dicta la experiencia de unos pocos días en Ámsterdam, y que interpretan a dos manos mis hormonas y mi capricho imposible, sólo le encuentro a Ámsterdam dos defectos insalvables, que me rebajan un tanto el entusiasmo. Me he cruzado con unas cuantas ratas bien grandes en todo tipo de barrios (ay, tanta agüita en los canales, tantas casitas viejas, tantas bolsitas de basura por las aceras, tanto calorcito). Y luego están las bicicletas, mamma mia. Los ciclistas a toda velocidad tienen preferencia sobre todo y sobre todos. Y a las bicis que una vez aparcadas invaden el espacio vital hay que admirarlas, venerarlas, idolatrarlas. Respeto la prioridad, más que nada porque no puedo ignorarla sin peligro de mi integridad. Y de verdad que intento quitarme de en medio porque una de mis máximas es no estorbar, pero también porque quiero volver a España con los huesos intactos. Sin embargo me lo ponen muy difícil, para empezar los ciclistas aquí son multitud, cada carril de cada avenida parece la manifestación del día de la bici en Madrid. Y luego, no siempre me resulta evidente la señalización que diferencia por donde pasamos los peatones, y tengo tendencia a ponerme en medio, como el jueves. Me he llevado un par de regañinas de ciclistas, pero a favor de los holandeses debo decir que la mayoría no dice nada, sólo me miran, tampoco con malos modos, y eso es todo. Pero si ya estoy hasta el alma de las bicis en sólo cuatro días y medio, no sé qué haría si me quedara más tiempo... insertarme otro par de ojos en el cogote, supongo. En cuanto a las ratas... ay, ay, ay, tendría que cerrar los ojos y aún así hay cosas que, una vez vistas, ya no puedes olvidar.
Por último y para compensar, nombraré otras dos cosas de esas que no son imprescindibles, pero que hacen la vida más placentera. En Amsterdam hay sentido del humor. Se nota en muchos detalles, sobre todo en los carteles de todo tipo que te encuentras por la calle (en inglés, es una ciudad casi bilingüe). Las pocas interacciones que he tenido aquí siempre han estado salpicadas de humorismo. La otra cosa es que aquí abunda la gente guapa. Hay muchas personas muy atractivas físicamente de cualquier raza, edad, sexo y condición. Yo no sé si lo da la dieta, el buen nivel de vida general, o se debe a que los genes de sus ancestros estaban bendecidos por la Madre Naturaleza. El caso es que es un aliciente más que sumar a la larga lista de ventajas. La lista de inconvenientes crecería tras una estancia más larga, estoy convencida. Pero como no me ha dado tiempo a experimentarlos, en mi libro de notas ganan por mayoría los puntos positivos.
A Ámsterdam la llaman LA Venecia del Norte (por antonomasia). Y yo digo, qué más quisiera Venecia. La Serenísima es una de las joyas de Europa, una de las grandes bellezas urbanas del mundo entero, no tiene igual... pero no deja de ser un esplendoroso museo al aire libre, donde hay muy pocos vecindarios al uso, porque los venecianos están agolpados en el último reducto del Cannareggio, y como la mayoría no cabe, en realidad viven en la cercana cuidad de Mestre. No se trata solamente de que la invasión del turismo de masas ha hecho imposible hacer vida en la propia Venecia. Es que la configuración misma de la ciudad está constreñida a una época ya superada, diseñada como está para la vida de siglos pasados, y no permite llevar a cabo las actividades del día a día correspondientes al siglo XXI. Venecia es víctima de su éxito y esclava de su belleza. En cambio Ámsterdam, que también venera su pasado glorioso con la misma vanidad y coquetería, tiene la fortuna de haber podido incorporar a la red urbana los campos colindantes al casco histórico, porque está mucho más al interior, y además en Holanda el terreno llano ganado al mar no presenta obstáculos. Así, las sucesivas expansiones urbanas han podido dar cabida sin problema a las necesidades de los nuevos tiempos. Es una ciudad muy viva y muy vivida. Las comparaciones son odiosas, lo sé.
