31.1.25

Haciendo tiempo en mi habitación mientras llega la hora de coger el autobús de línea para Pula, mi excursión de hoy. Van a dar las siete, partimos en dos horas y la estación de autobuses está a diez minutos, de modo que debería estar relajada si no fuera una neurótica, que lo soy. 

He dormido mi segunda noche encima de la cocina, cosa que no había hecho nunca antes y que supongo que será difícil que se repita. Estoy alojada en un piso de un edificio antiguo descascarillado por fuera y señorial por dentro, con un largo pasillo en L y los techos muy altos. Está reformado de tal manera que el aprovechamiento de todo ese espacio da cabida a este apartamento (estudios, más bien) y otros dos más. En el mío, unos pocos metros cuadrados dan para un salón en varios niveles, un baño, una cocina y encima de esta, accediendo por unos peldaños laterales, una cama de matrimonio. Así que por las noches ronco encima del fregadero y el frigorífico. Una experiencia nueva en esta vida supuestamente nómada y levemente bohemia en la que estoy empeñada.

Ayer estuve en Rovinj y Porec. La carretera que conduce hasta allí está en buenas condiciones, salvo un último tramo y otro inicial que está en obras. Las localidades costeras y las casitas de veraneo esparcidas por las lomas están muy bien mantenidas. He corroborado mi impresión de que esta costa turística es otro mundo muy distante del que ví en el interior. Por la noche, al volver, las terrazas están llenas de personas de todas las edades que toman el aperitivo vespertino, con algunos mayores en la típica cena de matrimonios. Me da la impresión de que este es el paraíso de los jubilados bien acomodados. Así es mucho más fácil tomarse la vida con buen humor, y eso se percibe en el ambiente. 

Rovinj, o Rovigno en su versión italiana, es el Piran croata: una ciudad de herencia veneciana en la que todos son bilingües y un puerto pesquero en plena actividad, como pude comprobar. Las barcas de remo tradicionales de la zona, las llamadas batanas, ya no se usan. Pero pude ver muchas traíñas, y esa imagen tan marinera de los pescadores remendando las redes. El Adriático aquí es tan intensamente azul como en Trieste, y transparente en la orilla. No hay más que alguna estrecha franja de arena, porque la costa es rocosa. He visto plataformas de piedra desde las que bajan unas escalerillas para facilitar que los bañistas puedan llegar al agua sin peligro. Me parece incómodo, pero no hay otra forma de bañarse por aquí.

La città vecchia o casco antiguo de Rovinj está contenida en una pequeña península, con un montículo rematado por un campanile al estilo de la República Veneciana. Por lo visto, los venecianos ampliaban su imperio marítimo y lo primero que colocaban en su nuevo territorio era un campanile que ya venía de serie. Y para los despistados, unos cuantos leones alados, símbolo de la Serenísima, distribuidos aquí y allá por las calles y plazas. Había en Rovinj un antiguo canal con su puente de piedra, que se rellenó con el tiempo para construir una plaza. El pavimento de las calles es de mármol desgastado por los siglos. Las casas de la zona alta, en torno a la Basílica de Santa Eufemia y el campanile, son de piedra. Las de la zona baja están pintadas en distintos colores con estuco veneciano. La contigua isla de Santa Catalina exhibe una pineda muy tupida que refresca la vista. Me siento al sol en el espigón y lo único que oigo son los graznidos de las gaviotas y el chapoteo del agua contra las rocas. Hay momentos que no tienen precio. 

Todo es muy bello. Tanto, que me gusta incluso más que Piran, que me puso el listo muy alto. Paso cuatro horas gozosas paseando sus calles, subiendo sus cuestas y bajando sus escaleras. Esta ciudad se la disputaron muchos imperios (el bizantino, el veneciano, el austrohúngaro, el reino de Italia) hasta que tras la Segunda Guerra Mundial fue incorporada a la antigua Yugoslavia, y ahora tras la guerra de los Balcanes es croata. 

En realidad, yo creo que sitios así no son de nadie, que cualquiera que llegue y se enamore del lugar cree que lo hace suyo, pero se engaña porque es el sitio el que te atrapa para siempre con su encanto y hace crecer en ti el deseo de volver. En Rovinj, sus nuevos colonos se llaman turistas y son (somos) un temible pueblo nómada que arrasa con las peculiaridades de cada lugar, porque vaya donde vaya pretende encontrar las mismas tiendas y diversiones, recibir el mismo servicio, encontrar las mismas comodidades, que le hablen en el mismo idioma y pagar con la misma moneda. Nuestro imperio se llama moda, y somos legión (pun totally intended). Pero Rovinj tiene demasiada personalidad, y por muchas hordas de turistas que lo invadan ahí sigue, inconquistable. 

De Porec no puedo hablar mucho porque, debido a los horarios del transporte público y a que anochece pronto, no pudo recorrerlo bien. Pero es, como otras localidades de esta parte de la costa, un Rovinj de tamaño más reducido, con toda su belleza y encanto.

Anecdotario:

- Al volver, contrato online para el día siguiente una excursión guiada a los famosos lagos de Plitvice, más al interior. Una vez confirmada, me llama el dueño de la agencia de viajes para avisarme de que una familia de cuatro personas ha cancelado su reserva y soy la única que está apuntada, que no le resulta rentable fletar un autobús para una sola persona y que voy a recibir un reembolso de lo adelantado. Le pregunto cómo es posible que la plataforma web me haya confirmado la excursión si no se iba a realizar. Se disculpa y me cuenta, con toda sinceridad, que es culpa suya porque está viendo un partido de balonmano y se le ha olvidado cancelarla en la web. Se pone muy simpático, me sugiere otros destinos (que me acerque a  Opatija, en la Riviera adriática), y quedamos en que me avisará si en los días que me quedan de estancia aparecen más turistas interesados en los lagos. Estás cosas son típicas de la temporada baja, por lo que no me sorprendo en absoluto. A los lagos de Plitvice intentaré ir desde Zadar, mi siguiente etapa. De hecho, Zadar está algo más cercana por carretera (una media hora de menos).

Por cierto, que este campeonato de balonmano (me entero de que es un mundial, y este país es la sede) está siendo celebrado aquí en Croacia como todo un acontecimiento nacional. Le ganaron el partido a Eslovenia (me dio rabia por los chicos de la peña deportiva que me ofrecieron Schnapps en el tren.... pobres, con la ilusión que llevaban). Parece que Croacia le ha vencido a Hungría y ahora juega contra Francia. O al revés, no sé. Esto del peloteo es el panem et circensem de siempre. Con tal de que los hinchas no se peguen a la salida del estadio....

30.1.25

Tras cuatro horas y media de viaje en un tren anticuado y achacoso, atravesando bosques maravillosos y aldeas bastante pobres en general, llego a Rijeka, ciudad portuaria que está situada en el borde de la península Istria y desde parten todas las rutas para llegar a las ciudades costeras más bellas de esta parte del litoral adriático: Rovinj, Porec y Pula entre ellas. No hay línea férrea hasta ellas y yo no conduzco (me saqué el carné hace 30 años pero sólo cogí el coche 15 días). La alternativa que me queda son los autobuses de línea, de modo que me quedo cinco noches en Rijeka para ir explorando la zona con calma. También pretendía visitar la isla de Krk, a la que se llega desde la península por un puente, pero en temporada baja los horarios de los autobuses son sólo de tarde, y el sol se pone sobre las cinco. Un taxi me costaría carísimo, de modo que tendré que dejarlo pasar. Planes abiertos. 

Aquí en la costa tanto el nivel de vida como el talante de la gente son mejores que en la capital. En Rijeka en concreto, siendo paso obligado para turistas y mercancías, se respira un ambiente más positivo y relajado que supongo que se debe a una economía más saneada. La ciudad está bastante mejor cuidada. Ignoro si eso significa que las necesidades de sus habitantes están mejor atendidas, porque en los sitios turísticos ya se sabe que buena parte de lo que vemos es como un bonito decorado para hacer nuestra estancia agradable y placentera y que no pasemos de largo. Pero la gente local con la que me cruzo está desde luego mejor vestida y más distendida que en la capital. 

Rijeka ha debido de ser una lugar de veraneo desde muy antiguo, porque hay muchas pequeñas villas en las lomas y unos cuantos antiguos grandes hoteles y restaurantes junto a su puerto deportivo y en el casco antiguo que emulan a los de la Costa Azul. Y grandes marcas en anchas calles peatonales. El omnipresente Zara tiene un edificio completo, por ejemplo. En el puerto he visto atracados algunos grandes yates, en especial uno que era enorme, bajo pabellón maltés. Un antiguo gran barco de pasajeros se utiliza ahora como restaurante tipo buffet abierto las veinticuatro horas. La temperatura es suave, el día es soleado y los estudiantes se pasean por el puerto esperando el atardecer. Las terrazas, según avanza la tarde, están razonablemente llenas en un día entre semana. El ambiente del centro es el de una ciudad provinciana donde se vive sin muchas prisas. 

Leo que Rijeka es la tercera ciudad más grande de Croacia, y su puerto principal. Debido a la posición estratégica de este puerto, fue una plaza muy disputada y cayó bajo dominio alemán e italiano antes de volver a ser croata. En sus buenos tiempos llegó. Rivalizar con Venecia. Le queda un magnífico teatro y bastante vida cultural, hasta fue elegida capital europea de la cultura en 2020. Tiene una bonita torre barroca con un pasadizo, algunas ruinas romanas, un castillo, un precioso mercado y muchos bonitos edificios decimonónicos, algunos estilo Secession. 

Mi pequeño apartamento aquí está en la tercera uno de esos edificios, con un esquina redondeada rematada por una cúpula y una ancha escalera de elaborada barandilla de forja. Debajo de mí, en el segundo piso, está el Consulado General de Albania. Y justo enfrente se encuentra el hermoso edificio de las Escuelas Italianas, donde desde hace más de un siglo estudian los hijos de la acomodada minoría italiana de Rijeka. Muchas calles llevan nombres italianos, y la cartelería, al menos en el centro, es bilingüe. 

Hoy ha amanecido muy soleado y, como se prevén lluvias en los próximos días, voy a aprovechar para iniciar mis excursiones. 

Notas:

- En la estación de Zagreb he podido ver, mientras esperaba la salida de mi tren, una timba montada en una esquina un poco apartada. Eran las siete y media de la mañana. Los jugadores arrojaban las cartas sobre la mesa como en las antiguas películas del Lejano Oeste, con una mezcla de rabia y chulería. En un determinado momento, uno de ellos empezó una discusión a la que se unieron otros, y como la cosa iba subiendo de tono, Doña Resilia y yo tuvimos que salir de la sala de espera para pasar frío en el andén. 

- El tren que me ha traído a Rijeka desde Zagreb ha realizado unas treinta paradas, la mayor parte en apeaderos lamentables (dos de ellos literalmente en ruinas). Algunos pueblos que he visto al pasar son bastante pobres y otros están en mucha mejor situación, sobre todo según nos vamos aproximando a la costa. Los pasajeros que suben y bajan son en su mayoría campesinos, y he visto a varias mujeres mayores que llevan de un pueblo a otro carritos de la compra llenos , imagino que para vender losnproductos denso huerta en los mercadillos locales. Los hombres son muy altos, y tienen la cara curtida y las manos encallecidas. Sus ropas están desgastadas y se adivina que su situación es precaria. 

El paisaje del interior es montañoso con bosques muy frondosos hasta que se atraviesan los montes y al otro lado del túnel ya es sierra mediterránea que baja hacia el mar. Lo he consultado con Miss Google y me parece que se trata de la cordillera de los Alpes Dinámicos, pero no estoy segura. Sea donde sea y como sea que se llamen las cosas,  lo que está claro es que Croacia es una preciosidad. 

28.1.25

A pesar de que hay muchas obras en marcha por todo Zagreb y muchos monumentos están cerrados por ese motivo (el terremoto está aún reciente y la reconstrucción va muy lenta), disfruto mucho de mis callejeos por esta ciudad tan peculiar. Intentaré dar alguna pincelada en estas 

Notas:

- La ciudad alta de Zagreb, o Gornji Grad, es una preciosidad. Se extiende sobre unos cerros que son las estribaciones del monte Medvednica. El río Sava no discurre por el centro de la ciudad, así que en esta ocasión no lo he visto. De esta zona medieval me gusta todo, aunque buena parte no está en reconstrucción.

