31.12.24

En mi último desayuno en el B&B de Taormina-Giardini, charlo sin prisas con la dueña del establecimiento, porque a diferencia de ayer soy la única huésped. Le pregunto si va a cerrar estos días para disfrutar del fin de año en familia, pero espera nuevos huéspedes para esta misma tarde. Sus hijos están preparando una fiesta de todos modos. Su familia es de la zona, y se han dedicado anteriormente al negocio inmobiliario, donde entraron en contacto con la decoración de interiores, de ahí el gusto por el detalle que preside cada estancia. 

Hablamos un poco de todo, y le comento que la vegetación y las plantas de interior que veo por todas partes son como las de Canarias, y que supongo que se debe al sustrato volcánico del terreno. Me dice que cada año hace más calor pero no de la forma acostumbrada, y que poco a poco el clima de esta zona está tornándose más tropical que mediterráneo. Al despedirme, le deseo que el nuevo año le traiga unos días de descanso y vacaciones, porque en su establecimiento observo muchas horas de duro trabajo acumuladas. Noto que se emociona un poco, porque en 2024 no han podido descansar, de hecho están haciendo obras y al pie de la escalera la esperan dos fontaneros. Ella, por su parte, me entrega un obsequio de despedida, una bolsa de tela con el nombre de su B&B bordado por ella misma. Nos damos un abrazo sincero. Si puedo, volveré en algún momento, porque Taormina me ha atrapado y porque ella me ha hecho sentir como si fuera de la familia.

Anecdotario:

- En la sala de espera de la glamourosa estación de Taormina, tengo la oportunidad de sentarme en los elegantes bancos de época, reservados en su tiempo a los pasajeros de primera clase, pero que en este siglo XXI son también para que el populacho de vulgares turistas aposentemos allí nuestras plebeyas posaderas. Se añade al encanto del lugar todo el ceremonial del jefe de estación uniformado, dando con su silbato y su banderín rojo la autorización para la salida de los trenes. Si hubiese todavía porteadores de equipaje con carretilla y vendedores ambulantes de refrigerios en el andén, ya me creería en plena regresión a los años 1920s, con toda la fascinación del viejo mundo que se fue para no volver.

- Me estoy empezando a convencer de que soy un personaje de Agatha Christie en una de sus novelas con asesinato ferroviario de por medio, cuando se me acerca un poliziotto que me pide la documentación. Le entrego el pasaporte y lo pasa por un escáner móvil que lleva. No sé si es rutina o qué, porque el procedimiento no tiene nada que ver con el billete de tren, que no me pide en ningún momento.

El agente es muy simpático y está en modo capodanno, fin de año, así que se para a charlar conmigo y me canta las bondades de Sicilia, encantado de oír mis elogios, que son sinceros porque esta isla me está enamorando. Pero me pregunto cómo cambiaría de talante si yo no le regalara el oído y le pusiera objeciones, por ejemplo si le hiciera una crítica negativa o me quejara de algo. Ya he estado en otros lugares muy bellos pero muy narcisistas, donde reina supremo el ombliguismo y sus habitantes se ofenden terriblemente si no estamos de acuerdo en que aquel es el mejor lugar sobre la faz de la tierra. 


En mi segundo día en Taormina, mantengo durante el desayuno una agradable charla con la dueña del B&B donde me alojo. Me habla de la historia del lugar, y me sugiere alguna ruta por los alrededores. Envalentonada por mi proeza del día anterior, y fortificada con una colazione en la que he comido por dos, me atrevo a triscar de nuevo por estas laderas legendarias.

Cojo un autobús hasta Taormina (a 204 metros de altitud) y, siguiendo sus indicaciones, subo a pie, por un sendero escalonado, desde la puerta de Catania hasta Castelmola (a unos respetables 529 metros de altitud), desde donde hay unas vistas que dominan no sólo Taormina, sino la fortaleza que tiene en lo alto, y toda la costa por este lado. Apunto la altitud porque para mí es todo un reto. 

El día está radiante, el cielo despejado, y el sol pica como si estuviéramos en primavera. Ayer la cumbre del Etna estaba rodeada de nubes y sólo asomaba el cráter por encima de ellas. Hoy en cambio la vista del volcán está despejada de todo obstáculo, y descubro que está totalmente nevado. Desde esta altura, fuera de contexto, casi parecería el monte Fuji, si no fuera por la vegetación mediterránea que lo rodea. El Etna impone muchísimo respeto, sabiendo cómo se las gasta. Pórtate bien, le digo. Nada de terremotos ni de erupciones mientras yo ande por aquí, vale?

Notas:

- Durante la empinada subida hago muchas pausas para descansar, porque estoy sin resuello. En una de ellas me toca hacerle fotos a una pareja de alemanes. Quieren que salga el Etna, pero también quieren otra con Taormina a sus pies. Hay un momento en el que tengo que avisarles, porque él se despista y se acerca demasiado al filo del abismo (no hay verja ni parapeto en este sendero). Así mueren despeñadas muchas personas. Por una foto con vistas panorámicas. Qué siglo este.

Anecdotario:

Para cuando llego al casco urbano de Castelmola, estoy sudada y muerta de sed, porque no he tenido la precaución de traer un bote de agua para esta excursión. En la plaza de la iglesia, entro en el único bar abierto, que además parece muy bonito, decorado con artesanías. Me siento en el interior, en una mesa en sombra, porque no soporto ya tanto sol. Y de la carta, pido un aperitivo sin alcohol y con hielo, bien fresquito. Cuando se me ha pasado un poco el soponcio, me empiezo a fijar en las artesanías típicas que decoran profusamente el local. Y caigo en la cuenta de que son, ejem, falos. Falos de todos los tamaños y de todos los estilos, en todo tipo de formatos. En la misma mesita donde yo estoy sentada, una lámpara metálica de pie representa un enorme falo erguido asentado sobre unos, ejem, testículos enormes. El miembro viril cuelga del techo, adorna las paredes, preside la escena, está omnipresente en cualquier rincón a donde dirijo la vista. Me doy una vuelta por el salón. Numerosas figuras provenientes de todas las culturas tienen unas erecciones tan aparatosas, que te obligan a apartarte para poder pasar. Un caso de priapismo elevado (excuse the pun) a la máxima potencia (ditto). 

Vuelvo a mi mesa, junto a una de las dos puertas de entrada. Estoy en penumbra, en una posición privilegiada para contemplar a placer (ditto) las caras de asombro primero, y las risotadas después, de todos los forasteros que entran. Señoras y caballeros contemplan boquiabiertos la colección de elevadas (ditto) artesanías. Los jóvenes hacen fotos, de hecho no descarto que desgraciadamente aparezca yo en sus redes sociales, tomándome un cannolino (dulce típico siciliano en forma, ejem, cilíndrica) alumbrada por un falo bien enhiesto. No quiero ni imaginar cómo van a etiquetar esa foto. En fin, no puedo impedirlo ni tampoco cobrar derechos de imagen. Sea.

El local se llama Bar Turrisi, fundado en 1947. Deduzco que los propietarios han reunido esta colección recientemente. Y me río imaginando qué pensaría el fundador de todo esto. Al salir, le pregunto a la encargada dónde y cómo han conseguido reunir las artesanías, y me llevo una sorpresa, porque me dice que la colección la inició el nonno (el abuelo), y que la mayoría de piezas llevan ahí 70 años. Me anima a subir los cuatro pisos y a entrar en el baño, porque la colección es muy extensa. Me asombra que, en plena posguerra y en un pequeño pueblo de montaña, le permitieran al nonno colgar todo esto de su bar. Me responde que fue un escándalo, y que el cura de la iglesia contigua intentó impedirlo, pero que el nonno había sido carabiniero, y se mantuvo firme (ditto) en sus convicciones. Menuda pieza, el nonno. Un espíritu libre, pero buen comerciante con mucha iniciativa, atento a las novedades del mercado y dispuesto a acoger a una clientela extranjera que incluía a los gays. Me hubiera encantado conocerle... admiro a la gente con ideas propias. Luego, en la página web del bar Turrisi, encuentro la siguiente reseña, que traduzco. Parafraseando, porque es muy largo:

"Muchos jóvenes gays de buena familia (...) acudieron a Sicilia, tras los tormentos existenciales de una Europa ya decadente. (...) Los falos no son una ofensa, sino un símbolo que en la antigüedad representaba el antídoto contra el mal de ojo, cuya eficacia no se puede negar. (...) Forman parte de la tradición siciliana, como los carros y el vino de almendras. (...) El dios Príapo representaba la fertilidad, la libertad, la suerte, la vida y la belleza en la antigua Grecia". 

Notas:

- Vuelvo a Taormina en autobús, y paseando por sus calles tengo unos momentos que yo llamo hormonales. En ocasiones, siento como un chute de vida. Sé que es una reacción química, pero en una época menos pragmática se podría denominar como un momento de felicidad. Son unos pocos segundos en los que todo está bien y yo estoy a bien con todo. 

- Algunas tiendas exhiben fuentes con cascadas de vino, o de chocolate. En otras, se manipula a porrazo limpio un dulce duro de mandorla (almendra) caramelizada, hasta darle una forma de pastilla rectangular. Hay aquí, como en España, muchos dulces de herencia árabe. 

- En las coloridas tiendas de artesanía en cerámica, de excelente calidad, se venden Teste di Moro, las típicas macetas sicilianas que representan las cabezas de un moro y de su novia siciliana. En la macabra leyenda que les atribuye la tradición, el moro se enamora de la chica, pero es infiel. Ella, despechada, le asesina cortándole la cabeza mientras dormía. Y tiene la humorada de usar la cabeza como maceta, iniciando una moda que, en su versión cerámica, resulta menos cruenta y más higiénica. 

- En la plaza principal de Taormina, cerca de un mirador de vistas impresionantes, hay una estatua preciosa de Oscar Wilde. Se trata de una figura de color blanco, con unas mariposas azules posadas en su hombro derecho, y que porta una anillo también azul en su mano izquierda. 

Si se escanea el anillo, se accede a una página web en la que se explica cómo el escritor llegó a Taormina. Había cumplido su condena de trabajos forzados por mantener una relación homosexual con Alfred Douglas, un bello niño pijo hijo del implacable marqués de Queensberry, quien le denunció y no paró hasta conseguir verle entre rejas. Tras salir de la cárcel, Oscar Wilde estaba proscrito en Gran Bretaña, y además allí lo había perdido todo, familia, fama y fortuna. Estuvo vagando por París, y luego recaló en Nápoles, Capri y finalmente Sicilia, donde los gays eran mucho mejor acogidos y no se les perseguía ni se les echaba de los lugares públicos. Parece ser que aquí obtuvo un poco de paz y pudo recomponer su autoestima. Le escribió a su amante Alfred Douglas, con el que se había reunido tras salir de prisión, que aquí había encontrado un paraíso donde podrían vivir juntos. Pero no pudo ser... la condena le había arruinado económica y físicamente, y aunque siguió buscando ese paraíso vagabundeando entre Italia y Francia, murió algún tiempo después en París, agotado y amargado. 

29.12.24

Siempre bordeando el mar Jónico, que hoy luce más azul pastel que marino, el tren va pasando muchas localidades costeras con sus balcones tendidos al sol. Nunca había visto tantas chumberas juntas, aupadas en las escarpadas laderas rocosas que se alzan justo a la espalda de las casas. Hay palmeras de varias especies, y todo está florecido de buganvillas y lantanas anaranjadas (he tenido que consultar el nombre, así como el de la estrelitzia y el de otra flor omnipresente por aquí, el ciclamen fucsia). Por supuesto, hay pinos, cipreses y olivos, naranjales y limoneros por todas partes, cuajados de cítricos. El colorido es primaveral en pleno invierno, todo resplandece de pura vida.  

La estación de Taormina conserva intacto el encanto art nouveau de cuando se inauguró, hace un siglo. Hasta tiene una sala de espera para pasajeros de primera clase, con su mobiliario original bajo un artesonado historicista estilo liberty. Un grupo de japoneses que se ha bajado conmigo del tren prácticamente babea haciéndole fotos a las preciosas ventanillas de la biglietteria. Aquí se daba la bienvenida a todas las celebridades internacionales que acudían a Taormina en el periodo de entreguerras, atraídas por sus legendarias ruinas, su clima y su belleza, pero también porque aquí se pasaba bien. El turismo fue evolucionando y pasó de las altas aspiraciones culturales del Grand Tour al simple goce del dolce far niente y de los placeres de la carne. Tampoco es que sean conceptos irreconciliables. Con suerte, y con el beneplácito de los dioses, se pueden compaginar ambos planes, de día y de noche, y el resultado daría para muchas horas de batallitas, una novela-río o una serie televisiva de varias temporadas. 