En fin, me marcho hoy porque la realidad se impone con su tozudez habitual sobre mis fantasías. Y mientras llega la hora de salida de mi tren, intentaré resumir en algunas notas desordenadas todo lo visto, oído y sentido estos maravillosos días pasados.
Notas:
- Por todas partes huele a barbacoa en las horas de las comidas. Es un olor característico de las zonas comerciales de Holanda, igual que lo es el del fish& chips en Reino Unido y en Irlanda, ese aroma a fritanga de pescado mezclado con ketchup y vinagre. No son olores que de por sí me provoquen rechazo, pero me termina cansando su omnipresencia. Hablando en basto, una vez que se te meten por las narices ya es difícil sacarlos de ahí.
- Todos los hotelitos de la zona de Nassaukade, frente a Leidsplein, se llaman a sí mismos hotel boutique y se adjudican tres estrellas. Si omitimos estas dos mentirijillas, la verdad es que son lugares muy agradables en casas antiguas con encanto, esas edificaciones estrechas tan características que están rematadas por un frontón. Además están a un mero paseo de las calles comerciales y del centro histórico: el canal de Singelgracht está enfrente, y un puente art decó lo cruza hasta el Teatro Internacional (neo renacentista) y el Hotel Americano (también art decó). Así que no puedo estar más feliz con la ubicación.
Mi hotelito en cuestión me encanta, aunque tiene la escalera de la muerte más mortífera que me he encontrado nunca, con peldaños de la talla de un piececito infantil. Pero cuenta con un ascensor que ilustra a la par que entretiene, ya que de la puerta cuelga un letrero que dice: "Bienvenido al ascensor más lento de Amsterdam. No intente presionar ningún botón hasta que se hayan cerrado las puertas interiores". La puertas en cuestión se toman su tiempo. Para amenizarte el len-to-tra-yec-to, dispones de algunos folletos que publicitan locales y atracciones turísticas. Menos mal, porque si no a mi mente neurótica le daría por reflexionar sobre todos los errores cometidos en mi vida por orden cronológico, con tiempo sobrado hasta llegar por fin al segundo piso. Una vez allí, mi habitación es tan angosta como cabe esperar en un edificio tan estrecho, pero tampoco me importa porque da al interior de la manzana, donde hay árboles. Y al anochecer la voyeur que habita en mí disfruta cotilleando los interiores de las casas colindantes a los sones de un piano donde alguien practica. Ausencia total de cortinas o persianas, mobiliario nórdico y deshinibición total, que para eso los vecinos están en su casa, y aquí la gente prioriza el disfrute de la luz natural sobre la pérdida de privacidad.
- Cuando vine de jovencilla, me impresionó que la gente de Amsterdam tuviera el valor de exponer su intimidad a las miradas indiscretas con toda naturalidad. Pero hay que comprender que debido a su climatología, aprovechan cada rayo de sol, o al menos la luminosidad exterior, y salen al aire libre tanto como pueden. Están habituados a que los transeúntes les miren a través del cristal mientras están dentro de casa, o cuando están sentados en un banco junto a la puerta de su edificio con un café o una copa, o cuando sacan una mesa a la acera para cenar.
Este último aspecto está regulado por el ayuntamiento. Cada año, se solicita el uso de unos pocos metros cuadrados acotados sobre la acera, delante de la puerta del edificio. Una vez concedido el permiso, durante la temporada de buen tiempo se puede disponer de ese espacio público para uso particular, y por lo que he visto, aunque dispongan de un patio trasero, la mayoría lo que quiere es sacar una mesita a la calle y cenar al aire libre viendo pasar la gente. Me impresionan esas mesas preparadas con tanto primor, a las que no les falta su mantel, su vajilla y a veces hasta su cubitera para mantener el vino blanco bien fresquito. Teniendo en cuenta que las aceras son muy angostas y que el trasiego constante de bicicletas nos obliga a los peatones a arrimarnos, el resultado es que a estos comensales el transeúnte se les viene encima. Es inevitable mirarles para no tropezar, pero ellos actúan como si tú no estuvieras allí y siguen enfrascados en su tertulia o en el plato que tienen delante. Es el primer truco que aprenden los actores: cómo ignorar la cámara y hacer como si nadie ajeno a la escena estuviera mirándoles.
