23.2.25

La reina de las ciudades fue y sigue siendo Bizancio-Constantinopla-Estambul. No hay otra que la iguale ni que se le parezca, es la ciudad por excelencia. He tenido la fortuna de conocer y hasta de residir en lugares renombrados por su belleza, su peso histórico y su espectacularidad, pero no pueden rivalizar con todo lo que ofrecen las orillas del Bósforo. Esa mezcolanza de sensaciones y evocaciones tan propia de Estambul es inigualable, y me sumerjo en ella todo lo que puedo. Aunque debo luchar contra una climatología adversa, porque nieva sin tregua los cuatro primeros días de mi estancia, lo que añade una capa (pun intended) de hermosura al entorno pero que me dificulta el arte de callejear, que es a lo que he venido. Tuve la ocasión muchos años atrás de visitar con detalle los lugares imprescindibles del circuito turístico, y ahora lo que más me apetece es perderme por los barrios (hasta cierto punto) y empaparme del ambiente (y de nieve). 

Intento aprovechar cada minuto en esta maravilla de lugar y termino agotada, porque es una ciudad extensísima que resulta inabarcable. Por las noches caigo como un soldado que ha marchado todo el día para conquistar una nueva colina. En Estambul la vida te sale al encuentro. Y yo quiero encontrarme con ella, metro a metro y cuerpo a cuerpo.  

- Me considero dispensada de visitar los lugares imprescindibles de Estambul. Resulta muy liberador pasar por, pongamos por caso, la Basílica Cisterna y no tener que unirse a la larga cola. En esta ocasión me dedico en cuerpo y alma a observar los contrastes al pasar de un barrio a otro, y de un continente a otro. 

Las zonas que ya conocía de antes, las paso y repaso con placer: 

• Sultanahmet en el lado antiguo (donde está casi todo: Topkapi, Aya Sofía, las principales mezquitas, bazares y enterramientos de sultanes, la cisterna, el hipódromo con sus obeliscos... ). El embarcadero de Eminonu es mi punto preferido para observar a la gente que va y viene. Es todo un compendio de la humanidad. 

• Beyoglu (donde más se disfruta de las vistas al Cuerno de Oro, y donde están los elegantes edificios y hoteles de Pera, incluido el mítico hotel donde Agatha Christie se alojaba). Todo esto en el lado Europeo. También ahí:

• Karakoy (con sus bares) y Galata, con su torre y todo su entorno que culmina en el famoso puente, donde puedes ver cómo tu cena es pescada con caña en el nivel superior y cocinada para ti en los restaurantes del inferior. No recomiendo fijarte mucho en la limpieza de las aguas del puerto porque entonces no cenas pescado.

• Besiktas (donde el palacio de Dolmabahce, al que no le falta de nada y en mi opinión le sobran bastantes cosillas) .

- Cerca de Dolmabahce hay una calle que se llama Akaretler. Es uno de esos sitios dedicados al goce y disfrute de las clases pudientes, que pasean su ocio por los lugares de moda. Preciosos edificios donde leo que habitó la madre de Atatürk. Su hijo, Kemal Atatürk, cuando alcanzó el poder, acabó mudándose al apabullante palacio de Dolmabahce, un poco más abajo. 

- Por cierto que frente al palacio de Dolmabahce hay una buena cantidad de fotos que conmemoran la figura de Atatürk, al que los turcos consideran un santo varón. Fue el creador y primer presidente de la república, quien les libró de los sultanes y les llevó a la modernidad, secularizando el estado, declarando la educación primaria obligatoria, también el sufragio universal (incluido el voto femenino) y transformando su alfabeto árabe en escritura latina. Observo las fotos. No era feo el hombre, y menos mal porque su rostro está omnipresente mires donde mires. Estas imágenes sugieren un culto a la personalidad, pero me guardo mucho de expresar ninguna emoción frente a su imagen, porque faltarle el respeto es constitutivo de delito en este país, donde en cambio el proceso de secularización que él consolidó se está revirtiendo por parte de los islamistas suníes. The irony! Otra ironía: Atatürk acabó con el sultanato, pero no dudó en instalarse en el mejor y mayor palacio construido a orillas del Bósforo por los sultanes. Que una cosa son las nobles ideas republicanas y otra la tentación de emular a los nobles.

- También me acerco hasta barrios en los que no había reparado antes por estar más alejados, y ante la enormidad de la ciudad tengo que recurrir al transporte público por tierra y mar (aire no, que aún no han llegado los taxis voladores):

Adentrándome en el lado antiguo y dejando a mi espalda Sultanameht:

• Yenikapi, la zona que menos me ha gustado pese a estar llena de hoteles. Si te alejas de ellos, por las calles secundarias te encuentras todo un submundo sobre el que en la web del Ministerio del Interior hacen alguna advertencia eufemística (cuidado con las personas que tratan de ofrecer relaciones cordiales... algo así lo llaman). Pero los escaparates de las tiendas de moda infantil y las de trajes de fiesta son una nota de color en este mundo gris. Desde el punto de vista de la etnografía son interesantísimos. Para cualquier modisto deben de ser puro delirio. A mí desde luego me alegraron el día.

• Fatih, me encantó el ambiente de compras de su calle principal, especializada en vestidos de novia con miriñaques tamaño Escarlata O'Hara. Los estambuleños, o como se diga, paseaban desinhibidos bajo los copos de nieve, y era un puro gozo verlos interactuar. Me admira la gente que vive la vida intensamente sin proponérselo. 

• Fener, que tiene todo un barrio de casas de madera otomanas pintadas de colores. Las calles son empinadísimas y ese día había nieve y placas de hielo, pero conseguí callejear agarrándome a todo lo que pillaba. Hay una serie de fachadas en disminución en la colina de las escaleras, pero las casas más famosas, objeto de reportajes en las revistas de arquitectura estilosa, son las de la calle Kiremit. Me quedo mucho rato contemplándolas porque han sido restauradas con gusto y son una preciosidad, y hago muchas fotos a desconocidos de varios países que me lo piden. Por una vez, entiendo que quieran llevarse un recuerdo gráfico. Yo también hago fotos, no es para menos. 

Un poco más arriba hay una escuela con una bella capilla ortodoxa para los hijos de los griegos ricos que viven en la zona. El vecindario es pudiente, pero si doblas un par de esquinas ya no lo es. Contrastes de la vida. 

• Balat es un barrio pegado al anterior. Era una de las antiguas juderías. La zona que yo exploro está bajando la colina, a la orilla del Bósforo. Son calles pintorescas, plagadas de pequeños cafés con encanto, tiendecitas de artesanía y, en las calles menos turísticas, anticuarios y chamarileros. En un escaparate polvoriento alucino, porque me encuentro cara a cara con dos figuras bastante conseguidas de de toro + torero, uno haciendo una verónica y otro lo que creo que se llama una revolera, rodilla en tierra. Soy antitaurina, pero mis padres eran aficionados y terminé aprendiendo alguna cosilla de oídas. 

- En el lado asiático. Tras intentar llegar el día anterior en ferry pero no conseguirlo porque había un barco cada dos horas, consigo llegar en mi segunda intentona, pero cogiendo tres autobuses (el tercero se debe a un malentendido entre Miss Google y yo, y es un microbús que al principio confundo con un transporte que lleva ancianos a un centro de día... qué despiste). Cruzo el gigantesco puente del 15 de Mayo y a cada momento a mí vértigo le parece que el autobús va a caer al agua. Visito: 

• Uskudar, desde donde hay unas vistas estupendas al Estambul más reconocible que queda al otro lado del Bósforo, o sea el extenso skyline de esta increíble ciudad. Se divisan los minaretes y las torres con toda claridad, porque por fin el día es radiante y todo brilla al sol, aunque hace mucho frío y aún restan neveros y placas de hielo por derretir. Hay una mezquita con una fuente enfrente preciosa, y a sobre un montículo veo  una mezquita gigantesca (la más grande del país, con seis minaretes) y la torre de telecomunicaciones de diseño ultramoderno que por la noche se ilumina con colores. Pero lo mejor con diferencia es la bellísima Torre de la Doncella, ubicada en un islote que tengo enfrente del paseo a orillas del Bósforo. Me dicen que es el símbolo de la ciudad. Muchas quisieran. 

En el mirador hay muchos que pescan con caña, y unas gitanas que venden flores, y todo u universo de gentes que van y vienen, como en el 

• Kadikoy, que en el mapa es el barrio de al lado, resulta que queda tan lejos que tengo que coger un autobús. Llego y en seguida me engancha el ambiente fenomenal que hay por sus calles. En la zona más concurrida hay algunas calles y algunos patios y jardincillos que albergan centros culturales medio alternativos, con un aspecto entre neoyorquino y berlinés. 

Debe de ser la zona modernilla, variante hipster, por excelencia. Lo deduzco porque hasta ahora he visto que las parejas homosexuales masculinas y femeninas disimulan en público, pero aquí no. Dentro de la compostura, que este es un lugar donde los comportamientos en lugares públicos están reglados, la autoridad manda mucho y es bien obedecida, según he observado.

• Moda. Dando un paseo que me enamcanta por el barrio, bajo de nuevo a la orilla para ver el embarcadero de Moda. Es, como muchos embarcaderos donde paran los ferries, una construcción art déco con aires orientales. Ahora tiene una función distinta de la primitiva, y es una librería-café con vistas al mar y un ambiente estupendo de gente joven con inquietudes. Desde allí se ve el barrio del mismo nombre, con altos edificios de no menos alto nivel. Me acerco a un par de clubes ribereños de la zona, y las terrazas están ocupadas por lo que en España llamamos pijos. Qué suerte la suya, vivir en una de estas terrazas con vistas al mar de Mármara y tener el yate atracado a pie de casa. 

- Adentrándome en el estuario en ferry: 

• Paso más de una hora en el barco y como veo que el área metropolitana de Estambul no parece acabar nunca, me bajo en Istinye y doy un paseo hasta la llegada del ferry de vuelta, una hora más tarde. Istinye es también un barrio de bonitas casas antiguas de madera de colores, y cuenta con un canal donde hay atracadas embarcaciones de pequeño tamaño, junto con algunas traíñas.  Hay ambiente de terraceo, y leo que es uno de los sitios preferidos por los estambuleños para tomar una copa vespertina lejos del centro. Me parece que está lejísimos, pero comprendo el motivo cuando llega la puesta de sol, que vista desde allí es espectacular.  En el trayecto hasta Istinye se pueden ver desde el ferry muchos yalis (residencias de madera al filo de la orilla) que no son palaciegos, pero que también deben de pertenecer a familias acomodadas a juzgar por lo grandes y elaborados que son. 

Anecdotario:

- Entro en Estambul cual elefante en cacharrería. En el modernísimo aeropuerto, la cola para pasar el trámite de la aduana es más larga que un día sin pan, y la zona horaria de GMT +3 hace que termine recogiendo a Doña Resilia casi a las once de la noche. 

Tengo un taxi reservado, pero me toca esperarlo, ya en el exterior del aeropuerto y a temperaturas bajo cero, porque han aterrizado varios aviones de turistas de países árabes y hay un gentío impresionante con un turno anterior al mío. Cuando finalmente me suben a un euro taxi (para mí sola), nos quedamos atascados largo rato en la carretera, porque cae una intensa nevada y ha habido algún alcance.  Me vienen a la memoria inquietantes recuerdos filoménicos. El taxista, que no habla inglés, también parece pensar que podemos pasar la noche en blanco (excuse the pun) y empieza a cenar. Me ofrece un bote de agua y una naranja, y yo, que he cenado en el avión, saco de mi bolso de Mary Poppins mis barritas de proteínas y una manzana para completar el menú. Parece una excursión escolar, pero en vez del "Carrascal, qué bonita serenata" en la radio suena la retransmisión de un partido. En turco, claro. 

Al cabo de largo rato reanudamos la marcha. Ningún coche lleva cadenas, con lo cual vamos pisando huevos para no derrapar. Pero alcanzamos el centro de la ciudad, y como mi pensión está céntrica, en la plaza Taksim que reconozco en seguida, ya me veo descansando por fin entre sábanas, cuando noto que mi taxista se ha perdido. Estamos dando vueltas en un radio muy pequeño, por calles estrechas, esquivando a muchos jóvenes que han salido a divertirse por los locales de la zona. Nieva copiosamente y no es cuestión de aventurarme fuera del taxi como haría si fuera de día, así que me pongo en manos del conductor y le dejo hacer. 