La catedral luce sus dos torres cubiertas, como dos brazos escayolados. El funicular está cerrado por obras. Toda la zona de la iglesia de San Marcos también está vallada y en reconstrucción, aunque se puede admirar su impresionante tejado de cerámica con los dos escudos de Zagreb y de Croacia. 

- Por el Arco de Piedra, resto de la muralla, he pasado varias veces y siempre he visto fieles que se detienen a orar frente al altarcito de la virgen que hay en su interior, incluso hincando la rodilla en tierra a pesar de tener unos bancos para sentarse. Luego encienden velas, y hay tantas que tiene que venir una señora a recoger toda la cera derretida, con ayuda de una pequeña pala.

- Justo bajando por la cuesta desde el arco, se llega en poco tiempo a la impronunciable calle Tkalciceva, que actualmente está repleta de terrazas de restaurantes para turistas. Pero en sus buenos tiempos era la calle de los burdeles, y leo que la actividad no sólo era legal sino que estaba regulada por el ayuntamiento, y las trabajadoras del sexo eran examinadas a menudo por un médico. No sé si tenían algún derecho las pobres. Pero sí he leído que la única condición que se les ponía a los dueños de los lupanares era que no se anunciaran visiblemente en la fachada, por lo que recurrían a poner un farol de un color llamativo encima de la puerta para señalarse. Qué hipocresía.

- En esa misma calle, porque vivía cerca, hay una estatua de la escritora Marija Zagorka, que fue la Pardo Bazán de los croatas, la primera periodista femenina del país y una defensora de los derechos de la mujer. La verdad es que se parece un poco a Doña Emilia: ninguna de las dos era una sílfide y las dos lucharon como leonas para que los señores literatos les reconocieran sus méritos, sin conseguirlo del todo. 

- Y cerca de aquí hay un funicular, el más corto del mundo, que sube hasta la zona más alta y el paseo panorámico llamado Zagreb Stross o Promenade Strossmayer. Al no estar ooerativonel funicular, subo las escaleras de madera y, una vez arriba, Miss Google y yo no los entendemos, por lo que me despisto y bajo una cuesta empinadísima que no es demasiado panorámica. Una vez abajo me doy cuenta del error, pero me da una pereza tremenda volver a subir la cuesta para llegar al dichoso Stross. Veo un túnel peatonal con pinta soviética, y me meto dentro para atravesar el montículo y volver al punto de partida, pero evitando la subida.  

Se llama túnel Gric, forma parte de una ramificación de túneles y su historia es muy curiosa: fue un refugio antiaéreo en la Segunda Guerra Mundial, y mucho más tarde en la Guerra de los Balcanes. Pero también sirvió para albergar la primera fiesta rave con DJs de música electrónica en Zagreb, lo que me parece un modo estupendo que quitarle dramatismo a un lugar tan cargado de malos recuerdos.  Quizá como homenaje a esa ocasión festiva, lo atraviesas escuchando música por una megafonía instalada en el techo. Los ciudadanos de Zagreb lo usan para cortar camino, pero también se ha convertido en una atracción turística más. 

- La ciudad baja, o Donji Grad, construida en una llanada en el XIX con edificios de cuando el Imperio Austrohúngaro, está planificada a lo grande en cuadrícula, con anchas avenidas dispuestas alrededor de varias plazas enormes, algunas con forma de U invertida, y por eso al proyecto le llamaron "la herradura verde". Está jalonada de edificios corporativos, o públicos como teatros, universidades, archivos y museos. Y también de palacios particulares que hoy día tienen otros usos, están en obras... o algunos están vacíos, porque su aspecto es tan ruinoso que hasta los okupas los rehúyen.

 Son edificios magníficos que nos hablan de un pasado esplendoroso. Muchos son de un gusto exquisito, peo otros... a mí, que soy mala persona, me parece que en vez de hablarnos nos gritan: no les caben más pirindolos con tanto postureo imperial. Y desgraciadamente muchos de esos pirindolos se desprendieron de las fachadas a causa del terremoto, dejando al descubierto sus miserias, producto de un mal mantenimiento, o directamente de una negligencia demasiado prolongada. Porque mire usted, al terremoto no se le puede responsabilizar de que las fachadas estén abombadas y negras como el carbón, y que los vestíbulos estén llenos de mugre, y que los jardincillos estén echados a perder. Qué lástima. 

- Es tan grande el interior de las manzanas de toda esta zona, que en ese espacio resguardado cabe de todo, incluidas otras casas. En las zonas más antiguas de Zagreb también hay edificaciones en los interiores de los patios, pero son de tamaño más reducido, y contienen viviendas, negocios, comercios y talleres. Todo un mundo interior rico y variado. Y descuidado también, lo que disfraza la desidia de bohemia.

Mi alojamiento es un buen ejemplo de mundo interior: está en la ciudad baja, a veinte minutos de la estación, en el interior de una manzana donde aparte de mi casita, cabe otro edificio histórico de buen tamaño, reconstruido con fondos europeos. Se accede a este patio a través de un portón y una salida de vehículos, tan sucios como las fachadas de todos los estupendos edificios exteriores, también antiguos (uno de ellos tiene una balconada de piedra medio derruida, pero está habitado). Mi apartamento está en la planta baja, y si vuelvo con la oscurecida, tengo que alumbrarme con la linterna del móvil para orientarme en la travesía por la noche oscura del alma. 

- Me he acercado hoy al parque de Marksimir, el primer parque público de Zagreb allá por el XVIII. Maravillosos árboles, monumentos patrióticos y varios pequeños lagos. Las rachas de viento movían las hojas secas, que corrían a mi encuentro para saludarme. Lo rodean barrios donde la gente sí que va bien vestida, y hay muchos antiguos chalets, la mayoría muy descuidados, pero que en su día fueron muy hermosos. Qué lástima. 

- Zagreb tiene muchísimos museos, y todos se anuncian triunfalmente en las señales indicadoras callejeras, con toda una ristra de carteles que llegan hasta el suelo. (Yo veo en esto una necesidad adolescente de autoafirmación, porque si cada capital europea anunciara así todos y cada uno de sus museos, los carteles nos taparían la vista de un parque entero). La mayor parte de museos se toman, como el propio Zagreb, muy en serio a sí mismos. Pero hay tres de ellos que aportan una refrescante nota de humor: Está el Museo de la Corbata, que se llama así porque proviene del modo en que los croatas se anudaban el pañuelo al cuello en los tiempos de MariCastaña (sito con toda coherencia en una tienda de corbatas). El Museo de las Resacas (sito en una taberna, of course). Y el Museo de las Relaciones Rotas.

Este último tiene miga: se exhiben cientos de objetos que son recuerdos de relaciones sentimentales que han terminado. Sus dueños los donan para engrosar la colección y para deshacerse de los recuerdos que guardaron del ser amado, una vez pasado el duelo de la ruptura. No sorprende que el museo lo haya fundado una ex-pareja, y tampoco que no consiguieran subvención estatal, por lo que es privado. No he llegado a entrar, pero ojeé el catálogo... Uno de los objetos que se exhiben es un hacha. Este instrumento tan desprovisto de romanticismo ha sido donado por una mujer alemana, y fue utilizado por ella para descuartizar, digo trocear, los muebles de su ex cuando esta se fue con otra. Cada día se liaba a hachazos con un mueble, y parece que este ejercicio tan aeróbico le resultaba de lo más terapéutico. Cuando la ex acudió al domicilio que habían compartido a recoger sus muebles, se los encontró hechos tablas concienzudamente atadas con cordeles . Me hubiera encantado ver su cara cuando escuchaba: Mira, en ese hatillo tienes tu butaca, y en ese otro está tu mesita auxiliar...

- Estos días he visto muchos jóvenes bromeando y riendo al salir de clase. Los niños pequeños también. Pero los ciudadanos más adultos caminan muy serios, esquivando el contacto visual. Lo que no impide que se te arrimen demasiado esperando que abra el semáforo, o en la cola de la caja en el súper, o que te rocen y te empujen al andar por una calle estrecha. Las normas de urbanidad son distintas aquí. 

- Curiosidades: Hay bastantes peleterías. Y tiendas de zapatos hechos artesanalmente a medida, como en Florencia. Siempre te sirven el café junto con un vaso de agua, como en Viena o en Sevilla. Se venden muchos botellines de todo tipo de bebidas alcohólicas de tamaño mini-bar. La mayoría de estos eslavos del sur tiene el cabello oscuro, bay pocos rubios. No abundan los letreros bilingües. El idioma croata comparte palabras con el esloveno, pero les añade todo tipo de diéresis a las vocales y consonantes. No entiendo nada, pero agradezco que su alfabeto sea como el nuestro, porque así puedo intentar memorizar alguna palabra que me ayude, por ejemplo "peron", andén. No quiero ni pensar en lo que va a ser de mí cuando mi niebla cognitiva se enfrente al alfabeto cirílico, o al griego.

- Zagreb es una gran capital, y como tal está planteada a lo grande. Pero en lo menudo, no llega al nivel de la gran ciudad que pretende ser, según proclaman en sus folletos y sus páginas oficiales de internet. Ejemplos: los servicios públicos son gratuitos y están repartidos por todas partes, lo que se agradece, pero están en un estado lamentable de limpieza y mantenimiento. (En Italia te cuesta un euro cada vez que orinas, pero a cambio las instalaciones están limpias y cuidadas). Los mercadillos callejeros tradicionales de Zagreb son muy frecuentados, y la fruta y verdura que se ofrece a la venta tiene muy buena pinta, pero la higiene es pésima y la mercancía está colocada sobre humildes tablas en inestables caballetes oxidados. La impresión que da es de miseria. La comida que se ofrece en los supermercados es desproporcionadamente cara, no me extraña que los jubilados más humildes revuelvan entre las basuras. Los edificios públicos están muy descuidados. Muchos trenes y tranvías son venerables carracas (y por cierto, todas me tocan a mí). Se nota que mucha gente que te cruzas por la calle lo está pasando verdaderamente mal, sólo hay que ver su aspecto y su expresión. Las temperaturas que me he encontrado son suaves para el mes de enero, pero no sé si aquí se pasa mucho frío/calor, porque las instalaciones de refrigeración/calderas etc que observo desde la calle están totalmente obsoletas, o medio arrancadas. Las calles donde se encuentran las marcas de lujo, o el barrio donde se concentran la mayoría de embajadas, están igual de descuidados que el resto de lugares, sin esos detalles que en otras ciudades te indican que estás caminando por un barrio "bien" o que has entrado en una zona exclusiva. En los barrios corrientes y molientes, algunos comercios son antediluvianos. He visto circulando algunos vehículos de la era Tito que todavía están en uso, señal de que se necesitan. Todas las papeleras de Zagreb están reventadas, con la puerta desencajada, y con la roña de muchos años atrás incrustada. Todo este cúmulo de detalles forma parte de la imagen que proyecta una ciudad a sus visitantes, y son un indicador de una baja calidad de vida y un estado de desidia generalizada. Los ciudadanos se merecen que se retire ese manto de tristeza que les ha caído sobre los hombros. (Estoy generalizando, claro, pero es la impresión que me llevo de este lugar). 

Espero que, en pocos años, esta hermosa ciudad cargada de historia y tradiciones se recupere del bache por el que está atravesando, y sus gentes disfruten de un bienestar que ahora mismo está reservado sólo a una pequeña parte.

Anecdotario:

- La verdad es que no he podido interaccionar casi nada, porque no he encontrado la ocasión y porque esta gente no da pie. Pero al margen de unas conversaciones que no han ido más allá del por favor y el gracias, mi monólogo interior tampoco ha dado mucho de sí, porque estaba centrado en el callejero. Me las he visto y deseado intentando recordar los nombres imposibles de estas calles para buscarlos en el plano (en las zonas sin cobertura, no siempre podía hacer copia/pega para soplárselos a Miss Google). He intentado trucos nemotécnicos, por ejemplo, mi calle es Kaciceva (con diéresis y acentos en las dos ces, para que no falte de nada). Yo le he puesto "casi-se-va", pero luego no recordaba si era "ya-se-va", "sí-que-se-va"... En fin. 

27.1.25

Zagreb es una ciudad que se toma demasiado en serio a sí misma. Fue mi primera impresión cuando llegué ayer al mediodía, y no la tomé en cuenta porque había pasado muy poco tiempo para corrobolarla. Dejé las maletas en el alojamiento y me pasé toda la tarde recorriendo las dos partes del centro, es decir, la ciudad alta y la baja. Hoy he ampliado el perímetro y he paseado un poco por barrios normales y corrientes, y también por otros que parecían mucho más residenciales. Seguiré recorriendo las calles de Zagreb todo el día de mañana, y cuando me marche seguirá siendo muy poco el tiempo transcurrido como para que mi opinión tenga validez alguna. 