- La cantidad de teatros, cines y y librerías que hay en Amsterdam es apabullante. Hay una sucursal de la prestigiosa cadena inglesa Waterstones, muy concurrida porque aquí se habla inglés de forma orgánica, de hecho se intercalan muchas expresiones inglesas en conversaciones en neerlandés entre holandeses, según oigo en mis paseos. Entre los cines, destaco el complejo Pathé y sobre todo el maravilloso edificio art decó que es el cine Tuschinski, que me parece más imaginativo y mucho más bonito que algunos grandes cines americanos de la misma época que he visto en fotos. La historia de este gran edificio es muy triste: la familia Tuschinski, en la época entre el cine mudo y el sonoro, hizo un gran dispendio en decoración, instaló un gran órgano y además lo dotó con las últimas novedades del momento, entre ellas un sistema de ventilación. Pero durante la invasión nazi perdieron la propiedad y se vieron recolocados como empleados de su propia empresa, hasta que finalmente les internaron en un campo de concentración, donde fueron asesinados.
- Frente al complejo Pathé City, hay un curioso edificio ecléctico con muchas iniciativas culturales, donde se juega al ajedrez en un tablero gigante, y de donde sale una voz pregrabada que recita a Dylan Thomas a través de un potente altavoz ("Rage, rage against the dying of the light"). Es curioso como en una de las plazas más animadas de una ciudad tan vitalista como esta, se nos recuerde que somos mortales y se nos anime a luchar contra lo inevitable. Conclusión: disfruta a tope mientras puedas, estás rodeado de entretenimientos, utilízalos a tu gusto (y de paso haz algo de gasto).
- Un poco más allá, una escultura de dos enormes manos unidas reclama la atención. La epidermis de piedra de las manos está tatuada con frases en todos los idiomas, que nosninstan a ejercer nuestro pensamiento crítico y a expresarlo libremente. Con este monumento se recuerda al periodista Peter de Vries, asesinado justo en ese mismo lugar porque se atrevió a denunciar la corrupción de las bandas del narcotráfico local.
- Pero Amsterdam es una ciudad fundamentalmente alegre que celebra la vida, donde hay gente por la calle a todas horas que, por lo que he observado, una vez que salen de clae o del trabajo intentan disfrutar del aire libre todo lo que pueden y más. Los canales, a partir de media tarde (aquí se enpieza a cenar a las 17:30) no están surcados solamente por barcazas repletas de turistas. También se llenan de barcos particulares, alquilados o propios, donde grandes grupos de amigos cenan en una mesa larga instalada en cubierta. En los barcos más pequeños se ven muchas parejas de novios, o de jóvenes en pequeños grupito de tres o cuatro personas, todos cerveza en mano. Unos y otros se deleitan en la comida y la bebida, primero bajo el sol y mucho más tarde a la luz de las farolas y las bombillas que adornan los puentes. Verlos gozar así es todo un espectáculo.
Tampoco yo me privo, y me tomo mi Radler mientra surco los canales y parte del puerto durante una horita, en una de las barcazas de madera que se toman junto al monumento a la Reina Wilhemina. A la que por cierto al principio confundí con nuestra Cayetana de Alba, porque en la escultura la reina monta a caballo y lleva lo que parece un sombrero cordobés y un traje de corto. No sé si a Wilhemina le gustaba horrores la Feria del Caballo de Jerez, o es que el escultor se equivocó de página al consultar las fotos de la revista Hola!. Misterios sin resolver.
