30.11.24

Milán. Por donde empezar. Creo que hasta los propios milaneses piensan que su ciudad no está a la altura, siendo como es el motor económico, empresarial y cultural de Italia... porque no es bonita. Siempre que visito una ciudad con fama de fea, me sorprende lo bonita que la yo la encuentro. 

En un país que rebosa maravillas, no es fácil destacar. Y claramente esta no es una ciudad de postal. Algunas zonas forman un conjunto desangelado, con muchos edificios céntricos de los años 60 y 70 que no tienen nada de particular, enfilando amplísimas avenidas y enormes plazas que se tarda mucho rato en atravesar. Pero si tomamos la ciudad por partes, creo que no se puede negar que contiene auténticos tesoros. Y un ambiente muy especial. Estos días se da un fenómeno muy milanés, el de las neblinas que no se disipan del todo, y que le dispensan un aura de fábula a las horas más prosaicas del día. 

Nada más bajarme del tren, me siento como una prima carnal de Rocco y sus hermanos. En la película de Visconti, la familia Parondi llega en tren desde la empobrecida Lucania al Milán del despegue industrial de la posguerra. Y cuando bajan al andén, quedan medio deslumbrados, medio desorientados. Lo mismo me ha ocurrido a mí ante esta monumental estación de estilo imperial SPQR, con su regusto fascista. En la imponente fachada, sobre el frontispicio, se lee: Año 1931 de la era de Cristo. Es que antes decía nosequé de la era fascista, y tuvieron que disimularlo con un sobreescrito. La huella de Mussolini se deja notar también en otras estaciones que yo he visitado, en Venecia y Florencia.  

Al principio, me propuse pasar casi todo el tiempo callejeando, para cogerle el pulso a esta ciudad, evitar en lo posible las atracciones turísticas con largas colas, y así invertir mejor el tiempo. Pero el intenso frío y la curiosidad me han guiado por el camino trillado, y no puedo decir que me arrepienta.

Aunque a la pinacoteca de Brera me han llevado, lo confieso avergonzada, algo tan pedestre como las ganas de orinar. Pensé que podía matar dos pájaros de un tiro. El pipí me ha costado 15 euros. El regalo para la vista no tiene precio. 

Yo había leído que Napoleón quiso hacer de ella "el Louvre de Italia", y que la había llenado con las obras que sus tropas expurgaron por iglesias y monasterios. Pero no esperaba el calibre de lo que contiene. La fama se la llevan los Uffizzi y los Museos Vaticanos, pero este palacio de Brera es un compendio de todo. Los colores saltan de las telas y literalmente te envuelven, aunque fueron pintados hace medio milenio. Me emociona reconocer en vivo muchas láminas de los libros de pintura de mis padres, que tanto ojeé de niña. 

Desde allí me dirijo al formidable Castillo Sforza, que comenzó la familia Visconti en el siglo XIV (el genial director era descendiente) y terminaron los Sforza. Me deja sin palabras. Quién podía atreverse a atacar semejante cosa tremenda, me pregunto, si parece la definición puesta en pie del término fortaleza inexpugnable. 

Desde el patio interior, por el puente levadizo sobre el foso, se entra en el precioso parque Sempione, donde un músico callejero está tocando a Chopin, no recuerdo qué pieza, pero sí que era muy apropiado, porque la neblina había levantado un poco y un sol muy tímido iluminaba los árboles, algunos ya pelones y otros amarilleando, todo muy melancólico. El parque culmina en el monumental Arco de la Paz. Como le ocurre a la Puerta de Toledo de Madrid, cambió de manos y de signo varias veces. Se comenzó bajo un régimen (napoleónico), durante su construcción se conmemoró al enemigo del anterior (austriaco), y a la finalización de la obra ya los dos anteriores habían sido eliminados por un tercero en discordia (piamontés). Como los titulares de un telediario el día de los resultados electorales, pero en piedra.

He intentado ver La Última Cena, pero todas las entradas al refectorio están prenotate hasta principios del año que viene. Me he contentado con admirar la iglesia Sta María delle Grazie por fuera. Original este estilo del renacimiento lombardo. Cuando Leonardo venía por aquí con sus pinceles estaba en medio del campo, ahora los magníficos edificios que lo circundan dan fe de la prosperidad y la potencia económica de la burguesía milanesa. Algunos son de estilo modernista, o liberty, como le llaman aquí. 