No puedo conectar mi móvil al GPS porque el roaming me ha cobrado una barbaridad por los dos mensajes de confirmación que le he enviado a su agencia nada más aterrizar. El taxista, que me parece un campesino, no es ni nativo ni practicante digital, y se decanta por el método tradicional, o sea, preguntar a quien quede cerca. Hay mucho gentío por la calle, y todos le dirigen a un hotel con un nombre similar al mío pero que no es (menuda falta de imaginación: muchos alojamientos baratos de la zona se llaman Taksim Park... + algo). Le paso el número de mi pensión, llama y desde allí oigo que le dan instrucciones, pero sospecho que no se aclara. Le veo entrar en un bar. Nada. Le veo preguntar a la juventud que ha salido de marcha bajo las luces del pre-Ramadán. Nada. Le veo deambular de hostal en hostal, progresivamente cubierto de blanco hasta parecer un muñeco de nieve andante. Nada. De vez en cuando se acerca, abre la puerta corredera y musita la única palabra que conoce en inglés, "sorry". Ya te he "sorriado", le respondo a través del traductor turco/inglés de su móvil. Pero le insto a ser prácticos y dejarnos de lamentaciones porque hace un frío helador y es tardísimo. El hombre se azora todavía más y a partir de ahí entramos en un bucle espacio temporal del que decido que hay que salir aunque me cueste una fortuna en roaming. Llamo al hotel con mi móvil, pido que venga alguien a rescatarme y le paso la llamada. Acuerdan algo, y en un rato llega un joven que tampoco habla inglés pero que recoge a Doña Resilia y a Resilita y que me guía hasta lo que resulta ser una pensión puerta con puerta con otras muchas que se llaman prácticamente igual. 

En total he invertido en la operación aterrizaje y llegada casi tres horas. Claro que más siglos duró el Imperio Bizantino, hasta caer bajo Mehmed, el sultán otomano que conquistó Constantinopla. No es ningún consuelo. 

- Los turcos son un pueblo emprendedor (cualidad que admiro por carecer de ella), y en Estambul la gente se busca la vida como puede. Los turistas representamos una oportunidad de complementar ingresos bajo cuerda, y especulan con nosotros, jugando al equívoco con la depreciación de su moneda frente a las nuestras. Cualquier cosa cuesta cientos o miles de liras turcas, los precios fluctúan que da gusto con o sin regateo, y en plena era digital en muchos sitios te exigen pago al contado. Son muy amables, y muy enredadores. La frase "especialmente para ti" no se les cae de la boca. Yo soy desconfiada por naturaleza pero también muy pardilla, y caigo como una incauta en todas sus trampas para cazar elefantes.

Ejemplos: hay diferentes modalidades de tarjetas de transporte, una web al efecto y máquinas expendedoras que en teoría aceptan pago con tarjeta, todo ello traducido al inglés. A la hora de la verdad, nada de eso funciona del todo, para desesperación de propios y extraños. Y alrededor de esas máquinas pululan personajes equívocos que se ponen a ayudar a los extranjeros, y les estafan con los billetes. Soy testigo de la escena en varias ocasiones, pero no puedo intervenir porque la aritmética se me da fatal y no puedo hacer bien mis cuentas, cuanto menos las de los demás.

Otro ejemplo: en contra de todos mis principios, entro en un Burguer King para usar el WC y calentarme un buen rato, porque fuera nieva mucho. Decido comer algo, y a mí lado hay un señor que se queja de la comanda que le acaban de servir. No entiendo una palabra, pero el tono y los gestos no ofrecen dudas. Total, que el dependiente me sirve cosas que yo no había pedido diciendo que es una oferta "especialmente para mí". Traducción: me han endilgado la comanda rechazada por el cliente anterior, y el ticket que me han mostrado tiene un supuesto descuento en rojo que no es más que su devolución en caja. De todo esto me doy cuenta cuando ya le he hincado el diente, porque como digo soy una pardilla, y entre el frío intenso y la niebla cognitiva no pienso con claridad. 

Ejemplo tercero y último por ahora (no terminaría nunca): en el Bazar Egipcio me meto en una tienda que veo que ofrece té calentito (estoy completamente congelada, a bajo cero y nevando sin tregua). Allí degusto una cata de delicias turcas artesanales, y decido comprar. Me enseñan una caja que tiene seis muestras, la sopeso y pido una idéntica. Me enredan con otro vaso de té mientras me sirven, está delicioso. Pago en la caja y al rato compruebo que la caja pesa muchísimo. Solución al misterio: como las venden al peso, han embutido bien apretaditos en el envase ocho pedazos mucho más grandes que los de la muestra.

- En la pensión (hotel lo llaman, con delirios de grandeza) el recepcionista es un chico muy agradable que se pasa el día maquinando cómo desplumarme. Me ofrece de todo: lavandería, excursiones, circuitos, cenas, taxis, entradas, y hay que pagarlo todo al contado porque el TPV "no funciona". Siempre a través de un amiguete que tiene él en la recepción del lugar en cuestión, mira por donde. Voy bajando la escalera, y desde el último escalón al lobby ya puedo oír como el mecanismo de las ruedecitas de su cerebro se pone en marcha, "especialmente para mí". Insiste en tenerme ocupada con actividades, previo pago, todos los días de mi estancia. Yo me escurro como puedo, pero la resistencia pasiva resulta un método demasiado sutil que no parece captar. 

Al final le explico que yo sólo he venido a patearme las calles de Estambul porque eso es lo que me divierte, y que no tengo más aspiraciones. Como Orhan Pamuk, que pasea por las noches por esta ciudad y luego lo pone en sus libros, le digo para que pille la idea. Pero al oír el nombre tuerce un poco el morro: Pamuk no es de su cuerda. Tenía que haberlo imaginado, porque el Premio Nobel ha denunciado el genocidio armenio y por tanto se le considera un opositor al régimen, el enemigo en casa. Y este chico hace un rato me ha contado que él estuvo en el ejército en Capadocia, y que para él las fuerzas de seguridad son lo más grande. 

De modo que he dado un faux pas, pero nos reconciliamos en seguida, porque me propone una cena folklórica en un barco por el Bósforo y a eso sí me apunto para celebrar mi cumpleaños, aun sabiendo que es el equivalente a un tablao flamenco de los de metirijillas. Así, con la lavandería (de nuevo un amiguete) y con otras cosas que le acepto, ya considera que ha ordeñado la vaca, y me deja tranquila. Hay folletos de todo, pero curiosamente hay que pagarlo todo al contado. Qué sorpresa.

- Como he dicho, me apunto a una cena en uno de esos barcos que navegan por el Bósforo por la noche, para lucimiento de tantos bellos edificios iluminados y también de un cuerpo de baile ídem (bello e iluminado, pero bajo focos de colorines). En las largas mesas abundan los grupos familiares de países árabes, las cabezas de ellas cubiertas con diferentes modalidades de velo. También hay bastantes parejas de novios: las demostraciones de amor carnal en la pista de baile se limitan a algún piquito que otro y a echarse los brazos por la cintura y por los hombros. Una pareja brasileña y otra británica sí que se exaltan más, porque ni se plantean que haya que reprimirse.

A mí me sientan frente a dos caballeros que también cenan solos, un albanés que vive en Londres y un turco-kurdo. Digamos que los modales en la mesa de este último son mejorables, y que además se comporta como si todo el cotarro fuera de su propiedad, dando órdenes a los camareros con grandes voces y mucha gestualidad. Luego me entero de que es un agente de una tour-operadora (pobres turistas). El albanés, que tomo por un camionero pero que dice ser un businessman, ha venido a ver la danza del vientre y a hacer fotos a todo y a todos. Me cuenta que en Londres hace menos frío que aquí, y le creo porque estamos batiendo récords de temperaturas y hasta han tenido que cerrar los colegios por unos días porque las placas de hielo no se derriten. El camarero, que parece un nieto de Yul Brynner, me trae una cena "especialmente para mí" pero que es idéntica a todas las demás porque es un menú cerrado. 

Los bailes folklóricos incluyen lo consabido, más un número en el que se emula el baile de los derviches giróvagos, pero en vez de acompañarse de música sufí lo que suena es más bien tipo el Buda Bar de los años 1990s. Hay otros números con navajas, que pasan de estar sujetas entre los dientes a terminar clavadas en el suelo, y me alegro de que mi mesa esté en segunda línea porque me gusta cortar el pescado con mi propio cuchillo. Bailan alzando las piernas como los cosacos, o cogiéndose de las manos como los griegos. Ellos sudan mientras nosotros masticamos. El fin de fiesta corre a cargo de una chica preciosa que baila la danza del vientre pero que en un más difícil todavía tiene el vientre plano, la puñetera. Le toca hacer arrumacos a todo el que le coloque billetes en la cinturilla y el escote, y pienso en que seguramente un día llegó a Estambul creyendo que iba a triunfar como actriz en los culebrones turcos, y quizá todavía albergue esperanzas. Ojalá alcance sus sueños.

En el autocar de vuelta a mi hotel, confraternizo con las mujeres de una gran familia árabe. No han pedido vino (yo sí) y no han bailado (yo tampoco). Se han maquillado hasta la exageración, y es una lástima porque son guapísimas. Vienen de Oriente Medio y van a pasar por otras capitales europeas, entre ellas Madrid. Me piden sugerencias. Les (en plena regresión había escrito "las", un laísmo madrileño)... LES aconsejo como mejor puedo, y cuando estamos en el momento exaltación de la amistad tengo que bajarme. Nunca he tenido un cumpleaños semejante. 

- El único museo de Estambul que he visitado en esta ocasión ha sido el de los judíos turcos. Hace muchos años que tenía ganas de ver una sinagoga por dentro, y aquí por fin lo he logrado, además de poder informarme en el museo adjunto de cómo los judíos sefardíes  reconstruyeron sus vidas lejos de Sefarad, tras la expulsión de los Reyes Católicos (no fueron los únicos, pero sí de los más sonados). Los sefardíes me admiran, porque conservan el idioma, aparte de muchas costumbres, canciones, romances y recetas de cocina. El ladino o judeoespañol que hablan es una mezcla de castellano del siglo XV, con influencias del hebreo, claro, pero también de otras lenguas romances y de los sitios por donde han pasado durante su diáspora: del griego, del árabe, del turco etc. Lo normal es que un pueblo que cambia de país y de cultura conserve su lengua materna durante unas cuatro generaciones como mucho, pero los sefardíes han conservado el ladino 500 años! Es toda una proeza lingüística, única que yo sepa, un fenómeno cultural que habla entre otras cosas de un amor no correspondido por una patria perdida en el recuerdo de los siglos...

En la puerta del museo hay un dispositivo policial muy riguroso. Para acceder, debo pasar un control de seguridad como el de un aeropuerto por lo menos, con puertas acorazadas inífugas, un arco detector y presentando el pasaporte. Lástima que las circunstancias del momento sean tan extremas. 

Lo que más me gusta del museo es que hay objetos no sólo religiosos, sino también de la vida civil cotidiana. Mucha prensa de los judíos turcos en ladino, en francés y en hebreo. Al entrar, he tenido una larga conversación con la señora de la recepción, y a la salida me llama para regalarme un ejemplar de "El Amaneser". Es el único diario en ladino que se publica actualmente, y que bajo la cabecera lleva como subtítulo este lema: "Kuando muncho eskurese es para amaneser". Aclaro que no se trata de una errata del corrector de textos, sino que el ladino se escribe así. Curioso.

- Para finalizar la entrada sobre Estambul, anoto aquí modos y maneras que observo y que me han llamado la atención (y que puedo haber malinterpretado, por supuesto):

- La economía sumergida es la norma, y no sólo para los particulares de la venta ambulante, sino también en muchos negocios, que casi siempre te piden que pagues al contado. En mucho los sitios veo que tienen un TPV que cría telarañas. Con esos ingresos fuera de control van tapando algunos agujeros y quizá abriendo otros.

- Hay toda una red de amiguetes de circunstancias que se hacen los imprescindibles, y que te ofrecen tanto lo que necesitas como lo que no, según ellos a un precio más favorable. Se reparten entre todos las ganancias, y son tantos los intermediarios que, haciendo una resta aproximada, si les elimináramos, el precio real de lo que adquirimos sería en realidad ridículo comparado con el que nos hacen pagar.  Como en todas partes, pero multiplicado. Aún así, es cierto que recurrir a los intermediarios sale más barato que los precios que constan en los folletos impresos... que tampoco son fiables, porque cuando entras en tratos con la oficina o el mostrador de turno, lo que pone allí sufre variaciones tanto al alza como a la baja. 

A mí, que no se me da bien el cálculo mental, estas situaciones me resultan de lo más desconcertante y me crean mucha inseguridad. Tratar de evitar que me timen aquí es como pretender que mañana no amaneciera, así que me resigno. Pero la parte que me resulta más cansina es que no puedo bajar la guardia. A mí me gusta que me dejen tranquila para tomar mis propias decisiones, y en Turquía hay que luchar contra la presión ambiental para lograrlo. 