- Visito la Casa Museo de Rembrandt, y como en el fondo soy una cotilla redomada disfruto mucho del chismorreo biográfico que allí se cuenta. Entre pintura y pintura, la audioguía va dejando caer que Rembrandt compró la casa en la cúspide de su fama, en plena gloria artística y muy enamorado de su mujer, quien murió joven. Pero el señor también tenía un algo con la criada, y la visitaba en su cama-mueble de la cocina, donde una vez viudo ella le tiró literalmente los trastos a la cabeza, al negarse él a casarse de nuevo con ella, tal como le había prometido. Fue despedida, y con la nueva criada se repitió la historia paso por paso, pero esta segunda sirvienta aguantó la situación (tuvieron una hija en común) y ejerció de señora de facto de la casa, llevando incluso las finanzas familiares aun sin haber pasasado por el altar. Parece que el todo Amsterdam se escandalizaba del concubinato, pero a los genios se les perdonan esas cosillas porque forman parte del estilo de vida del mundillo artístico. Lo que no se le perdona a nadie son las deudas, y Rembrandt una vez arruinado tuvo que vender esta hermosa casa, que resulta tan curiosa de recorrer estancia a estancia. Lo que más asombra es que pudieran conciliar el sueño en esas camas mueble de madera con sus puertas y todo, un armario en la práctica, donde dormían incorporados en los cojines porque no hay espacio suficiente para estirar las piernas. Qué lumbalgias más malas debían de padecer.
- Al salir de la casa de Rembrandt me paso por el afamado mercadillo de Waterloo Plein, que está al lado. Se habla mucho de él, y francamente no comprendo que suscite tanta expectación porque no es muy grande y no veo que ofrezca nada de especial. No tiene punto de comparación con otros mercadillos que he visto en otros países, incluyendo el mío. La única diferencia es que hay muchos montones de ropa tirada por el suelo, en montañitas separadas por tipos y tallas. Ver a la gente agacharse como quien recoge la cosecha para rebuscar entre los trapos es todo un espectáculo.
- Otro museo que visito es el Rijksmuseum, porque me parece que en mi viaje anterior no estuve allí, y si estuve desde luego lo había olvidado por completo. El edificio es una maravilla y las obras que se exhiben también. El cuadro estrella, "La ronda de noche", está siendo restaurado y resulta muy curioso verlo en el quirófano como si dijéramos, colocado en un caballete gigantesco. También se muestran muchas piezas provenientes de las antiguas colonias holandesas en África, Asia y el Caribe, y se explican retazos de cómo era la vida de los criollos allí, creo advertir que con cierto tono de disculpa. La relación posterior de la metrópoli tras independizarse estos territorios de ultramar no ha sido nada fácil, y con algunos, según leo, ha costado mucho mantener lazos de amistad, para lo que según parece resulta de alguna utilidad el papel de la familia real neerlandesa como relaciones públicas de luxe. Lo malo es que cada desplazamiento royal le sale muy costoso al erario público por el empeño de Sus Majestades en viajar majestuosamente. But I digress.
El barrio que rodea este y otros museos cercanos, el Museumplein, me recuerda mucho al de Kensington en Londres. Preciosas casas señoriales que ocupan toda una manzana, un parque precioso (el Vondelpark), anchas calles arboladas y un ancho canal con villas en la orilla: mucha clase. Curiosamente, atravesando ese parque se llega a mi alojamiento, en un barrio mucho más normal: mucha clase, pero clase media.
- Los museos de Van Ghogh y Anna Frank requieren reserva de entrada online con semanas de antelación, y en el caso del segundo de todos modos no me veo capaz de entrar. Me da congoja sólo de pensar en ver en persona el lugar sobre el que tanto me apenó leer en el famoso diario. Por supuesto que no debemos olvidar jamás los crímenes nazis, pero tampoco creo que haya que revivir en directo los morbosos detalles del terrible confinamiento de esta desdichada niña y su familia y vecinos. Es mi opinión.