Pero tengo que decir que Zagreb me parece, desde el momento en que me bajé del tren, una ciudad de arquitectura extraordinaria que tiene muchas bellezas que mostrar, pero que también está muy deteriorada y bastante sucia. Mucha gente que me voy cruzando por la calle tiene una expresión severa y va mal vestida (no me refiero al mal gusto, sino a la poca calidad de las prendas) y he visto muchos ancianos rebuscando en los contenedores de basura con ayuda de un palo extensible. Las fachadas están muy ennegrecidas y desconchadas (cuando están remozadas y pintadas son una preciosidad). Las instalaciones de los edificios en los que entro, y otras que se ven desde la calle, están obsoletas y adolecen de falta de mantenimiento. Los comercios y restaurantes están bastante vacíos, no así los cafés. Algunas personas mayores con las que me cruzo me miran con hostilidad (mi aspecto va proclamando que soy una turista) y en general la actitud de los dependientes es correcta, pero carente de cordialidad. Las normas de tráfico, y de cortesía en general, a veces no se respetan. La sensación que percibo es que aquí se está pasando una mala racha desde hace mucho tiempo, y que se necesitan fondos y también alegría de vivir. Es muy difícil gozar de la vida cuando no nos va bien, pero en muchos lugares se utiliza el sentido del humor como un recurso más para salir adelante. No observo ni rastro de eso por aquí. Pero como he dicho al principio, qué sabré yo al respecto. Creo que sé pulsar el ambiente de las calles, pero también puedo llevarme una impresión equivocada. 

Según parece, la costa de Croacia tiene un talante más mediterráneo y desenfadado, sobre todo en las zonas turísticas, y el interior es más parco en sus manifestaciones. Será eso.

Notas: 

- En el año 2020, Zagreb fue castigada por un terremoto con sus correspondientes réplicas, en plena pandemia. Por si fuera poco, meses después descargó una tormenta desproporcionada que provocó inundaciones gravísimas, y a finales de año hubo otro terremoto. El país está atravesando una crisis económica y política que ralentizan la recuperación de tales catástrofes, cuyos daños son aún muy visibles en la capital. Y luego están las consecuencias de la guerra, que aquí fue muy cruenta. 

Leo que los croatas se consideran el último territorio de Europa occidental antes de entrar en los países del Este, y que no les gusta que les identifiquen como pertenecientes a los Balcanes.  Sus duras disputas territoriales y étnicas tras la guerra con sus vecinos han dejado unas cicatrices que no han cerrado del todo. Y las malas perspectivas económicas han alentado aún más un repunte del nacionalismo excluyente. La mayoría de la población es católica, con una minoría ortodoxa. Los valores que predominan son los tradicionales.

- En la frontera, bajo del tren esloveno para cambiar, un poco más adelante en el mismo andén, al tren croata que nos está esperando para proseguir su marcha. Aúpo como puedo a Doña Resilia por el hueco de una puerta muy estrecha, y entro en un coche-cama que me transporta a mi infancia. Es un vetusto vagón de hace varias décadas, y la mugre también parece de la época. El olor que desprenden los retretes es tremendo. Arrastro a Doña Resilia por el estrecho pasillo, bajo la mirada de los pasajeros, que están aburridos y necesitan evadirse tras una noche de traqueteo. Pero los vagones sucesivos son más de lo mismo, y encima están unidos por una pasarela a la antigua donde veo correr las vías bajo mis pies. 

Intento entrar en un compartimento vacío, pero tiene la llave echada. Escojo uno que tiene un solo ocupante, porque la Resilia es mucha Resilia: pesa demasiado para alzarla en volandas, y abulta tanto que ocupa una plaza para ella sola. Saludo, y el chico que esta dentro ni responde ni me mira. La puerta corredera se cierra, y quedo atrapada dentro, respirando un aroma que calificaré como poco grato, y mejor no entro en detalles. En sólo media hora (menos mal) llegamos a Zagreb, y veo que la estación parece una prolongación, en lo añejo de las instalaciones y en la falta de higiene, del tren del que me acabo de bajar (hay estacionados otros trenes modernos estupendos, pero me ha tocado la reliquia). Cuando salgo a la enorme plaza monumental frente a la estación y puedo contemplarla desde lejos, veo que es un edificio espléndido, muy bonito. Qué lástima, pienso. Aún no sé que voy a decir lo mismo muchas otras veces en Zagreb.

- Continuaré cuando tenga oportunidad.

25.1.25

Mañana cojo un tren mañanero hacia Zagreb, y doy por terminada mi aventura eslovena. De modo que hoy he querido aprovechar un día sin lluvias para dar un último paseo por la preciosa Ljubljana, y luego me he acercado hasta Novo Mesto, patria chica de la señora con más estómago del planeta. 

(Un poco de comadreo. Cada vez que veo una foto suya pienso: Hay que tener estómago! Y Melanija Knavs, que vio la luz por primera vez en Novo Mesto en 1970, lo debe tener de PVC por lo menos. Porque luego vio no sólo la luz, sino también el cielo abierto, cuando ya era modelo internacional y conoció en Nueva York a quien le cambiaría solamente su apellido, que su destino ya se había encargado ella solita de cambiarlo. Pasará a la historia como Melania Trump, y no la envidio en absoluto).

But I digress, me voy por las ramas. Las anotaciones del día las escribo mientras espero el tren de vuelta en Novo Mesto.

Notas:

- Este sábado por la mañana Ljubljana ha estado muy animado porque es día de mercadillo, porque hay bastantes niños que no tienen clase y hay que pasearlos, y porque se ha renovado la población flotante de turistas de cara al fin de semana. He dado un largo paseo por los sitios que más me gustan de esta hermosa ciudad que las cortas distancias y el terreno llano hacen tan asequible. 

- He descubierto algún nuevo rincón que hasta ahora me había pasado desapercibido, como un canal que conduce a un barrio residencial muy agradable donde hay muchos huertos urbanos. Y también, en la ciudad medieval, una callejuela que se llama del Herrero (su nombre original me resulta imposible de reproducir aquí). Es muy corta, comienza en la calle principal del barrio y desemboca en el río. Tiene en el suelo unas esculturas curiosísimas, muy intrigantes, del escultor surrealista local Jakov Brdar. Son cientos de pequeñas caras con todas las expresiones posibles, que parecen resbalar, llevadas por una corriente invisible, para desembocar en el río. Las esculturas de este artista también adornan toda la margen derecha del río, en la orilla de enfrente. Me parecen muy buenas y les encuentro mucho mérito, pero no puedo decir que me gusten para el lugar donde las han colocado, porque son bastante angustiosas, como de seres que se están derritiendo y se resisten inútilmente a desintegrarse. Creo que aportan un poco de desagrado a un paseo tan bello y tan grato. Pero para gustos...

- Novo Mesto está situada sobre un meandro del río Krka, que la abraza casi por completo, lo que le da un bello aspecto de ciudad medieval. Es la ciudad más importante de la región de Baja Carniola, y está equidistante entre Ljubljana y Zagreb. Todo el entorno es plenamente rural: desde el tren que me lleva hasta aquí he visto llanuras cultivadas alternándose con colinas muy verdes y bosques espesos. Hemos hecho muchas paradas en los apeaderos de aldeas encantadoras y que son dignas de figurar en la ilustración de portada de un libro de cuentos. He visto garzas, cervatillos, caballos, ovejas y vacas. El sol se digna salir a ratos y entonces parece como si hubieran encendido los focos de un teatro, para volverlos a apagar tras una nube al cambiar de escena. 

El propio Novo Mesto también resulta, al menos en su casco histórico, más pueblo grande que ciudad, con una atmósfera agrícola de pasado campesino. De ese pasado queda la producción de vino, pero su presente incluye una gran fábrica de automóviles, filial de la Renault, que es la más grande del país y que también surte a otros países de la zona. Estos días he visto muchísimo trailers y trenes transportando coches. Hay un par iglesias muy bonitas, en especial la de los franciscanos, y una plaza donde resalta un ayuntamiento con pequeños torreones coronados por cúpulas de cebolla. Pero a pesar de ser fin de semana, las calles de la ciudad antigua están casi completamente vacías. No me extraña que la joven Melania se aburriera y quisiera salir de aquí si lo suyo no era pasear arriba y abajo por la ribera del río, como he visto hoy hacer a sus paisanos.

Anecdotario:

- Ya desde el tren: el centro de Novo Mesto no tiene más que un humilde apeadero muy básico, pobremente iluminado, en la ribera del río. De modo que prefiero esperar mi tren de vuelta en una estación de las afueras, que resulta algo apartada pero al menos tiene personal al cargo, un porche techado y unos pocos bancos. Y focos bastante más potentes.  

Me toca esperar más de una hora, y me siento a escribir, cuando uno de los ferroviarios sale del despacho a fumar y me ve. Le pregunto cuál de los andenes es el del sentido a Ljubljana, porque no hay ninguna pantalla ni tampoco megafonía en inglés. Me lo indica, y charlamos. Está a punto de terminar su jornada y claramente ya se siente de fin de semana, porque lo primero que me dice es que se marcha al cine a Zagreb a ver una película, el biopic de Bob Dylan que estrenan hoy. Le señalo el multicines cuyo letrero luminoso se ve a lo lejos. No la ponen ahí? No. Y en Ljubljana? Sí, pero es que el cine de Zagreb es nuevo, con pantallas mucho más grandes. Me informa de que está a 63 kms de distancia y me deja asombrada. Debes de ser un gran fan de Dylan para ir tan lejos... No, responde, pero me gusta mucho el cine. Es de Novo Mesto, y me describe con orgullo los lugares más bellos de los alrededores que no debo perderme en futuras visitas. También me cuenta que este lugar tiene su importancia como nudo de comunicaciones, con nada menos de seis estaciones, cuatro de viajeros y dos de mercancías. Le digo que su país me parece muy bello. Cuando le alabo lo limpio que está todo aquí, incluidos los ríos, repone: Cuando mis hijos eran pequeños se les podía lavar con agua del río, tan sana era. Y estaría todo más limpio si no tuviéramos gitanos. Parece un hombre afable, pero la coletilla ha surgido de la nada.

En estas llega el tren y nos despedimos. Espero que le guste la película y que le compense tan largo viaje. Lamento decir que nunca he conseguido interesarme por la música de Bob Dylan. Otros cantantes folkies de su generación sí me gustan mucho, pero su voz y su pose me tiran para atrás, no lo puedo remediar. Además opino que es una de esas personas que son antipáticas porque sí, porque les da la gana, y todo el mundo se lo perdona porque se le considera un monstruo sagrado. En fin. 

Apunto ahora alguna cosilla que se me ha quedado en el tintero estos días pasados:

- He renunciado a visitar la famosa cueva de Postojna por falta de tiempo, pero también porque no me apetecía nada verme metida dentro de una cueva. No pretendo completar los itinerarios turísticos, sino que me muevo por intereses y apetencias personales.

- En Ljubljana hay una gran iglesia ortodoxa cuyo interior es muy hermoso. Entré el domingo pasado sin saber que estaba abierta para el culto, y pude observar como los fieles hacían cola para besar los diferentes iconos, y como luego se metían en un cuartito contiguo a la entrada, donde encendían velas que colocaban en anchos estantes metalicos, y permanecían orando allí dentro unos instantes. Por cierto que me pareció una práctica bastante peligrosa, porque era un cuarto muy estrecho y había muchas personas allí metidas... a lo mejor no tienen otro espacio, pero quizá podrían hacer cola fuera y guardar su turno para no amontonarse dentro y evitar así prenderse la ropa. 

- La estación de Ljubljana aúna los viajeros del tren y los de los autobuses interurbanos. Como sucede con las grandes estaciones, a su alrededor se mueve un desfile continuo de tipos humanos, pero algunos están fijos allí, y esos son los más interesantes de observar. 

Hay un señor que ha montado una liguilla de ajedrez junto a una parada de taxis, poniendo el tablero sobre una mesa cubierta con una gran sombrilla. Cada vez que paso, le veo compitiendo contra alguien y rodeados por un coro de curiosos. No sé si se apuesta dinero, o solamente la honrilla.