- La presencia policial en Estambul es desproporcionada y resulta abrumadora. Los agentes están en todas partes, muchos de ellos con el rifle en ristre, y el dispositivo de seguridad es especialmente nutrido rodeando los templos de todas las denominaciones, las legaciones diplomáticas, los sitios oficiales del gobierno, y las zonas donde hay aglomeraciones. En Aya Sofía he visto tanques del ejército. Mi estancia ha coincidido con un derby futbolero (Galatasaray-Fenerbahce, que acabó en empate), y el despliegue ese día era espectacular. No quiero consultar las redes sobre este tema porque las considero un hervidero de bulos descontrolados, pero sí que recuerdo las noticias de los últimos tiempos, y ha habido en el centro de Estambul tanto protestas ciudadanas duramente reprimidas, como atentados terribles del Estado Islamico y del PKK (del último se cumple un año y medio nada más). 

Abundando en el tema, aunque he viajado a Göreme, en Capadocia, no voy a alejarme mucho de los alrededores para explorar Anatolia por cuestiones de seguridad. Más allá, la zona fronteriza con Siria y con Irán hay que evitarla a toda costa. Y ya puestos, confieso que renuncio a la Riviera turca, y a las ciudades con restos arqueológicos de la antigüedad, por cuestiones de presupuesto. 

- En Estambul se respeta mucho la autoridad en general, y la de los mayores en particular, al menos externamente. En un autobús, veo que una vieja le dice algo a una joven que tiene sentada enfrente, y la chica, que lleva una falda larga, inmediatamente rectifica su postura para juntar (aún más) las rodillas.

En un ferry, veo a un joven guardia de seguridad que también ejerce de guardián de las buenas costumbres o algo así, porque tras atracar en cada nuevo embarcadero, se da una vuelta supervisando a los pasajeros que han subido. Los novios no se hacen carantoñas en su presencia. A un chico que tiene la capucha subida le llama la atención para que la baje y deje su rostro al descubierto. También hay un clérigo tocado con un turbante blanco que mira en derredor de vez en cuando. A mí nadie me puede reprochar nada, porque tengo tanto frío que voy envuelta en todo lo que pillo en la maleta...

- En mi anterior visita a Estambul, hace unos veinte años mal contados, no recuerdo haber visto tantos hijabs cubriendo la cabeza de las mujeres. Muchas van vestidas a la occidental y tocadas con pañuelos de colores apagados, o con velos de tonos neutros. Pero otras van de negro riguroso, llevan túnicas hasta los pies que no sé como se llaman, y de su rostro sólo son visibles los ojos, porque llevan un velo que parece el paso anterior al burka puro y duro. Curiosamente, he visto más cabezas cubiertas por el centro, pero al desplazarme a barrios algo más alejados, muchas más mujeres con las que me he cruzado iban descubiertas. No sé a qué obedece la diferencia, si se trataba de estudiantes extranjeras o si es que casualmente yo he escogido zonas más liberales para pasear... Me es imposible sacar ninguna conclusión, que por mi parte sería fruto de la ignorancia. 

- He visto a muchos hombres realizar las abluciones rituales en las fuentes de las mezquitas. Con temperaturas a bajo cero y rodeados de nieve, sólo mirarles ya daba frío. 

También he visto un curioso monumento patriótico al filo de un estanque que hay frente al parlamento. Una urna de cristal contiene varias figuras de fibra de vidrio, vestidas con ropas reales. Son un grupo de hombres que están arrodillados al filo del agua, realizando las abluciones. La escena reproduce fielmente una foto, tomada durante la intentona de golpe de estado del 2016. Por lo visto un grupo de ciudadanos acudieron a luchar contra parte de los militares golpistas, que al verse fracasados se habían hecho fuertes en el edificio. Pero antes de batirse, los civiles se arrodillaron un momento a lavarse en el estanque, para quedar purificados en caso de perder la vida. Las cartelas lógicamente les ensalzan como a héroes. Yo no tengo creencias religiosas y para mí estos fenómenos son de difícil comprensión, pero lo cierto es que los rituales de este estilo acompañan a la humanidad desde siempre, y no parece que vayan a desaparecer, porque supongo que son necesarios contra el temor a lo que escapa a nuestro control. Unos lo llaman fe, yo lo llamo inseguridad, creo que los psicólogos lo llaman pensamiento mágico. 

- Hay WC públicos por todo Estambul y no hay que buscar mucho porque te salen al paso (están muy anunciados). Lamento retomar el tema tan a menudo, pero es que ya voy teniendo una edad en la que esta es una de mis prioridades...  La particularidad de Estambul en concreto es que todas las mezquitas, grandes o pequeñas, céntricas o periféricas, tienen un baño público. A menudo no se puede escoger entre un inodoro o una taza turca (un inodoro incrustado en el suelo con dos plataformas para los pies, donde hay que abrir las piernas para orinar de pie). 

Quién me iba a decir a mí que iba a ir de peregrinaje por las mezquitas, pero por motivos puramente fisiológicos. En los diez últimos días he ido cogiendo práctica, y ya ni me salpico los zapatos ni nada. Me pregunto qué opinaría Simone de Beauvoir de esto. Quizá copió la idea durante un viaje a Turquía cuando escribía El Segundo Sexo, donde si no he entendido mal aconsejaba a las mujeres que orinaran de pie para contrarrestar la supremacía fálica. Cuantas chicas se han puesto perdidas siguiendo estas instrucciones, tal como parodia la iraní Marjane Satrapi en su cómic Persépolis. 

Tengo la oportunidad de asistir desde la calle a un culto en una mezquita céntrica que deja abiertas sus puertas durante los rezos. La verdad es que los fieles están muy coordinados y concentrados en lo que están haciendo, todos a una. Son ceremoniales que tienen una honda significación para los que los practican, y eso siempre me provoca respeto aunque no lo comparta. 

- En mi última tarde en Estambul, me doy el capricho de merendar en el café años 1920s de la vetusta estación de Sirkeci, desde donde partía el afamado Orient Express. Esta estación ha visto días mejores, pero están reformándola (como todas, al parecer). La atmósfera de hace cien años está muy lograda en el café, aunque se trata de una recreación, y disfruto mucho del té y el kunefe, un dulce a base de queso y cubierto de fideos finos. Es mi preferido de todos los platos que he probado en Estambul (como la inevitable carne a la parrilla o donner kebab, el pescado, las delicias turcas, el tzatziki, la baklava... no soy muy original). Los muebles son de la época, los camareros llevan librea y te tratan con un exagerado respeto, a la antigua usanza. Al rato, entra un grupo de ingleses con la misma reverencia con que lo harían en un templo. Y otro grupo de japoneses, mirándolo todo y a todos como si buscaran al inspector Poirot por los rincones. 

Hay ficciones que están tan arraigadas en el imaginario colectivo que se sienten más reales que la misma realidad. Que, como todo el mundo sabe, imita al arte. Grande Oscar Wilde, un fabulador en las antípodas de Agatha Christie, de quien me interesa mucho más su vida que su obra. Particularmente, su misteriosa fuga amnésica tras descubrir una infidelidad de su marido. Desapareció, la buscaron, encontraron su coche estrellado contra un árbol con restos de sangre, el marido fue declarado sospechoso de secuestro y hasta de asesinato (para heredar) y tras un enorme revuelo mediático y policial, resultó que Agatha se había marchado a Escocia, donde se había registrado en una pensión bajo el nombre de la amante de su marido, que era el único nombre que podía recordar, ya que estaba traumatizada y sufría un episodio amnésico. Cuando la encontraron, se negó a dar explicaciones. Y luego pidió el divorcio, naturalmente. Parece un argumento digno de Daphne du Maurier, pero ocurrió realmente, y creo que como venganza más o menos inconsciente es una obra maestra. 

A la realidad del Estambul del siglo XXI vuelvo al salir de la estación. Me doy un largo paseo por mis rincones preferidos de Sultanahmet, y me detengo largo rato en mitad del puente de Galata para recrearme en la puesta de sol y la posterior iluminación de las mezquitas y la torre. Hay lugares donde sientes que tienes que volver en cuanto puedas. Para mí, Dublín es uno de ellos. Y Estambul, otro. Hasta la próxima, pues. 

18.2.25

En el Peloponeso ya es primavera (supongo que también en El Corte Inglés). Todo está renovado, reverdecido y florecido. El paisaje es muy verde, totalmente apabullante, y en algunas zonas me parece sobrecogedor. La carga histórica y cultural que contiene es abrumadora. Hoy estoy en Delfos, el ombligo del mundo antiguo, a punto de comenzar la visita al oráculo. No se me ocurre qué le podría preguntar a la sacerdotisa Pitia, y me parece que es porque en el fondo prefiero no saber. 

De todos los lugares que hemos visto y que he reseñado en la entrada anterior, me han emocionado especialmente el canal de Corinto, el teatro de Epidauro, Olimpia y Lepanto (Naupacto para los griegos). Aquí se palpa la trascendencia que tiene cada paso que das, pero también se agradece un poco de frivolidad para compensar la balanza, y esa nos la proporciona la agencia con las consabidas visitas concertadas a comercios bajo la excusa de culturizarnos en los modos y costumbres del lugar. Así que hemos hecho una cata de aceites de oliva, una demostración en un taller de cerámica,  una degustación de dulces locales, otro paseo por una tienda de alfombras y otras cosas por el estilo. Contra mi costumbre, he terminado comprando algo yo también, por el efecto contagio y porque hay que contribuir a la causa de levantar la economía helena. 

Notas:

- Llevo tres meses comiendo de supermercado y pernoctando, en sitios baratos. Normalmente, salvo excepciones, en edificios antiguos muy pintorescos pero muy incómodos, donde siempre hay algo que está a punto de romperse y el destino me escoge a mí para rematarlo. En mi última habitación de hostal no cabíamos Doña Resilia, Resilita y yo, y tuve que meterlas dentro del armario. Buscar los calcetines limpios en la maleta, por ejemplo, era lo más parecido a una mudanza. 

En cambio, el viaje organizado al que me he apuntado nos lleva, como es habitual en estos circuitos, a hoteles decentes donde hay ascensores que funcionan, habitaciones espaciosas con baños completos, buffet libre bien surtido y personal atento a tus necesidades. La contrapartida es que a cambio de esas comodidades tenemos que ir agrupados como colegiales, nos llevan y nos traen con horarios apretados y escaso tiempo libre, los sitios que visitamos pasan rápido ante nuestros ojos, el autocar es nuestro segundo hogar y las explicaciones son, siendo amable, muy someras. 

Pero lo doy por bien empleado porque el recorrido me permite visitar lugares a los que de otra forma hubiera sido complicado acceder por mi cuenta en transporte público, lo que me habría obligado a más pernoctaciones de las deseadas. Con el añadido de que, por unos pocos días, otros me relevan de la responsabilidad de decidir continuamente, que es una prerrogativa de la libertad individual pero que también cansa, mire usted. Ser una mandada te esteriliza la imaginación, pero resulta tan cómodo encontrártelo todo resuelto... Infantilizar a la gente siempre es un eficaz mecanismo de sometimiento. 

Dicho esto, quiero volver a la edad adulta lo antes posible, y mañana vuelvo a Atenas para volar al día siguiente a Estambul. Desgraciadamente, por cuestiones de presupuesto tengo que renunciar a las islas griegas, y por cuestiones de tiempo también renuncio a Tesalónica, a donde podría llegar tras un largo en tren, pero desde donde me resulta complicado salir de Grecia hacia otros destinos. He gastado demasiado dinero en este país maravilloso, y prefiero repartir los ahorros entre otros países, así que continúo el recorrido cruzando una nueva frontera. 

Anecdotario:

- Nuestra guía es una mujer encantadora de trato muy agradable que debería dedicarse a otra cosa, pero no sé si le da tiempo ya. Con veinte años menos yo me hubiera irritado muchísimo, pero ahora me provoca ternura. En esta era digital, la información que no nos proporciona la puedo obtener fácilmente por otras fuentes más fiables, y en cambio no se me ocurre dónde podría obtener un mejor entretenimiento que el que me supone ver cómo nos va conduciendo hacia una total confusión ante cada nuevo monumento, yacimiento, estatua, paisaje o leyenda mitológica que nos relata. Su inglés es titubeante, pero suple sus carencias en la lengua de Shakespeare con grandes dosis de creatividad y de entusiasmo. Yo creo que hasta podría llegar a fundar su propio dialecto imaginario. Su francés es bastante bueno, y gracias a eso, personas que no conocen la lengua de Molière hasta consiguen reconstruir las piezas del puzzle que les faltaban de la explicación anterior. A los despistados con déficit de atención, como es mi caso, nos proporciona generosamente nuevas oportunidades de reengancharnos en cada errática repetición de la misma historia. Pero las lagunas que deja por el camino no hay quien las rellene, ni con toda el agua de la mismísima laguna Estigia. El Peloponeso no tiene precio, pero narrado por ella es impagable. La adoro. 