- Busco alejarme del tipismo de las calles más turísticas del centro para observar algunos retazos de la verdadera vida cotidiana de Ámsterdam. Como no conozco la ciudad, me dejo aconsejar. Me dirigen a los barrios de Jordaan, Grachtengordel, De Pijp y De Plantage. También me acerco a la cercana población de Haarlem y un poco más allá, a la playa de Zandvoort.
- Jordaan era un barrio de trabajadores, pero sus casitas han sido restauradas y ahora vivir allí es un capricho para gente con dinero. No puede ser más en encantador el ambiente de esas calles estrechas, cuajadas de macetas florecidas en torno a los bancos junto a los portales. Los vecinos se sientan allí a charlar como ya he explicado, con una copa de vino blanco y, en apariencia, con todo el tiempo por delante. Son gente sofisticada pero sin afectación. Muchos hablan en inglés, pero no son hablantes nativos. Debe de ser el barrio donde se juntan los expatriados con buenos salarios y dietas. Aparte de todo tipo de restaurantes y galerías, por allí hay muchas tiendas de esas que venden cosas para nada imprescindibles, de las que sólo los clientes que ya tienen de todo creen que necesitan. Los restaurantes están en esa misma línea, mucha comida fusión y decoración imaginativa, pero sin estridencias.
- Grachtengordel (espero haberlo escrito bien) es el distrito de los canales más conocido del centro, por lo que no encuentro allí vida cotidiana propiamente dicha, sino gente guapa en busca de una mesa en una terraza, o de pie a la puerta de una cervecería, en animada charla grupal. El barrio lo componen nueve calles separadas por cuatro canales, por lo que la gente de Ámsterdam le llama "las nueve calles". El ambiente es animadísimo y, llegada la noche, los barcos particulares navegan lentamente bajo los puentes, iluminados por ristras de bombillas y por las luces que se filtran a través de las ventanas de las casas. La verdad es que aunque mis pies me pidan compasión, he paseado por allí de noche hasta caer derrengada.
- Este distrito está en las antípodas del famoso De Wallen, el distrito rojo de las trabajadoras del sexo metidas en un escaparate, iluminado con luces de neón de ese color. Me acerco también por allí, y veo que algunos interesados en los servicios de estas señoritas entran en la cabina, y entonces se cierran las cortinas. Pero la mayoría de los que circulamos por allí estamos de simples mirones y pasamos de largo. Camino rodeada de matrimonios, de parejas de novios, de grupos de amigos más o menos borrachos que se creen muy graciosos, y de mujeres de todas las edades que viajan solas, como yo misma. Hay largas colas de jóvenes, chicos y chicas, para entrar en un peep show con espectáculo. Todo es muy vulgar y chabacano, como cabe esperar de este tipo de lugares. No me siento escandalizada sino ridícula, y creo que todos allí estamos haciendo el ridículo menos las prostitutas, que están ganándose el pan, y de qué injusta manera, por muy bien regulada que esté su actividad laboral. La mayoría son muy jóvenes, y sólo algunas son transgénero. Muchas son latinas, asiáticas o eslavas. De las que sean locales, me pregunto si su familia, amigos y conocidos pasarán por delante para recriminarlas y humillarlas en horario laboral, y como reaccionarán ellas. Las calles de los alrededores son tirando a desagradables, y están muy sucias. Hay bastantes policías dirigiendo el tráfico de personas, y muchos borrachos saboteando a los policías. Estoy incómoda y quiero salir de allí, pero me pierdo. Miss Google y yo no nos entendemos porque la noche me confunde, y eso que no he consumido nada que no pueda merendar una abuelita. Estoy mayor y ya no se me puede sacar de sarao.