But I digress. Mi alojamiento es un B&B frente a la estación y la playa, junto a Giardini-Naxos, el lugar donde se fundó la primera colonia griega. Allí se instalaron los que huían de la isla griega de Naxos, que había sido asediada. Luego subieron por el monte Tauro y a buena altura fundaron Taormina, en un punto más estratégico que la hacía casi inconquistable. 

He escogido este alojamiento tan alejado del pueblo porque el casco urbano de Taormina está situado en todo lo alto, y estoy cansada de cargar mi maletón en los autobuses, y de tener que agarrarlo para que no ruede cuando la carretera serpentea cuesta arriba por pendientes imposibles. Llego cuatro horas antes del check-in, pero ya les había avisado previamente y convienen en guardarme el equipaje. Me abre un chico muy atractivo de pelo ensortijado, y sólo faltaría que se llamara Marcello, pero en esto se aparta del tópico porque se llama Dario. Le entrego la maleta, y le pregunto dónde está la parada del autobús. Me habla de la posibilidad de subir a pie, y en un impulso irreflexivo me lanzo por donde me ha dicho que comienza un sendero con escaleras, carretera adelante.

Pero me pierdo, o más bien me confundo porque subo por unas escaleras que, oh maravilla, no llevan a ninguna parte porque están en desuso. Sólo a mí se me ocurre apartar la maleza al subir, como si estuviera en la selva, y creer que los lugareños aún pasan por allí. Cuando bajo de nuevo a la carretera, veo una pareja que está entrando en una casa, y les pregunto. El chico me acompaña muy amablemente hasta el punto de partida correcto. Resulta ser un argentino nieto de italianos que ha regresado al bel paese. Dice que el sendero en cuestión es propiedad del dueño de la casa donde estaba entrando. Según relata, es un personaje muy conocido en el pueblo al que pertenecen los terrenos, pero que decidió ceder ese camino al municipio para uso público. Me advierte que la subida se hace dura porque es muy empinada, pero yo ya estoy lanzada, en modo escalada. Para una urbanita como yo, esto se convalida como todas las asignaturas aprobadas en primero de deporte de aventura. 

Una vez bien encaminada empiezo la subida, y pardiez que el chaval no mentía. Me paro a ratos a recuperar el aliento y aprovecho para contemplar el panorama, la estrecha franja de playa y las laderas que la circundan, colmadas de vegetación. Hace un día espléndido, y se pueden divisar hasta bien lejos todas las estribaciones del paisaje, y la inmensidad del mar. El municipio no es que haya invertido mucho en el mantenimiento del sendero. Más vale no apoyarse en la cerca de troncos que hace de valla, porque no está bien afirmada. En algunos tramos no hay ni valla ni escalones, tan sólo pedruscos y vértigo. Tan agreste es la subida, que espero encontrar al Doctor Livingstone detrás de cualquier arbusto. Pero cuando avisto el primer coche aparcado, sé que he vuelto a la civilización y que alguien me venderá un botellín de agua. Frío, por favor.

En Taormina, lo primero que encuentro es un precioso jardín decimonónico, con unas vistas espectaculares y un par de caprichos o follies. Hay una estatua de la señora que lo concibió, la escocesa aficionada a la jardinería Florence Trevelyan. Leo que llegó aquí porque tuvo que abandonar Londres expulsada por la reina Victoria, quien había descubierto que Florence se las entendía con su hijo y heredero, el simpaticón pero disoluto Eduardo VII. Pues si tenía que desterrar a todas las amantes de su retoño, tenía mucha tarea por delante Su Graciosa Majestad....  Me encanta el cotilleo histórico, sección escándalos cortesanos, subsección aristocracia británica. Son lo más depravado y divertido que ha existido, porque los demás imperios han tenido también sus inmoralidades, pero no les igualan ni en imaginación (retorcida) ni en sentido del humor (sarcástico). 

I digress again. Me centro. Un poco más allá de este jardín, está el legendario anfiteatro grecorromano. Son las dos y media, y el sol se pone dentro de dos horas, justo cuando cierran las instalaciones. Me acerco, y hay una cola bastante larga en la taquilla. Pero hay guías que, pagando el doble de la entrada, te ahorran la cola. No soy aficionada a las visitas guiadas, de hecho si puedo las evito, pero quiero ver el famoso atardecer sobre el teatro y hoy el tramonto promete ser muy bonito. Me decido. Por suerte, nuestro guía es bueno. Se llama Rosario y se da un aire a Sergio Castellito, esa tipología de italiano melancólico, de rasgos muy acusados. Nos explica, aparte de lo obvio sobre las ruinas que tenemos delante, otras particularidades. Abunda sobre la rivalidad entre Taormina y Siracusa cuando eran polis fundadas por los griegos, y como la Guerra del Peloponeso las enfrentó por quedar en bandos contrarios. Con el correr de los siglos, Taormina abrazó la conquista romana para vencer a Siracusa. Pero como consecuencia, llegaron los romanos y convirtieron su precioso teatro griego en un anfiteatro romano, cambiando los actores por gladiadores. Según Rosario, el teatro fue de las pocas cosas que los romanos no adoptaron de la cultura griega, porque les aburría soberanamente. Cómo les comprendo. Una de mis frustraciones es que no consigo conectar con las tragedias ni las comedias sobre las tablas. Dame lo mismo, pero en el cine, y se convierte en mi placer culpable. 

También nos cuenta que Goethe, en su viaje por Italia a la búsqueda de restos arqueológicos, señaló a Sicilia como parte imprescindible para comprender el alma italiana. Y que escribió que sentarse en estas gradas a contemplar la puesta de sol le había dejado sin palabras, a él precisamente, que era el genio poético de su tiempo. También nos aclara que el viaje de Goethe inspiró el Grand Tour, cual influencer del romanticismo. Y que a Taormina le tocó la lotería, porque desde entonces pasó de ser un pueblo de pescadores y labriegos a recibir un turismo de élite internacional.  Nos enumera la lista de genios de todas las disciplinas y figuras de la sociedad que pasaron por aquí: el Kaiser Guillermo II, el príncipe Yussupov (el asesino de Rasputín), Richard Wagner, Nietzsche, Oscar Wilde, André Guide, Thomas Mann, Truman Capote, Edmundo de Amicis, Luigi Pirandello, Somerset Maugham, Greta Garbo, Jacqueline Kennedy, Elizabeth Taylor, Richard Burton... 

Nos dice que los homosexuales europeos encontraron, en la época en que aún había que subir a Taormina a lomos de un burro, un lugar apartado donde se sentían a gusto y a salvo de suspicacias y persecuciones. El motivo: que un tal Barón von Gloeden había realizado, en plena belle époque, unas fotografías artísticas de hombres desnudos en Taormina, en la terraza de su casa, sobre las rocas y también en el anfiteatro. Nos anima a que lo busquemos en internet y, efectivamente, son unas fotografías homoeróticas que no dejan nada a la imaginación y que debieron ser todo un acontecimiento allá por 1900. Sirvieron de señuelo para la comunidad gay más acomodada, que luego en la era de los paparazzi hizo de Taormina uno de sus bastiones mediterráneos. Total, que en este pueblo no ha tenido cabida nunca ese fenómeno tan rural, el aburrimiento. 

Me siento a contemplar el atardecer, vigilado desde las alturas por el Etna, la gran dama blanca que se alza  a lo lejos, por detrás de la escena. El otro monte más cercano es el Tauro, que le da nombre a la ciudad (Tauromenium, o casa en el monte Tauro). En la antigüedad los espectadores no podían ver el mar porque se lo impedían tres pisos de columnatas tras la orquesta. Pero ahora tenemos unas hermosas ruinas que nos dejan a la vista un panorama impresionante, que se va tornansolando según se oculta el sol. 

Vuelvo al hotel en autobús porque ya ha oscurecido. Paso más miedo bajando en vehículo en penumbra que el quebhabía sentido subiendo a pie con un sol castigador, porque el conductor me parece que tiene ideaciones suicidas. O quizá es que quiere terminar ya su jornada cuanto antes porque se le enfría la sopa en casa. Veo, en medio de la oscuridad, una pareja de ancianos que bajan andando, por semejante carretera sin luz y sin arcén. Con un par.

La dueña del Bed & Breakfast me tiene preparada una gran acogida. Me muestra toda la casa, decorada estilo marinero (variante Maisons du Monde) con muy buen gusto , y me muestra la terraza con vistas al mar donde se sirve el desayuno. El día de mañana también promete. 


Hoy salgo en tren para Taormina, donde pasaré los próximos dos días. 

Y la siguiente etapa prevista es Catania, donde estaré tres días porque voy a pasar allí el fin de año, y el primero de enero supongo que todo estará cerrado, por lo que no podré hacer gran cosa aparte de pasear. Como imagino que habrá una plaza con un reloj donde se junte la gente a celebrar la entrada del nuevo año, como es costumbre universal, pues allí iré yo a levantar acta, aunque por prudencia no participe ni de los bebedizos ni de las expansiones propias de estas juergas callejeras. Pero tengo mucha curiosidad por ver cómo celebran los sicilianos su Capodanno. 

Hasta más ver.

28.12.24

 Notas que añadir a las de ayer:

- Ayer en la Piazza Catalani, frente a la iglesia que ya he comentado, se me escapó, y no será porque no abulta, la estatua de Don Juan de Austria. Yo no sabía que la flota que comandó contra los turcos en la batalla de Lepanto había partido del Golfo de Messina. Como la empresa fue victoriosa, para conmemorarla se erigió, ya al año siguiente, una estatua cantando sus alabanzas. No está tan favorecido como en la estatua yacente de su tumba en El Escorial, donde sale muy guapetón y hasta se decía que las extranjeras le besaban los labios (una leyenda urbana seguramente)... pero este Don Juan tampoco es manco. Ah no, que el manco era el soldado Cervantes... pero luego ha resultado ser otra leyenda, parece que nuestro insigne escritor conservaba la mano, aunque inutilizada en esta batalla. Me estoy empezando a liar y más vale que lo deje aquí. 

- En la fuente renacentista que hay frente al Duomo, están representados , recostados en el borde del vaso, los ríos Nilo, Tíber, el río local Camaro, y el Ebro (como para dejarlo sin estatua, habiendo gobernado aquí los aragoneses). Por cierto que el Nilo sostiene una serpiente enroscada que parece estar haciéndole cosquillitas en salva sea la parte... Preside la escena Orión, el héroe mitológico pagano que fundó Messina, según otra leyenda. 

- Paso junto a dos fuentes barrocas preciosas (eran cuatro, una en cada esquina de un cruce de calles, pero los terremotos no entienden de arte ni de aritmétrica). Allí una placa conmemora que en 1847, las tropas de Garibaldi expulsaron a las borbónicas de Messina, y desde entonces terminó en esta ciudad la presencia española. 

- En la antigua aduana junto al puerto, una placa recuerda la inmigración masiva de tiempos pasados, y también  los soldados que partían al combate,  con este pensamiento (traduzco): AL PARTIR DE ESTE LUGAR, MUCHOS BUSCARON AMÉRICA POR NECESIDAD O DESEO. UN TRÁGICO AMANECER DE DICIEMBRE LOS MULTIPLICÓ Y SE LLEVARON AL EXTRANJERO LA ÚLTIMA Y TRISTÍSIMA IMAGEN, QUE SOLO UNOS POCOS CONSIGUIERON BORRAR, A SU REGRESO. No sé a qué diciembre se refiere. Supongo que está relacionado con alguna de las dos guerras mundiales.

- Otra estatua de un personaje español, en este caso Carlos III, que reinó en el reino de las Dos Sicilias hasta que le tocó hacerlo en el de España, por haber muerto su hermano sin descendencia. Dice la cartela que durante la revolución garibaldina la estatua original fue destruida, como la de Don Juan de Austria y otros monumentos relacionados con España. Pero luego los fueron reconstruyendo... hasta que el terremoto los echó abajo de nuevo. Y vuelta a empezar. Empiezo a pensar que debe de ser agotador vivir en Messina, en estado de permanente reconstrucción.

- Me encaramo a lo alto del Belvedere, en la terraza ante el Santuario de Montalto. Se sube por una escalinta que viene divina (excuse the pun) para purgar los pecados, y ya de paso tonificar las piernas. La vista desde la barandilla abarca toda Messina, el estrecho, y el continente en la otra orilla. Tan absorta estoy, que no reparo en que alguien me mira por encima del hombro. Me vuelvo y... susto morrocotudo! Juan Pablo II está justo detrás de mí. Una estatua metálica tamaño natural de Su Santidad contempla el panorama, apoyando una mano en la barandilla, como parece que hizo en vida cuando visitó Messina. Yo creo, vamos, es una opinión personal, que deberían avisar a la entrada para que nadie dé un respingo que le haga saltar desde las alturas y alcanzar el cielo prematuramente... 