- El grupo se compone igualmente de personas muy diferentes, pero todas ellas muy agradables y muy educadas, lo que agradezco infinito porque siempre haces un acto de fe cuando te decides a convivir varios días con treinta desconocidos. Ninguno de ellos se ha quejado públicamente sobre la guía, y eso les honra. De todos modos, noto que se esta gestando una rebelión en las bases, y lamento perdérmela, porque yo me voy pero el grueso del grupo continúa mañana hacia Meteora, que es donde calculo que la disidencia hará estallar la revolución. Es como ver una película y quedarte con la intriga porque has salido del cine sin ver el final. 

Las nacionalidades son variopintas y por tanto las conversaciones también. Hay todo tipo de combinaciones familiares y personas sueltas, como yo. Entre los norteamericanos se comentan los cambios que la nueva administración está provocando en sus vidas personales, y el sentimiento general es de bajas expectativas y de temor ante un futuro incierto. Entre los europeos, se comentan temas menos pegados a la actualidad, porque uno de los placeres de las vacaciones es meterse en una burbuja que te aísle de los problemas del día a día. 

Tenemos un profesor jubilado australiano que desde que falleció su madre ha empezado a viajar por el mundo, y así lleva veinte años (me pregunto si yo llegaré a igualar su marca). Tenemos una chica ucraniana que trabaja en la hostelería griega y que en sus periodos de vacaciones mira las cosas a través del espejo, porque se convierte en huésped de los hoteles. Está leyendo un libro sobre la historia de la filosofía en estos lugares sagrados. Tenemos algunos hispanos que son norteamericanos de hecho y de derecho porque sus familias emigraron, y han construido su identidad entre dos culturas. Tenemos una familia francesa muy unida y muy inclusiva. Una madre e hija colombianas encantadoras que son de Londres. Y tres españoles contándome a mí. Un guiso con tan buenos ingredientes sólo puede salir rico, rico. 

13.2.25

En Atenas me he reencontrado con el asfalto puro y duro. Desde Milán no pisaba una gran ciudad, y echaba de menos las anchas avenidas, la riada humana, el ajetreo a todas horas, la vivacidad de los bares y comercios, los grandes edificios. Sé que es una barbaridad, pero soy urbanita y el asfalto es mi hábitat natural. Atenas no es la ciudad perfecta, tiene un tráfico endiablado y abundan las construcciones de los años 1960s, tan anodinas que me pierdo a menudo porque me cuesta distinguir unas calles de otras. Pero esa energía eléctrica que corre por las venas de sus ciudadanos sí que la tiene, y en eso se me asemeja mucho a Madrid. Los atenienses me parecen dinámicos, vitalistas, llenos de energía y expresividad. Les oigo reír a menudo. Y debo decir que a mí hasta ahora me han tratado con mucha amabilidad. Me gusta Atenas. Mucho. Además muchos atenienses me parecen atractivos, y eso siempre es un plus. 

He recorrido con entusiasmo no sólo sus monumentos, sino sus diferentes barrios y ambientes. Es llamativo cómo conviven aquí el pasado remoto con el presente más inmediato, porque me da la impresión de que en Atenas la gente domina el difícil arte de vivir el momento. Aunque los que mejor viven en esta ciudad son los gatos, dormitando tumbados al sol y alimentados por los vecinos. Ellos son los auténticos dioses, y como tales toleran los mimos de los turistas con altivez.

He leído que muchos de los viajeros que hacían el Grand Tour en siglos pasados llegaban a decepcionarse al comprobar el estado de abandono en que se encontraban los lugares donde nacieron tantas cosas gloriosas que son imprescindibles para nuestra civilización. Hoy en día esos yacimientos arqueológicos están bien preservados y acotados, y se sigue trabajando en ellos, aunque tengo que decir que en algunos de ellos la visita podría estar mejor planteada y explicada. La excepción: el Museo de la Acrópolis, que me parece inmejorable en todos los sentidos posibles, porque desde sus paredes de cristal se ve la Acrópolis justo enfrente, de modo que los restos que exhibe no se sienten lejanos del lugar donde habitaron durante tantos siglos, sino todo lo contrario. 

A lo largo de los días voy visitando lugares sagrados de la cultura universal: la Acrópolis, el Areópago, las ágoras griega y romana, la colina de las Musas, la colina de Pynx, la biblioteca de Adriano, la necrópolis de Kerameikos, el Liceo de Aristóteles, el Olimpieion... es abrumadora la cantidad de historia que contiene cada uno de ellos, y me agoto sólo pensar en tener que relatarlo aquí. Para apuntar unas pocas impresiones, prefiero recurrir sin orden ni concierto a las acostumbradas

Notas:

- En mis estudios siempre evité el griego porque bastante tenía ya con el latín. Cómo me arrepiento ahora, porque supongo que me ayudaría algo a orientarme, y no tendría que estar recurriendo continuamente a Miss Google. En el centro de Atenas casi todos hablan algo de inglés, y además hoy en día las aplicaciones del móvil te lo traducen todo por imagen, pero no ser capaz de reconocer las letras me frustra igualmente. Me he aprendido las cuatro o cinco palabritas útiles de cortesía, pero me gustaría saber más.

- En mi primer día en Atenas voy directa a la Acrópolis porque las previsiones son de lluvia a partir del día siguiente y no quiero embarrarme. Allá arriba, la ira de los dioses se desata en forma de rachas de viento y bajas temperaturas, lo que añade una dosis de tremendismo a la subida al monte sagrado. El resto de mi tiempo aquí ha sido soleado y he podido evitar el efecto techo de los paraguas, porque en Atenas sí hay bastantes rebaños de turistas del mundo entero, y si cada uno de ellos sostiene un paraguas es imposible ver el cielo.

- Vista desde la Acrópolis, Atenas se despliega como una gran mancha de leche. La mayor parte de edificios son blancos, de pocas alturas y forman una masa compacta, con muy pocas zonas verdes y escasas calles arboladas. Una lástima, porque la vegetación aquí se da de maravilla, y los parques son una preciosidad. 

- El montículo rocoso llamado del Aerópago me impresiona, porque no sabía que allí se reunía el consejo ciudadano para tomar decisiones, y hasta allí llevaron a San Pablo cuando estuvo predicando en Atenas. Parece ser que había subido hasta la Acrópolis y allí había visto una estatua con una inscripción que ponía "A un dios desconocido". El santo aprovechó para hacerles notar a los atenienses que andaban tan desorientados que no sabían ni a quien le rezaban, pero que él les iba a indicar el camino recto hacia el Dios verdadero. No puedo dejar pasar la oportunidad de recordar esa escena de La vida de Brian, donde el protagonista es tomado por un mesías bien a su pesar, y por mucho que el pobre intenta zafarse y convencer a la gente de que se trata de un malentendido, le siguen igualmente. Uno de sus perseguidores le espeta: "Yo digo que eres el mesías verdadero, y de eso entiendo porque he seguido a varios". Geniales Monty Python.  

- En el Ágora, venero el lugar donde nació la democracia. No sé si se ha convertido ya en un bonito sueño del que estamos despertando de la forma más pesadillesca, o si simplemente atraviesa por una de sus épocas, digamos, distraídas. Espero que se recupere lo más pronto posible, por su salud y la nuestra.

- Otro lugar que me deja impresionada es el Liceo de Aristóteles, del que no quedan más que unos pocos restos. Pero me pone la carne de gallina sólo de pensar que por allí mismo se paseaban los peripatéticos (los discípulos y su maestro debatían mientras caminaban). Según dicen las cartelas, Aristóteles escogía a sus alumnos más brillantes para discutir los temas más enjundiosos en el paseo matutino, y en cambio para el paseo vespertino se reservaba los temas más triviales. Sería porque al resto de alumnos les pillaba ya cansados de tanto haberle dado a la sin hueso todo el día, o porque hasta esa hora no estaban del todo espabilados? 

- También me gusta sobremanera la necrópolis de Kerameikos. Las estelas que conmemoraban a los difuntos tienen bajorrelieves. Uno de ellos me emociona, por la ternura de la escena que retrata: el difunto es un niño (o niña, porque las falditas en la antigüedad eran modelo unisex). Sus deudos le despiden muy afligidos, enjugándose las lágrimas con pañuelos. Pero en el inframundo los difuntos de la familia le reciben con mucha alegría: hay un perrito que brinca alzando las patas hasta sus rodillas, mientras una figura femenina (su abuela?) le acaricia la barbilla en señal de bienvenida. Luego llegó un decreto de las autoridades prohibiendo que las tumbas lucieran estelas tan decoradas, y desde entonces se limitaron a las inscripciones con textos. Los mandamases, siempre arruinando las vidas privadas.

- Cruzar algunas calles de Atenas es desobedecer todas las reglas, incluidas las de la razón. Algunos semáforos tienen los discos apagados, en otros siempre está en rojo para los peatones, y yo que soy de natural obediente tardo en caer en la cuenta. Por si fuera poco, media ciudad está en obras, y no parece que retirar los escombros del paso forme parte de las costumbres locales. Sí lo es en cambio el aparcar los coches encima de las aceras, como en Sicilia. A veces desearía poder teletransportarme para llegar simplemente a la esquina de enfrente. Algunas calles están verdaderamente sucias, como en un foco marginal que hay cerca de mi hotel. Otras están limpias y lucen preciosas. La mayor parte de edificios están bien mantenidos, y en el pintoresco barrio de Plaka son realmente bonitos, porque aunque datan de cuando la ciudad empezó a expandirse en torno a los foros, allí predominan las casas neoclásicas de finales del siglo XIX. En zonas de expansión posteriores, sobre todo de los 1960s, el estilo es uniforme y no tiene nada destacable.

- En Plaka, el monumento de Lisístrates, aparte de ser muy bonito, tiene el añadido de que allí había un convento de capuchinos, ya desaparecido, donde se alojaron los románticos Chateaubriand y Lord Byron. Se dice que este último escribió allí parte del Childe Harold, antes de unirse a la guerra por la  independencia de los griegos contra los otomanos, y fallecer por enfermedad en el frente.

- El arco de Adriano, un poco más adelante, me parece un prodigio de elegancia clásica engullido por el tráfico, porque la vida continúa en torno a las ruinas.

- Aunque desde el centro se vive un poco dándole la espalda, el mar Egeo siempre se ve al fondo cuando se sube a uno de los montículos de Atenas. Ingenuamente, decido dar un paseo al Pireo para ir a su encuentro, y la broma me sale por unas cuantas horas de caminata, con unas empinadas cuestas de propina al llegar. Ignoraba que el Pireo no es un barrio de Atenas, sino un municipio vecino, y que no tiene un sólo puerto, sino tres. Hasta llegar allí, paso por unos barrios muy agradables donde algunas calles están bordeadas de naranjos y olivos. El Pireo tiene el aspecto de una ciudad de veraneo, con un gran ambiente callejero que me engancha. Cuenta con dos bahías naturales que prácticamente son círculos con un orificio de salida. Me paseo por el puerto de Zea en busca del tipismo propio de un barrio de pescadores, pero lo que veo son grandes yates de lujo y terrazas muy bien montadas. Me planteo acercarme al vecino puerto de Mikrolimano, pero todo está a cuarenta minutos de distancia y mis pies se niegan a caminar más. La vuelta la hago en autobús, y espero 45 minutos a que pase. Debe de ser habitual, porque en la parada nadie se impacienta. 

- En el Museo de la Acrópolis, la planta superior está dedicada por entero al friso y los frontispicios del Partenón. Y hay un audiovisual que explica cómo fueron expoliados y a veces destruidos, bloque a bloque y lote a lote, la mayor parte de sus figuras. No sólo por Lord Elgin, sino también por los venecianos, los turcos, los franceses y el pillaje de los propios griegos. La verdad es que hierve la sangre cuando se conocen los detalles. Lord Elgin en concreto escogió lo que le vino en gana, y especuló de lo lindo con su botín una vez en sueño británico, hasta que consiguió vender lo robado a su propio gobierno, quien por cierto siglos después sigue negándose a devolverlo.

- Por las calles de Atenas me cruzo con varios sacerdotes ortodoxos paseando a sus hijos pequeños. No tenía ni idea de que se pudieran casar, pero lo consulto y descubro que en la iglesia ortodoxa un hombre casado puede ser ordenado sacerdote, aunque se le prohíbe llegar a obispo. Cuándo se atreverán a dar el paso en el Vaticano...

- Debo confesar que no me atrae especialmente la estética de las iglesias ortodoxas más antiguas de Atenas, admitiendo por supuesto el inmenso valor que tienen. Opinión personalísima y seguramente errada, pero es que no me gustan, qué le vamos a hacer.