Hay gitanos de ojos claros y cabello rubio que te piden una y otra vez aunque les hayas dejado claro que no les vas a dar. Aparte de ellos, en Ljubljana he visto poquísimos mendigos y personas sin hogar, solamente un hombre que dormitaba en el suelo de la estación y algunos músicos ambulantes con aspecto de estar pasando por un mal momento. Supongo que las autoridades les quitan de la vista de los turistas y no les tienen permitida la entrada al casco histórico, porque debe de haber bastantes personas en situación de calle y en riesgo de exclusión social, como en cualquier otro lugar del mundo. 

Sin ir más lejos, en el hostal donde me alojo duerme, en las literas del piso bajo donde el baño es compartido, un músico ambulante al que he visto tocar la trompeta en una plaza. También he visto una familia con niños en esas literas, aunque ya se han marchado. Puede que se trate de un alojamiento que los servicios sociales les han procurado. Las habitaciones de arriba, entre ellas la mía, tienen todas baño propio y creo que la mayoría de los que pernoctamos somos viajeros de paso. Todo el mundo es muy educado y no se oye una voz más alta que otra. El hostal es algo básico, pero lo limpian a diario y está muy céntrico, yo no tengo queja.   

Para finalizar: esta semana transcurrida en Eslovenia he cogido el tren todos los días para explorar el país. Cuando ha hecho mal tiempo y hemos atravesado paisajes medio escondidos tras la niebla, bajo la luz azulada del invierno, por momentos mi imaginación (a lo Walter Mitty) me ha hecho sentir como la protagonista de tantas películas de época en las que un tren cruza Centroeuropa en tiempos oscuros, o sea, durante la mayor parte del siglo XX. De tantas como existen, mi preferida es Julia, de Fred Zinnemann, que adapta una historia de Lillian Hellman. En ella Jane Fonda acude en tren a la Alemania nazi para auxiliar a su amiga Vanessa Redgrave, portando una funda de sombrero donde oculta una suma de dinero para financiar a la resistencia. Cuando la vi por primera vez yo debía de tener unos diez años, y recuerdo haber temblado de miedo más que la Fonda de la ficción ante la posibilidad de que la descubrieran y la llevaran detenida. Pero en el siglo XXI, con cincuenta y cinco años, más que miedo, en el tren lo que tengo es o bien sueño o bien ganas de orinar. Y lo que porto es una maleta y una bolsa de viaje que son un estorbo porque abultan, pero no son un riesgo porque no contienen nada que no se pueda declarar. Tampoco hay posibilidad de que me lleven detenida porque llevo mis billetes de Interrail al día. Qué prosaica es la realidad, y menos mal!

Eslovenia me ha parecido un país bellísimo que he tenido la suerte de poder explorar en su estado natural, porque aunque es un destino popular aún no está masificado, y menos en pleno invierno. Me deja un muy grato recuerdo y además me llevo la mejor impresión de sus gentes. Hasta más ver!


24.1.25

Me he estado reservando para visitar Piran, a la espera de que mejorara el tiempo en el golfo que lleva su nombre. Así que en el primer día sin lluvias de la semana, he sacado billetes de autobús para hacer el trayecto de dos horas hasta allí. Esta vez no he recurrido al tren porque en las mismas dos horas sólo me acercaba hasta el centro de Koren, y desde allí tenía que llegar a las afueras, donde está la estación de autobús, para completar la media hora restante hasta Piran. De este modo he ganado media hora y he ido más despreocupada. Además, me gusta viajar en autobús de vez en cuando porque va atravesando las poblaciones y recogiendo gente en cada casco urbano, con paradas frecuentes. Es un tipo de viaje que permite observar las cosas sobre el terreno, porque los que bajan y suben dan una idea bastante aproximada de cómo es la población tipo de cada lugar, de su aspecto y su comportamiento se pueden sacar algunas conclusiones de su día a día. Creo que la gente que no coge nunca el autobús se pierde una gran oportunidad de conocer a sus conciudadanos. 

El autobús de línea, una vez alcanzada la costa adriática, pasa por una serie de pueblos para veraneantes que me recuerdan, no sé por qué, a Estoril. El más bonito es Izola, un Piran en pequeñito rodeado de encantadoras villas y colinas muy verdes con olivos y naranjos, porque por algo estamos cerca de la frontera italiana.

Desde que llegué, todo el mundo me recomienda que no deje de ir a Piran. Confieso que casi no conocía este país antes de venir, y desde luego jamás había oído hablar de esta ciudad. Pero al consultar datos me pareció que prometía, y desde luego no sólo no me ha defraudado sino que vuelvo entusiasmada. Es uno de esos sitios mágicos donde no sobra ni falta nada porque todo es bello y armonioso. 

Parte de esa belleza proviene de que Piran es una pequeña Venecia situada, como un espejo en miniatura, frente a la auténtica y fetén. Leo que en la Edad Media los habitantes de Istria, buscando librarse de sus señores feudales, pidieron ayuda a la República de Venecia, y así comenzó la influencia veneciana que convirtió a esta antigua colonia romana en un duplicado de la Serenísima. Por eso está ciudad no tiene nada que ver con las del interior de Eslovenia. 

Todo en la península que ocupa Piran me gusta: 

• Que se habla italiano y vuelvo a entender a la gente. 

• El faro (si me convirtiera en farera en una siguiente reencarnación, sin duda pediría trabajar en este faro sobre el Adriático).

• La plaza Tartini, donde hay edificios preciosos de distintos estilos y una estatua dedicada a la gloria local Giuseppe Tartini, famoso violinista del siglo XIII del que nunca hasta hoy había oído hablar. Hay en esta plaza un edificio precioso del gótico veneciano.

• El campanile de la iglesia de San Giorgio asomándose sobre los tejados. 

El pequeño puerto. Hay una foto antigua donde de ve que lo que hoy día es la plaza Tartini era también puerto, así que sus casas se reflejaban en el agua. Un puente de piedra unía el puerto de la plaza con el puerto fuera de ella, como si de un canal se tratara, incrementando la sensación de espejismo veneciano. 

• La Plaza del Primero de Mayo. No sólo es preciosa, sino que es un ejemplo de cómo la escasez aviva el ingenio. Parece que tras una época de sequía, construyeron bajo esta plaza un depósito de agua de lluvia, del que en superficie se ven dos pozos. Como en siglos pasados todo era más decorativo que funcional, hay varias estatuas de piedra muy bonitas que cumplen cometidos distintos. Dos deidades que representan la Justicia y la Ley vela por el buen reparto de agua acumulada a ambos lados de la escalinata que da acceso a lid pozos. Y dos querubines en la parte posterior sujetan unos cántaros huecos: las tuberías exteriores de las casas colindantes, que recogen agua del tejado cuando llueve, pasan a través del hueco de esos cántaros, para desaguar dentro del depósito. Los ciudadanos podían recoger agua manipulando una fuente con tirador que hay en una esquina. 

• La subida a la muralla, o la subida a la catedral de San Giorgio, ofrecen una perspectiva magnífica de la pequeña península donde se adie ta Piran. Ya sólo por eso merece la pena arriesgarse a desandar lo andado luego bajando por escalones de piedra irregulares y resbalosos.

Me permito el lujo de saborear cada calle y subir y bajar cada cuesta con calma y sin prisas, ya que al ser temporada baja la frecuencia del transporte público es mucho menor, y tenfo que pasar cinco horas en Piran. Hago parte de un sendero que bordea el acantilado,  donde me cruzo con muchos vecinos que cortan camino por aquí para ir al pueblo de al lado. Mientras se pone el sol espero el autobús de vuelta junto al muelle, viendo las evoluciones de un velero que costea dando vueltas (creo que no tiene ninguna gana de volver a casa a cenar). Todo el camino de vuelta es de noche. Me gustaría no tener que ir por la carretera sin luz diurna pero en el fondo no me importa, Piran lo merece. 



23.1.25

Hoy he estado en Celje, en la región de Estiria. Su casco histórico es justo la ciudad de cuento que se espera encontrar por estos parajes, con un parque junto al río (el Savinja), un puñado de iglesias con espigados campanarios, calles encantadoras con edificios de color pastel, plazas renacentistas, una columna de la peste, torres de la antigua muralla, un castillo en lo alto de un promontorio, elegantes establecimientos finiseculares, muchas bicicletas, ambiente tranquilo y reposado... y un pasado sangriento.

Celje, como cualquier lugar del mundo, tuvo sus invasiones y sus cambios de régimen hasta que el siglo XV los condes que lo regentaban murieron sin descendencia, y la villa la heredaron los Habsburgo. Desde entonces hubo aquí una comunidad de habla alemana que, por avatares de la historia, a veces gobernaba y a veces no, porque era desbancada del poder. Tras las guerras napoleónicas Celje formó parte del Imperio Austrohúngaro. 

Y llegamos a principios del siglo XX, cuando algo más de la mitad de ciudadanos eran germano hablantes y se consideraban más austríacos que eslovenos. El fuerte sentimiento nacionalista germano en Celje sufrió un duro golpe cuando, tras la derrota del eje en la Primera Guerra Mundial, el Imperio Austrohúngaro desapareció de un plumazo. La ciudad quedó integrada en lo que luego se llamaría Yugoslavia, y los germanos perdieron buena parte de sus privilegios. Con la invasión nazi  los recuperaron por un tiempo, pero la posterior derrota alemana les convirtió en proscritos en su propia ciudad, y los que no consiguieron huir con las tropas de Hitler cuando estas estaban en retirada, fueron expulsados poco más tarde. Los que se quedaron tuvieron que resignarse a vivir una vida apartada en pleno campo, sin hacerse notar demasiado.

No tengo ni idea de cómo sobrellevan este tema las generaciones posteriores, sobre todo las que han crecido bajo el paraguas de la UE. He leído que hay algunas asociaciones culturales en lengua alemana que buscan, con mucha cautela, preservar sus tradiciones. Y tanto en el folklore como en la gastronomía como en el arte, es evidente la influencia germánica en este pequeño y joven país treintañero. Pero el grueso de la población la componen los eslavos del sur, que son los eslovenos, enfrentados a su vez a otros eslavos del sur vecinos suyos en las repúblicas próximas, que Tito consiguió unificar durante unas pocas décadas, pero con mano de hierro. Al morir él y y al desintegrarse el bloque comunista, la bomba yugoslava terminó estallando. En este territorio marcado por una convivencia siempre inestable, todos los bandos de todas las contiendas, de cualquier etnia y religión, han terminado sufriendo deportaciones, encarcelaciones, fusilamientos, hostigamiento, limpieza étnica, censura, falta de libertades, denegación de derechos fundamentales. La gente joven quiere mirar al futuro, pero los políticos remueven los fantasmas del pasado. Algunos lugares son cruce de caminos y también de sentimientos encontrados. 

Notas:

- Nada más bajarte del tren en Celje ya se puede percibir la huella de la antigua rivalidad entre germanos y eslovenos. Justo frente a la estación está el antiguo centro cultural germano, una espectacular fantasía modernista que recuerda a un castillo de princesa de Walt Disney, sólo que con buen gusto. El arquitecto era vienés. Esta enorme mole es toda una declaración de intenciones, porque se construyó como Deutsches Haus para hacerle la competencia a otra enorme mole muy elegante unas plazas más allá, que unas décadas antes se habían construido los eslovenos para que les sirviera como Narodni Don o Consistorio Nacional. Estos dos edificios tuvieron una función similar en la misma ciudad, pero para dos comunidades distintas que terminaron enfrentadas. 

- Camino sin apartar los ojos del centro germano, y casi choco con una estatua que hay al lado. De espaldas parece Mary Poppins, una mujer con sombrero y abrigo que sujeta una maleta. Pero veo en la inscripción que se trata de Alma Karlin. Como sucede a veces en Eslovenia no hay más explicaciones, y en vez de pasar de largo la curiosidad me lleva a buscar información. Cómo me alegro de haberlo hecho, porque he descubierto una personalidad fascinante: nació en Celje, y fue la primera (segunda, según algunos) mujer que dió la vuelta al mundo viajando sola, en 1919 !! 

Alma Karlin formaba parte de la comunidad germana de Celje, y nació con una parálisis que le cerraba un ojo, por lo que sufrió muchas burlas desde la infancia. Pero debía de tener una inteligencia y una fortaleza de carácter excepcionales porque se marchó sola a Londres, donde estudió una lista larguísima de idiomas mientras trabajaba. De Inglaterra tuvo que marcharse a los países escandinavos al estallar la Primera Guerra Mundial, porque por ser germana era persona non grata para los ingleses. Se preparó a conciencia en diversos campos como la historia, las ciencias naturales, la zoología y la botánica. Con este bagaje y con lo que había ganado montando una academia de idiomas al volver a Celje, se lanzó a viajar durante nueve años, en los que recorrió América del Norte y del Sur, el Lejano Oriente, las islas del Pacífico, Australia, Nueva Zelanda y el Sudeste Asiático. Se fue financiando durante el viaje publicando reportajes sobre sus andanzas para diversas publicaciones de la prensa alemana, que luego convirtió en libros. En sus recorridos reunió una colección de objetos que iba enviando por correo a casa y que están en un museo etnográfico. 