- Esta ciudad, en los dos días que llevo recorriéndola, tiene sus calles semi vacías por la mañana y aún más por la tarde. Desiertas durante la hora del pranzo. No sé cómo estarán de noche, porque al atardecer cojo el autobús de vuelta a mi barrio. No sé si se debe a que muchos comercios están cerrados por causa de le ferie natalizie... o porque los habitantes se han marchado de vacaciones fuera. Pero yo sólo he visto ambiente en la calle San Martín, donde están las tiendas de las grandes marcas. 

Anecdotario:

- En un paso de peatones, una chica me tiende su móvil para que por favor la filme, a ella y a su compañero, mientras realizan su número acrobático ante los coches parados en el semáforo en rojo. Me explica cómo funciona la cámara, y esperamos a que cambie el disco. Está ilusionada y nerviosa como si fuera a debutar sobre las tablas de un teatro. El número consiste en que el chico toca al violín una melodía nostálgica, como de la época del ragtime, y mientras él toca, la chica se sube a sus hombros con una agilidad pasmosa, porque él es bastante alto. Desde allí realiza unas cuantas piruetas y cabriolas, hasta que baja de un salto, y los dos recorren los coches pidiendo una propina a los conductores. Hasta que el semáforo cambia a verde, y ambos vuelven corriendo a recoger su móvil. Todo esto sin perder la sonrisa en ningún momento y, en el caso de ella, con un entusiasmo contagioso. Revisa la grabación y me da las gracias con mucho agrado. 

Qué dura es la vida del artista. Siempre he pensado que la suya es una vocación casi heroica. Sólo unos pocos triunfan, y el resto debe renunciar a sus sueños, pero creo que siempre conservan esa intensidad que les caracteriza. Qué razón lleva la letra de Víctor Manuel, en su canción Cómicos, cuando dice que Duermen vestidos/Viven desnudos/Beben la vida a tragos. 

- Me cruzo en Messina muchos autobuses que se dirigen hacia Barcelona. Y me hago unas componendas mentales, según las cuales quien se suba a ese autobús cruza el estrecho en ferry y luego realiza un trayecto interminable por carretera hasta Barcelona. Me parece la cosa más natural del mundo, hasta que caigo en la cuenta de que son ya muchos los autobuses que he visto con el mismo destino. Y que, por mucho que Sicilia conserve muchos recuerdos de su pasado bajo dominio español, y por mucho que haya gobernado aquí la corona de Aragón... no es probable que haya tanta demanda para viajar por carretera para ver la Sagrada Familia de Gaudí etc etc etc... Hasta que se me ocurre consultar, y descubro que hay a poca distancia una Barcellona Pozzo di Gotto. Despistada que es una.

27.12.24

Me hago tremendo lío en el puerto para embarcar en el ferry a Messina. Había reservado los pasajes online previamente, y en la terminal a la que me dirijo me mandan a otra terminal, y así sucesivamente hasta que al fin doy con la compañía correcta, en el extremo final del puerto. A lo largo de los puntos de embarque, yo y mi maleta recorremos un camino que en realidad no es digno de recibir tal nombre, más que nada porque la calzada ya casi no existe y en tramos es puro terrizo, y hay que andar entre ruinas de antiguos tinglados y matorrales, que han invadido los bordes de lo que nunca fue una acera. A los peatones nos castigan, mientras los vehículos que van a embarcar circulan aparte, por una calzada en perfectas condiciones.

Cuando llego (sé que es la terminal correcta porque es la última y ya no hay más), me encuentro con que nadie me pide ni el pasaje ni el pasaporte, sino que me meten prisa a gritos porque el ferry va a partir, y me animan a entrar a la carrera en la bodega, entre los coches que también aceleran la marcha. Una vez dentro, me dedico a buscar el ascensor para subir a cubierta, y arriba me encuentro en un enorme salón rodeado de cafeterías y tiendas de regalos y de ropa de caballero (?). Me pregunto si en una travesía que sólo dura 20 minutos da tiempo a aparcar el coche, subir, tomarse un café con bollo, probarse un par de jerseys y volver a bajar para sacar el coche... 

Intento ver la costa desde el salón, pero los cristales están tan sucios que no se distingue nada, así que mi maleta y yo rodamos hasta la cubierta exterior, y allí disfrutamos de un mar calmo, de un azul reconcentrado, bajo un sol radiante y un cielo casi sin calima. Ambas costas del estrecho están tan cerca que se distinguen perfectamente los detalles sin forzar la vista. La Costa Siciliana, por este extremo noreste, parece verde. Pero por detrás se avistan cadenas montañosas. No veo el Etna desde aquí. Ya hará notar su presencia más adelante.

Notas:

- Cuando desembarco, lo primero que me encuentro es a uno de esos personajes que te salen al paso en las estaciones y terminales de Italia, y que hasta ahora no he mencionado. Con cualquier excusa, como preguntarte la hora, se te acercan muy sonrientes y te proponen prácticamente de todo. No creo haber dicho que no tantas veces en mi vida, y eso que en la madurez he aprendido a negarme y ya me sale muy bien, soy tan convincente que nadie insiste.

Una vez me he quitado de encima al espontáneo correspondiente al día de la fecha, busco una consigna donde dejar mi maleta hasta la hora del check-in en mi alojamiento, pero donde he desembarcado no hay tal cosa. Intento  recurrir a un depósito de equipajes privado, como ya utilicé en Francia, y la plataforma web me sugieren varios comercios cercanos que se dedican a custodiar maletas. Pero en esas tiendas me dicen que, por las fiestas navideñas, están a punto de cerrar (a las 12 del mediodía!). Y en ese momento caigo en la cuenta de que no me importa, porque me he despistado (again) y mi alojamiento no está precisamente céntrico, sino en el extrarradio, a seis kilómetros de distancia del punto donde me encuentro. La palabra Policlínico debería haberme puesto sobre aviso, pero pensé que era un nombre como cualquier otro para un barrio... Ay, que la niebla cognitiva se me está convirtiendo ya en un puré de guisantes, y bien espeso... 

El trayecto en autobús hasta allí va a tardar, según Miss Google, 60 entretenidos minutos. Me dirijo a un tabacchi, un estanco, que es donde se compran los billetes del transporte público (y la sal antes también, porque era monopolio del estado... ya no, pero lo sigue poniendo en los carteles: sal y tabaco). Hay cola en el estanco. El dependiente grita algo, pero como no es mi turno todavía, no le presto atención. Hasta que, una de las veces que repite lo mismo, oigo la palabra signora. La única señora en el establecimiento es una servidora. Así que me gritaba a mí... pero por qué? Porque quiere saber si he decidido ya qué tabaco voy a comprar. Vaya eficiencia la de este muchacho. Luego, mientras me atiende, veo que le pregunta lo mismo a todo el mundo, nada más poner el pie dentro. Hay un chico en la cola que tiene unos papeles en la mano y que claramente está esperando a que nos vayamos y la tienda se vacíe para poder hablar a solas.

Anecdotario:

- Esperando en la parada inicio una conversación con un señor mayor, que se prolonga largo rato porque el tráfico está embotellado, y que luego, cuando por fin subimos al autobús, continúa dentro. Este señor me dice que Messina se considera más formal por ser el norte de Sicilia, y que aquí aún se mantienen algunas palabras francesas, recuerdo de la invasión normanda, así como en el sur de la isla aún hablan una variante del griego y otra del árabe, también por influencia de otras tantas invasiones. Hemos sido invadidos tantas veces, que no nos ha quedado más remedio que negociar con los extranjeros y adaptarnos a lo que venga, por eso somos escurridizos pero firmes, afirma. Me expresa su entusiasmo por España, y me cuenta que tenía un amigo guitarrista en Granada,  a donde iba a menudo a visitarle. Se pone nostálgico y hasta me recita algún verso de Lorca, a quien admira porque por lo visto dijo que la gente del sur tenía la boca llena de sol y de piedras. Confieso mi ignorancia sobre el poema en cuestión. Más tarde lo consulto, y descubro que forma parte del Llanto por Ignacio Sánchez Mejías. Lo copio a continuación:

"Yo quiero ver aquí a los hombres de voz dura.
Los que doman caballos y dominan los ríos:
los hombres que les suena el esqueleto y cantan
con una boca llena de sol y pedernales".


Este señor dice sentirse muy identificado con este verso, porque para las gentes de Sicilia también el sol y las piedras forman parte de su ser. Le digo que yo, en cambio, me reconozco en la parte de la novela de Lampedusa El Gatopardo, donde el protagonista, el príncipe de Salina, tiene un monólogo en el que va desgranando el carácter siciliano, con sus idiosincrasias, destacando cómo estas se pueden convertir en defectos, porque el tanto aferrarse a las tradiciones les termina condenando al inmovilismo. Su frase más famosa es: "Los garibaldinos vienen a enseñarnos buenas maneras, pero no lo conseguirán, porque somos dioses". Le señalo al señor que yo también creo que los españoles somos un poco sicilianos en el sentido de que también nos creemos dioses, y las buenas maneras importadas de fuera no se nos dan demasiado bien. Convenimos los dos en que ese es un rasgo de fuerte personalidad, y que más vale conservarlo que rendirse a la ola de uniformidad que predomina en estos tiempos grises. El señor, al despedirse, me pregunta con toda lógica si soy médico. Ha sido tan amable y tan sincero que me da apuro engañarle, y le confieso la verdad, que aunque he venido a hacer turismo, me he confundido reservando un alojamiento cerca del policlínico. Le dejo asombrado al pobre. 

Esta no es una transcripción de nuestra charla, sino del sentido que ambos queríamos darle al intercambio cultural improvisado. No es que fuera así palabra por palabra, porque mi italiano no da para mucha expresividad precisamente, pero aquí la gente es muy viva y en seguida adivinan el sentido de lo que farfullo. Ellos tienen la cortesía de hablarme en italiano, y no en dialecto, para que pueda comprenderles. 

En una de las paradas, súbitamente se vacía el autobús casi por completo. Consulto a Miss Google por si es el final de trayecto, pero no, aún falta mucho. Lo que ocurre es que han subido dos revisores, uno por la parte delantera y otro por la trasera. Claramente van a pillar, pero los pasajeros sin billete son más ágiles que ellos... Aquí me encuentro muy a menudo con il controllore, en toda la red de transporte público. Pero en el tren, cuando les enseño mi pase de Interrail, no lo suelen leer y lo dan por válido. También es verdad que en las canceladoras de salida, si no pasas el código QR correcto te quedas atrapada sin poder salir del andén, de modo que no tienes fácil escapatoria.

Cuando por fin llego a mi destino, (una casa antigua cuyo bajo comercial ha sido reconvertido en vivienda) descubro que en realidad no está tan lejos del casco histórico, sino que el recorrido del autobús da mil vueltas y revueltas en medio de un atasco perenne. De modo que los seis kilómetros en línea recta hasta el duomo se reducen a la mitad, y hace tan buena temperatura que, a pesar de haber comprado un ida y vuelta, me animo a volver al centro a pie. Me lo tomo como un experimento sociológico. Cuando me planteé este viaje, pretendía visitar no sólo los monumentos de Europa, sino también la trastienda, es decir, los barrios corrientes y molientes. De modo que atravieso el de mi alojamiento, y descubro que es una zona de talleres mecánicos y antiguos almacenes industriales, de población local pero también subsahariana y del sudeste asiático, lo que siempre indica alquileres baratos. 

Como es habitual, para transitar por las calles hay que dedicarse a ignorar las señales de tráfico y a andar por la calzada en los tramos en los que no hay aceras, o las hubo pero ya no están practicables, o peor, están totalmente invadidas por motocicletas y coches aparcados encima. Ya me voy acostumbrando, y además los nativos me sirven de parapeto en los cruces complicados. 

Según me voy acercando al centro, me sale al paso un precioso cementerio con su parque monumental. Y más adelante, veo un monumento a una reina de la casa de Saboya, Elena, quien por lo visto colaboró mucho en las labores humanitarias tras un terremoto que devastó Messina en 1908. La mención a este terremoto y sus efectos la voy a encontrar repetida en todas y cada una de las cartelas que me voy encontrando frente a los edificios históricos. El motivo es que hubo que reconstruir la ciudad, y los numerosos edificios de aquella época que han quedado son muy hermosos y señoriales, con preciosas molduras y esgrafiados, y la mayoría están bien mantenidos para que luzcan estupendos. Hay barrios enteros de estilo modernista, de moda en aquel momento, y que aquí llaman Liberty como hacen en Inglaterra, porque los arquitectos italianos se inspiraron en el Arts & Craft, la variante inglesa del Art Nouveau. También leo en las cartelas que, tras este terremoto de 1908, se tomaron medidas urbanísticas para impedir otra devastación semejante, y por eso las calles son muy anchas y los edificios tienen poca altura. O sea, que no se engañan y esperan, como en San Francisco, el Big One.  