- La embajada española en Atenas está en unos de los mejores edificios, justo al pie de la Acrópolis. Tiemblo al pensar en lo que nos cuesta a veces mantener la marca España. Al menos tiene fama de funcionar mejor que otras embajadas patrias por esos mundos. 

- Ante las dificultades logísticas de llegar en tren a todos los lugares que quiero visitar, como me gustaría, decido apuntarme a un tour organizado de varios días que recorre algunos de los lugares más conocidos del clásico circuito turístico: el estrecho de Corinto, Napflio, Micenas, Olimpia, Tripolis, Megalopolis, Ilia, Acacia, Ruin, Abtirion, Nafpactos (Lepanto), Delfos, Arachova, Levadia, Tebas. No me hace especial ilusión la idea de sumarme al rebaño, pero tengo que rendirme a la evidencia y admitir que nunca he sido la oveja negra como hubiera deseado, porque me ha faltado valor y desde siempre me he acomodado en el anodino papel de la ovejita sumisa. De modo que en el rebaño debería sentirme como en casa...

- El circuito que he escogido no incluye los monasterios de Meteora, porque eso suponía un incremento del importe a pagar, ya que había que desviar la ruta para pernoctar allí. De modo que, para economizar, me apunto desde Atenas a una excursión a Tesalia con ida y vuelta en el día, que resulta ser todo un acierto. Tras cuatro horas de carretera, llegamos al apabullante valle de Tríkala, que en Meteora es el resultado de un gran lago que se secó, y ese fenómeno dejó al descubierto enormes formaciones geológicas que son los peñascos más altos que he visto en mi vida, con paredes lisas y completamente verticales. 

Los templos suspendidos en lo alto de estas formaciones rocosas son un escenario de una enorme belleza casi irreal, que escapa por completo a mi capacidad de comprensión. Tengo mis limitaciones, y entre ellas está el no saberme poner en el lugar de los demás. En este caso, no puedo concebir cómo, porque a un monje iluminado se le ocurriera abandonar la cueva donde vivía como un ermitaño, y construirse un monasterio en todo lo alto de una peña inaccesible, la gente le siguiera ciegamente, y empezaran a construir como si no hubiera un mañana (el milenarismo, supongo), hasta llenar todo un valle con sesenta construcciones imposibles, de las que sólo quedan seis. A estos monasterios no se podía acceder más que siendo suspendidos en el vacío, atrapados dentro de una red que había que izar trabajosamente desde la cumbre, aunque en tiempos más modernos se han construido escalones (cientos de ellos), puentes y carreteras. El argumento para instalarse en todo lo alto era que así se sentían más cerca de Dios. Y digo yo: No podían conformarse con elevar solamente el espíritu y las oraciones, y dedicar todo ese esfuerzo titánico a causas más inmediatas y más útiles para la iglesia y sus fieles? Era en la Edad Media, que se caracteriza por ideaciones de este calibre, pero aún así me ha dejado asombrada la capacidad que tenemos los humanos para normalizar situaciones que objetivamente distan mucho de ser normales. Como siempre, esto no es más que mi opinión, y una vez expresada tengo que añadir que ese valle increíble es una de las cosas más impresionantes que he visto nunca. 

Anecdotario:


- Uno de los monasterios de Meteora parece dedicado a San James Bond, porque ese es el sobrenombre por el que se le conoce entre los turistas, el "monasterio de James Bond", ya que salió en una de las películas en las que Roger Moore era el agente 007. Qué pensaría de esta herejía el monje Dimitros, que fundó el primer monasterio del valle? A veces el maligno parece que gana la partida... 

- En la excursión a Meteora, el autocar parece las Naciones Unidas: hay japoneses, chinos, indios, alemanes, franceses, eslovenos, ingleses, norteamericanos, italianos, brasileños, una moldava y yo. En el almuerzo, me siento a la mesa con una chica de Texas y con la moldava, que actualmente vive en Barcelona. Ambas son chicas muy viajadas que han vivido en varios continentes. Comentamos como ya es habitual encontrarse con mujeres de todas las edades que viajan solas, y como la tendencia va en aumento sin causar asombro como en el pasado. En uno de los monasterios que visitamos, la moldava me explica que los cultos ortodoxos son muy estrictos y que, por ejemplo, durante la misa no se pueden sentar más que los ancianos, las embarazadas y los enfermos. Las mujeres deben cubrir su cabeza con un velo. Recuerdo viejas fotos de mi madre, mis tías y mis abuelas con el velo puesto, pero el Concilio Vaticano Segundo terminó con esa incómoda costumbre para los católicos. 

- Soy testigo de que las mujeres debemos cubrirnos en señal de respeto, porque en los monasterios que visitamos nos obligan a ponernos un pareo (falda, lo llaman ellos) ya que no podemos entrar con pantalones, que se consideran poco respetuosos para un lugar sagrado. Y los pantalones de los hombres no se consideran una falta de respeto, o qué? 




11.2.25

Me quedan por delante largas horas de espera en dos aeropuertos distintos. La escasa oferta de vuelos, dada la temporada y la zona, me obliga a hacer la absurda carambola de subir por el mapa hasta Frankfurt para volver a bajarlo hasta Atenas, siete horas en total, más los previsibles retrasos. 

Llego a Atenas de madrugada, pero ya tengo un taxi reservado y me esperarán con el consabido cartelito para llevarme a mi hotel, que tiene conserje de noche. En teoría todas las bases están cubiertas, sólo espero que no me pierdan el equipaje... Mientras tanto, me entretengo con lo que puedo en el pequeño pero moderno y funcional aeropuerto de Dubrovnik, donde me acompaña el escaso personal y una familia francesa en tránsito. Para matar el tiempo, hago un listado de las cosas de Croacia que me han llamado la atención estas semanas. Sin un orden concreto, ahí van unas

Notas:

- Croacia me han parecido varios países en uno, y sobre todo dos zonas muy diferenciadas, el interior y la costa. De Zagreb me llevo el recuerdo de un ciudad señorial y con mucha vida intelectual, pero pasando un mal momento que la tiñe de desencanto, o al menos esa es la impresión que yo me he llevado. Deseo que terminen de reconstruirla pronto y vuelva al optimismo de su pasado esplendor. 

En el viaje en tren regional hasta Rijeka, donde había treinta y tantas paradas en otros tantos pueblos y ciudades rurales, pude observar las duras condiciones de los campesinos del interior. Esa gente está pasando miserias en este momento, espero que las dejen atrás muy pronto.

En cambio, tanto en la costa de Istria como en la dálmata he visto un nivel de vida mucho más cómodo, y para algunos, acomodado. Todo está sujeto a las necesidades de los veraneantes y, aunque la gentrificación ya sabemos que tiene muchas consecuencias negativas, a esta zona le ha supuesto un empujón económico y vital. Por fin he visto croatas de buen humor!

- Hay en el idioma croata un falso amigo muy divertido: puta. La gente repite estas cuatro letras a menudo, y yo que siempre llevo las antenas desplegadas por la calle he terminado por consultar lo que significa, muerta de curiosidad: veces. Significa veces. Tres veces = Tri puta. Sin comentarios. 

- En Croacia hay muchísimos filipinos. Casi todos los riders de entrega a domicilio son filipinos, y algunas camareras y cuidadoras de niños y mayores también. Cuando libran, se reúnen y pasan juntos el día en grandes grupos, que al principio confundí con turistas. He leído que hay un convenio económico con Filipinas basado en intereses comunes del comercio marítimo, y supongo que estos emigrantes forman parte de acuerdos bilaterales. Me ha parecido que estaban bien asentados aquí. 

- De la gastronomía local he probado pocas cosas, por miedo a que mi colon se ponga de mal humor. Con los guisos no me he atrevido. Y la paprika picantona, a la que son tan aficionados aquí, no va conmigo. Entre lo que sí me he arriesgado a probar:

El café aquí no está nada mal. El prsut o jamón croata me ha parecido un embutido muy bueno (aunque prefiero el nuestro, claro). El burek es un hojaldre relleno, normalmente de carne, que también me ha gustado mucho siempre que lo he tomado. Entre los dulces, yo pecadora me arrepiento de haber repetido varias veces los fritule, unos bollitos redondos con rellenos variados y cuya masa recuerda mucho a los donuts. Todo delicioso. Por lo demás, he comprado en supermercados muy buen surtidos cosas corrientes a precios muy altos. No sé por qué motivo la comida tiene que ser tan desproporcionadamente cara en Croacia. 

- No creo haber visto un mar tan intensamente azul como el Adriático. Qué colorido espectacular, bajo el sol y bajo las nubes. 

- Soy de la opinión de que en los viajes siempre hay que dejarse algo que ver, porque esa es la garantía de regresar algún día. En Croacia he pasado por alto, además Eslavonia, en la parte oriental del país, los parques naturales, sobre todo el de los lagos de Plitvice, y las ciudades con monumentos Patrimonio de la UNESCO como Trogir y Sibenik, en Dalmacia. Y de la multitud se islas, cuevas y frutas saldría una lista interminable ... Algún día. 

Aneecdotario:

- Esta mañana me he dado un madrugón para ir sin prisas a la estación de autobuses (media hora de camino) y de allí al aeropuerto (45 minutos de trayecto). En un momento dado, he tenido que acelerar porque de pronto había pasado una hora entera sin darme yo cuenta... para fijarme después en que, al consultar el estado del tiempo en Atenas en mi móvil, he escogido dejarlo como lugar preferente, y el puñetero cacharrito widget de  me ha cambiado a la hora local de allí, que es una hora más que en Centroeuropa. Me cachis en la mar salada y en los peces que en ella nadan. 


9.2.25

Me despido de Croacia en su perla del Adriático, como la llaman ellos. La pequeña ciudad de Dubrovnik, grandísima en influencia aristocrática y poderío marítimo, por donde pasaban todas las rutas de oriente a occidente. La Ragusa de raíces romanas, de influencia bizantina, que supo zafarse de los venecianos y librarse de los otomanos, y hasta llegó a ser su propia república. La que tras un terremoto fue repoblada por croatas y, ya conocida como Dubrovnik, fue ocupada por los franceses y quedó bajo la influencia de los austríacos, la que sufrió la amenaza de los nazis. De donde huyeron tantos italianos cuando Tito se la adjudicó, a donde acuden tantos turistas desde que también Tito construyó multitud de hoteles, con mano de obra bosnia. La ciudad mártir que bombardearon y asediaron sus vecinos serbios y montenegrinos. La ciudad Patrimonio de la Humanidad, la blanca, la bella. Si Venecia celebra sus desposorios con el mar, Dubrovnik es la amante del mar, la otra. 

Hasta aquí he llegado en autobús desde Split, en un trayecto que atraviesa el valle del ancho río Neretva, con sus lagunas fluviales y su cercano delta. Son tierras inundadas de canales que están sembradas de cítricos y de higueras y otros cultivos que no sé lo que son. Pasamos dos grandes puentes, impresionantes obras de ingeniería que me provocan admiración y mucho vértigo. Y vemos unas canteras, de hecho adelantamos varios camiones cargados con enormes bloques de piedra caliza blanquísima. 

Tras cuatro horas, llegamos al puerto de Dubrovnik y se bajan todos del autobús menos yo, que sigo en la creencia de que hay una parada más allá, porque no reconozco la ciudad que aparece en las postales. Resulta que esa bella estampa está un trecho más arriba, y el trío que formamos Doña Resilia, Resilita y yo trepamos por la cuesta hasta llegar a mi alojamiento, y de ahí aún tendré que ascender acantilados arriba, ya en solitario, para alcanzar la ciudad histórica amurallada. En los siguientes cuatro días voy a subir y bajar más escalones que en los tres meses desde que comencé el viaje.

Mi alojamiento está en el elegante barrio de Gruz, en las buhardillas de un enorme edificio que fue cuartel durante la dominación austriaca, y ahora es archivo estatal. Son habitaciones modernizadas, pero el edificio es de antes de la Primera Guerra Mundial, cuando el Imperio Austrohúngaro convirtió el puerto de Gruz en una de sus salidas al mar. Sostengo una larga conversación con la encargada, que me dice que el caserón es neo barroco austriaco, y que resistió los bombardeos porque los austríacos son buenos constructores y hacen obras sólidas. Me informa de que en los bajos hay oficinas, luego está el archivo histórico, y que en las buhardillas viven muchos investigadores, pero que también las destinan a turistas en las vacaciones.

Estos días son las fiestas patronales de San Blas y todos libran, por lo que me advierte de que la casa se queda vacía este fin de semana. Le pregunto si hay fantasmas y niega riendo. Pero afortunadamente no estoy sola del todo, porque al día siguiente veo a otra chica en la habitación frente a la mía. Resulta ser una archivera que se ha quedado a estudiar porque tiene un examen el lunes a primera hora. Me la encuentro todas las mañanas sentada en los escalones, mirando el móvil y tomando café. Así me da menos miedo volver por las tardes, ya a oscuras, a esta cosa tremenda de edificio al que se accede desde un párking por la fachada trasera y subiendo en penumbra unos complicados tramos de escaleras externas, hasta un estrecho puente elevado a la altura de las buhardillas. Me recuerda a la película muda El séptimo cielo, donde los amantes pasaban de una buhardilla a otra de París haciendo equilibrios sobre un tablón. Pero sin la parte folletinesca, bien entendu. 