- Al día siguiente me acerco a De Plantage, el antiguo barrio judío que tiene dos sinagogas, una de ellas portuguesa. Hay muchos jardines (allí está el Hortus Botanicus y el zoológico) y un monumento que recuerda el holocausto judío y gitano. Las cartelas me informan de que antes de la guerra, las casas donde vivían los judíos de este barrio, en su mayoría comerciantes acomodados, se quedaron vacías tras la deportación de sus ocupantes. Fueron repobladas ya en la posguerra con judíos provenientes de Portugal y de España. En algunos grandes paneles se cuenta la vida de algunos vecinos destacados de este barrio en todas sus épocas. Miss Google y su primita Google Lens me traducen el contenido, porque sólo está escrito en neerlandés. Muchos guías dan explicaciones a grupitos de turistas delante de los edificios más destacados, como el Teatro Judío, de estilo neo-neoclásico. Hay unas pequeñas placas doradas, del tamaño de un adoquín, incrustadas en las aceras junto a la puerta de cada casa. Tienen grabados los nombres de los judíos que vivían allí y que fueron internados en los campos de concentración. En ellas se lee el nombre de la persona, las fechas de nacimiento y muerte, y los campos a donde les deportaron. Prácticamente todos acaban con la palabra "gemoord", asesinado. Casi nunca se puede leer que la persona fue liberada. Hay familias enteras. Este proyecto se llama "Stoperlsteine" (piedras con las que tropiezas) y es internacional, porque yo he visto estas placas en Francia, en Italia y hasta en España, concretamente en Madrid. En la actualidad, este tranquilo barrio todavía es predominantemente judío, según leo. Sus calles son muy relajadas y las casas son preciosas.
- Pero mi barrio preferido para instalarme en Amsterdam, en mis fantasía por supuesto, es De Pijp, y el contiguo De Nieuwe Pijp. Rodean al precioso parque de Sarphatipark, y son como un Malasaña holandés, es decir, un barrio hipster con ambiente multicultural, lleno de cafés, restaurantes y tiendas con imaginación. Según leo viven allí muchos treintañeros y cuarentones que no quieren crecer, y muchos veinteañeros que se acercan por allí para quedar a tomar algo y charlar. Divino tesoro. El movimiento de las calles es el de la vida cotidiana auténtica de un barrio de verdad, y no podía resultar más agradable. Los edificios son de principios del s. XX y muestran ese buen gusto que por lo visto está superado y no ha de volver. Este tipo de lugares están hechos para las ensoñaciones, y a ellas me entrego mientras espero a que cambie el disco del semáforo, cuando veo junto a mí a una rata de grandes dimensiones, plantada tranquilamente en la acera. Cruzo en rojo, ignorando las bicicletas y cagándome en todo. Vaya despertar más brusco.
- Frente al mercado de las flores compro unas galletitas que vienen envasadas y que tienen una etiqueta color naranja con una hoja de maría pintada, sobre las palabras "cannabis inside, light". Otros envases con el mismo producto están ornenados por colores, según la intensidad de los supuestos efectos alucinógenos. Un cartelito muy informativo detalla el precio, y la sensación que provoca su ingesta: relax, amnesia, etc. Las Space Cakes de Amsteram tienen una fama muy notoria, y yo no puedo resistirme a probarlas. Se venden en tiendas de souvenirs, y hasta las he visto en algunos supermercados informales (no los de las grandes cadenas). Escojo el nivel más liviano y anodino, por temor a que el experimento me haga pasar un mal rato. Además, me prometen relax y yo al ser insomne duermo muy mal, a pesar de caer derrengada en la cama tras interminables jornadas de caminatas autoimpuestas. Reservo las galletas para la hora de la cena, para beneficiarme del tan cacareado efecto relajante. Pues bien, las galletitas de color naranja son cookies con sabor a eso, a naranja, y poco más. Yo creo que son un timo para turistas incautos, y además no me parece mal del todo, porque nos lo merecemos por imbéciles. Aunque hay que reconocer que están ricas, estas galletitas no creo que lleven cannabis, pero en cambio sobreprecio sí que tienen...
- El fin de semana me decido a salir de Ámsterdam, pero en cortos trayectos de tren hasta Haarlem, Zandvoort, Volendam y Edam.
