Tras un paseo por el puerto, donde he disfrutado de las vistas de Capri bajo los últimos rayos de sol antes de la tormenta, estoy reposando en mi habitación de la pensión, porque llueve mucho y porque mis pies ya no dan más de si por hoy. Suenan campanas a mi alrededor, porque en Nápoles, estés donde estés, siempre te rodean cúpulas y campanarios (leo que hay quinientas iglesias). Voy a intentar hacer un listado de peculiaridades que he podido/creído observar estos días callejeando por esta ciudad apasionante. Puedo haber malinterpretado algunas situaciones, pero creo que otras no daban lugar a equívoco.
Lo que pasa en la calle, variedad napolitana:
- Es obligado visitar las principales iglesias, pero me abruma su número, y sinceramente me contento con ver las imprescindibles por fuera. Entro en unas pocas, y entre ellas destaco tres:
• En la iglesia del Gesù Nuovo, que en sí misma un maravilloso catálogo de mármoles y petre dure exquisitamente combinados, me siento para reposar unos minutos, en una capilla lateral para llamar menos la atención. Quiere la casualidad que frente a mi banco pase un desfile constante de personas de todas las edades, solas o acompañadas, con bolsas de la compra muchas de ellas, que se acercan a la estatua metálica de un santo, le agarran de la mano derecha, que está extendida y ya luce desgastada, y se la besan, o le acarician las yemas de los dedos, o acercan sus frentes a la palma. Muchos le miran a los ojos y le piden en voz alta durante un rato. Un anciano en concreto le da muchos besos, bien sonoros, tanto a la estatua como a un bajorrelieve que hay en el altar contiguo.
Tanta es la gente que repite el mismo ritual, que al final mi curiosidad puede más que mi cansancio, y me acerco a ver quién es este santo tan querido y popular. Resulta ser un médico muy caritativo que ejerció su profesión con los pobres hace unos cien años y que tanto se entregó, que falleció de puro agotamiento. De nombre Giuseppe Moscati.
Luego observo que, en otros altares, los devotos de otros santos también tocan todo tipo de superficies, aunque sea el cristal de una urna, besándose a continuación la punta de los dedos. Por lo visto tu plegaria, si no tocas, no ha valido. Aquí la fe no es tanto ciega como táctil.
• En la iglesia de Santa Clara, ejemplo de un gótico contenido y elegante, hay una capilla dedicada a una princesa y más tarde reina consorte del siglo XIX, María Cristina de Saboya. Primero declarada venerable y recientemente beatificada, porque las testas pueden estar coronadas por la monarquía y por la santidad sin que ello sea mutuamente excluyente.
El caso es que, en otra capilla, quién sabe por qué, han abundado en el tema. Y allí se puede contemplar en una urna a un maniquí de tamaño natural que representa a esta reina santa, ataviada con un vestido de princesa de seda que haría las delicias de cualquier niña, calzada con chapines de purpurina dorada, profusamente enjoyada, peinada de forma que destaquen las dos coronas, la mundana y la divina y... ay dolor, con unos ojos entreabiertos, bajo unas largas pestañas, que sugieren que se va a despertar en cualquier momento, en cuanto suene el primer vals. Una búsqueda en internet me revela más fotos del maniquí de Su Alteza Real, en este caso arrodillada en un reclinatorio, con mantilla y capa de armiño. Por qué, repito.
• En el Duomo, catedral de María Assunta, el santo estrella es sin duda San Gennaro. A la entrada de su altar, magnífico muestrario de frescos por cierto, hay una gran pantalla que emite en bucle el milagro de la sangre licuada, que se repite religiosamente (excuse the pun) tres veces al año. Se muestran primeros planos del acontecimiento, y de toda la algarabía resultante, no por esperada menos celebrada. El recipiente que contiene la sangre está depositado el resto del año en un busto metálico que representa al santo.
En esta capilla hay un rebaño de turistas que escuchan las explicaciones de una guía a través de sus auriculares. Deben de ser muy chistosas, porque se ríen de vez en cuando. Respetuosamente, pero se ríen. La sangre y los chascarrillos de San Gennaro. Consulto, a ver si es el santo que en las procesiones cubren de billetes prendidos y es eso lo que les hace tanta gracia, pero no, ese otro es San Gandolfo... estas tradiciones son atavismos de ritos que vienen directos de la antigüedad clásica, y que desafían a la lógica y, perdón pero así lo siento, también al buen gusto.