Volvió para cuidar de su madre enferma, y ya no viajó nunca más por iniciativa propia, sino porque la deportaron brevemente durante la Segunda Guerra Mundial. Pero una amiga/alma gemela/amor platónico, una pintora alemana llamada Thea Schreiber consiguió salvarla, y ambas vivieron el resto de sus vidas desterradas de Celje, en una humilde casita en una aldea de Estiria hasta la muerte de Alma, desgastada por tantos avatares. Hay fotos de las dos, con caras largas y unos peinados feísimos que les sientan fatal, pero en amor y buena compañía. Qué bonita historia de coraje y superación.   

- También hay en Celje un antiguo taller fotográfico que ocupa una especie de invernadero enorme de cristal en el interior de una manzana. El taller se llama Pelikan, apellido del fotógrafo titular que retrató todos los aspectos de la ciudad, tanto las calles como a sus habitantes, durante sesenta años. Sus fotografías se exhiben en el Museo de Historia Reciente, que no pude visitar porque tenía que coger el tren de vuelta, pero algunas de ellas están expuestas en la calle y son curiosísimas. Este señor era el auténtico cronista de la villa, sin duda.  

- Subo a la colina donde, en la orilla opuesta del río, se asienta la abadía de los capuchinos. Los nobles de Celje se convirtieron al protestantismo con Lutero, pero volvieron a ser católicos con la Contrarreforma, y hay muchas iglesias preciosas de esa época. Esta ofrece una vista de la ciudad desde lo alto, y se accede por una larga escalera protegida de las inclemencias por un tejado a dos aguas. Mientras estoy arriba dan las doce y todos los campanarios de la ciudad tocan el Ángelus a mis pies. Parece que he viajado en el tiempo, y no me extrañaría encontrarme en el prado próximo a los campesinos que retrató Van Gogh, interrumpiendo su labor para orar con las cabezas bajas. 

Anecdotario:

- Como en un dejà vu, me subo al mismo tren que el día anterior porque Celje está a medio camino entre Ljubjana y Maribor. Y a la misma hora, ocurre lo mismo que ayer: mi vagón se llena con un grupo, esta vez integrado sólo por mujeres algo mayores que yo. Y nada más instalarse en los asientos, una de ellas saca a pasear una botella de la bebida que huele tan bien y que ahora ya sé a lo que sabe y los efectos que tiene. Todas se toman su primer chupito del día, y no han dado las nueve todavía. Pero aunque me miran con disimulada curiosidad, esta vez nadie me ofrece nada, y yo se lo agradezco. La impresión que me dan los eslovenos en general es que son retraídos, pero si te diriges a ellos son muy amables, y siempre te devuelven la sonrisa. Este grupo de señoras deben ser excursionistas, por la ropa, el calzado y las mochilas que llevan. Algunas se quedan dormidas, o quizá anestesiadas, y otras charlan sin cesar. Ambientillo de carajillo, variante eslava.  

 

Esta noche he conseguido dormir ocho horas. Mi cerebro no está acostumbrado a estos lujos, y los efectos ya se hacen notar: estoy totalmente desorientada, como una paloma borracha. Me espera un día lleno de desafíos: ya he reservado los billetes de tren en sentido contrario dos veces seguidas, me he dejado el cargador en el hostal (siempre recargo dentro del vagón) y me he perdido camino de la estación. Un trayecto recto de diez minutos que hago todas las mañanas, mezclada entre los estudiantes que se apresuran para no llegar tarde a sus primeras clases y los trabajadores de todo tipo que no tienen tanta prisa, porque van a su rutinario puesto de trabajo. 

Hoy, cuando las previsiones de lluvia se han cumplido y cae un calabobos (más bien un cala-tontorroncillos), mi destino es Celje, ciudad interesante por su pasado vinculado a una numerosa y controvertida comunidad alemana. Mañana prometen un día con nubes y claros, y tengo programado acercarme en tren a Koper, para desde allí llegar en autobús al famoso enclave costero de Pirán. Salvo en mi primer día, cuando sufrí retrasos, la verdad es que los trenes y autobuses están funcionando bien y las combinaciones no me fallan.

Ayer estuve en Maribor, la segunda ciudad en importancia de Eslovenia. Desgraciadamente allí me esperaban espesos bancos de niebla que invadieron las calles a las tres horas de llegar, y me tuve que marchar sin subir a su famoso montículo de Piramida, desde donde se ve toda la ciudad y sus antiquísimos viñedos (hay una viña de 400 años que aún sigue dando vino.... menudo colocón). Pero el trayecto mereció la pena porque las vías siguen el cauce de un río (creo que el Drava) entre montañas, y de fondo se ven los Alpes Julianos. Muchas granjas y bellos pueblecitos, con alguna que otra fábrica con enormes torres cilíndricas que no sé qué producen, pero que desde luego rompen el hechizo pastoril. 

Maribor en sí es un lugar que contiene más dosis de realidad que Ljubljana, en el sentido de que no es tan requetebonitay tiene sus rincones descuidadillos, lo que le aporta sin duda mayor personalidad. Me da tiempo a explorar la ciudad antes de que la niebla me sabotee. Tiene un castillo medieval y una gran plaza renacentista bastante impresionante con una columna de la peste, tan característica de Centroeuropa. 

Su río se llama Drava, y está rodeada de viñedos. Antiguamente por este río se deslizaban los troncos talados de los pinos para trasladarlos corriente abajo, y así se transportaba la madera de una ciudad a otra. Los gancheros que se dedicaban a este oficio, ya desaparecido, están magistralmente retratados por José Luis Sampedro en su libro El río que nos lleva, y lo que hacían en el Tajo era lo mismo que aquí en el Davra, solo qué aquí la industria maderera, con tantos bosques, era tan potente que terminaron construyendo al efecto grandes balsas llamadas sajka. En Maribor se conserva un enclave en la orilla que les servía de puerto, junto a una torre medieval cilíndrica llamada Torre de la Justicia (no he conseguido averiguar el motivo). 

Desde lo alto de un montículo, junto a las ruinas de su castillo, en un punto llamado Piramida, hay unas vistas de toda la ciudad. Me proponía subir, pero la espesa niebla me ahorró el esfuerzo. 

Anecdotario:

- El tren de ida hacia Maribor sale muy temprano, y mi vagón lo llena en seguida un grupo muy numeroso de personas de todas las edades, que charlan en voz alta y hasta se echan unas risas digamos que poco discretas, cosa rara aquí por lo que venido observando estos días. Por la vestimenta no me parecen excursionistas, y como no entiendo una palabra de sus conversaciones empiezo a elucubrar: Será un grupo de un centro cultural, o de una asociación vecinal, incluso de una parroquia? Irán a alguna peregrinación, o se dirigen a una conferencia? Han acumulado las maletas en los asientos contiguos al mío. Las señoras se han agrupado al fondo del vagón y sus voces se hacen notar. La mayoría de hombres están a mi alrededor, en grupitos, dándose bromas amistosas que celebran con grandes risotadas. Es un comportamiento tan espontáneo que transmite optimismo, y me sorprendo sonriendo como una tonta. 

Al poco, empiezan a abrir una lata de lager detrás de otra. Miro el reloj: son sólo las 8:50 de la mañana! Pero beben algo más, porque un aroma delicioso, como de sidra reconcentrada, invade todo el vagón. Me dedico a mirar por la ventana hasta que uno de ellos, botella etiquetada en mano, me ofrece un chupito del bebedizo en cuestión. Muy educada y muy digna se lo rechazo en plan thanks but no, thanks. Le digo que ya he desayunado. Por eso, repone, esto es para digerir el desayuno, se llama *** (imposible recordar el nombre). Es un Schnapps? pregunto. Algo así pero no alemán sino esloveno, me insiste, sirviendo un culín en un vasito de plástico. Cedo para no parecer antipática, y se me sienta al lado junto con otro compañero. Un sorbito después, aprendo dos cosas: Una, que sus estómagos son más fuertes que el mío porque esto es prácticamente alcohol de quemar. Dos, que son muy simpáticos y parecen muy sanotes. No sé si lo seguirán pareciendo a las cinco de la tarde, chupito a chupito y cerveza a cerveza. A la noche no creo que lleguen conscientes. 

Charlamos. Son una peña que sigue a un equipo de balonmano, y se dirigen a una ciudad que no recuerdo cual es para pasar allí dos días, el previo al partido y el decisivo, porque si ganan se llevan la copa del campeonato de no sé qué cosa que les hace mucha ilusión. Les digo que estoy segura de que van a ganar, porque con ese entusiasmo contagioso el público ayuda a marcar goles. Me preguntan de dónde soy. Uno de ellos conoce Mallorca porque pasó allí su luna de miel hace veinticinco años. El otro me dice que le encantaría viajar a Madrid, pero que le da mucho miedo el avión. Le aconsejo que antes del vuelo tome un tranquilizante... o unas copas de la bebida que tiene en la mano. Ya he probado todas las combinaciones, responde muy sincero, pero nada funciona. Estamos en plena celebración de la amistad cuando llega la parada en la que me tengo que bajar para hacer transbordo. Menos mal, porque con el trasiego que le dan a la botella hubiera terminado con el mismo nivel de optimismo que ellos... 

Notas:

- En los campos eslovenos abundan unos aparejos de madera, consistentes en unas vallas (similares a las espalderas de un gimnasio) protegidas por un tejadillo a dos aguas. He consultado a Miss Google, y resulta que antes se utilizaban para secar la paja al aire sin que se mojara, pero ya están en desuso porque ahora se almacena en balas envueltas en un plástico especial.

- También averiguo gracias a Miss Google lo que son unas cabañas de madera que contienen muchos cajones de distintos colores. Parece que son colmenas. Los apicultores eslovenos manipulan los panales desde dentro de la cabaña. Las abejas entran en los cajones solamente desde el exterior. La tradición de decorar los panales de miel con colores y con dibujos parece que es muy antigua. La miel eslovena se vende como una auténtica exquisitez. 

- Al volver a Ljubljana, cruzo el puente de los dragones para ir al supermercado que tengo en la orilla de enfrente. Es un Spar, mucho más sofisticado que los que la cadena tiene en España. Lo atribuyo a que en la zona hay varias embajadas, en concreto la de Países Bajos está en el mismo edificio. Pero luego me doy cuenta de que en otras ciudades eslovenas que visito, los Spar son iguales a este. Tienen comida preparada para llevar, lo que me soluciona la cena porque en el hostal no tengo cocina, sólo una tea station y un mini frigo. Menciono el supermercado porque cuando debo comprar cualquier artículo envasado, me veo obligada a hacerle fotos a la etiqueta para que Miss Google Translate pueda traducirme cuál es su contenido a través de la imagen. En este país el etiquetado es monolingüe. Así que en esta tienda en concreto, que visito todas las tardes, ya lo he fotografiado casi todo, porque no puedo arriesgarme a comprar un detergente de la ropa que en realidad sea un antical del lavavajillas. Algunos empleados me miran, pero no me dicen nada. Estos guiris... deben pensar (en esloveno, claro). 

- Como curiosidad, anoto que aquí se venden "churrosi" y "chorizo bagueta". Hay restaurantes vegetarianos y de cocina internacional. Las especialidades locales no me atrevo a probarlas porque aunque tienen muy buena pinta, temo que le sienten mal a mi colon, que es muy irritable. Abundan el gulash y los estofados, también las salchichas, los purés y los platos con varias legumbres combinadas. Todo muy contundente. Paradójicamente tras tanto quejarme de la masa en Italia, lo que encuentro más llevadero aquí son los hojaldrados de masa fina, pero no sé si son típicos o no. Afortunadamente hay mucha variedad para escoger y siempre se puede optar por un plato ligero tipo ensalada.