Durante mis cuatro días de estancia, me da tiempo a explorar, no sólo todos los rincones y callejuelas del casco histórico de Dubrovnik, sino a darme bonitos paseos por los alrededores. El patrimonio de esta ciudad extraordinaria no me corresponde describirlo, ni estoy a la altura de semejante tarea. Los detalles que me han llamado la atención, y que no tiene gran interés salvo para mí, los resumo en estas

Notas: 

- La cuesta desde el archivo donde me alojo hasta la ciudad antigua me resulta un paseo muy agradable. Por un lado bordea los acantilados sobre el Adriático, siempre azul intenso. Por el otro lado, paso por muchas antiguas mansiones de caliza blanquísima, y sus jardines de pinos y frutales, con pérgolas sostenidas por finas columnas de la misma piedra. A veces sólo quedan las columnas desnudas, sin travesaños pero con bellos capiteles. El contraste azul-blanco-verde no puede ser más hermoso, tanto si está nublado como si hace sol. 

- En todas las laderas que rodean a Dubrovnik y su archipiélago abundan los cipreses. Leo que según la creencia popular, era costumbre que cada hombre que se hacía a la mar debía plantar cien árboles, y claro, a ese ritmo el stock de pinos debió de agotarse en los viveros... sea cual sea el motivo real, los cipreses hermosean un paisaje ya de por sí inmejorable.

- Me cruzo con muchos religiosos de ambos sexos y de varias congregaciones. Hay una capilla de la Adoración Nocturna y un monasterio a mitad de camino. No sé si influye que estamos a poca distancia de Medugorje, cruzando la frontera Bosnia. Muchos de los pueblecitos de interior que he visto desde el autobús contaban con hoteles para los peregrinos que acuden allí.  

- Tengo la fortuna de no ir andando entre rebaños de turistas por las estrechas calles del casco histórico de Dubrovnik, que es la gran ventaja de viajar en temporada baja. Pero aún así hay bastantes croatas que, por ser fin de semana y además las fiestas patronales de San Blas, han acudido a comer en familia y a darse una vuelta. Muchas de estas personas van bien vestidas y se adivina que tiene un buen nivel de vida, porque los precios en la ciudad vieja son estratosféricos.

Lo que no deja de asombrarme es que, después de haberse desplazado hasta aquí, se sientan en las terrazas y caminan con la vista clavada en la pantalla del móvil. No comprendo cómo no dedicas la mayor parte del tiempo a mirar lo que tienes delante cuando lo que te rodea es un regalo para la vista. Estoy mayor y empiezo a no entender lo que me rodea, lo sé. Pero me recuerda cuando Gulliver llega al reino de Liliput, y los pequeños liliputienses se dan cuenta de que ese gigante extranjero se deja gobernar por una máquina que es mucho más pequeña que él, que es su reloj de bolsillo. Se asombran cuando Gulliver les cuenta que no hace nada sin consultar su reloj, que gobierna cada momento de su vida. Y llegan a la conclusión de que el gigantón obedece a un dios muy canijo. Jonathan Swift en el siglo XVIII ya nos estaba describiendo los smartphones del XXI. 

- Voy en un pequeño ferry hasta la isla de Lukrum, parque natural que alberga las ruinas de un monasterio y un fuerte. Hay además un jardín botánico y un museo sobre el rodaje de la serie Juego de Tronos, que tantos turistas ha atraído a estas tierras (Croacia se ha convertido en un plató por su versatilidad: en la pantalla la hacen pasar por Rusia, Austria, Italia, Francia, Marruecos, Israel... y siempre cuela). 

Pero lo que más abunda en Lokrum son las calas rocosas de aguas transparentes, las pinedas y los pavos reales, que se pasean a sus anchas por toda la isla y que están tan acostumbrados a los turistas que casi se comportan como mascotas. En vano espero con la cámara encendida a que uno de ellos se digne desplegar su abanico para aparearse. No tengo suerte porque aunque persiguen a las pavas, estas se muestran esquivas, son chicas muy empoderadas y no hay tema con ellas. 

Una señora mayor sí que causa expectación entre machos y hembras, y nada más verla los pavos la siguen como al flautista de Hammelin. Saben que les trae comida en una bolsa de asas. Ha venido en el mismo ferry y ha pagado su pasaje con una tarjeta que supongo es de residente. Al llegar al puerto ha intercambiado unas palabras con las encargadas del parque, por lo que deduzco que no sólo tiene permiso, sino que hace esta excursión a menudo. La verdad es que los gatos y las palomas ya están muy vistos y hay que diversificarse... 

En Lukrum me encuentro con un letrero que pone "Playa nudista" y me acerco a curiosear. Es, como casi toda esta costa, una pequeña explanada de rocas más o menos lisas, sin arena. Me imagino cómo debe escocer en verano el roce de la piedra recalentada en salva sea la parte. Un nudista aquí es un osado al que sostienen sus firmes convicciones y una buena pomada reparadora. 

- Tengo la gran fortuna de coincidir con el final de las fiestas patronales de Dubrovnik. Siempre me ha gustado observar las tradiciones callejeras. Las de aquí incluyen una procesión que ya se celebró, y el programa del domingo consiste en un voltear de campanas (con estruendo) y un ondear de banderas escoltadas por una banda uniformada, que se esfuerza en hacerse oír (sin estruendo) por encima de las salvas de honor (con estruendo). 

Todo retumba. Al principio creo que son cañonazos, pero luego compruebo en el puerto antiguo que las salvas salen de los trabucos de unos arcabuceros, vestidos como en el renacimiento. Cargan sus armas de época con pólvora real, que apelmazan con una baqueta antes de disparar al suelo. Las fuerzas vivas, señores de negro ensombrerados, esperan a los abanderados en la escalinata de la iglesia de San Blas. Allí el eclesiástico de mayor rango, con casulla dorada, se embarca en una perorata inacabable, tras la cual hay un minuto de silencio que no todo el mundo respeta porque la mayoría pasa de largo sin detenerse, helado en mano. Observo que hay muy poco público local interesado en esta ceremonia patriótica, y que los turistas extranjeros que nos paramos a curiosear suplimos ese vacío. 

El día anterior ocurrió lo mismo pese a ser el programa mucho más entretenido, porque unos grupos folklóricos bailaron unas danzas con distintos trajes regionales muy vistosos. La música que tocaban tenía un deje levemente griego. Yo esperaba oír algo tipo Goran Bregovic, pero luego recordé que él tira más bien hacia la música de fusión, que no deja de ser un invento contemporáneo. Y que además es bosnio, no croata. En todo caso, la música que bailaron por San Blas en la calle Stradun era muy alegre y animada. Nadie del público local se arrancó a bailar, pero algunos mayores tararearon las letras entre dientes. 

- Recorro la muralla en dos días sucesivos. El panorama sobre las rocas, el mar y las islas es incomparable. Paso a la altura de innumerables ventanas, balcones y buhardillas en las que habitan vecinos que, imagino, deben de estar hasta las narices de que los turistas les espiemos mientras se afeitan, hacen el desayuno o cuelgan la colada. 

Desde arriba la vieja Dubrovnik es una ciudad de leyenda, con sus tejados, sus campanarios y palacios reconstruidos casi al completo. Pero aún queda por hacer. Un ejemplo: en la antigua casa del pintor local Ivo Grbic, se muestran fotografías espeluznantes de los efectos de los bombardeos en las viviendas de esa calle. Según explican las cartelas, este artista perdió la mayor parte de su obra en un incendio, tras resultar impactada su casa. Tuvo que salir huyendo en pijama, cubriéndose la cabeza con una olla, para salvar su vida. El resto de su vida, cada año conmemoraba con exposiciones el día 6 de diciembre de 1991, cuando las baterías serbias cañonearon Dubrovnik desde las colinas que la rodean y le dejaron desposeído por completo. Hace solamente treinta años, pero el trauma sigue muy presente. Por ese motivo, no sé yo si disparar interminables salvas en las fiestas, con un estruendo que retumba en todas las paredes, es la celebración más adecuada. Si no fuera imposible, cualquiera pensaría que se han quedado con ganas de más. 

- En el moderno puerto de Gruz, que recibe los mercantes y los grandes cruceros, hay una zona para que atraquen los veleros y las embarcaciones deportivas. Me sorprende ver que hay unas cuantas carnicerías y un mercado de frutas y verduras, además de restaurantes con selecta gastronomía local y locales de copeo, pero.... dónde están la lonja del pescado, las pescaderías? No soy capaz de localizarlas.

- También he recorrido estos días los barrios que rodean al recinto amurallado. De Pile me gustan sobre todo sus mansiones blanquísimas y sus hoteles históricos. En mi último día, aprovecho para recorrer otros barrios extramuros del casco histórico y lejos de Pile. Gruz y Ploce conservan algunas casas antiguas de veraneo muy hermosas (y algún que otro resbalón estético perpretado por nuevos ricos). Pero cuando me adentro en Lapad y dejo atrás el puerto moderno, me encuentro con modernos edificios a la última y resorts de lujo (y alguna monstruosidad hotelera). Ya sé dónde viven todas esas personas que se pasean por las tardes por la calle Stradun tan bien vestidas, porque las veo aquí por la mañana, igual de ociosas. En la llamada Sunset Beach hay un camino peatonal muy bien acondicionado que bordea el acantilado, cubierto de cuidada vegetación. Me siento en esta playa de gravilla a comerme un bocadillo mientras abuelas, madres y niñeras pasean sus bebés. La forma de abrochar mi estancia en Dubrovnik no puede ser más placentera. 

Anecdotario:

- En el camino peatonal de Sunset Beach, entre los hoteles Royal Princess y Ariston, hay un simpático jardincillo entre pinos con una serie de carteles indicadores con mensajes como "Saca tu foto allí" "Toma tu copa allá" "Relájate aquí" "Sé feliz en todas direcciones" etc. Uno de ellos pone "Cárgate de buenas vibraciones aquí", señalando un columpio colocado de manera que te balancees sobre el acantilado. Una señora oriental está cargándose de buenas vibraciones en modo y forma, y me parece muy bien, pero a mí me da vértigo. Me asomo un momento y prosigo. Pero oigo que me llama para cederme el turno. Cómo es que no me columpio? Es que no quiero cargarme de buenas vibraciones? Le digo con una sonrisa que yo procuro estar siempre de buenas, sin que me lo manden los carteles. No lo pilla. Se lo parafraseo de otra manera, pero entonces no concibe que yo no siga al pie de la letra las instrucciones de uso de las buenas vibraciones. Me alejo con la satisfacción de sentirme anarquista de salón, con tan poquito esfuerzo por mi parte. 

- Compro algunas prendas de entretiempo (de cara a mi estancia en Grecia) en un pequeño centro comercial, y cargo con la bolsa toda la mañana, hasta que llega el momento pipí. Entro en unos servicios públicos a oscuras, porque las cabinas no tienen ventilación ni iluminación, y me alumbro con la linterna del móvil. Al salir no reparo en la bolsa, que había colgado de una gancho en la pared, y pasan muchas horas cuando, ya de vuelta en mi alojamiento y preparando la maleta, caigo en la cuenta de que he extraviado la compra. Vuelvo al lugar de los hechos convencida de que va a resultar un esfuerzo inútil y... voilà, la bolsa sigue colgada exactamente donde la dejé. Aunque la cabina está a oscuras, la puerta al abrirse chocaba contra el bulto de la bolsa, de modo que las personas que han entrado ahí tras de mí han respetado lo ajeno. Aún queda gente honrada, lo que nunca deja de sorprenderme, cínica de mí. 


6.2.25

Me subo al ferry que realiza un recorrido regular por los puertos de las islas cercanas a Zadar. Es el equivalente a un autobús para los isleños, su medio de transporte para llegar a la ciudad, pero también para moverse de una isla a otra y para recibir visitas, paquetes y mercancías. 

Hace un sol espléndido y la temperatura es suave para principios de febrero, así que me instalo en cubierta. Entretengo la espera viendo al barkaroli del puerto en acción: en acción: transporta una familia entera, con dos carritos de bebé incluidos, de un extremo al otro del puerto en su barca de remos. 

En el ferry hay una familia alemana, otra que no sé de dónde es porque no despega los labios, y vecinos de la isla o familiares de los mismos. Algunas señoras llevan carritos de la compra. 