Todo esto me trae a la memoria a las hermanas Brönte, hijas de un pastor anglicano muy estricto quienes, desde un pueblo minero de Yorkshire, viajaron hasta Bruselas para perfeccionar su francés, con ánimo de montar una escuela a su vuelta. En la catedral de Bruselas estas chicas, tan inteligentes pero tan poco viajadas, se escandalizaron de lo elaborado de los ritos católicos, y los criticaron como un dispendio extravagante e innecesario, alejado de su forma de entender la espiritualidad, que estaba despojada de tantos requilorios.
- Pero ningún santo beatificado, ni ningún culto católico, supera a la veneración que siente Nápoles por Maradona. Su imagen, representada como la de una divinidad entre sacra y pagana, aparece en casi todas las calles por las que pases, en efigie, en pinturas, sobre papel, sobre tela... Le he visto en muchos escaparates y por muchas esquinas, con aureola dorada como un santo románico, con corona de espinas como un Cristo penitente, bajo la palabra Dios, así, en español y con mayúscula inicial. Durante mi paseo por i Quartieri Spagnoli, subí una cuesta rodeada de peregrinos que se encaminaban a rendirle tributo a la placita donde hay un enorme mural con su imagen. Allí se venden souvenirs monotema de color azzurro, y se exhiben supuestas reliquias suyas, como unos rizos de su cabellera. Hay una bodega que se llama La Bodega de Dios. Dios existe, rezan las pancartas, también en español. Consulto las fechas, y resulta que este hombre jugó aquí hace ya cuarenta largos años. Comprendo que la gente popular se identifique con aquel pibe triunfador surgido de la pobreza. Y leo que en sus años en el Napoli ganó dos scudetti, pero en fin... de verdad no les ha ocurrido ninguna otra cosa destacable desde entonces para acá? En esto basa el pueblo llano su orgullo de pertenencia y el fin de su complejo de inferioridad? Me pongo en modo hermanas Brönte, y no puedo entenderlo.
- El pibe no es el único icono napolitano que se repite en los murales callejeros. Nunca falta Totó, tan querido aquí como intraducible fuera. Suele estar acompañado de Peppino, su pareja artística. Como el Gordo y el Flaco, pero estos eran flacos los dos.... También se encuentra por muchos sitios a una Sofía Loren joven y bellísima. Aunque nacida en Roma, se crió en Nápoles, y pocas maggiorattas han sabido representar a la mujer popular napolitana como ella. El otro día en el hotel ví un trozo de la película por episodios Ayer, hoy y mañana, donde la acompaña Mastroianni en todo su esplendor. El Nápoles que representan en la comedia ha cambiado muy poco desde entonces (he mirado la fecha, y se estrenó en 1963).
- He pillado a muchos curas dentro de su confesonario, sin un alma de pecador que llevarse a la absolución. Y cómo entretienen el rato? Pues como cualquier persona del siglo XXI, enfrascados en sus móviles y tabletas. Normale.
- Más cosas. En el Vicolo o callejón del Purgatorio, hay una cabeza de Pulcinella (Polichinela), personaje de la Commedia dell'Arte, que desde el siglo XVII forma parte de las marionetas típicamente napolitanas. El personaje encarna a un listillo muy vivaracho que se busca la vida con mucha labia, y representaba al pueblo llano. Se supone que si le tocas la narizota, te da buena suerte. Pues bien, delante del monumento hay un personaje real, un Pulcinella de carne y hueso, con jersey modelo Marcelino Camacho, que sostiene en una mano una ristra de pimientos calabreses (pequeños y muy picantes) y en la otra, un saco con sal, que va tirando a puñados por detrás de su hombro (tiene que ser el izquierdo). Ambas cosas se supone que dan suerte. Este hombre es un circo de tres pistas unipersonal, por el nivel de espectáculo que ofrece simplemente pregonando su mercancía: los peperoni calabresi pero en cerámica, que aquí llaman corni portafortuna.
- El tráfico es caótico, porque se hace caso omiso de cualquier norma y señal. La preferencia es de todos, en todo momento y lugar, se quepa por el hueco o no. Las discusiones son numerosas, y los implicados se insultan con una pasión rayana en el paroxismo, pero es un Vesubio que erupciona brevemente, porque la lava nunca llega a rebosar. Se han dicho de todo, se han quedado bien a gusto y bien descansados, han saldado sus cuentas pendientes, y después de tantos gritos y tantos aspavientos.... fuese, y no hubo nada.