- Haarlem es un mini-Amsterdam del que me enamoro perdidamente. Tanto, que al pasar por un par de casitas que están en venta consulto la web del anuncio, para calibrar calidad-precio, como si fuera a hacer una oferta o algo. En mi corazoncito yo no albergo sentimientos románticos, sino una agencia inmobiliaria. Y esta población resulta algo más barata que la capital, con la que está muy bien comunicada (15 minutos de trayecto en tren). Tiene encanto, un par de plazas monumentales con un mercado callejero de comida de calidad, una zona peatonal comercial muy extensa, vida cultural y mucha animación, pero luego en muchas calles se respira una tranquilidad maravillosa. Y encima la playa desde allí está a sólo 10 minutos más de tren. Me marcho de allí haciendo cuentas, yo que no estoy dotada para la aritmética. Se puede ser ilusa.
En Haarlem visito el Koepel, un centro penitenciario circular (panopticon le llaman) que ha sido reconvertido en centro cultural y de ocio. Muchas prisiones holandesas en desuso siguen el mismo camino. En su día fueron innovadoras porque proporcionaban a los reclusos mejores condiciones de vida debido a su forma circular, que favorecía un mayor espacio.
También veo el precioso molino De Adriaan, del s. XVIII. Es una visita guiada, y las explicaciones las dan un grupo de viejecitos entusiastas, que de niños vieron muchos molinos en activo e incluso ayudaron a su funcionamiento. En este en concreto se molía harina, pero nos muestran como se hacía para moler aceite y picar tabaco. Las explicaciones nos van llevando poco a poco a lo alto de este ingenio, y por una vez en mi vida no siento casi vértigo. Cuando el viejo que nos hace de guía pregunta "Alguno de ustedes ha leído..." [y murmura algo incomprensible], todos (una familia romana y un matrimonio de San Francisco) dicen que no, y yo también niego con la cabeza, hasta que caigo en la cuenta de que ha dicho "Don Quijote", sólo que lo ha pronunciado a la holandesa. Yo para ser franca me he leído sólo la primera parte, y eso que era el libro de cabecera de mi madre y siempre estaba fuera de la estantería. Le pregunto al viejo cuando fue la última gran inundación de los Países Bajos, y me dice que en 1953, y que desde entonces se reforzaron y modernizaron los diques para que la combinación de mareas altas, viento y tormentas no volvieran a producir otro desastre similar. Parece que, salvo algún susto, hasta ahora ha funcionado. Los molinos en su mayor parte están en desuso, pero se restauran y se conservan para rememorar un modo de vida perdido y una identidad que también se va difuminando en este mundo globalizado.
- Zandvoort aan Zee y la vecina Bloemendal son las playas adonde acude la gente de Amsterdam y alrededores. Yo sólo paso por Zandvoort por falta de tiempo, porque ya se está poniendo el sol. No presenta una primera línea de edificaciones en la orilla que suponga una muralla urbanizada porque, como ocurre en las poblaciones costeras de los Países Bajos, las casas en su mayor parte están por debajo del nivel del mar, del que las separa un dique que en este caso hace las veces de paseo marítimo. La arena es harinosa y no se pega a la piel. Me descalzo y me mojo los pies en la orilla. El agua está bastante fría, pero no más que en Fuengirola, donde he veraneado veinte años y no recuerdo más que un par de baños sin tiritonas. Me encanta mirar el Mar del Norte, tan novedoso para mis ojos. La playa es muy larga, y se ven dunas a lo lejos. Hay muchas gaviotas que ponen el punto sobre la i con sus graznidos.