- Aprovechando que no llueve, doy una vuelta por Ljubljana cuando ya ha oscurecido por completo (aunque sean sólo las ocho de la tarde, parecen altas horas de la noche). Pretendo ver la ciudad iluminada y de paso pulsar el ambiente estudiantil. Es un miércoles, pero ya se sabe que cuando eres estudiante también sales entre semana porque para eso eres joven y tu cuerpo lo aguanta. El resultado de mi experimento: la ciudad luce de noche tan bella o más que de día. Y los estudiantes efectivamente están por ahí, algunos paseando y otros dentro de los bares, con unos pocos sentados en las terrazas semi vacías, arrimados a una estufa (por lo visto aquí no están prohibidas) y con una manta sobre las rodillas. Pero al poco rato todos van desapareciendo, y como por encanto a las nueve la ciudad se ha vaciado casi por completo. Tengo que repetir el experimento el viernes.  

- La pista de patinaje sobre hielo funciona también de noche, sin niños pero con chavales practicando ese deporte tan limpito llamado curling. Se lían a barrer como si no hubiera un mañana frente a un aparato con un asa, para que al deslizarlo el frotamiento contra el hielo ofrezca la menor resistencia posible y llegue lo más lejos que se pueda. Todo ello a los sones de la música folklórica local, que suena como la música tirolesa pero algo más acelerada. Pienso en pasatiempos como el trainspotting o el avistamiento de aves, montar la Torre Eiffel con palillos, llevarse un detector de metales a un parque o a la playa. Cada cual se entretiene como puede, pero algunos hacen un esfuerzo extra. 


21.1.25

He decidido alojarme durante siete días en Ljubljana, y desplazarme desde aquí a otros puntos de interés de Eslovenia, porque las líneas férreas están bastante centralizadas y porque de este modo me resulta más cómodo y barato. Este país es tan pequeño que un trayecto de dos horas y media es lo máximo que se tarda en llegar al destino más lejano, con lo cual madrugando un poco se puede volver a pernoctar a la capital sin mayor problema (salvo retrasos). 

Una vez llego a mi hostal, compruebo con arrobo que se llama 1830 porque esa fecha figura inscrita en el dintel de piedra de la puerta de entrada principal. Este vetusto edificio de apenas dos plantas tiene un patio posterior con una balconada de madera corrida y un tejado a dos aguas con buhardillas, todo ello combado por el efecto del tiempo y la humedad. Una de esas buhardillas, pero con vistas a la orilla del río y a las torres de la catedral barroca, es mi habitación. Está al lado del puente de los dragones que cruza el río Ljiubljianica (el dragón es el símbolo de la ciudad). Este río, y todos los del país, tiene un llamativo color verde turquesa oscuro muy intenso. Consulto cuál puede ser el motivo, y resulta que se debe a que la piedra caliza de esta región, llamada marga, se disuelve en el agua y les da esa coloración tan especial. 

Anecdotario:

Me instalo en mi habitación, y lo primero que hago, ya que esto no es una película sino la vida real, es levantar la tapa del wáter para orinar. En las películas muy pocos actores hacen pipí ante la cámara... bueno, las chicas Almodóvar sí, pero ellas más bien mean. But I digress. Al levantar la tapa, encuentro en el fondo de la taza, sumergido en el agua y como esperándome para darme la bienvenida... un clavo de grandes dimensiones. De todas las cosas que pueden arrojarse ahí dentro, esta no me la había encontrado hasta ahora, pero siempre hay una primera vez. Antes de hacer nada, bajo a comunicarle mi singular hallazgo a la recepcionista, que no se inmuta, como si en este establecimiento desde 1830 aparecieran clavos en el retrete todas las mañanas. En otro país seguramente habríamos intercambiado algún chascarrillo para quitarle hierro (literal) al asunto, pero aquí la norma general es quedarse impasible, lo que como estrategia me parece una postura inteligente, pero poco estimulante y algo tediosa, la verdad. 

La recepcionista hace una llamada y me asegura que en breve quedará solucionado. Dicho y hecho, porque tardo pocos segundos en subir la escalera y me encuentro a dos chicas dentro de la habitación, una de ellas secándose la mano, la pobre (no usan guantes?). Les doy las gracias, y cierro la puerta. Al poco, empiezo a oír unos gritos en el pasillo. Varias mujeres hablando a la vez en una conversación muy agitada de la que no entiendo una palabra. Una de las mujeres grita cada vez más fuerte. Mi imaginación se pone a trabajar: la recepcionista, o quien sea, está riñendo a las limpiadoras. Pobres chicas, les deben de pagar cuatro duros y encima les echan la culpa de algo que ellas claramente no han provocado. Y si están amenazando con despedir a la que se defiende a grito pelado? Primero me siento culpable por no haberlas buscado a ellas en vez de bajar directamente a recepción. Más tarde, según los gritos van subiendo de volumen, me empieza a entrar aprensión: y si salgo y me enredan en la bronca, o peor aún, se vengan de mí por haberlas denunciado ante su jefa? Me he comprado un tentempié en la estación de Trieste antes de coger el tren que me ha traído hasta aquí, y cobardemente me lo como dentro de la habitación para ganar tiempo...  hasta que, afortunadamente, fuera se oyen unas risas compartidas. Al salir, veo que las chicas de la habitación de al lado han montado una tertulia en el sofá del pasillo. Soy una neurótica sin remedio.

Notas:

- Subo al castillo medieval desde el que se domina casi toda la ciudad. En las dos guerras mundiales se utilizó como prisión, y hay fotos tremendas de los soldados presos y las duras condiciones de su cautiverio, pero también de de sus actividades dentro del recinto, y sorprende verles pintando cuadros, o ensayando obras de teatro, como si estuvieran en un internado escolar. 

- Ljubljana ha sufrido dos grandes terremotos, y por tanto dos grandes reconstrucciones. La primera en la época en que predominaba el barroco. Y a resultas de la segunda, hay un barrio modernista situado frente al original puente triple, en torno a la plaza con un monumento dedicado al escritor romántico Preseren. Muchos de sus maravillosos edificios son obra del arquitecto local Plecnik. Son de estilo secession, la variante austriaca del modernismo, y se construyeron bajo la influencia del imperio austrohúngaro. A lo largo de la calle Miklosic están los más destacados. Me gustan todos, pero hay uno en concreto que me entusiasma, y desvío mi camino para pasar por delante siempre que puedo: el actual Banco Popular de Préstamo, obra de Josif Vancas. Se distingue por sus azulejos azules. Preciosidad.

- Para tratarse de una ciudad tan pequeña, tiene bastantes parques, pero uno de ellos es directamente un bosque sobre un montículo, el parque Tívoli. Qué maravilla de pinedas.

- Frente al Museo Nacional y al coqueto teatro lírico, hay todo un barrio de antiguas mansiones de comerciantes enriquecidos, que hoy día se destinan a sedes de instituciones o a embajadas. La de Estado Unidos está en una casa fantástica que originariamente fue la residencia familiar de un afamado pintor totalmente desconocido para mí, Alfred Wettach, y luce algunos de sus dibujos en la fachada. 

- Por varios puntos de Ljubljana se encuentran referencias al escritor esloveno Iván Cankar, que yo nunca había oído hasta ahora y que parece que se considera el Kafka de aquí. Hay también muchas fotografías de eslovenos ilustres, pero me sonroja decir que no conozco a ninguno de ellos. 

- La universidad de Ljubljana, cuando acaban las clases, esparce sus estudiantes por las calles y con ellos todo cobra vida. También hay muchas parejas jóvenes que pasean perros y niños pequeños, todos bien vestidos y equipados pero discretamente, sin aparentar. Esta es una ciudad que mira al futuro y a la que no le va nada mal en el presente. En mis paseos por las afueras observo que también en las zonas no turísticas todo está bastante pulcro, que hay muchas obras en curso y que parece que se invierte mucho en infraestructuras, de hecho están ampliando el aeropuerto porque su capacidad actual no puede absorber los visitantes que van llegando. Sin grandes alaracas, hay comercios de gran categoría y modernísimas sedes de empresas. Tan evidente es la prosperidad que se respira en esta capital, que curioseo un poco por encima los datos en internet, y parece que el PIB de Eslovenia hace diez años llegó a estar por encima de la media europea. Su tasa de paro es muy baja. Tienen reservas de petróleo. Son líderes en complementos para deportes de invierno. Sus farmacéuticas son muy potentes porque venden genéricos por el mundo entero. Etc. 

- Hoy me he acercado en tren hasta Lesce, y de ahí al cercano lago Bled. El tren a Lesce se ha retrasado mucho, la megafonía nos va dando las malas noticias poco a poco, hasta que al final nos revela la verdad en toda su crudeza: casi una hora de espera. No me atrevo a abandonar el andén porque no abundan las pantallas y la información más actualizada es por altavoz, de vez en cuando en inglés. Al menos no estamos a -3°C ó -4°C, sino a 0°C (qué bien, ni frío ni calor, como dijo aquel), pero con una niebla muy espesa que acrecienta la sensación de frío. En estos días pasados he tenido anestesiada las extremidades y la cara, hasta el punto de no ser consciente de que se me caían los mocos (congelados). Pero la farmacopea eslovena es estupenda, y en la farmacia me han vendido unas pastillitas milagrosas que me han cortado el resfriado de raíz. 

En el andén, una alemana que viste un abrigo modelo Tercer Reich (no la señala, es la moda de este invierno) se me acerca y entre las dos nos ayudamos, porque ser guiri y estar más perdida que un pulpo en un garaje une mucho. Ella calcula que va a perder su transbordo a Berlín, y al final decide marcharse en autobús de línea. Yo espero porque no tengo una prisa especial, el mayor lujo que me puedo permitir en este viaje. 

Desde la ventanilla del tren contemplo un paisaje llano y fértil. Vamos atravesando bosques y bordeando un precioso río turquesa, que luego averiguo que se llama Sava y es afluente del Danubio. No tiene un cauce muy profundo en este tramo de su curso, y veo algunos pescadores plantados sobre sus altas botas, esperando pacientemente y, supongo, congelándose en el intento, porque hay placas de hielo y neveros en muchos rincones umbríos. Los campanarios de las iglesias se alternan entre la cúpula de cebolla típica de Centroeuropa y el al gudo tejado de aguja alpino. Las casitas de campo, muchas de madera, tienen los tejados achatados en los extremos, y son granjas muy bien mantenidas. Hay picaderos para montar a caballo. El paisaje es idílico.

Al llegar a la estación de Lesce-Bled, debo coger un autobús para recorrer los cinco kilómetros que me separan de la orilla del lago. La frecuencia es limitada en temporada baja y me estoy congelando en la parada, por lo que llamo un taxi. El taxista resulta ser un muy buen conversador, y me informa de que mejor temporada para visitar estos bosques es en otoño, por la belleza de los colores de los árboles y porque en verano está masificado, ya que es cuando más se practica el remo y cuando llegan todos los turistas propios y extraños. Lamento haber escogido el día de hoy, que es el único de la semana sin lluvias en la zona, pero en cambio hay bancos de niebla que sólo me permiten ver el paisaje más inmediato pero no el que queda en la lejanía. Le cito ese dicho español que dice "mañana de niebla, tarde de paseo". Pero esto no es España y aquí el dicho no aplica. 

Recorro a pie los seis kilómetros de la orilla del lago, y también subo al castillo medieval que lo corona. Desde arriba todo lo que veo es una pantalla blanca. Pero desde abajo, la verdad es que el paisaje sugiere una leyenda protagonizada por hadas, duendes y brujas. La pequeña isla que hay en el centro del lago, la única de origen natural de Eslovenia, tiene una iglesia con un alto campanario y otros edificios. Avistarla desde la orilla, flotando entre brumas y reflejándose en las aguas como un espejismo fantasmagórico, es un espectáculo lleno de magia. Los bosques de pinos enredados en los bancos de niebla también parecen salidos de un cuento de los hermanos Grimm. Oigo un ligero chapoteo, y veo cómo un ave acuática pesca con su pico y luego engulle un pez de mediano tamaño. Me cruzo con muy pocos paseantes, por lo que en tramos tengo el lago entero para mí sola. El paseo no puede resulta más delicioso ni más evocador. 

Para navegar por el lago hay unas barcas tradicionales llamadas pletnas. Son de madera tallada artesanalmente, similares a las trajineras mexicanas pero no tan coloridas, que pilota un remero desde la popa. Me planteo coger alguna para ir a la isla, pero temo empeorar mi resfriado y desisto. Una cosa es caminar enérgicamente por la orilla para entrar en calor y otra muy distinta estar sentada en un barquito de madera que va recibiendo toda la humedad medio congelada del lago y va cortando al pasar los jirones de niebla.  