La motocicleta es el vehículo que más abunda, por ser el más práctico y barato, y casi siempre se montan dos personas, pero o bien no llevan casco o sólo hay uno para los dos. He llegado a ver a una madre con casco y a su niño, sin. Imagino que no por falta de voluntad de protegerle, sino de dinero para comprar uno de su tamaño. En detalles como este se nota el bajo nivel de vida de esta población empobrecida. De todos modos, las imprudencias son constantes y la policía de tráfico no quiere saber nada, porque yo les veo siempre charlando tranquila y agradablemente en grupos, cuando por las calles supuestamente peatonales las motos rugen a su alrededor. Los peatones somos los grandes damnificados. Yo no sabía que yo podía ser tan ágil, hasta que me encontré con que la rueda de una motocicleta iba camino de meterse entre mis piernas. Por cierto que no conducía ningún joven alocado, sino una señora bien entrada en años. Si no te apartas, allá tú con tus decisiones (artículo único del código de la circulación por estas tierras).
No creo que esté relacionado con esto, pero un profesor de italiano que tuve hace tiempo me contó que, en los peores años de la camorra, aquí los motoristas no se atrevían a llevar casco, para no ser confundidos con sicarios. Aquellos tiempos ya pasaron, pero la mafia es endémica, aunque haya evolucionado y se haya transformado en una multinacional que preside consejos de administración con la corbata de firma puesta. También es la camorra quien controla la recogida de basuras, y esa debe de ser la explicación a tanto residuo de todo tipo como hay tirado por los suelos.
- Lo que me lleva a comentar el tema de la limpieza. Los napolitanos van muy limpios. Y se dan mucha maña en fregar primorosamente su trocito de acera, o el vestíbulo de su edificio, o la entrada de su tienda. El problema es que la basura que limpian, la echan un poco más allá, o sea, al portal de al lado. O desde las ventanas directamente a la calle, en los barrios más populares. Por las mañanas, se puede comprobar fácilmente quién no ha madrugado, porque cuando abra su portal se va a encontrar con su basura.... y la de los vecinos. Curioso modo de entender la higiene pública.
- Los señores aquí se prestan a ayudar a las señoras canosas y despistadas como yo. Me ayudan con la maleta, me auxilian cuando me ven perdida, me traducen y explican las cosas. Pero siempre con retintín paternalista, es decir, que tras la gesta caballeresca no desperdician la oportunidad de darme algunas lecciones de la vida y, a veces, de mostrarme lo tonta que soy.
Ejemplo. Me alojo en una pensión sita en el patio interior de la manzana. Para salir a la calle, debo andar por un largo corredor. A mitad de camino hay un letrero con una flecha que apunta a la izquierda, hacia una verja de entrada de vehículos. Se anuncia el botón para su apertura en varios idiomas. Pero los peatones debemos continuar por el corredor, porque nuestra salida queda al final del mismo, a la derecha, donde hay otra verja sin la menor explicación. En Italia siempre te ocultan información relevante que esperan que adivines, a lo mejor para estimular tus capacidades cognitivas, o por puro entretenimiento.
En mi primera salida desde la pensión a la calle, me encuentro agarrada a los barrotes de la verja, cumpliendo condena y sin poder salir en libertad. Tras observarme un rato, un hombre se separa de un grupito de ociosos y viene en mi ayuda. Hay que darle al botón, me dice. Qué botón, lo he buscado pero no he visto ninguno, le respondo. El botón! No será porque no tiene un letrero así de grande! gesticula el hombre, todo simpatía didáctico-patriarcal. Me señala el de la verja de vehículos. Pero yo pensaba que ese era para los vehí... empiezo. Yo pensaba, yo pensaba!! se exaspera el hombre. El caso es que detrás de mí llega otra persona que abre la verja, y recupero la libertad. Eso sí, dudando de mi comprensión lectora y sospechando de las verdaderas intenciones de mi caballero andante, a quien por instinto irreflexivo le doy unas gracias que no merecía, porque además ya me ha olvidado por completo y me da la espalda, dando por terminada su misión. Soy una damisela en apuros, pero insumisa. Ay, de verdad.
(Moraleja: cuando veas un letrero, no lo interpretes literalmente, mejor haz un comentario de texto creativo de su contenido).
Sin embargo, debo decir que veo a las napolitanas muy espabiladas y muy guerreras, y no me da la impresión de que que se dejen amedrentar fácilmente por sus hombres... Una cosa son los roles tradicionales, y otra las dinámicas familiares del día a día. Pero cada casa es un mundo, y algunas una constelación.