Otros terremotos anteriores ya habían hincado sus dientes en Messina en siglos precedentes, especialmente el del siglo XVIII. Las dentelladas de los seísmos fueron destrozando poco a poco los edificios medievales, y según leo el caso más dramático es el del campanile de la catedral, que es una torre de origen normando. Desde la Edad Media para acá fue quedando tan destrozada que ya ni la reconstruían, y en 1908 se vino abajo por completo. En 1933 la volvieron a levantar entera, con unos carillones estilo centroeuropeo, que pueblan de figuras doradas cada planta de la torre. Y, como toque innovador, añadieron un reloj normal y otro astronómico, con los signos del zodíaco. Resulta muy llamativa, en contraste con la catedral románica de mármol, que también es una reconstrucción tras la tragedia, en la que murieron según leo unas 75.000 personas.

En las inmediaciones hay una joya de estilizadas columnas, la iglesia de Annuziata dei Catalani, llamada así desde la época del gobierno aragonés (sí, también nosotros invadimos Sicilia por temporadas: primero la corona aragonesa, luego los Austrias y después los borbones). Leo que está construida sobre un templo dedicado a Neptuno y una mezquita posterior, y que es románica y también bizantina. Más variedad no se puede. 

Doy un paseo por el lungomare, a la orilla del mar, donde encuentro ficus gigantescos, alimentados por el sustrato volcánico del terreno. Observo el impresionante faro coronado por una figura dorada, la Madonna Della Lettera. La tarde es soleada, calurosa, me recuerda a alguno de esos días con que te sorprende el invierno andaluz, en los que sobra cualquier prenda de abrigo. En el paseo hay muchas tertulias de viejos acodados en la baranda, y muchos jóvenes que pescan con caña.  

Messina me da la impresión de ser una ciudad próspera, económicamente potente. No en vano fue la antigua capital de Sicilia, y su puerto es la entrada principal desde la península itálica. Leo que en el pasado también fue una importante plaza militar, por su situación estratégica. Percibo aquí un afán por conservar la ciudad bien cuidada (en sus buenos barrios, se entiende) que no he visto en mis últimas etapas, donde la decadencia generalizada era la norma (a mí me ha tocado el alojamiento en un sitio así). Pero en Messina, la inevitable calle de las tiendas de lujo, que encuentro sin proponérmelo, no sólo es larguísima, sino que está peatonalizada para facilitar las compras navideñas, y cubierta además con una interminable alfombra roja. Toda una declaración de intenciones. 

En el Bed&Breakfast de Villa San Giovanni., tras el susodicho breakfast. Estoy haciendo tiempo antes de ir al puerto a hacer cola para obtener plaza en el ferry (mi pasaje es un billete abierto), esperando que las temperaturas templen un poco y haya buena luz para disfrutar del corto trayecto (sólo 8 kilómetros, que según leo son 4,5 millas náuticas). Tan estrechito resulta este estrecho de Messina, que tenemos la enorme mole de Sicilia encima, y su presencia ensombrece esta pequeña localidad, que la mayoría consideramos simplemente un lugar de paso. 

Ayer, tras instalarme en el alojamiento, intenté buscar algún supermercado o un sitio para cenar donde no se sirviera pasta. Mi estómago clamaba por algo ligero, como una ensalada o verduritas a la plancha, but alas, es dificilísimo encontrar algún establecimiento abierto cuando se celebra el día de San Stefano en famiglia y no hay un alma por las calles. Huyendo de los dulces, en uno de los pocos bares abiertos compré unos bocadillos, del tipo que en España llamamos pulgas. Siento decir que la comida italiana es muy apetecible y sabrosa, pero la oferta no es precisamente variada. He buscado restaurantes vegetarianos, pero están muy bien escondidos porque no los he hallado. Hace pocos días, en una famosa pastelería tradicional de Nápoles, ví que anunciaban un menú vegano y aunque no pertenezco al colectivo, me emocionó la posibilidad de omitir la pasta y derivados, por una vez.... pero debía de ser una mentira piadosa, porque la carta supuestamente vegana estaba en blanco. 

En el salón del desayuno del B&B he mantenido una agradable charla con la encargada de este establecimiento. Se trata de un edificio muy bonito de principios del siglo XX, con algunos muebles antiguos, una escalinata preciosa, forjados tipo liberty y los suelos de baldosas hidráulicas formando cenefas, todo muy típico de una época donde imperaba el buen gusto. Le pregunto si esta era una casa familiar de algún personaje del pueblo. Me responde que siempre fue un albergue, pero que la familia que lo regentaba vivía en un edificio gemelo a este, en la acera de enfrente. Me entristece oirla, porque aquella otra casa familiar está en ruinas, de hecho parece haberse convertido en un vertedero de basuras. Expreso el deseo de que algún día la reconstruyan y luzca tan bonita como esta y, de este modo se podría duplicar el negocio hostelero. Pero la encargada se espanta ante tal posibilidad: Doble trabajo! No, por favor, que ya tengo bastante con este. Le pregunto si va a coger algún día de vacaciones, y suspira porque dice no tener nunca descanso. No me extraña. En una ciudad donde los trenes y los ferries son como una cadena de producción de pasajeros que cruzan y recruzan el estrecho continuamente, no hay reposo posible. 

También me informa esta chica de que la retransmisión televisiva de la Rai, en su prohramación de Nochevieja, incluye un concierto de Cappo d'Anno desde el cercano Reggio Calabria. Mira por donde me lo voy a perder.

Llegó la hora de ir al puerto. Mi próximo escrito será ya desde tierras sicilianas. La mar está en calma y no hace frío, de modo que espero una travesía muy tranquila. 

26.12.24

Hoy voy en tren hasta Villa San Giovanni, en Calabria, que es uno de los puertos desde donde parten los ferries desde la península a losnpuertos sicilianos. Como el tren tarda cuatro horas y media, y llego allí ya en penumbra, con esta anochecida prematura propia del invierno, he reservado para mañana el pasaje a Messina. Quiero disfrutar de las vistas desde el barco. 

El pasiaje calabrés que observo desde el tren es más agreste y menos florido que el de la Campania que acabo de dejar atrás. Pero también es muy bonito, con valles muy verdes cuajados de olivares y algunos ríos de los que no conozco el nombre. De fondo, los Apeninos calabreses con sus copetes nevados. Y muchas localidades costeras que no parecen poseer el glamour de la península sorrentina, pero cuyas playas me parecen más anchas y más practicables, porque en Sorrento y alrededores lo que predomina son las calas tamaño unifamiliar a las que sólo se puede acceder por mar. 

La línea férrea discurre por la orilla en su mayor parte. Y cuando llegamos a Villa San Giovanni, mi destino, tenemos Sicilia enfrente, a muy corta distancia. 

Sicilia me atrae especialmente, porque allí tengo que contrastar con la realidad todas mis ideas preconcebidas sobre esta isa grandiosa, procedentes de tantas leyendas, obras de ficción y documentales, no siempre elogiosos y a menudo polémicos. No sé muy bien qué me voy a encontrar allí entre el paisaje y el paisanaje, aparte de una belleza  apabullante y joyas artísticas de todos los tiempos. Hace dos días estaba nevando por allí, espero al menos no pasar mucho frío... 


Anecdotario:

- Buscando mi sitio en el Intercity Nápoles-San Giovanni, (en estos trenes hay que reservar asiento) mi paso se ve interrumpido porque en el suelo, en medio del pasillo, hay una cesta de esas con las que viajan las mascotas. La dueña del perrito faldero que va dentro me dice que no me preocupe, que me ayuda con la maleta. Para mi sorpresa, hace ademán de levantar en vilo mi maletón, que tiene ruedas. Le pregunto si no sería más fácil apartar la cesta, pero me contesta con una sonrisa que no quiere "dargli fastidio al cane". Le advierto que mi maleta seguramente pesa mucho más que la cesta, pero ya la chica ya ha agarrado mi equipaje y lo ha pasado al otro lado del obstáculo, sin perder la sonrisa en ningún momento. Es joven, y debe de hacer pesas en el gimnasio. Divino tesoro. 

Salto por encima de su perrijo haciéndome cruces, porque el fastidio claramente lo ha sufrido ella. Cuando el tren se pone en marcha, oigo a un operario de limpieza intentando convencerla de que aparte al animal del paso, y los razonamientos de ella. Siguen las negociaciones durante un buen rato, con unos parlamentos larguísimos por ambas partes, hasta que ella claudica y acaba por asentar la cesta en sus rodillas. Los plenos derechos de los humanos han sido restaurados, y la dignidad del can ha quedado salvaguardada. La partida acaba en tablas. 

25.12.24

Me he dado un respiro por aquello de que supuestamente estamos de celebración en estos últimos días del año, pero vuelvo por donde solía, que en este caso es la Península Sorrentina y las localidades de Amalfi y Positano. 

Hace unos veinte años quise venir por aquí, pero el viaje se anuló por falta de demanda. La agencia organizadora era una academia de enseñanza del italiano, y a través de ellos yo ya había pasado diez días en Venecia y otros diez en Florencia. Pero el viaje de la Costa Amalfitana se tuvo que anular, porque fui la única que se apuntó. Recuerdo que la idea consistía en recorrer estos pueblos en autocar, con un profesor como guía. Cuando ayer me ví en un autocar de línea entre Sorrento y Amalfi y el conductor tuvo que parar dos veces para que una pasajera bajara a vomitar en el arcén, recordé aquel plan fallido y no pude por menos que alegrarme de que no se llevara a cabo. Yo misma tuve que comprar, en una farmacia de Amalfi, el equivalente italiano a la biodramina, para il male di viaggio. Menudas curvas. Pero menudas vistas. Esto es el paraíso.

La costa de la Península Sorrentina que enfrenta la bahía de Nápoles recibe el nombre de Costiera Sorrentina y está bañada por el Golfo de Nápoles. En cambio, la cara opuesta da al Golfo de Salerno y se llama Costiera Amalfitana. Durante el recorrido en autobús, llega un momento en el que estamos rodeados por los dos mares a ambos lados de la estrecha franja de tierra. Espectacular.

El día de Nochebuena, para el trayecto Sorrento-Positano-Amalfi y vuelta, compro un billete válido por 24 horas que te permite subir y bajar a conveniencia de los autobuses de línea. El recorrido ofrece vistas panorámicas grandiosas sobre esta escarpada costa de paredes verticales. El colorido, aun entre nubes y claros porque el día es invernal, es luminoso. Pasamos muchos campos de limoneros y olivares, pueblos con mucho encanto, grandes villas y casitas más humildes de muros cubiertos por ibiscus amarillos y buganvillas fucsias en flor. Hay pinos (chopos?), ficus enormes, chumberas, cañas y palmeras. Y multitud de árboles y arbustos que no puedo nombrar por pura ignorancia. Si en invierno está todo tan florecido, cómo no lucirá de esplendoroso en primavera. Lo malo es que el camino que nos conduce a este paraíso es un poco infernal.

En un país donde la conducción suele ser temeraria, me sorprenden los conductores de la compañía de autobuses, no tanto por su pericia, que se les presupone, sino por la prudencia y hasta delicadeza con que toman cada curva de esta carretera que está literalmente al filo de lo imposible. Muchos tramos están horadados en la roca, y otros sujetos a ella por muros de contención y por contrafuertes. Los vehículos se avisan con el cláxon en cada curva cerrada sin visibilidad, y en muchas ocasiones la calzada es tan estrecha que deben retroceder para hacerle un hueco al que viene en sentido contrario. Lo que no impide por cierto, que muchos escojan este lugar para ejercitarse al aire libre, y encontramos numerosos ciclistas y corredores amantes del deporte y del riesgo extremo. Estoy tan ocupada pasando miedo, como buena neurótica, que hasta me olvido del vértigo. 

Afortunadamente he desayunado a las seis de la mañana, y para las diez mi digestión está completada. No así la de una joven pasajera con náuseas, que pasa un calvario que para ella se queda. El conductor la deja bajar al arcén el tiempo necesario sin meterle prisa, y a partir de ese momento está pendiente de ella, hasta el punto de parar el vehículo para buscar, en una tienda que nos queda al paso, una bolsa de plástico que la chica pueda utilizar cuando la estrechez de la carretera nos impida detenernos. Supongo que intenta evitar que se le manche la tapicería. Pero su gesto me parece que no se debe sólo a la costumbre (no es la primera vez ni será la última), sino a la amabilidad y paciencia generalizada que observo por estas tierras. 