Anecdotario #2:

- Antes de que la luz comience a retirarse, espero el autobús que me devuelva a la estación de tren. Antes tengo la necesidad imperiosa de responder a la llamada de la naturaleza, que con tanto frío ya me llama a gritos... Pienso en pedir un café en un hotelito monísimo tipo alemán que fue inaugurado en 1928, y así de paso me caliento un poco antes de pasar al servicio. Entro, y aunque hay algunos parroquianos en las mesas la barra está sin atender. Temo que se me eche encima la hora del autobús, y me meto primero tras la barra y luego llego a asomarme a la puerta de la cocina... sin reparar en que hay un escalón de bajada, y caigo de rodillas hincada en el suelo. Vaya cura de humildad! Por suerte hay una alfombra y lo único que se magulla es mi amor propio. Pese a lo aparatoso del asunto, nadie parece percatarse y me levanto muerta de risa agarrándome a lo que puedo. La cara de sorpresa de los clientes, alertados por mis carcajadas, viéndome aparecer tras la barra como una marioneta en un guiñol no se puede describir. 

Pero no es el único faux pas del día, aún hay más. Me pongo a esperar el autobús en la orilla del lago. Me habían advertido en el hotel que por obras en la carretera los horarios están modificados, de modo que me toca esperar un buen rato. Cuando estoy a punto de llamar al taxi y resignarme a pagarle otra barbaridad, aparece un autobús bastante pequeño. Lo paro, pensando que a lo mejor en temporada baja no les compensa usar los autocares de más plazas. El conductor para y abre, yo subo muy decidida y sigue a esto una conversación que avanza en círculos un buen rato, hasta que me entero de que es un autobús escolar. Por qué ha parado entonces? Por si me podía acercar a algún sitio con el frío que hace,  pero toma una dirección diferente a la mía. Qué majo el hombre.  

Al fin pasa minautobús y regreso a Ljubljana sin novedad.  A veces no sé ni como he conseguido salir de Madrid sin perderme por el camino.     



Tras dos días aquí, creo que por fin he aprendido con penas y trabajos a pronunciar Ljubljana más o menos decentemente y sin ofender a nadie. Lo mismo con hvala (gracias) y prosim (por favor). Pero soy incapaz de memorizar el saludo zivijo (hola), así que voy deseando dober dan (buenos días) aunque ya casi sea de noche. En cambio, despedirse está chupado, porque se dice adijo. No saben cómo se lo agradezco. 

Que por qué me esfuerzo, teniendo el inglés como lengua franca universal. Pues porque no todo el mundo entiende el inglés aquí si son un poco mayores, y les tengo que ir enseñando la pantallita que, cortesía de Miss Google, me traduce frases enteras al esloveno, pero para que la lean me los gano previamente con una o dos palabritas mágicas de mi cosecha. Ejemplo: me he enfriado un poco entre el bora y las temperaturas bajo cero, y si no llega a ser por Miss Google nunca hubiera podido comprar nada en la farmacia,  a menos que les enseñara el pañuelo lleno de mocos, y no es cuestión... 

Por las noches caigo rendida, de modo que escribo por las mañanas lo que me da tiempo mientras espero el tren. Luego completaré lo que mi memoria de pez consiga recordar del día anterior. 

Ljubljana, en su centro histórico, me parece una ciudad bombonera. Preciosos edificios de carácter centroeuropeo tradicional, y  modernistas al gusto de la secession. Numerosos edificios y monumentos contemporáneos que me gustan muchísimo. Algunas grandes plazas monumentales con enormes árboles. Un estrecho río de aguas verdes que cruzan unos cuantos puentes, un par de ellos con mucho estilo. Un terreno llano, donde todo es asequible a pie en las numerosas vías peatonales, y las distancias son siempre cortas. Un par de montículos, uno de ellos coronado por un castillo muy particular. Todo ello rodeado de maravillosos bosques que, si lucen así de bonitos en invierno, supongo que en primavera deben de ser gloriosos. Poca densidad de población, pero hay un cierto ambiente por unas calles por las que cruzan muchas bicicletas a todas horas, y se pasea mucha juventud por las tardes. Todo está limpio, todo está cuidado, todo está ordenado, casi todo está en silencio. La gente en general evita el contacto visual con los extraños, pero veo muchos grupos de conocidos que se paran a charlar en plena calle.  

Me pregunto qué margen de espontaneidad es socialmente aceptable en un lugar como este, y si tras la última guerra de los Balcanes, hace ya más de treinta años, existe aquí mayor o menor tolerancia. La batalla eslovena para independizarse de la antigua Yugoslavia sólo duró diez días, por lo que las cicatrices sufridas aquí imagino que son mucho más leves que en el resto de territorios balcánicos desgajados de la matriz. Pero quién puede llegar a entender, desde fuera, un conflicto y unas vivencias que ya desde dentro se antojan muy densas y enraizadas en una miríada de conflictos anteriores. El complejo universo eslavo me resulta una galaxia muy, muy lejana porque soy hija del final de la guerra fría. Por tanto, mis opiniones son más fruto de la ignorancia y los prejuicios adquiridos que de una información imparcial. Me gustaría llegar aquí en plan tabula rasa, y observarlo todo con ojos nuevos. 

18.1.25

Tenía una idea preconcebida de Trieste como un lugar de paso muy gris y muy opresivo, del que todo el que puede se marcha. Me he dejado influir por retazos leídos aquí y allá sobre los espías que conspiraban en su puerto franco durante la guerra fría, o sobre su peligrosa cercanía a las zonas más beligerantes de Europa, o sobre la vida infeliz de expatriado miserable que pasó aquí James Joyce. 

Pero no es la impresión que me llevo de esta ciudad mestiza y multicultural, estratégico cruce de caminos entre el centro y el sur de Europa. No se trata de una ciudad provinciana, aquí conviven gentes muy diversas desde siempre y se presume de tolerancia para con la diversidad (su historia nos da otra versión menos halagadora). Se habla italiano, alemán y esloveno. Hay templos de varias religiones, y de varias denominaciones dentro de cada una de ellas (iglesias católicas, ortodoxas griegas y serbias, evangélicas helvéticas y luteranas, sinagogas, mezquitas). Su corazón es italiano, pero aún tiene la cabeza al otro lado de los Alpes, siempre con un pie en los Balcanes. 

Trieste ha cambiado de manos más que la "farsa monea" de la copla. En su etapa más reciente, fue la principal salida al mar del Imperio Austrohúngaro, por lo que los Habsburgo la convirtieron en su gran capital portuaria, elegante y señorial, dotándola de todo tipo de prebendas pero al mismo tiempo llevando a cabo una persecución implacable contra los italianos, que desde Viena percibían como una amenaza porque se mostraban irredentos (así se llamaban los resistentes, "irredenti" y hay muchos monumentos en Trieste que les conmemoran como a héroes y mártires). Para contrarrestar y neutralizar la resistencia italiana, los austríacos fomentaron la presencia eslava en Trieste, que ya era muy numerosa por otra parte.  Hasta que la desaparición de su imperio tras la Primera Guerra Mundial hizo que se cambiaran las tornas, y en esta ocasión fueron los eslavos los hostigados  por los italianos, ahora en el poder. Luego llegó el Tercer Reich y los nuevos resistentes se llamaron partisanos (los de la famosa canción Bella Ciao: más héroes y mártires que sumar a los homenajes). Finalizada la ocupación nazi, los tratados de paz con los aliados crearon una amplia zona estratégica llamada territorio B, que incluía a Trieste. Este territorio terminó pasando a manos de Tito y su Yugoslavia dictatorial. Tras diez años de exilio y penalidades al otro lado del telón de acero, en 1956 Trieste volvió a formar parte de la república italiana, de momento hasta hoy. Y así. 

Estos días he recorrido esta ciudad con fama de triste que a mí me ha parecido más bien seria, que no es lo mismo ni mucho menos. He desafiado a su fortísimo viento predominante, el Bora, he contemplado con emoción el azul intenso del Adriático porque es del color exacto de los ojos de mi padre. He avistado los Alpes Julianos con sus copetes nevados bajo un sol que no calienta. Me he acercado a cotillear el castillo de Miramare al otro lado del paseo marítimo, un capricho del príncipe Maximiliano de Habsburgo, cuñadísimo de Sissí y más tarde emperador de México. Me he pateado la ciudad medieval, con sus encantadoras casitas coloridas, en una de las cuales me he alojado. He recorrido grandes avenidas con imponentes edificios modernistas, en un estilo entre el Liberty italiano y la Secession austriaca. He seguido los pasos de los grandes escritores que aquí han vivido: Joyce, Svevo, Rilke, Saba. He desayunado en sus maravillosos cafés históricos de principios del XIX. He pasado por su teatro y su foro romanos, por su cementerio que conmemora al padre de la arqueología moderna, Winckelmann, asesinado aquí como tantos otros. He admirado su monumental Piazza Unità d'Italia, su principal teatro, su bolsa, su canal, su puerto. Me ha parecido una ciudad preciosadonde todo está limpio (al menos en el centro), donde hay respeto por las normas de cortesía y donde la gente y los coches se ceden el paso mutuamente. This is my kind of place. 

He terminado demasiado agotada estos días como para escribir nada, tras unas jornadas de paseos maratonianos. Estoy en la estación esperando a mi tren hacia Ljubljana. No me da tiempo a más de momento.

Anecdotario:

- Aterrizo en Trieste más o o menos sobre el horario previsto. Tenía un tren reservado por Interrail para llegar al centro, pero para cogerlo tengo que esperar casi una hora y según Miss Google además la estación dista 20 minutos del alojamiento. Se me echa encima el cierre del check-in en mi hotelito monoestrella, donde no hay turno nocturno en recepción. Ante el temor de no llegar a tiempo, cojo un taxi sin saber que hay 40 kms de distancia que incluyen un peaje. La broma me sale cara, pero eso es lo de menos. 

El problemino se presenta cuando el taxista me pregunta dónde voy, y no puedo contestarle porque no lo sé. He pasado los dos últimos días haciendo reservas, comprando billetes y planificando horarios, todo ello con el mismo destino. He pasado tres horas y media en Fiumicino pendiente de que apareciera en las pantallas la puerta de embarque de mi vuelo. Pero la palabra mágica no acude a mis labios. No sé cómo se llama la ciudad donde acabo de aterrizar. Peor aún, cuando hago una búsqueda en la plataforma de reservas para encontrar la dirección del hotel, mi niebla cognitiva me confunde y le doy el nombre de otro hotel donde dormí hace unas semanas. Y claro, así nada le cuadra a Miss Google. Qué apuros me hace pasar mi memoria, o mejor dicho mi falta de.

Menos mal que el taxista resulta ser un yayo muy benevolente (sin barba canosa ni pijama rojo) y me dice que me tome mi tiempo.... Al final doy con el nombre del hotel correcto, en una calle peatonal del centro histórico de Trieste. (Tri-es-te. Ay, de verdad.) El hombre no se queda tranquilo, visto lo poquito que mi cerebro da de sí, y se empeña en acompañarme con la maleta a la misma puerta del hotel, porque ya es de noche. 

Nos despedimos con cordialidad, porque durante el largo trayecto hemos charlado y me ha hecho un monográfico sobre Trieste: ?Me informa de que el aeropuerto da servicio a varias ciudades de Friulia-Venezia Giulia y por ello no está cercano, y por eso me preguntaba a qué ciudad iba. De que la gente tiene una mentalidad abierta porque es una ciudad portuaria. De que haber sido puerto franco ha marcado el destino de la ciudad, que llegó a ser ciudad estado tras la guerra. De que el clima en verano es muy húmedo y en invierno sopla el bora. 

Entre extraños siempre se recurre al lugar común del tiempo, pero en este caso el tema tiene mucho interés. Al principio pienso que este hombre es un exagerado, pero da detalles tremendos: que el bora sopla a veces a 120 Kms/hora durante diez días seguidos, lo que obliga a colocar cadenas en las calles para que la gente pueda andar agarrándose a ellas. Una delicia, que experimento en mis carnes pecadoras durante tres días, pero sólo a 30 kms/hora. Un boracito de nada. 

Notas:

- Mi hotelito está en el centro histórico medieval, y hace semi esquina con el arco de Ricardo, una reliquia romana que, con el correr de los siglos, quedó incrustada dentro de una casa que aprovechó una de sus columnas para reforzar su fachada. Todas las callejuelas que me rodean son un entramado de cuestas con casitas pintadas de colores, con ventanas a la francesa y puertas redondeadas. 