En el paseo hay un camión (foodtruck, dirían los modernos) que vende frituras de pescado. Decido probarlas, y pido un poco de todo para tomármelo sentada en uno de los bancos frente al mar. Me lo sirven, junto con unas salsas pringosas (qué necesidad había?) en una caja de poliuretano con dos cierres, como si fuera un cofre. Me imagino que tantas precauciones se deben a que quieren que la fritura conserve el calor... sin sospechar la verdadera razón. En cuanto abro la caja, siento un golpe en el hombro y veo un animal gigantesco que me agrede por detrás, y que además me quiere dejar sin cena. Pero esta hija de.... Juan Salvador Gaviota no me conoce, no sabe que he sido hija única y nunca he compartido mis juguetes con nadie, y mucho menos mi cena cuando estoy hambrienta. En una acto reflejo muy alejado de la valentía y más cercano al instinto, le cierro el cofre al bicho en sus naric... en su pico, gritando "Ah, no, no, no, qué te has creído" y no sé cómo logro espantarla. Pero en cuanto abro la tapa, vuelven las gaviotas, y bien agresivas por cierto. Me levanto pero me persiguen, parece que prefieren el pescado frito al crudo. Es inútil alejarse, porque he visto al llegar que están por todo el pueblo. Como consecuencia, termino abriendo un resquicio de la tapa del envase por una esquina, y sacando miguitas de pescado con el tenedor de plástico con todo el disimulo que puedo, para no levantar las sospechas de estas depredadoras tan chillonas. En el libro de Richard Bach eran unos animales muy poéticos cargados de filosofía. En la realidad, son unas vecindonas de lo más ordinario y descarado.
Aparte de ellas, hay en el paseo marítimo de Zandvoort un busto de la emperatriz Sissi, que también pasó por esta playa, porque Su Majestad Imperial viajaba constantemente, y estaba en cualquier sitio menos sentada en su despacho de Viena trabajando en lo suyo. Sé que debería sentir más simpatía por esta mujer desgraciadísima, que imagino que por encima de todo era una enferma mental, como tantos miembros de su familia. Pero es que tengo la impresión de que también le echaba bastante cuento, y no de hadas precisamente. Había tremendo lío en palacio y esta señora se desentendía totalmente, porque estaba centrada por completo en su ombliguismo. Es mi opinión, que me deja en bastante mal lugar como jueza implacable de todo aquel que no me caen bien. En este monumento playero representan a la emperatriz con su característico peinado y un collar de perlas. Bajo el busto hay una placa con un poema que ella escribió sobre esta playa, y que Miss Google Lens me traduce. En su poema, Sissi viene a decir que el mar es tan bonito que no quisiera tener que marcharse para poder seguir mirándolo. Tanto el busto como el poema me recuerdan, no sé por qué, que Berlanga tenía una manía supersticiosa, y era que en todas sus películas se hacía mención al extinto Imperio Austrohúngaro, en voz en off o en boca de algún personaje.
- Al día siguiente voy en autobús interurbano a Volendam y Edam. En Volendam hay unas casitas de cuento del antiguo pueblo de pescadores, con sus canales y sus puentes. Se conserva la marca de hasta dónde llegó la inundación de 1916, una de las peores que ha sufrido esta localidad pesquera. No sé cómo pudo sobrevivir alguien, porque el nivel del agua alcanzó los 150 metros. Me paseo por el puerto y también camino por encima del dique, bajo el nivel del cual hay más casitas encantadoras. Todo el pueblo es muy bonito, pero parece más un decorado que un lugar real. Refuerzan está impresión la gran cantidad de lugareños que se pasean en traje típico para que los turistas se hagan fotos con ellos. No les falta un detalle, los gorros bordados de las mujeres son una auténtica obra de arte, y muchos hombres hasta llevan zuecos. Es como un sainete, pero comprendo que fomenten el turismo de esta forma. ya no pescan peces, sino visitantes.
- Edam me gusta bastante más, aunque el casco urbano esté más alejado del mar. Es una localidad de mayor entidad que conserva su belleza con más autenticidad. El centro tiene edificios antiguos muy valiosos, y el barrio de casas que dan a su canal secundario son un remanso de paz. Pruebo el famoso queso que lleva su nombre en una fábrica, y me reconcilio con el mundo entero, qué morbo da olvidarse del colesterol durante un ratito de una forma tan deliciosa. Intento llegar hasta el mar dando un paseo, pero las urbanizaciones privadas acotadas y la entrada también privada de un cámping me impiden acercarme a la orilla. La ola de calor merma mis fuerzas y me impide seguir explorando, y cojo el autobús de vuelta.