En cuanto a la chica y su familia, me vuelven a tocar como compañeros de viaje a la vuelta... y el castigo continúa en el mismo punto en que lo dejamos. Es que no se han informado previamente sobre una carretera que sale en tantas películas? No saben de la existencia de los medicamentos anti-náuseas? Se les habrá ocurrido almorzar, quizá? Todas mis simpatías por ella cesan de golpe cuando, en uno de sus accesos de náuseas, acude su padre a ofrecerle la bolsa, y ella saca de pronto un genio quasi pantojil y le grita, iracunda: No, eso no! Dile al hombre que pare! No soporto a la gente que trata mal a sus padres, con esa petulancia tan juvenil. Divino tesoro. 

Amalfi es bellísimo, y al parecer fue una república en tiempos medievales. Su catedral es estilo bizantino, y sus empinados callejones son escalonados, formando auténticos laberintos pendiente arriba. Mientras los recorro, pienso que aquí han debido esconderse muchos fugitivos, porque sólo los lugareños deben conocer cada rincón, pero para los forasteros parece tarea imposible. Tan sumamente estrechos son algunos pasadizos, que no creo que un bulto muy voluminoso quepa por ellos. Cómo se las apañarán para meter en estas casas un mueble, o un gran electrodoméstico? Imagino que por piezas, no se me ocurre otra manera. Me resulta algo opresivo y agotador, de modo que vuelvo a las calles comerciales, que venden la colorida cerámica típica de la zona y todos los productos derivados del cultivo de limones, con el delicioso limoncello como gran protagonista. 

Con ser Amalfi precioso, creo que Positano es un lugar todavía más hermoso, al que la cinematografía, con su magia, ha sabido sacar partido en muchas películas. Pero nada comparable a contemplar desde lo alto de la carretera ese caserío multicolor, resbalando por los acantilados. O ver la perspectiva inversa desde la playa, alzando la vista hacia la cúpula de tejas cerámicas de su catedral. Es un pueblo más turístico que el anterior, y eso implica que está más retocado y por tanto ha perdido naturalidad, pero ante tanta belleza no caben los reproches. Algunas antiguas villas señoriales de veraneo son ahora hoteles de lujo, con frondosos jardines. Y hay una calle en particular que va serpenteando, coronada por un largo emparrado totalmente florecido. Supongo que en verano estos jardines deben desprender el aroma de los limoneros y naranjos, las higueras, los azahares, los jazmines y todo ello mezclado con el salitre del mar... y de las pizzas que se cocinan en los hornos para los turistas, claro. También imagino estas calles tan estrechas llenas a rebosar de veraneantes, y casi puedo visualizar los embotellamientos humanos. Pero yo tengo la fortuna de poder disfrutar de ellas con poco público, dadas las fechas. Solamente algún grupo de orientales y de indios, y algo de turismo familiar doméstico.

No he hablado aún de Sorrento. En su parte más moderna, es la típica ciudad de vacaciones preparada para cubrir todas las necesidades de un veraneante internacional. Pero mantiene su antigua personalidad en el casco antiguo, y sus iglesias y talleres de artesanos son encantadores. En la tarde de Nochebuena, al ponerse el sol, una gran multitud de jóvenes se distribuye por las plazas y las calles principales, muy acicalados y copa en mano, dispuestos a divertirse a su estilo antes de acudir a la cena familiar. El ambiente está animadísimo, amenizado además con músicas diversas y con las explosiones de unos cohetes que se estrellan contra el suelo y atruenan como una mini mascletá. Divino tesoro.

Al parecer, en algunas zonas del norte de Italia la comida más festejada se celebra más bien el día de Navidad, pero aquí en el sur la más celebrada es la cena de Nochebuena. Cuando me alejo de todo ese ruido, veo que en las calles donde ya han cerrado los bares y restaurantes reina un perfecto silencio, y en la iglesia de Santa María delle Grazie, donde entro para admirar sus maravillosas cerámicas, suena la cantinela del rosario que están rezando unas monjas y unas pocas señoras. Dos universos contrapuestos, pero que coexisten a unas pocas calles de distancia.  

Notas:

- El tren que me trae a Sorrento desde Nápoles atraviesa los Montes Lattari a través de una serie de túneles en los que el tren se detiene varias veces para dejar pasar al convoy que circula en sentido contrario, porque los tramos estrechos son de vía única. Cuando esto ocurre en un puente, como soy tan aprensiva, imagino que nos hemos quedado sin tensión en la catenaria y que nos vienen a rescatar en helicóptero. Curiosa forma la mía de pasar el rato.

- En estas fechas es inevitable toparse con toda la parafernalia navideña, que de niña me ilusionaba y de mayor me parece pesadillesca. Desde que empecé este viaje me he encontrado ad nauseam con Santas, Papás Noeles, Pères Nöel o Babbi Natale en cada pueblo y ciudad. Sé que no puedo parar el calendario, pero estoy muy harta ya de este personaje inefable que me persigue vaya donde vaya. Pues bien, en Sorrento, por una vez mis plegarias han sido escuchadas, porque otro barbudo, Neptuno, le ha robado todo el protagonismo. El dios del mar se nos presenta en un armazón iluminado por miles de bombillas de colores, blandiendo su tridente como si fuera a arrojarlo a las olas que le rodean, sobre las que navega un barco con todo el velamen desplegado. Las palmeras, tambien embombilladas, aportan un toque caribeño a la escena. Lo más fascinante es que este Neptuno es inclusivo, porque tiene cuerpo de sirena. Reúne todos los requisitos para convertirse en mi montaje navideño favorito  ever. No creo alcanzar a ver, en lo que me resta de vida, nada que lo supere. 

- En Positano, no puedo resistir el impulso de bajar por segunda vez a la playa antes de coger el autobús de vuelta a Sorrento, donde estoy alojada. Soy muy feliz viendo el atardecer mientras tomo un helado (de limón, como no), pero no se me ocurre calcular que la parada del autobús está arriba del todo, en la carretera, que sólo pasa uno cada hora, y que me estoy retrasando. No quiero hacer el camino de vuelta en penumbra por una pista que se me antoja peligrosa, de modo que me toca subir a la carrera todas las cuestas y escalinatas habidas y por haber. Tan acelerada voy, contando los minutos, que me paso de largo la dichosa parada, y me coloco en un punto equivocado. Para cuando avisto el autobús, le hago un gesto para que pare, pero el conductor pasa de largo, señalando con el dedo que la recogida es más adelante. Consulto a Miss Google, y son 100 metros. Me doy a todos los demonios, y empiezo a deshacer el camino andado, por una carretera en cuesta y sin arcén. Cada vez que pasa un coche, literalmente me pego a la pared rocosa. Mientras avanzo, me mentalizo para pasar una hora de espera sentada en una piedra o algo así, hasta que tres curvas más adelante... veo que el autobús está allí detenido, esperándome! No doy crédito a la amabilidad de esta gente. Me toca echar a correr, y cuando llego creo que voy a echar todos mis órganos internos por la boca, y a duras penas tengo aliento para darle las gracias, pero el caso es que me ha sacado del apuro en un día, el de Nochebuena, en el que los conductores deben de estar deseando terminar cuanto antes su jornada para irse a casa a celebrar la vigilia di Natale con sus familias.

- Cuando la gente se encuentra por la calle, se desean feliz Navidad diciendo "Auguri" si hablan italiano. Y si hablan en dialecto, su "Buon Natale" suena algo así como "Buó Nadá". En esta zona, las consonantes se relajan, y se comen la última sílaba de cada palabra. 



22.12.24

Tras un paseo por el puerto, donde he disfrutado de las vistas de Capri bajo los últimos rayos de sol antes de la tormenta, estoy reposando en mi habitación de la pensión, porque llueve mucho y porque mis pies ya no dan más de si por hoy. Suenan campanas a mi alrededor, porque en Nápoles, estés donde estés, siempre te rodean cúpulas y campanarios (leo que hay quinientas iglesias). Voy a intentar hacer un listado de peculiaridades que he podido/creído observar estos días callejeando por esta ciudad apasionante. Puedo haber malinterpretado algunas situaciones, pero creo que otras no daban lugar a equívoco.

Lo que pasa en la calle, variedad napolitana:

- Es obligado visitar las principales iglesias, pero me abruma su número, y sinceramente me contento con ver las imprescindibles por fuera. Entro en unas pocas, y entre ellas destaco tres: 

• En la iglesia del Gesù Nuovo, que en sí misma un maravilloso catálogo de mármoles y petre dure exquisitamente combinados, me siento para reposar unos minutos, en una capilla lateral para llamar menos la atención. Quiere la casualidad que frente a mi banco pase un desfile constante de personas de todas las edades, solas o acompañadas, con bolsas de la compra muchas de ellas, que se acercan a la estatua metálica de un santo, le agarran de la mano derecha, que está extendida y ya luce desgastada, y se la besan, o le acarician las yemas de los dedos, o acercan sus frentes a la palma. Muchos le miran a los ojos y le piden en voz alta durante un rato. Un anciano en concreto le da muchos besos, bien sonoros, tanto a la estatua como a un bajorrelieve que hay en el altar contiguo. 

Tanta es la gente que repite el mismo ritual, que al final mi curiosidad puede más que mi cansancio, y me acerco a ver quién es este santo tan querido y popular. Resulta ser un médico muy caritativo que ejerció su profesión con los pobres hace unos cien años y que tanto se entregó, que falleció de puro agotamiento. De nombre Giuseppe Moscati. 

Luego observo que, en otros altares, los devotos de otros santos también tocan todo tipo de superficies, aunque sea el cristal de una urna, besándose a continuación la punta de los dedos. Por lo visto tu plegaria, si no tocas, no ha valido. Aquí la fe no es tanto ciega como táctil. 

• En la iglesia de Santa Clara, ejemplo de un gótico contenido y elegante, hay una capilla dedicada a una princesa y más tarde reina consorte del siglo XIX, María Cristina de Saboya. Primero declarada venerable y recientemente beatificada, porque las testas pueden estar coronadas por la monarquía y por la santidad sin que ello sea mutuamente excluyente. 

El caso es que, en otra capilla, quién sabe por qué, han abundado en el tema. Y allí se puede contemplar en una urna a un maniquí de tamaño natural que representa a esta reina santa, ataviada con un vestido de princesa de seda que haría las delicias de cualquier niña, calzada con chapines de purpurina dorada, profusamente enjoyada, peinada de forma que destaquen las dos coronas, la mundana y la divina y... ay dolor, con unos ojos entreabiertos, bajo unas largas pestañas, que sugieren que se va a despertar en cualquier momento, en cuanto suene el primer vals. Una búsqueda en internet me revela más fotos del maniquí de Su Alteza Real, en este caso arrodillada en un reclinatorio, con mantilla y capa de armiño. Por qué, repito. 

• En el Duomo, catedral de María Assunta, el santo estrella es sin duda San Gennaro. A la entrada de su altar, magnífico muestrario de frescos por cierto, hay una gran pantalla que emite en bucle el milagro de la sangre licuada, que se repite religiosamente (excuse the pun) tres veces al año. Se muestran primeros planos del acontecimiento, y de toda la algarabía resultante, no por esperada menos celebrada. El recipiente que contiene la sangre está depositado el resto del año en un busto metálico que representa al santo. 

En esta capilla hay un rebaño de turistas que escuchan las explicaciones de una guía a través de sus auriculares. Deben de ser muy chistosas, porque se ríen de vez en cuando. Respetuosamente, pero se ríen. La sangre y los chascarrillos de San Gennaro. Consulto, a ver si es el santo que en las procesiones cubren de billetes prendidos y es eso lo que les hace tanta gracia, pero no, ese otro es San Gandolfo... estas tradiciones son atavismos de ritos que vienen directos de la antigüedad clásica, y que desafían a la lógica y, perdón pero así lo siento, también al buen gusto.

Todo esto me trae a la memoria a las hermanas Brönte, hijas de un pastor anglicano muy estricto quienes, desde un pueblo minero de Yorkshire, viajaron hasta Bruselas para perfeccionar su francés, con ánimo de montar una escuela a su vuelta. En la catedral de Bruselas estas chicas, tan inteligentes pero tan poco viajadas, se escandalizaron de lo elaborado de los ritos católicos, y los criticaron como un dispendio extravagante e innecesario, alejado de su forma de entender la espiritualidad, que estaba despojada de tantos requilorios. 