- Trieste cuenta con unos cuantos cafés históricos de la década de 1830s, o sea que van a cumplir doscientos años. Desayuno en uno de ellos, el llamado degli Specchi o de los espejos, en la impresionante Piazza Unità. Tiene la ambientación vienesa que se espera de este tipo de establecimientos, pero aliviada con el ambientillo propio de Italia. Es decir, que hay ventanales con cortinajes y salones con frescos en el techo y camareros de uniforme a la antigua, pero no reina un perfecto silencio como en Viena, sino que hay un gori-gori de conversaciones en alta voz. En Viena recuerdo haber oído solamente el tintineo de las cucharillas removiendo en las tazas. En Trieste, puedo cotillear perfectamente la charla incesante de todas las mesas que me rodean. Desde mi mesa puedo contemplar, en la plaza, un espectáculo para mí reconfortante: la retirada de los árboles de Navidad. Por fin. 

- Subo hasta el castillo, el foro romano y la catedral. Desde allí arriba hay unas vistas estupendas del puerto y los montes. Y justo al lado del foro, un jardín funerario lleno de restos arqueológicos conmemora al alemán Winckelmann, quien sentó las bases de la arqueología moderna viajando a los lugares donde había más ruinas. En uno de ellos encontró la muerte en Trieste, donde le asesinaron para robarle unas joyas que había recibido de la emperatriz austriaca María Teresa como premio a sus servicios. Pobret.

- Me acerco en autobús ocho kms hasta el castillo de Miramare, palacete de veraneo de Maximiliano Habsburgo, cuyo parque me encuentro cerrado a temprana hora por rachas fuertes de viento. No importa, recorro el trayecto de vuelta a Trieste  andando desde el punto donde el autobús me deja en el lungomare o paseo marítimo, a la sombra de los pinos pero sin sevillana rociera, porque la banda sonora la pone el viento en las ramas. El bora sopla en contra, pero lucho para caminar con todas mis fuerzas (literal). Como premio a mi esfuerzo, recibo una puesta de sol espectacular sobre este Adriático azulísimo, y voy pasando revista a todas las villas de veraneo que los ricos de la época se hacían construir en la orilla, al retortero del príncipe austriaco. 

Me encantan los edificios antiguos, no sólo porque suelen ser más bellos que los actuales, sino porque tienen el poder de evocar las vidas que transcurrieron entre sus paredes. A mí me gusta imaginar cómo sería habitar en ellos en épocas pasadas, y rastrear los restos de esas vivencias que aún parece que flotan entre sus paredes. Cursi que es una. En este caso, algunos de estos edificios son muy hermosos, pero uno en concreto es un delirio orientalizante muy propio de nuevos ricos. Me encanta, porque imagino a las malas lenguas de la buena sociedad de la época despachándose a gusto contra los dueños.  

- Las grandes avenidas de Trieste se dan un aire a las vienesas, no en vano los Habsburgo reinaron aquí durante siglos. Hay edificios maravillosos que lo atestiguan, sobre todo del siglo XIX y principios del XX. También algunas zonas conservan un levísimo regusto soviético, cortesía del mariscal Tito. Pero todo está muy cuidado, al menos en el centro. Hay hermosos parques.

- Visito las dos iglesias ortodoxas, la griega y la serbia (creo haber leído que ambas comunidades separaron sus cultos hace trescientos años). Me impresionan los iconos repujados en plata, y los frescos bizantinos. Me acerco también a la espectacular sinagoga, la más grande que he visto hasta ahora. Fue construida en estilo liberty para sustituir a la medieval. Hay visitas guiadas, pero no puedo entrar porque está cerrada al público durante la celebración del sabbath. La custodia un pequeño contingente del ejército de tierra. También el museo de la comunidad hebraica está cerrado y custodiado por militares, metralleta en ristre. 

- Trieste es una ciudad literaria, escogida por muchos autores como lugar de residencia. Hay varios itinerarios que siguen sus andanzas, y muy bonitas estatuas que les muestran en sus recorridos cotidianos para tenerles todavía muy presentes. Por ejemplo, frente a la biblioteca municipal hay una estatua de Italo Svevo a punto de entrar en ella, o hay otra estatua de James Joyce cruzando el puente sobre el canal, frente a su domicilio (Joyce escribió el Ulises en Trieste, mientras malvivía impartiendo clases de inglés en la academia Berlitz). 

Muchas cartelas explican la vinculación de Joyce con la ciudad. Una de ellas está justo en la esquina de mi hotelito. Según leo, por estas mismas calles era donde acudía a las tabernas y luego se iba a las casas de tolerancia, curioso nombre para referirse a los burdeles de la época. Me lo imagino dando tumbos, tímido y embriagado, un hombre espigado y desgarbado con problemas de visión, de pocas palabras y con un fuerte acento pero sabiendo muy bien lo que decía (siempre hablaba con sus hijos, nacidos en Trieste, en italiano). Vaya con el amigo Joyce. Yo me propuse, como tantos, leer el Ulises y nunca pasé del tercer capítulo, me fui directamente al monólogo picantón de la gibraltareña Molly Bloom al final de la novela, y cerré el libro me temo que para siempre. En cambio, Retrato del artista adolescente me gustó mucho, entre otras cosas porque se entiende todo. En mi querido Dublín hay todo tipo de recorridos y remembranzas del hombre al que ignoraron en vida y al que se lo deben todo póstumamente. Algún año me gustaría ir allí para el Bloomsday y ponerme un sombrero belle époque para desayunar, como Leopold Bloom, riñones fritos y sandwich de gorgonzola. Pero eso es otra historia.  








16.1.25

Ahora que estoy a punto de abandonar Italia, quería hacer un listado de algunas cosas quee han sorprendido, o bien porque no me las esperaba así, o bien porque ya las creía desaparecidas y las he reencontrado aquí, algunas para bien y otras todo lo contrario: 

- No esperaba que Italia fuera tan verde. En el norte no me ha sorprendido, pero en el sur y en Sicilia sí. En casi todas partes me he encontrado con un tapiz cubierto de hierba. No me extraña que esté representada en la franja verde de la bandera tricolore, porque es un elemento común a casi todo el país.

- Creía que iba a encontrarme una Sicilia más dormida en el tiempo de lo que la he encontrado. Claro está que me he movido principalmente por la costa. En la única pequeña incursión que he hecho hacia el interior, forzada porque no había otra forma de conectar con las dos principales líneas férreas, ya he podido percibir una diferencia importante en cuanto abandonas el circuito turístico, con una caída en el nivel de calidad de vida apreciable a simple vista. 

- Según mis gustos y opiniones, que son sólo eso y que además cambian tanto como los principios de Groucho Marx: los italianos son capaces de la mayor elegancia y la mayor chabacanería. Pueden  idear las más bellas creaciones, las más sublimes obras de arte, los más elevados pensamientos... y lo contrario de todo lo anterior. Hay cosas de mal gusto que he visto por aquí que superan todo lo imaginable, hasta un punto de virtuosismo que yo creo que tiene verdadero mérito. Lo que me parece que no abunda es ni el término medio ni nada que sea remotamente anodino. Tierra de fuertes contrates.

- Para contrastes, la distancia psicológica y cultural que separa al norte del sur en este país. Son dos países distintos con mucho puntos en común pero enormes diferencias irreconciliables. Es un mérito que sigan unidos, en estos tiempos de nacionalismos provincianos, por sentimentalismo, o por conveniencia o por lo que sea. Pero la unificación aún les refuerza, y eso se lo aplaudo con verdadera admiración. 

- Las fórmulas de cortesía que tanto echo de menos (debe de ser que soy una cursi) siguen vigentes en el habla cotidiana de los italianos. Qué gloria oírles cómo se saludan y se despiden y se dirigen unos a otros. Luego a lo mejor se pegan unos gritos si hay una discusión de tráfico o si se tienen mucha confianza, y también me gustan sus insultos y sus palabrotas. Los tacos son una de las primeras cosas que aprendo de un idioma, creo que reflejan el carácter nacional mejor que un himno o una bandera. Y los tacos italianos son imaginativos, una creación artística en toda regla. 

- La gastronomía es exquisita y además muy sana, pero en mi opinión adolece de falta de variedad. Me pregunto si no será aquí algo complicado ser, por ejemplo, ovovegano. O intolerante al gluten. O simplemente una persona ala que le cansen la pasta, los dulces y los fritos. 

- En Italia me he reencontrado con algunas cosas que no veía desde la infancia:

* El motocarro

* Los repartos en carretilla

* La venta de vino a granel, donde el cliente lleva su propia garrafa para que se la llenen con una manguera directamente desde un tonel

* Los talleres y las tiendas de barrio que consiste en una alcovita donde hay una tabla que hace de estante y una cortina que hace de cierre.

* Excrementos de perro (y de otras especies, no entremos en detalles) y escupitajos decorando las aceras

* Pavimentos parcheados y remendados mil veces, llenos de socavones

* Suciedad incrustada, basuras esparcidas por el suelo, muebles y trastos viejos dejados de cualquier forma en cualquier parte

* Coches aparcados obstruyendo el paso en las estrechas calles de los cascos antiguos

* Cabinas telefónicas que parecen estar aún en uso

* Falta de papeleras y de contenedores

* Hospitales y centros de salud, estaciones y todo tipo de edificios públicos sin rampas, sin ascensor y sin entrada adaptada para personas con movilidad reducida.

* Mercados callejeros donde se venden alimentos sin ningún tipo de control ni de garantías sanitarias. Ejemplo: el pescado sumergido en agua con unos cuantos cubitos de hielo, dentro de una palangana depositada en el suelo, justo por donde pasan personas y motocicletas. 

* Abundan las pequeñas tiendas de comestibles tradicionales, y no hay tantos supermercados, es más, en las poblaciones muy pequeñas a lo mejor no hay ninguno, y en otras más grandes sólo uno, y en las afueras. Tampoco hay tantos restaurantes de comida rápida como en otros países. Debe de ser que no hay mucha demanda de ninguna de las dos cosas, y las familias aún se aferran a las recetas tradicionales. 

* En el sur y en Sicilia abundan las tiendas de vestidos de novia. Aquí aún se casa mucho la gente.

* Los gatos callejeros a los que alimenta todo el vecindario, para evitar que haya ratones en el barrio.

* Los edificios en estado de semi abandono, y en los que están habitados, las fachadas desportilladas, la falta de mantenimiento de las casas en general, tanto antiguas como más modernas. 

Hay también cosas que echo a faltar en la vida moderna y que aquí se resisten a desaparecer del todo:

* El respeto por los mayores, sean o no de la familia. El cariño con el que se les trata. La forma en que se les incluye, aunque sea simbólicamente, en el grupo familiar o vecinal.

* Una especie de deferencia caballeresca hacia las señoras de cierta edad (entre las que ya me cuento). Aunque luego te demuestren que son muy machistas y se empeñen en darte lecciones de la vida, pero se agradece que te echen una mano, la verdad.

* La gran cantidad de niños pequeños que hay. En España tenemos pocos, y en comparación aquí abundan.

* La ausencia de prisa compulsiva, de energía eléctrica, de despersonalización y de neurosis propias de una gran ciudad de la era digital. Sólo he encontrado algo parecido en Milán, pero muy lejos del nivel de velocidad del típico cagaprisas madrileño, entre los que me cuento por cierto. En las poblaciones italianas la vida sigue su curso con una parsimonia que me resulta admirable y enervante a la vez. 

- Por último, pero no menos importante: en Italia me siento como en casa, por afinidad de temperamento y por asimilación cultural. Pero también porque aquí me reconcilio con el surrealismo de la vida cotidiana. Solamente en Irlanda he encontrado un nivel de irracionalidad similar. Y por supuesto en España. Somos pueblos poco sutiles que abrazamos la inconsecuencia con todo cariño y con sentido del humor. La falta de lógica y de coherencia creo que es una cualidad esencial para enfrentarse al sinsentido y a las dificultades de la vida, y por irritante que me resulte, por incómoda que me haga la existencia, por odiosa que la encuentre, creo que es todo un hallazgo de la imaginación humana, un rasgo de genio reservado a los locos y a los visionarios, a los elegidos de los dioses. Ahora en Centroeuropa me voy a encontrar con una de las cunas del dadaísmo, pero sospecho que no va a ser lo mismo. Mis prejuicios me susurran al oído que la gente no va a tener la flexibilidad mental que caracteriza a los meridionales en Il Bel Paese. A presto, ciao Italia. Ti amo. 









Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...