- Aquí parece que estoy trazando un retrato poco favorecedor de un lugar sin esperanza. Y no es mi intención, de verdad. Es que lo que más llama la atención de Nápoles son sus acusados contrates y su humanidad desbordante. Pero aquí no hay solamente miseria y casas desportilladas. Hay de todo, como en cualquier parte. En las anchas avenidas hacia el Castel Nuovo, las sedes de las navieras están en magníficos edificios. Y también hay barrios pijos, por supuesto. De hecho esta tarde he recorrido la Via dei Mille, en Chiaia, y allí he encontrado hermosísimos palazzos (edificios) bien limpios y remozados, y tiendas de lujo con abundante clientela. Lo que ocurre es que la gente adinerada en mi opinión presenta mucho menos interés, a mí me parecen tipos intercambiables que puedes encontrar, repetidos en serie, en cualquier lugar del mundo donde haya una tienda de Gucci. En cambio, los tipos populares para mí tienen una idiosincrasia única ligada a su lugar de pertenencia, y son cualquier cosa menos grises y aburridos... Seguramente estoy llena de prejuicios y de ideas preconcebidas, pero me interesa más la gente que va riendo y cantando a voz en cuello por las calles de Spaccanapoli, que los clientes que he visto haciendo cola para entrar en la boutique de Hermès.
- Por la mañana, intento cruzar la inmensa Piazza de Garibaldi para dirigirme a la zona del puerto. Cruzar la calle aquí ya es un deporte de alto riesgo en general, pero en este punto se convierte en un imposible y me veo atrapada, como un náufrago en una isla, pero de peatones. Porque justo cuando aparezco por allí, empieza una ruidosa caravana de miles de Babbi Natale a lomos de sus motos, dando vueltas por la plaza y soltando monóxido a todo lo que dan sus tubos de escape. La cosa dura mucho, demasiado, y al final me resigno y me intereso por la decoración navideña de las motocicletas. Algunos han saqueado la tienda de los chinos y han volcado toda la mercancía sobre el vehículo, con más imaginación que acierto. Pero todos parecen entusiasmados y yo me alegro por ello, aunque mis pulmones me lo reprochen. Divino tesoro.
- Me ha costado mucho localizar un supermercado dentro del casco histórico más turístico de Nápoles. Prefiero los súper, porque en ellos puedo leer las etiquetas con la información nutricional, y mi colon me lo agradece. Pero el súper que encontré tras mucho indagar... en fin, he preferido arriesgarme con la comida callejera, que me parece que reúne más condiciones y, quizá, más garantías. Por cierto, que la primera noche cené pescaíto frito servido en un cucurucho, y no le encontré diferencia alguna con el que puedes comprar en Cádiz. (En realidad, Nápoles me ha recordado a Cádiz en una larga lista de cosas).
- En la cola de entrada al belvedere del Castel Sant'Elmo, oigo conversaciones detrás de mí. Otros turistas hacen comentarios criticando las idiosincrasias locales. Por ejenplo lo despacito que atienden la venta de billetes losnfuncionarios, con interrupciones continuas por largas conversaciones entre ellos, saludos a compañeros que entran en elncubículo, etc. No se trata de turistas extranjeros. Los comentarios burlones los escucho en italiano. No domino el idioma, sólo me defiendo, de modo que no puedondistinguir acentos ni dialectos. Pero pornlógica, deduzconquensentrata de italianos de más al norte que recorren el sur. El choque cultural norte-sur en este país es más intenso que en otros.
Desde este Castel Sant'Elmo contemplo una de las puestas de sol más hermosas de mi vida. Todo Nápoles y su bahía están a mis pies, y también se divisan las islas de Ischia y Capri. Se llega hasta el castillo en funicular (aunque a mí más bien me ha parecido un tren cremallera, pero tampoco estoy en condiciones de distinguir una cosa de la otra). Para los que viven en estos barrios altos, es el medio de transporte público que les ahorra subir cuestas y escaleras en su día a día.
- Por último, pero no menos importante. Escogí visitar Herculano porque presenta la ventaja de ser más pequeño y estar mejor conservado que Pompeya, donde además ya estuve hace muchos años. Me acompañó un día soleado, con buena temperatura. En la entrada me dijeron que la visita duraba unas dos horas, pero yo invertí cuatro, porque estoy peleada con las audioguías y porque me hice un lío con el recorrido propuesto. Pero conseguí verlo todo. Y me pasé las cuatro horas repitiendo Qué barbaridad, qué barbaridad. Me resulta difícil concebir tanto lo que ocurrió allí como que aún podamos contemplarlo en ese estado de conservación dos mil años después. Nota: siempre me desilusiona la policromía original. Con lo elegantes que me parecen las ruinas de la antigüedad, tan blancas ellas, y en su día las fachadas, las columnas y las estatuas estaban cubiertas de colorines tirando a chillones...