- Pero ningún santo beatificado, ni ningún culto católico, supera a la veneración que siente Nápoles por Maradona. Su imagen, representada como la de una divinidad entre sacra y pagana, aparece en casi todas las calles por las que pases, en efigie, en pinturas, sobre papel, sobre tela... Le he visto en muchos escaparates y por muchas esquinas, con aureola dorada como un santo románico, con corona de espinas como un Cristo penitente, bajo la palabra Dios, así, en español y con mayúscula inicial. Durante mi paseo por i Quartieri Spagnoli, subí una cuesta rodeada de peregrinos que se encaminaban a rendirle tributo a la placita donde hay un enorme mural con su imagen. Allí se venden souvenirs monotema de color azzurro, y se exhiben supuestas reliquias suyas, como unos rizos de su cabellera. Hay una bodega que se llama La Bodega de Dios. Dios existe, rezan las pancartas, también en español. Consulto las fechas, y resulta que este hombre jugó aquí hace ya cuarenta largos años. Comprendo que la gente popular se identifique con aquel pibe triunfador surgido de la pobreza. Y leo que en sus años en el Napoli ganó dos scudetti, pero en fin... de verdad no les ha ocurrido ninguna otra cosa destacable desde entonces para acá? En esto basa el pueblo llano su orgullo de pertenencia y el fin de su complejo de inferioridad? Me pongo en modo hermanas Brönte, y no puedo entenderlo.

- El pibe no es el único icono napolitano que se repite en los murales callejeros. Nunca falta Totó, tan querido aquí como intraducible fuera. Suele estar acompañado de Peppino, su pareja artística. Como el Gordo y el Flaco, pero estos eran flacos los dos.... También se encuentra por muchos sitios a una Sofía Loren joven y bellísima. Aunque nacida en Roma, se crió en Nápoles, y pocas maggiorattas han sabido representar a la mujer popular napolitana como ella. El otro día en el hotel ví un trozo de la película por episodios Ayer, hoy y mañana, donde la acompaña Mastroianni en todo su esplendor. El Nápoles que representan en la comedia ha cambiado muy poco desde entonces (he mirado la fecha, y se estrenó en 1963). 

- He pillado a muchos curas dentro de su confesonario, sin un alma de pecador que llevarse a la absolución. Y cómo entretienen el rato? Pues como cualquier persona del siglo XXI, enfrascados en sus móviles y tabletas. Normale. 

- Más cosas. En el Vicolo o callejón del Purgatorio, hay una cabeza de Pulcinella (Polichinela), personaje de la Commedia dell'Arte, que desde el siglo XVII forma parte de las marionetas típicamente napolitanas. El personaje encarna a un listillo muy vivaracho que se busca la vida con mucha labia, y representaba al pueblo llano. Se supone que si le tocas la narizota, te da buena suerte. Pues bien, delante del monumento hay un personaje real, un Pulcinella de carne y hueso, con jersey modelo Marcelino Camacho, que sostiene en una mano una ristra de pimientos calabreses (pequeños y muy picantes) y en la otra, un saco con sal, que va tirando a puñados por detrás de su hombro (tiene que ser el izquierdo). Ambas cosas se supone que dan suerte. Este hombre es un circo de tres pistas unipersonal, por el nivel de espectáculo que ofrece simplemente pregonando su mercancía: los peperoni calabresi pero en cerámica, que aquí llaman corni portafortuna. 

- El tráfico es caótico, porque se hace caso omiso de cualquier norma y señal. La preferencia es de todos, en todo momento y lugar, se quepa por el hueco o no. Las discusiones son numerosas, y los implicados se insultan con una pasión rayana en el paroxismo, pero es un Vesubio que erupciona brevemente, porque la lava nunca llega a rebosar. Se han dicho de todo, se han quedado bien a gusto y bien descansados, han saldado sus cuentas pendientes, y después de tantos gritos y tantos aspavientos.... fuese, y no hubo nada. 

La motocicleta es el vehículo que más abunda, por ser el más práctico y barato, y casi siempre se montan dos personas, pero o bien no llevan casco o sólo hay uno para los dos. He llegado a ver a una madre con casco y a su niño, sin. Imagino que no por falta de voluntad de protegerle, sino de dinero para comprar uno de su tamaño. En detalles como este se nota el bajo nivel de vida de esta población empobrecida. De todos modos, las imprudencias son constantes y la policía de tráfico no quiere saber nada, porque yo les veo siempre charlando tranquila y agradablemente en grupos, cuando por las calles supuestamente peatonales las motos rugen a su alrededor. Los peatones somos los grandes damnificados. Yo no sabía que yo podía ser tan ágil, hasta que me encontré con que la rueda de una motocicleta iba camino de meterse entre mis piernas. Por cierto que no conducía ningún joven alocado, sino una señora bien entrada en años. Si no te apartas, allá tú con tus decisiones (artículo único del código de la circulación por estas tierras).

No creo que esté relacionado con esto, pero un profesor de italiano que tuve hace tiempo me contó que, en los peores años de la camorra, aquí los motoristas no se atrevían a llevar casco, para no ser confundidos con sicarios. Aquellos tiempos ya pasaron, pero la mafia es endémica, aunque haya evolucionado y se haya transformado en una multinacional que preside consejos de administración con la corbata de firma puesta. También es la camorra quien controla la recogida de basuras, y esa debe de ser la explicación a tanto residuo de todo tipo como hay tirado por los suelos. 

- Lo que me lleva a comentar el tema de la limpieza. Los napolitanos van muy limpios. Y se dan mucha maña en fregar primorosamente su trocito de acera, o el vestíbulo de su edificio, o la entrada de su tienda. El problema es que la basura que limpian, la echan un poco más allá, o sea, al portal de al lado. O desde las ventanas directamente a la calle, en los barrios más populares. Por las mañanas, se puede comprobar fácilmente quién no ha madrugado, porque cuando abra su portal se va a encontrar con su basura.... y la de los vecinos. Curioso modo de entender la higiene pública. 

- Los señores aquí se prestan a ayudar a las señoras canosas y despistadas como yo. Me ayudan con la maleta, me auxilian cuando me ven perdida, me traducen y explican las cosas. Pero siempre con retintín paternalista, es decir, que tras la gesta caballeresca no desperdician la oportunidad de darme algunas lecciones de la vida y, a veces, de mostrarme lo tonta que soy.

Ejemplo. Me alojo en una pensión sita en el patio interior de la manzana. Para salir a la calle, debo andar por un largo corredor. A mitad de camino hay un letrero con una flecha que apunta a la izquierda, hacia una verja de entrada de vehículos. Se anuncia el botón para su apertura en varios idiomas. Pero los peatones debemos continuar por el corredor, porque nuestra salida queda al final del mismo, a la derecha, donde hay otra verja sin la menor explicación. En Italia siempre te ocultan información relevante que esperan que adivines, a lo mejor para estimular tus capacidades cognitivas, o por puro entretenimiento.

En mi primera salida desde la pensión a la calle, me encuentro agarrada a los barrotes de la verja, cumpliendo condena y sin poder salir en libertad. Tras observarme un rato, un hombre se separa de un grupito de ociosos y viene en mi ayuda. Hay que darle al botón, me dice. Qué botón, lo he buscado pero no he visto ninguno, le respondo. El botón! No será porque no tiene un letrero así de grande! gesticula el hombre, todo simpatía didáctico-patriarcal. Me señala el de la verja de vehículos. Pero yo pensaba que ese era para los vehí... empiezo. Yo pensaba, yo pensaba!! se exaspera el hombre. El caso es que detrás de mí llega otra persona que abre la verja, y recupero la libertad. Eso sí, dudando de mi comprensión lectora y sospechando de las verdaderas intenciones de mi caballero andante, a quien por instinto irreflexivo le doy unas gracias que no merecía, porque además ya me ha olvidado por completo y me da la espalda, dando por terminada su misión. Soy una damisela en apuros, pero insumisa. Ay, de verdad. 

(Moraleja: cuando veas un letrero, no lo interpretes literalmente, mejor haz un comentario de texto creativo de su contenido). 

Sin embargo, debo decir que veo a las napolitanas muy espabiladas y muy guerreras, y no me da la impresión de que que se dejen amedrentar fácilmente por sus hombres... Una cosa son los roles tradicionales, y otra las dinámicas familiares del día a día. Pero cada casa es un mundo, y algunas una constelación. 

- Aquí parece que estoy trazando un retrato poco favorecedor de un lugar sin esperanza. Y no es mi intención, de verdad. Es que lo que más llama la atención de Nápoles son sus acusados contrates y su humanidad desbordante. Pero aquí no hay solamente miseria y casas desportilladas. Hay de todo, como en cualquier parte. En las anchas avenidas hacia el Castel Nuovo, las sedes de las navieras están en magníficos edificios. Y también hay barrios pijos, por supuesto. De hecho esta tarde he recorrido la Via dei Mille, en Chiaia, y allí he encontrado hermosísimos palazzos (edificios) bien limpios y remozados, y tiendas de lujo con abundante clientela. Lo que ocurre es que la gente adinerada en mi opinión presenta mucho menos interés, a mí me parecen tipos intercambiables que puedes encontrar, repetidos en serie, en cualquier lugar del mundo donde haya una tienda de Gucci. En cambio, los tipos populares para mí tienen una idiosincrasia única ligada a su lugar de pertenencia, y son cualquier cosa menos grises y aburridos... Seguramente estoy llena de prejuicios y de ideas preconcebidas, pero me interesa más la gente que va riendo y cantando a voz en cuello por las calles de Spaccanapoli, que los clientes que he visto haciendo cola para entrar en la boutique de Hermès.

- Por la mañana, intento cruzar la inmensa Piazza de Garibaldi para dirigirme a la zona del puerto. Cruzar la calle aquí ya es un deporte de alto riesgo en general, pero en este punto se convierte en un imposible y me veo atrapada, como un náufrago en una isla, pero de peatones. Porque justo cuando aparezco por allí, empieza una ruidosa caravana de miles de Babbi Natale a lomos de sus motos, dando vueltas por la plaza y soltando monóxido a todo lo que dan sus tubos de escape. La cosa dura mucho, demasiado, y al final me resigno y me intereso por la decoración navideña de las motocicletas. Algunos han saqueado la tienda de los chinos y han volcado toda la mercancía sobre el vehículo, con más imaginación que acierto. Pero todos parecen entusiasmados y yo me alegro por ello, aunque mis pulmones me lo reprochen. Divino tesoro.

- Me ha costado mucho localizar un supermercado dentro del casco histórico más turístico de Nápoles. Prefiero los súper, porque en ellos puedo leer las etiquetas con la información nutricional, y mi colon me lo agradece. Pero el súper que encontré tras mucho indagar... en fin, he preferido arriesgarme con la comida callejera, que me parece que reúne más condiciones y, quizá, más garantías. Por cierto, que la primera noche cené pescaíto frito servido en un cucurucho, y no le encontré diferencia alguna con el que puedes comprar en Cádiz. (En realidad, Nápoles me ha recordado a Cádiz en una larga lista de cosas).  

- En la cola de entrada al belvedere del Castel Sant'Elmo, oigo conversaciones detrás de mí. Otros turistas hacen comentarios criticando las idiosincrasias locales. Por ejenplo lo despacito que atienden la venta de billetes losnfuncionarios, con interrupciones continuas por largas conversaciones entre ellos, saludos a compañeros que entran en elncubículo, etc. No se trata de turistas extranjeros. Los comentarios burlones los escucho en italiano. No domino el idioma, sólo me defiendo, de modo que no puedondistinguir acentos ni dialectos. Pero pornlógica, deduzconquensentrata de italianos de más al norte que recorren el sur. El choque cultural norte-sur en este país es más intenso que en otros. 

Desde este Castel Sant'Elmo contemplo una de las puestas de sol más hermosas de mi vida. Todo Nápoles y su bahía están a mis pies, y también se divisan las islas de Ischia y Capri. Se llega hasta el castillo en funicular (aunque a mí más bien me ha parecido un tren cremallera, pero tampoco estoy en condiciones de distinguir una cosa de la otra). Para los que viven en estos barrios altos, es el medio de transporte público que les ahorra subir cuestas y escaleras en su día a día.

- Por último, pero no menos importante. Escogí visitar Herculano porque presenta la ventaja de ser más pequeño y estar mejor conservado que Pompeya, donde además  ya estuve hace muchos años. Me acompañó un día soleado, con buena temperatura. En la entrada me dijeron que la visita duraba unas dos horas, pero yo invertí cuatro, porque estoy peleada con las audioguías y porque me hice un lío con el recorrido propuesto. Pero conseguí verlo todo. Y me pasé las cuatro horas repitiendo Qué barbaridad, qué barbaridad. Me resulta difícil concebir tanto lo que ocurrió allí como que aún podamos contemplarlo en ese estado de conservación dos mil años después. Nota: siempre me desilusiona la policromía original. Con lo elegantes que me parecen las ruinas de la antigüedad, tan blancas ellas, y en su día las fachadas, las columnas y las estatuas estaban cubiertas de colorines tirando a chillones... 