La mar está en calma y la travesía es muy tranquila. Pasamos por entre el manojo de islas, algunas unidas por un puente, del archipiélago frente a Zadar hasta llegar a la pequeña localidad de Sali, en la isla de Dugi Otok, donde atracamos en su puerto de pescadores. En esta misma isla hay dos parques naturales que he mencionado en entradas anteriores, pero ni tengo medio de transporte ni me da tiempo a visitarlos. 

Al desembarcar en Sali, espero encontrarme un bar abierto, pero no. Hemos llegado a las 11:30, y eso significa que el bar y la panadería ya lo tienen todo vendido por hoy, y están cerrados por ser temporada baja. (Faltan cuatro horas para que descubra que hay un gran supermercado en el extremo opuesto del puerto). Hay un grupo de amiguetes tomando cerveza, pero a la puertas de un local comunal que está semi-vacío por dentro. Yo me he traído comida de picnic, pero no se me ha ocurrido añadir a la bolsa un WC portátil, mira qué tonta. 

La oficina de información turística también está cerrada, pero hay una agencia inmobiliaria y otra de viajes (?) abierta, y les pido un plano de los senderos. Me recomiendan uno de parece que ofrece unas vistas panorámicas espectaculares, pero en sólo cuatro horas tendría que ir, echar una ojeada rápida y volver deprisa. No se lo confieso, pero no estoy dispuesta. Yo he venido a oler los pinos, a caminar entre los olivos centenarios y  a contemplar el mar azul, pero saboreándolo con calma, no a la carrera. De todos modos, inicio la ruta porque quiero ver el paisaje desde un punto elevado. 

La ruta sigue la carretera hasta que se adentra por un sendero, y allá que me aventuro yo para poder ver de cerca los famosos olivos centenarios de la isla, que tienen 700 cumpleaños a sus espaldas y que siguen una tradición que data de tiempos de los romanos. Caminando entre olivares pienso en todas las generaciones que los han contemplado desde tiempos remotos, y en cuantas ocasiones esos antepasados, aparte de varear la aceituna y ponerla en salmuera, también habrán hecho pipí, como yo me dispongo a hacer, resguardados de miradas indiscretas entre los arbustos y los muros de piedra que circundan los campos. Esos mismos campos en los que dejo una muestra de mi huella biológica por duplicado, en la subida y en la bajada, porque la naturaleza sigue su curso y no podemos dejar de atender su llamada. La culpa la tiene el bar del puerto por estar cerrado a la hora del aperitivo. 

Sigo subiendo, y alcanzo las ansiadas vistas panorámicas del mar y de las otras islas e islotes frente a Sali. No deja de maravillarme el azul intenso del Adriático, y lo transparentes que son sus aguas en la orilla. Me creo en el paraíso, hasta que Miss Google enmudece de repente. Me he quedado sin cobertura una vez más (en Croacia es frecuente) y estoy en un camino rural, que quién sabe si desemboca en una cañada o termina en un barranco. La única persona que me he cruzado desde que tomé el desvío fue una señora con un capacho y un rastrillo al hombro. Me entra aprensión y decido volver. El resto del paseo lo dedico a vagar por las afueras de Sali, admirando sus almendros en flor y sus calas rocosas. Qué maravilla de sitio, aunque yo no podría pasar mucho tiempo aquí sin enloquecer, con 700 vecinos, dos ferries al día y unas cuestas de cuidado. 

Al día siguiente hago un viaje de tres horas hasta Split. He tenido que madrugar mucho, y durante el trayecto lucho por no quedarme dormida porque el paisaje es de tal belleza que no quiero perderme nada. La carretera va costeando por pueblos grandes y pequeños, pero todos prósperos. La costa dálmata, al menos en sus zonas más turísticas, parece pertenecer a otro país muy diferente a la Croacia que he visto en el interior días atrás. Cuanto más al sur avanzamos, más abundantes son las casas de veraneo y de retiro de jubilados, y los puertos deportivos están repletos de veleros y yates de recreo, y eso que por ser invierno algunos tienen la embarcación retirada del atraque y aparcada frente a su casa. 

Desde la costa se ven el resto de islas del archipiélago de Zadar a las que ayer no llegó el ferry. Al menos dos de ellas son islotes  unidos a la costa por un puente, y totalmente ocupadas por un caserío en descenso desde la torre de la iglesia. Otros islotes están deshabitados y son santuario de aves. Algunas islas son bastante grandes, y tienen varios puertos de pescadores. Otras exhiben un bosque mediterráneo muy tupido. Todas son bellísimas. 

Pasamos por varias ciudades muy hermosas. Me llaman especialmente la atención Sibenic, Primevak, Najbilja Mesnica, More y Trogir, cada una de ellas con una personalidad bien definida. 

En Split, Miss Google me va guiando desde la estación de autobuses a mi alojamiento, a lo largo de un paseo marítimo ajardinado y un bulevar con palmeras. Por el camino me maravillo porque veo una enorme edificación de mármol blanco con añadidos de todas las épocas posibles, y nuchas casas adosadas a su muro. Luego me entero de que es el palacio de descanso del emperador Diocleciano, del siglo V. La historia de Split se diferencia de sus vecinas en puede añadir este capricho de Diocleciano como impresionante rasgo diferencial que añadir al listado de recuerdos de las invasiones y colonizaciones habituales en la zona, .

Subo hasta la casita que he alquilado, en el histórico barrio obrero de Veli Varios, donde la fama es que sus habitantes se construyeron ellos mismos sus casas, y tiemblo al comprobar que la mía tiene el balcón sobre la entrada apuntalado con puntales de metal. Pero la casa por dentro está muy bien acondicionada. La chica que la alquila es un verdadero encanto, trabaja como personal de apoyo en un colegio pero es socióloga. Me habla de Split y de su historia, y dice que aunque toda la fama se la lleva el cercano Dubrovnik, Split le gana en antigüedad y en importancia. Y apunta que además allí cobran por entrar en todas partes, cuando aquí se puede hacer gratis. Me relata cómo durante la guerra y posguerra sufrieron un embargo y les faltaba de todo, por lo que tuvieron que aguzar su ingenio para procurarse lo necesario para el día a día, y que eso les ha fortalecido el carácter. Pero lamenta que la situación económica no hace más que empeorar, que el poder adquisitivo de los croatas es muy limitado y que los precios de cara al turismo son altos, por lo que su nivel de vida se resiente. Me indica con toda amabilidad muchas posibilidades para  aprovechar mi tiempo en Split. 

Paso el día recorriendo todo lo que puedo abarcar en una jornada. Subo al parque de Marjan, cercano a mi alojamiento, donde hay un mirador que domina la ciudad entera. Una vez abajo, la ciudad antigua no es muy grande y creo que doblo cada esquina, me meto en cada recoveco y husmeo en cada patio. La mayoría del fachadas son de piedra caliza vista. Las callejas son estrechísimas, pero al ser todo de color blanco no resultan opresivas. La ciudad vieja está pagada de colonias de gatos callejeros que reciben mimos y comida de los vecinos, lo que siendo malpensada debe de significar que hay ratas y quieren así mantenerlas a raya. 

Recorro las cuatro puertas del palacio de Diocleciano: de oro, plata, hierro y madera. Dentro del recinto lo primero que asoma es la exquisita torre románica de la Catedral de San Diomo. En el peristilo romano, que de por sí ya es impresionante, sorprende encontrar una esfinge egipcia de cuando Tutmosis. Un souvenir del que al parecer se encaprichó el emperador para adornar su mausoleo en Split. El templo de Júpiter ha sido profanado y ahora es una iglesia preciosa. Muy cerca de él está el Hotel Slavija, que desde hace un siglo acoge a sus huéspedes en un antiguo palacio quebalberga en su sótano nada menos que las termas de Diocleciano. En la zona de herencia veneciana, la plaza del ayuntamiento muestra un palacio medieval y otro renacentista reconstruidos, y cerca está la Torre Veneciana, en la Plaza de la Fruta, que es otra belleza. Me asomo al puerto para añadir otro atardecer a mi colección. Las terrazas del paseo marítimo están animadísimas, y la gente pasea a ancianos, niños y perros con la misma parsimonia que en un pequeño pueblo. El ambiente es muy relajado, se oyen muchas risas. Estos croatas del sur son más alegres que sus compatriotas más norteñosy me encanta este ambiente distendido. Treinta años después, no se aprecian cicatrices visibles de la guerra en esta ciudad. Las ocultas a la vista ya serán otra cosa.

Me retiro antes de lo acostumbrado porque mañana mi autobús hacia Dubrovnik sale a las ocho de la mañana, y debo arrastrar a Doña Resilia por alguna calle sin asfaltar que otra por mi barrio, antes de bajar la cuesta hasta el puerto. Split tiene un encanto muy especial, y lamento no poder saborearlo con más calma, pero también, al igual que Zadar, su casco histórico es pequeño y se abarca en poco tiempo (aunque sin profundizar, claro está).

Anecdotario:

- Buscando mi alojamiento esta mañana llego sin novedad a la calle, pero no encuentro el número de la casa. En vano subo y bajo la cuesta contando y recontando pares e impares. Una señora muy mayor con los ojos muy claros sale de su casa para preguntar qué me pasa. Sólo habla croata. Nos entendemos por gestos. Le digo el número que busco, pero no comprende. Le enseño la pantalla del móvil, pero no ve bien. Yo señalo con el dedo hacia arriba, y ella con la mano abierta hacia abajo. Su afán por ayudarme me va pareciendo heroico por momentos, y también por momentos voy perdiendo la paciencia. Hasta que se mete en su casa y saca una libretita y un lápiz. Le pinto unos numeracos a todo lo que da la página et voilà, resulta que mi casera es su vecina de enfrente. Y que la casa que busco está oculta dentro de un patio, a su vez oculto al fondo de un callejón. Misterio resuelto. Me vuelvo para agradecer a la señora toda su paciente ayuda, pero ha desaparecido. Luego me aclara mi casera que la pobre mujer está sorda como una tapia. 

- A la mañana siguiente salimos rodando cuesta abajo Doña Resilia, Resilita (la familia crece, porque he comprado una bolsa de viaje para repartir el peso) y servidora. La estación de autobuses está aledaña al puerto, y para llegar debo recorrer todo esa preciosidad que es el paseo marítimo, más los muelles. Veo el final del amanecer sobre las aguas, cómo el sol dora la cabellera de las palmeras y lame las casas y pinta de oro la torre de la catedral.... como se puede comprobar, vuelvo a sufrir uno de mis ataques de cursilería. 

Pero los síntomas se me curan pronto, porque la realidad es una diosa tozuda y cruel que gobierna nuestras vidas despóticamente. En la estación de autobuses, decido hacer el último pipí antes del largo viaje de casi cuatro horas. Las instalaciones parecen carcelarias, incluida la canceladora, que consiste en unos gruesos barrotes giratorios que en franjas paralelas alcanzan unos dos metros desde el suelo. Meto las moneditas, avanzo y... Resilia, Resilita y yo quedamos atrapadas en el espacio reservado para una persona muy, muy delgadita. Resilita en concreto está trabada por una de sus cinchas a este mecanismo infernal. Por mucho que empujo, la celda giratoria no avanza ni hacia adelante ni hacia atrás. Mi imaginación neurótica visualiza una escena dantesca: la de los bomberos rescatándome ante un coro de curiosos que se sienten agraviados y que reivindican sus derechos, porque tienen ganas de orinar y pierden el autobús. En estas, una chica que da vueltas por la sala de espera se asoma, me ve y al parecer le da un ataque de vergüenza ajena, porque sale huyendo. Al cabo, recuerdo que más vale maña que fuerza y voy maniobrando hasta poder liberarme, a mí y a mi equipaje. Doña Resilia queda magullada, pero sus heridas no son de consideración. A la salida no tengo problemas, porque al no tener que pagar cada giro, la canceladora se mueve todas las veces necesarias, la muy... Ay, de verdad.

- Ya que el leitmotiv de esta entrada, y algunas otras, parece ser todo lo relacionado con mi agüita amarilla (cómo se va notando la edad, el suelo pélvico no tiene compasión de mí), diré que Split une, a sus muchas virtudes, una red de WC públicos estratégicamente colocados para que los viandantes no queden desamparados en semejante trance. Y cada uno de ellos, la persona encargada lo decora según el gusto correspondiente a su edad. Entro en uno que es todo un jardín de flores de tela, y la encargada es cincuentona, pero en otro que lleva una chica veinteañera, las flores están pintadas como graffittis en los azulejos, y la música ambiente es muy popera. El colectivo de meadores frecuentes, al que pertenezco, agradece este tipo de iniciativas de toda vejiga. Fin del tema. 

5.2.25

Hoy tengo billetes de ida y vuelta para Sali, en la isla de Dugi Otok. Es un pueblecito pesquero de algo más de 700 habitantes, pero muy turístico porque en la misma isla están los Parques Naturales de Kornati y Telascica. Yo simplemente voy a pasar en los alrededores de Sali las cuatro horas de intervalo que me dejan los horarios de invierno del ferry regular desde Zadar. 

De modo que me las apañaré para dar todos los paseos por aquellos acantilados a los que me de tiempo en ese rato. No lo puedo calificar de senderismo porque no estoy a la altura. Mi única aportación a la causa consiste en vestirme con un modelito de Nancy Naturaleza comprado en Decathlon, pero digamos que no vivo el personaje y por tanto no resulto muy convincente triscando montes. Mis pies están hechos al asfalto, qué le vamos a hacer. No me ha sido posible contratar excursiones a los parques porque requieren recorridos de jornada completa, y no he encontrado barcos privados que las organicen en invierno. De modo que en vez de ir en un grupo de senderistas, iré y volveré en el ferry con los habitantes de la isla que trabajan y hacen sus compras en Zadar.

El día se presenta muy soleado, y pasamos de los 3°C a primera hora a los 14°C del mediodía, una temperatura ideal para principios de este febrerillo loco que acaba de empezar.

Mañana salgo para Split, y pasado para Dubrovnik, que quiero explorar con calma. Ya tengo vuelo y hotel para Atenas desde el pequeño aeropuerto de Dubrovnik. Me obligan a hacer escala en Frankfurt, que es uno de los nudos aéreos de Europa. El trayecto dura un total de siete horas, es demencial y además muy contaminante, pero no me ha quedado otra opción. En Atenas pasaré cinco días antes de explorar el Peloponeso. Me atraen las ciudades caóticas, aunque luego me agoten. Pero todo eso será más adelante. De momento, carpe diem para hoy. 

4.2.25

Zadar me cautiva desde que doy mis primeros pasos por el centro. Me da la impresión de que es un aperitivo de Dubrovnik. Ambas son ciudades blancas, revestidas de mármol, pero Zadar está menos mitificada y es más cotidiana, con una atmósfera provinciana muy cercana y agradable.

La historia de Zadar es la mil veces repetida en estas costas. Fueron invadidos por unos cuantos imperios, de los más antiguos guardan reliquias y de los más recientes muy malos recuerdos. Pero por otro lado, de los invasores y colonizadores han heredado un casco histórico que actualmente es un reclamo turístico y por tanto una importante fuente de ingresos. De los romanos conservan el puerto y el foro, de los venecianos las murallas y las iglesias, y todo ello lo tuvieron que reconstruir tras los cercos otomanos y, siglos más tarde, tras los bombardeos aliados en la Segunda Guerra Mundial. 

Mi habitación aquí está en la parte norte del casco antiguo. Es muy cuqui, parece un escaparate de Maisons du Monde, mi tienda de decoración preferida. Junto al portal de mi casa tengo la preciosa iglesia románica de San Crisógono, del siglo XII. Y al doblar la esquina, una de las puertas de la muralla, construida poco después de la batalla de Lepanto para conmemorar la victoria contra los turcos. Se utilizaron piedras  del foro romano para construir su arco, coronado por un león alado (hay otro aún más bello en otro lienzo de muralla).

El día que llego paseo a lo largo de todo el muelle y presencio un espectacular atardecer rojizo. Veo el sol ponerse detrás de los Alpes (de apellido: Dináricos). Mucha gente pasea y toma fotos, y oigo al fondo una música de viento. Como suena junto a un grupo de jóvenes que se han sentado frente al mar, imagino que alguno de ellos toca un instrumento étnico tipo didgeridoo. Pero al acercarme me doy cuenta de que el sonido proviene del suelo, y lo provoca el oleaje. Me dirijo hasta allí y disfruto del "órgano del mar", que es una experiencia sensorial diseñada por arquitectos de toda Europa, entre ellos los de de la Escuela de Diseño de Barcelona. Consiste en que las olas, al chocar contra el muelle, hacen sonar unos tubos que colocados por debajo, y el sonido resultante llega a la superficie mediante unos agujeros que hay practicados en el suelo. Suena como un órgano experimental, es decir, el mar te canta su canción casi al oído. Además hay en una zona aledaña una instalación de luces sobre las que se puede caminar, y que también emulan el ir y venir de las olas. Los atardeceres son mágicos en Zadar, acompañados de las canciones y de las luces marinas en la semioscuridad.

Repito la experiencia a la mañana siguiente, bajo un sol resplandeciente. No hay ni un turista, y tengo toda esta parte del muelle para mí sola. Me permito el lujo de sentarme un buen rato a escuchar los cantos de las sirenas. El mar me habla con confianza porque compartimos nombre. Yo, simple mortal, no puedo traducir del todo bien lo que dice, pero me parece oir que Neptuno me canta tranqui-la, tranqui-la, tranqui-la. Pasa un ferry levantando un fuerte oleaje. Y el órgano suena más alto, las sirenas se revolucionan y casi me gritan sus cánticos. Mensaje recibido, tampoco os pongáis ordinarias, nenas. 

Notas:

- Me doy un paseo sobre la muralla de Zadar y veo un precioso velero de tres palos. Hoy el Adriático brilla más azul que nunca contra el telón de los Alpes, con sus copetes nevados. 

- Veo, desde lo alto de un bastión de la muralla, unos ferrys que se hacen a la mar y provocan un oleaje tremendo. Un barquero de barquita de remos lo sortea como puede, para cruzar a una chica de una punta del puerto a la otra, y ahorrarle así que tenga que dar un gran rodeo. Ella le paga al alcanzar la orilla. Es curioso, porque a poca distancia hay un moderno puente peatonal. Pero supongo que es una costumbre ancestral y que a los turistas les hace ilusión.

- En Zadar de repente todo está en inglés. La pequeña península donde yo me alojo está repleta de apartamentos turísticos y de hostales de todos los gustos y precios. En verano estondebe de estar repleto.

- Hay pequeños parques muy hermosos adornados con profusión de bustos de personas ilustres, como homenaje a su legado. Pero tanta cabeza cortada a mí a lo que me recuerda es a la Revolución Francesa en la época del Terror.

- En la orilla de enfrente, en el distrito de Brodarica, veo algunas elegantes villas de veraneo que exploro por la tarde, cuando el sol empieza a bajar y la luz es dorada. Bordeo el puerto deportivo con veleros que se hacen a la mar, oigo el rumor de las olas y los graznidos de las gaviotas, y todo este escenario bucólico me pone bastante cursi. Hasta que se me quita toda la tontería al pasar por la verja de un jardín, donde me encuentro cara a cara con una esfinge gigantesca, que me mira con sus ojos muertos y me da un susto morrocotudo. El dueño de la mansión escogió como adorno para su gran jardín este anticlimático detalle egipcio, que cien años después allí continúa bien asentado, porque es una mole descomunal y cualquiera la levanta. Se trata además de un renombrado motivo de orgullo local: en Zadar dicen tener la esfinge más grande de Europa.

Busco el motivo de tamaño (pun intended) desmán, y me encuentro con una de esas historias peculiares que son la salsa de la vida. Resulta que el dueño de la mansión fue un tal signore Smirich, un italiano de origen croata que fue el restaurador y conservador de muchos monumentos de Zadar (era un artista y la esfinge está muy bien esculpida, las cosas como son). Smirich se casó con una aristócrata italiana, que murió un año antes de plantar la esfinge en el jardín. 

El todo Zadar buscaba una explicación lógica al motivo por el cual había un animal mitológico de cemento de cinco metros de largo por tres de ancho en el jardín de Smirich. Y llegaron a la conclusión de que era un memento a su esposa muerta, que la cara de la esfinge era su retrato (poco agraciada, si es el caso) y que la había enterrado bajo la mole junto con sus joyas, como se hacía con los faraones. Contribuyó a que el bulo fuera creíble el hecho de que la esfinge sujetaba entre sus garras una daga en plan desafiante, como quien guarda un tesoro secreto. 

Con el tiempo el infundio tomó carta de naturaleza y se daba por cierto, de tal modo que al final unos cuantos impacientes no pudieron más y terminaron arrancando a cachos la daga y una pata del animalejo para poder excavar bajo su panza. Pretendían saciar su curiosidad y ya de paso hacerse ricos, pero no encontraron la habitación oculta que suponían. De modo que el misterio continúa hasta hoy, y nadie conoce a ciencia cierta los motivos del signore Smirich. Yo humildemente creo que puedo aportar una pista: Simple mal gusto? (Mi opinión personal nada más).

- Me puedo permitir el lujo de perder el día entero así, andando despacio y disfrutando de nada y de todo a la vez con calma y tranquilidad, porque yo había reservado más días de la cuenta en Zadar para intentar visitar Los Lagos de Plitvice, a sólo una hora y media por carretera. Pero no hay autobuses de línea hasta allí en invierno, y tampoco se organizan excursiones en temporada baja. Lo he intentado en muchas agencias y en la información turística municipal, pero no ha sido posible. No puedo acortar mi estancia aquí porque no me devuelven el dinero. Pero tampoco me importa demasiado, llevo tres meses madrugando y trasladándome de un lugar a otro, y de este modo puedo relajarme y perder el tiempo, una actividad muy necesaria de vez en cuando, sobre todo si estás a gusto en un lugar. Como yo aquí ahora.

- En el parque que hay sobre la muralla, hay un rincón con asientos y mesas. En realidad, son tablas de madera que han colocado sobre unos capiteles romanos que hay puestos en el suelo. Como si nada.

- Al lado de ese parque hay una torre llamada Torre del Capitán, que está junto a la Plaza de los Cinco Pozos. Era una torre defensiva de la muralla, y todo lo que la rodea es de mármol blanco. La visión es deslumbrante.

En esta ciudad han hecho como en Salamanca: los edificios modernos los han adaptado al estilo de los tradicionales, y como resultado el conjunto resulta muy armonioso, nada desentona. 

- Hay mucha animación por la mañana, al mediodía y a primera hora de la tarde, cuando las terrazas están llenas de gente local disfrutando del sol. Pero en cuanto avanza la tarde, la ciudad se vacía y se convierte en un lugar fantasmagórico donde no hay nadie, solo mi persona vagando por las calles. Aquí la larga pausa del almuerzo es sagrada.

- Yo me preguntaba si, por aquello de que Dalmacia está más al sur y las temperaturas son bastante templadas, los dálmatas serían gente más alegre y un poco más acogedora que sus compatriotas de más al norte. Y la respuesta es que sí, pero en un grado tan infinitesimal que no es perceptible para los foráneos. Así que aquí en Zadar me pasa igual que en Zagreb: entro en una tienda, y al poco tengo la sensación de que estorbo. En general son educados, pero a los extranjeros se nos trata con despego y frialdad. Para ser justa, debo decir que en todas las agencias y alojamientos han sido muy amables conmigo. Es entre la gente ajena al negocio turístico donde percibo menor grado de hospitalidad. El trato entre ellos ya es otra cosa: por la calle veo muchos saludos cariñosos y espontáneos, animadas charlas de conocidos que se encuentran, risas y bromas. 

- Aquí hay mucha querencia por la paprika húngara, que es muy picantona. No me doy cuenta cuando compro en el súper, y siempre me llevo la sorpresa cuando ya he dado el primer bocado. 

Anecdotario:

- Como he dicho, hago varios intentos de llegar al Parque Nacional de los lagos Plitvice, también al de los lagos Kornati y a las cataratas de Krka. Pero es inútil, ni en plataformas ni en agencias físicas organizan las excursiones hasta marzo o abril. En Rijeka me llegué a apuntar a una que se tuvo que suspender porque no se interesó nadie más que yo. 

En una de mis búsquedas online, encuentro una agencia que dice trabajar todo el año con grupos pequeños, de hasta dos personas. Sale más caro, pero tengo el capricho. Y cuando a mí se me sube un capricho a la nariz, lo tengo que conseguir por narices... De modo que les llamo. No me cogen el teléfono y decido acercarme a sus oficinas,  algo alejadas del centro. Al llegar, en un barrio de casitas campestres, veo que la supuesta oficina es un piso bajo particular, y que el nombre de la agencia está escrito a mano alzada, y torcida, en un cartel que hay apoyado sobre la pared del porche. El portón de entrada está oxidado. Mi imaginación galopa: me visualizo en la excursión, yendo a los lagos en el coche del cuñado con la trona del niño detrás, y con una fiambrera preparada por la suegra por todo cátering. No hay timbre en la puerta. La lógica dicta que debería dar media vuelta, pero es una agencia que se anuncia por todo Zadar, y como para mí es una cuestión de narices, por narices que les llamo de nuevo. Esta vez sí me cogen el teléfono. Cuando me confirman que nadie más está interesado y que solo para mí no se movilizan, suspiro. Quizá el guiso de la suegra no llevara paprika y hasta me habría resultado sabroso.  

Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...