Nápoles. La bella, la vitalista, la desafiante, la caótica, la agraviada, la resentida, la supersticiosa, la hiperbólica. Excesiva, barroca, tremendista en todas sus manifestaciones. La falda del Vesubio. La casa degli azzurri. Donde una deidad futbolera reina suprema en los corazones. Donde los ritos del pensamiento mágico gobiernan las mentes. Donde se barre y se friega mucho, pero sus calles están muy sucias. Donde las motocicletas invaden el espacio vital y los peatones les estorban, y se lo hacen saber. Donde la pobreza es endémica, las iglesias son esplendorosa, y los palacios son majestuosos pero algunos están echados a perder. Donde no existen las medias tintas, las emociones están siempre a flor de piel y son expresadas a viva voz. 

A nadie puede dejar indiferente esta ciudad personalísima, o la amas o no puedes con ella. Yo me cuento entre los atrapados por su alegría, sus ganas de vivir, sus contradicciones y su innegable belleza. También me apenan sus condiciones de vida para los desfavorecidos, su falta de oportunidades, su empecinamiento en no progresar por aferrarse a antiguas mentalidades ya superadas. Y odio cómo las mafias del narcotráfico han empozoñado la vida cotidiana de quienes no tienen otra oportunidad para buscarse la vida. Pero la energía que fluye por sus calles es tan poderosa que engancha, contagia y eleva cualquier ánimo. 

Nápoles, me has enamorado, warts and all (=con todos tus defectos). Me resulta muy liberador el poder ignorar las normas más elementales de urbanidad por aquello de que allí donde fueres, haz lo que vieres. También soy consciente de que me atrae este ambiente entre risueño y canalla porque no voy a quedarme a vivir aquí, sino que simplemente estoy de paso... establecerse aquí es para valientes o para resignados, me temo. Los extranjeros somos extraterrestres en este universo, y tarde o temprano nos volvemos a la nave nodriza. Pero lo que sí creo es que si se pasan aquí varios meses, de los paseos y las conversaciones surge sin gran esfuerzo una novela, porque Nápoles te regala tanto el marco incomparable como el argumento y los personajes. Sólo restaría poner atención para no hacer muchas faltas de ortografía.... 

He visitado distintos barrios: i Quartieri Spagnoli, la Chiaia,  San Lorenzo, San Fernando, Scappanapoli, donde me alojo. He ido a Herculano, he visto la panorámica de la bahía y he admirado el atardecer desde lo alto del Castel Sant'Elmo, he paseado a la orilla del mar hasta el Castel dell' Ovo. He recorrido la Galeria Umberto I, las enormes plazas con fuentes monumentales. He visto lo que he podido del centro histórico, con sus iglesias, los vestíbulos de sus palacios dormidos en el tiempo, sus corralones oscuros, sus humildes tienditas, sus talleres artesanos como de épocas pasadas, los puestos de sus mercadillos desparramados sobre unas aceras llenas de socavones y basuras... y cada día termino agotada. Hoy vuelvo a tomarle el pulso acelerado a estas calles a ratos frenéticas, que son un torrente de humanidad variopinta, con tipos dignos de una novela entre costumbrista y surrealista. Unos tipos que se dirían puestos ahí por el ayuntamiento para que Nápoles esté a la altura de su leyenda y no defraude las expectativas de los turistas que, como yo estoy haciendo ahora, buscan el tópico.  Por la noche intentaré recopilar estos días apasionantes con más detalle. A dopo.  

19.12.24

Tivoli, la antigua Tibur, está a las afueras de Roma, de hecho forma parte de su área metropolitana. Está en alto y tiene muchos manantiales y cascadas, lo que favoreció que muchos personajes poderosos de la capital se construyeran fastuosas villas de veraneo que les permitieran huir del terrible calor romano. 

He ido a la Villa d' Este, y luego a la Villa Adriana. Lo que sigue es sólo mi opinión, y no está basada en otra cosa que no sean mis sensaciones en casa uno de estos dos lugares, sin más pretensión.

Villa d'Este, que está sólo a diez minutos andando desde mi alojamiento en Tivoli, es un magnífico palacio renacentista con unos jardines colgantes en cascada, que se hizo construir el cardenal Hipólito d'Este (hijo de Lucrecia Borgia y de Alfonso d' Este) cuando el papa, para pagarle sus favores, le concedió terrenos y prebendas por la zona. 

Después de haber pasado varias horas recorriendo sus posesiones, yo he llegado a la conclusión de que este hombre, aparte de ser un mega-vanidoso (ninguna novedad, dado su rango y linaje), no andaba nada bien de la cabeza. Y encima era un depredador que se llevó muchas cosas de la Villa Adriana, queriendo emularla, porque los mitos de la antigüedad son, admitámoslo, mucho mas entretenidos que los de la Contrareforma. De modo que Don Hipólito colocó al mismísimo Hércules en toda la copa de su árbol genealógico, y quiso convertir el parque de su palacio en el jardín de las Hespérides, donde crecían las naranjas que daban la eterna juventud. Lo que no impidió que se muriera al poco tiempo de inaugurar su ambicioso proyecto de casoplón. A lo mejor le sentaban mal los cítricos, como a mí.

Las estancias que se visitan en su palacio son magníficas, y los frescos que las adornan han sido concebidos, diseñados y ejecutados con exquisito buen gusto por unos artistas en estado de gracia. La situación del edificio le procura unas vistas inmejorables sobre los montes circundantes y la llanura que conduce a Roma, pero es que lo que se puede contemplar desde las ventanas y balconadas tiene su réplica en los muros, cubiertos de trampantojos que evocan paisajes de ensueño y arquitecturas fantásticas. A mí el palacio me ha gustado muchísimo, y he salido al exterior dispuesta a disfrutar del jardín. 

Pero... Me he encontrado con un espacio totalmente invadido por los deseos desmedidos de Su Eminencia Reverendísima de epatar a sus invitados. Con fuentes gigantescas, donde no caben más surtidores, ni más estatuas, ni más alegorías. Con escenografías que aprovechan la pendiente de la ladera para lograr un efecto aún más colosal. Con de todo. Y en demasía. Repito que es mi opinión, yo sé que estos jardines tienen un valor incalculable, que influyeron en la jardinería posterior, que estas fuentes son un prodigio de creatividad, y que son Patrimonio de la Humanidad. Pero a mí me han parecido agobiantes, mentiría si dijera otra cosa. 

Hay muchos jardines históricos donde las fuentes son protagonistas, y yo he visitado algunos de ellos, en Aranjuez, en La Granja, en La Alhambra. Pero creo que están concebidos de forma más armónica y que dialogan con el paisaje. En la Vila d'Este, yo sólo he escuchado el bramido de unos surtidores que sacan agua con una potencia ensordecedora. Y las estatuas no me han parecido amables, sino inquietantes... En la película Ludwig, qué rodó Visconti sobre la vida del rey loco Luis II de Baviera, hay una escena que he recordado esta mañana. La emperatriz Sissi (una Romy Schneider ya madura que retomaba el personaje) le hace una visita a su sobrino el rey loco cuando uno de sus desmesurados palacios está a medio terminar. Entra por un largo, larguísimo corredor, cubierto por un espejo que va del suelo al techo, con multitud de candelabros de pie de enorme tamaño alineados, multiplicado su número por el espejo que tienen detrás... Sissi avanza boquiabierta por aquel pasillo, hasta que estalla en carcajadas incontenibles. 

Por contraste, la Villa Adriana... qué serenidad, qué delicadeza, qué saber estar. Es la obra de un hombre culto, cosmopolita, refinado. Sevillano, por cierto, porque provenía de Itálica. Son más de cien hectáreas de campos de olivos, cipreses, plátanos y otros árboles maravillosos que no he sabido identificar (castaños?). En el suelo, aparte de hojas amarilleadas, había bellotas y madroños. El día ha estado nublado, lo que le ha aportado a la visita un toque melancólico, muy apropiado al tono que le dio Marguerite Yourcenar al personaje del emperador en sus Memorias de Adriano. 

La villa en sí la componen decenas de edificios, todavía en pie, que formaban una ciudad dedicada al reposo y deleite del emperador, su familia y su entorno. Hay palacios, termas, bibliotecas, teatros, estanques, templos, y casas para alojar invitados, militares, esclavos y hasta bomberos. Una de estas edificaciones, según mi audioguía, la mandó construir Adriano al volver de su viaje a Egipto, viaje en el falleció su favorito, el bello Antinoo. De modo que el templo está dedicado al amante muerto, parece que por propia mano. Más tarde, fundó una ciudad con su nombre, Antinoopolis, en el lugar donde el joven se había ahogado en Egipto. Y le hizo dios. Faltaría más.  

Este Antinoo fue el causante de que yo, en una visita de juventud a los Museos Vaticanos, arrastrara a dos amigas en los días del caluroso ferragosto por todos y cada uno de los pasillos, hasta encontrar su busto. Quería contemplar de cerca la belleza que había deslumbrado al emperador... (no sé cómo me aguantaban, la verdad). Luego descubrí que el Museo del Padro también exhibe un busto suyo. 

La parte más hermosa y reconocible de la villa es sin duda el estanque y canopo. Qué evocador, con sus estatuas reflejadas en la superficie. He recordado la música que tanto me obsesionó de joven, la banda sonora que Wim Mertens compuso para El vientre del arquitecto, una película de Peter Greenaway que hoy encuentro insoportable, pero que me tragué encantada en mi etapa cultureta y pedantuela de los 18 años, cuando me entregué en cuerpo y alma a la música minimalista. Hay un corte que se llama The Villa Adriana/Close Cover, y la música prácticamente describe las sensaciones que se respiran en este lugar tan bello. 

Notas:

- Tivoli tiene un puente sobre el río Aniene (cuyas aguas daban de beber a Roma, y fueron canalizadas por Don Hipólito para sus fuentecillas). Según Miss Google nos iba acercando a mi maleta y a mí, desde la estación, me entró un vértigo espantoso sólo de pensar que el alojamiento iba a estar justo encima del enorme tajo, con cascadas incluidas, sobre el río... Pero no, estoy en segunda línea de puente, y eso me ha permitido conciliar el sueño sin ponerme a pensar en que la casa va a rodar por el barranco o algo.  

A un corto paseo están el templo circular de la Sibila y la Villa Gregoriana (del papa Gregorio XVI), ambos sobre el tajo, que sí podían haberse despeñado, pero que ahí siguen desafiando al precipicio.

- Tras el cardenal d' Este, su Villa fue pasando por varios propietarios, hasta que los austríacos Hohenllohe la habitaron y la restauraron. Entre sus buenas acciones también se cuenta el que dieran allí cobijo a Lizst, que como toda estrella de la música necesitaba un refugio donde huir de sus fans y donde poder componer en paz y armonía (excuse the pun). Vivió allí por temporadas durante veinte años. 

- Leo que de las canteras de Tivoli provenía un tipo de mármol llamado travertino, con el que se embellecieron muchos monumentos eternos de la Ciudad Ídem.  

- En mi primer día en Tivoli me he dedicado a explorar la antigua judería, en la orilla del río. Y me he encontrado con pintadas nazis: Juden raus! He visto sinagogas en este viaje custodiadas por el ejército, en Verona por ejemplo. Cómo se está repitiendo la historia un siglo después, paso a paso, con precisión de pesadilla. The writing on the wall, precipitado por una masacre terrorista y un genocidio impune, pero cuyas causas vienen de mucho más atrás. Qué tiempos bárbaros estos. 

- El ambiente de Tivoli en las calles comerciales es el de un pueblo. La gente camina sin prisas, se paran a saludarse con toda parsimonia, los repartos se hacen tranquilamente. Y hay una farmacia donde parecen muy optimistas y seguro que lo curan todo, la del Doctor Pallante. Fuera de la zona comercial, es una población poco iluminada de fachadas sin enfoscar, por donde no camina casi nadie al caer la tarde. Las calles son tan sumamente estrechas y retorcidas, que los coches a veces se quedan trabados si no han calculado bien el hueco, y tienen que maniobrar hasta liberarse. He sido testigo en el casco histórico. 

- A la salida de la Villa Adriana he esperado un rato el autobús de vuelta a Tivoli (dista unos seis kilómetros). Sentados conmigo estaban dos muchachos norteamericanos. Uno le preguntó al otro, Y qué te ha parecido esta villa romana? La contestación es muy característica: Me ha parecido carísima... calcula lo que costó en su día construirla, traer los materiales, pagar a los arquitectos, y lo que costará en dinero actual... 

- En la Villa Adriana me he perdido varias veces, a pesar de que la audioguía, el mapa y las cartelas no podían explicar el recorrido con mayor claridad. Miss Google se sentirá vengada, supongo.  

18.12.24

En la estación de Assisi, esperando el tren a Roma Termini. He visitado la Ciudad Eterna tres veces y, aunque con tan exiguo bagaje no tengo ni para empezar, sigo mi norma de seguir itinerario por lugares donde nunca haya estado antes. De modo que, desde Roma Termini, me dirijo a Tivoli. Estoy ya un poco saturada con tanta obra sacra y aledaños, y quiero conocer sitios donde el interés sea más variado. Tivoli es perfecto como etapa de descanso entre Roma y Nápoles, y además el poder visitar la Villa Adriana y la Villa d' Este es todo un aliciente. Desgraciadamente no me va a acompañar el sol en el día de mañana, que es cuando iré a los jardines, pero no se puede tener todo...

Notas:

En la estación de Assisi hay paneles que conmemoran la visita del papa Juan XXIII en el año 1962. Curiosas fotos de prensa de las multitudes de la época llenando los andenes para ovacionar a un pontífice que fue muy querido y popular, especialmente tras el Concilio Vaticano II. En una de las fotos, una señora me recuerda a mi abuela. Es la típica señora de la posguerra, con sobrepeso, canas y profundas ojeras, que lleva marcado en su rostro pasados sufrimientos y un cansancio vital que ya a su edad empieza a pasarle factura. Señoras como esta abundaban en toda Europa en los años 50 y 60, y son heroínas no reconocidas por la historia. Sacaron adelante a sus familias como pudieron, en tiempos muy difíciles y a costa de grandes sacrificios. Salve!

Anecdotario:

Me dispongo a pedir un macchiatto en la cantina. Allí, dos poliziottos  sostienen una animada charla con el chico del bar. Los agentes cuentan una batallita sobre una conductora que hizo, o dijo, algo que no debía. Los tres son jóvenes, pero sus comentarios no tanto: Es que de las mujeres al volante se puede esperar de todo etc etc etc. Eso sí, hacen una excepción con las mujeres romanas. Allí las chicas están acostumbradas a maquillarse mientras conducen! dice admirativamente uno de ellos. Toma ya infracción al volante, pienso yo, que además ni conduzco ni tampoco soy romana, y quizá por eso nadie me hace ni caso durante un rato bastante largo, hasta que los polis se marchan y mágicamente me hago visible para el bartender. Ay, de verdad.

17.12.24

Asís, a cuatro días de que empiece el invierno, está semi vacío. He tenido la suerte de poderlo recorrer sin prisas, subiendo y bajando escalones, metiéndome en todos los recovecos, volviendo sobre mis pasos, sin multitudes ni agobios. Me ha parecido un lugar muy íntimo y recogido, de gran plasticidad. Las brumas le dan una dimensión poética al paisaje, y se respira una serenidad muy especial. De las chimeneas sale olor a leña y de los obradores a delicias horneadas. Suenan los campanarios dando los cuartos, las medias, las horas. Hay religiosos y peregrinos, algunos grupos escolares y también simples turistas, pero todos nos fundimos con el ambiente y terminamos, más o menos conscientemente y aunque suene a tópico, siguiendo el lema de pax et bonum. Al menos por unos largos minutos.

Yo soy agnóstica. No creyente desde los 14 años. Pero mi primer colegio fue de monjas franciscanas. Aquellas buenas mujeres no estaban por cumplir el programa de Educación en plena Transición, y no me enseñaron casi nada (bueno sí, francés, porque eran de San Sebastián y lo hablaban bien). Pero las cosas de la infancia no se olvidan, y nos acompañan toda la vida. Y algo recuerdo de aquel colegio/convento... Entre otras cosas, que un día las sores se sintieron didácticas y nos organizaron un visionado de la película sobre la vida de su fundador San Francisco y su acólita Santa Clara. Lo que ellas no sospechaban es que "Hermano sol, hermana luna", de Franco Zeffirelli, es una adaptación libre que se toma muchas licencias. Y al día siguiente acudieron al colegio algunas madres indignadas, al clamor de: Es que la niña ha llegado a casa preguntando si los santos son novios!! El escándalo espantó a las pobres sores de tal modo, que a partir de entonces sólo vimos películas de Marisol, Rocío Dúrcal y Esther Williams como actividad cultural. 

Este pueblo tiene mucho que ofrecer:

- Bajo la plaza principal aún existe el foro romano, bien conservado, que se visita en el subsuelo. En superficie queda, en el centro de la plaza, el templo de Minerva, intacto. Lo han fagocitado y reconvertido en la Iglesia de Sta María sobre Minerva. Pero sigue dando su elegante toque pagano al centro de la Piazza del Comune, uno de los poco sitios de Asís donde los poderes civiles no ceden protagonismo al poverello serafico. 

- Domina sobre el pueblo la silueta de la Rocca Maggiore, una fortificación que lleva ochocientos años ahí plantada y que ha pasado por muchas manos y vicisitudes. Las vistas de todo el valle desde allí son espectaculares. Con su crueldad mental habitual, en la subida Miss Google me ha hecho sudar lo indecible conduciéndome hasta allí entre olivos y cipreses, pero por un camino de cabras. Tras recibir mis más sentidos insultos, en la bajada se ha comportado y me ha guiado por preciosas calles empedradas, limpias de pedruscos y de barro. Hija de punta. La tecnología, digo. 

- La Basílica de San Francisco al parecer es el primer templo gótico que se construyó en Italia, tan sólo veinte años tras la muerte del santo. Los frescos y las vidrieras del interior no pueden ser más hermosos, y por fuera, tanto la iglesia inferior como la superior a mí me han parecido la perfección. Justo al borde comienza a extenderse un espacio natural llamado El bosque de San Francisco, en el que no me he adentrado, contentándome con ver el jardín. Siempre hay que dejarse algo por ver para una siguiente ocasión. Así es como se termina regresando a los sitios que nos han proporcionado placer. 

Las pinturas que Giotto y otros artistas realizaron sobre la vida del santo son pura maravilla. Pero las que me han impresionado son las de Simone Martini, de quien nunca oí hablar, en la capilla dedicada a San Martín, el santo romano que regaló su capa a un pobre. Qué preciosidad. 

- La iglesia de Santa Clara también es muy hermosa, aunque hay allí un detalle que encuentro inexplicable. Mientras la tumba del santo, tal como se exhibe en un ataúd cerrado, resulta totalmente coherente con su mensaje, la de Santa Clara en mi opinión no, porque la cripta no sólo contiene un catafalco marmóreo complicadísimo, sino que sobre la tumba han colocado el cuerpo incorrupto de la santa, con el rostro y las extremidades cubiertas de cera color carne, lo que le da una apariencia, siempre en mi opinión, cuando menos inquietante. 

Notas:

- Los escaparates de Asís contienen gran variedad de creaciones de todo tipo, destacando las excelentes y refinadas cerámicas. Pero lo que más se ofrece, como es lógico, son los objetos relacionados con los dos santos locales. Reproducciones más o menos acertadas, y algunas de muy buen gusto. Lo malo es que otras no lo son tanto.

El Buddy Jesús, o Cristo Colega, es una figura de Jesucristo que te güiña un ojo y sonríe socarrón con la cabeza ladeada, mientras te señala con los dedos índice y pulgar extendidos a modo de pistola, el resto de dedos cerrados en puño. Un gesto muy americano que hemos visto en cientos de películas. Yo no soy creyente y no considero ofensivas según qué bromas. La vida de Brian es una de mis películas preferidas. Pero sí que soy consciente de que, en un lugar de peregrinación como este, muchos creyentes sí que pueden sentirse ofendidos en sus sentimientos religiosos. Y no veo la necesidad, la verdad. Contexto!

Otro artículo que está a la venta en todos los comercios, no termino de comprender por qué, son las reproducciones, ya sea como retrato o como figurita, o en pósters, camisetas, calendarios etc de Carlo Acutis, un quinceañero muy devoto que falleció de una leucemia fulminante. Primero fue beatificado y, desde este verano, santificado. Parece que su último deseo fue ser enterrado aquí. La parte de su historia con la que no comulgo (excuse the pun) es que la Iglesia, en una ceremonia de la confusión, exhibió su cuerpo dando a entender que estaba incorrupto, vestido con tejanos y zapatillas deportivas... pero luego la prensa descubrió que el cadáver había sido cubierto con una capa de silicona que le diera una apariencia "normal". Yo me ahorro los calificativos, pero no sé qué me sorprende más, si la manipulación del cuerpo de un pobre muchacho muerto antes de tiempo, o la fabricación en serie y a gran escala de todo tipo de artículos con su imagen. Se pretende atraer a los adolescentes del siglo XXI a la fe de esta forma? Demostrarnos que los santos no son cosa del pasado, y que debemos esperar un revival de las curaciones milagrosas por su intercesión? Las tan anheladas nuevas vocaciones surgirán de fenómenos como este? Ah, y qué pensaría il poverello de todo esto? 

- Veo algunos peregrinos, pero dos de ellos en especial parecen unos de esos anuncios del antes y el después. Uno lleva gorro, capa, cayado de madera y mochila, todo nuevo y pulcro, como recién comprado. Tonalidad predominante: el gris de la felpa franciscana. El otro, lo que lleva es mucho barro seco pegado al pelo y a las zapatillas y una tienda de campaña plegable muy astrosa. Tonalidad predominante: el marrón de la mugre acumulada. Punto en común: largas barbas y cara de estar disfrutando de lo lindo.

- En la basílica hay una exposición sobre un escrito en pergamino que dejó el santo, llamado chartula. Son oraciones y notas dirigidas a uno de sus frailes. En los paneles se analiza el documento, de su puño y letra. El detalle que me ha divertido es que el fraile al que iba dirigido el escrito, y que lo preservó para la posteridad, se permitió corregirle al santo los errores. Es decir, que repasó la ortografía deficiente de San Francisco que, aunque hijo de un mercader local de telas enriquecido y de una francesa de Provenza (es decir, era bilingüe), no dominaba el latín escrito por no haber recibido una educación formal. Y hacía faltas de ortografía.

- La puerta de la iglesia superior de la Basílica está custodiada por dos soldados. Eso es corriente aquí. Lo que llama la atención es que portan la metralleta en ristre, con el dedo cerca del gatillo. Tanta pax y tanto bonum en el interior, para que al salir un detalle así te dé un baño de realidad. 

- En el lugar donde nació, no sólo San Francisco, sino el pesebre/nacimiento/belén de su mano, yo esperaba ver menos Bebbo Natale (Papá Noel) y más Gesù Bambino. Hay en marcha un concurso de belenes organizado por el ayuntamiento, que se hace notar marginalmente en los escaparates, y un belén napolitano artístico. Pero en la megafonía de la calles comerciales sólo suenan los crooners americanos de Hollywood, y los carteles que anuncian las actividades para estas fiestas sólo hablan de coros de Gospel y de despliegues de tipos vestidos de rojo con barba blanca. La única presencia italiana es la de la Befana, la brujita que trae dulces a los niños el 6 de enero.

- Por lo que llevo degustado, olido y observado hasta ahora,  Los dulces italianos están buenísimos pero, salvo en el Tirol, no son precisamente sutiles. Como los españoles, vaya. He merendado en el salón más cursi de todo Asís y los colorines eran para daltónicos. Con abundante relleno que se derrama y que es imposible comer en público conservando las buenas maneras. De tamaño familiar, según la especialidad. Los del sur, con mucho aceite. Eso sí, todos son deliciosos, irresistibles y te resuelven la cena. 

Anecdotario: 

- A punto de entrar en la Basílica, dan las diez de la mañana y el campaneo es tan llamativo que me paro a escuchar y contemplar el voltear de las campanas. El sonido se expande y nos envuelve a todos durante largo rato. Cuando finaliza, un monje que me había estado observando me para y me comenta que a él hasta se le han saltado las lágrimas escuchando, y dice no ser un hombre sentimental, pero claro, en este marco las campanas suenan de otro modo... Estoy de acuerdo, aunque mis ojos han permanecido secos. Luego se disculpa varias veces por pararme y por entrometerse. Au contraire!  

- Nueva puesta de sol espectacular, y está vez busco otro punto en alto para recrearme en el colorido del tramonto. Según me acerco, veo una iglesia muy bonita al fondo. Cómo he podido saltármela en mis recorridos. Y parece grande, debe de ser importante... Está iluminada para la Navidad. Me suena de algo? Pues no. Pero cuando ya estoy enfrente, me doy cuenta de que se trata de la Basílica. Es la tercera vez que vengo, la segunda en el día de hoy... ay, esto de la niebla cognitiva es como empezar de cero a cada rato!



Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...