Culmino el día visitando el Duomo y alrededores. El mármol del templo cambia de tonalidad según la hora, y a todas es una belleza. Las naves me sorprenden, no me esperaba algo tan elegantemente unificado para haber durado su construcción seis centurias, normalmente las catedrales son un refrito de estilos y épocas... lo habrán diseñado los antepasados de Armani & Co.?

El hecho es que el Duomo tiene competencia. Cuando culmino la visita, la misa de tarde va por la mitad. Los feligreses no llenan ni un tercio de los bancos. En cambio fuera, en la galería Vittorio Emmanuelle, la peregrinación de las rebajas no cesa, los templos de la moda bullen, los altares del consumo rebosan, los oficiantes se entregan al ritual del TPV y los adoradores y devotos renuevan su fe. En qué, es otra cuestión.  

Notas:

- Este fin de semana han comenzado las rebajas prenavideñas, y hasta aquí han acudido gentes del mundo entero a comprar en los outlet villages. Luego se dan una vuelta por el centro. Pero los que más gritan (gritamos), por supuesto hablando todos a la vez, debo decir que son (somos) los españoles. Curiosamente, bajan el tono de voz para hablar conmigo y pedirme, como no, que les haga una foto (es mi sino). El motivo: se esfuerzan por pedírmelo en inglés. La primera vez, aclaro el malentendido. En fotos sucesivas ya me da pereza. No sé cómo he podido, en menos de un mes, haber perdido mi identidad como para que mis compatriotas no me reconozcan como a una de ellos... 

- Las aceras de Milán tienen en su mayor parte superficies lisas. Mi maleta rueda sin obstáculos. Lo agradezco de corazón, o más bien de lumbares.

- En está ciudad la gente sí tiene prisa. Y andan rápido, como yo tengo por costumbre. Pero me ha costado seguirles el ritmo. Me había ido acoplando al paso relajado de ciudades más provincianas. 

- En las tiendas de lujo (las de la Galería Vittorio Emmanuelle II, via Manzoni, via Montenapoleone y aledaños) sólo se ofrece lo mejor de lo mejor. Pero lo interesante no es lo que venden, sino quién lo vende, y sobre todo, quién lo está comprando. Los porteros, encargados y dependientes de estos establecimientos suelen ser homosexuales, bellos como ángeles renacentistas, que predican con el ejemplo y van elegantísimos. Los clientes, en fin. Ahora muchas personas adineradas cultivan el feísmo, no sé si para confraternizar con el pueblo llano, o porque son unos horteras. He visto comprar a muchos musulmanes, muchísimos asiáticos, y entre los europeos, gran preponderancia (prevalencia, más bien?) de labios y pechos recauchutados y de implantes de pelo frondosos. Y yo, con mi ropita de Decathlon y mi bolsita para picnic de mercadillo. Contra mundum.

- En la acera de estas boutiques, mejor dicho, de estos buques insignia de las mejores marcas del mundo, hay aparcados muchos coches de alta gama. Abundan los Ferraris. Las miradas que les dirigen los caballeros son tan tiernas como las de una madre primeriza.  

- Me acerco al Hotel Emporio Armani, donde Giorgio Ídem tiene la central de su maison en una manzana completa. Allí, previo pago de su elevado importe, te venden elegancia (ropa y diseño), te venden descanso (hotel), te venden comida (restaurante), te venden libros (librería), y no te lo venden a él porque ya está muy caducado y ha vencido con creces la fecha de  consumo responsable. Fallecido Berlusconi, otro milanés, il signore Armani es el último cacique anciano que le queda a la tribu de la vieja guardia. Pero al contrario que il condottiero, Armani es motivo de orgullo para Milán. Paso por delante del palacio Orsini, que es su domicilio y también el marco incomparable que utiliza para algunos de sus eventos. Impresionante. 

- En uno de los exquisitos restaurantes de la Galería Vittorio Emmanuelle, los camareros llevan trajes confeccionados a juego con el tapizado de los cojines, y a su vez las cartas del menú están forradas a juego con los camareros. Chintz, le llaman los ingleses a ese tipo de tafetán. Tontería supina, le llamo yo a esa ocurrencia.

- La populosa vía Buenos Aires es una zona comercial más asequible, muy agradable y animada, y me da la impresión de que es allí donde los simples mortales hacen sus compras en realidad. 

- Por toda la ciudad, las estupendas librerías Feltrinelli, otro orgullo para Milán.

- Increíbles pastelerías de época con dulces que son como obras de arte. La mas bonita: Marquesi 1824, en vía Santa Maria alla Porta.

- Cerca del Duomo hay una plaza medieval muy curiosa, la Piazza Mercanti, que es un remanso donde refugiarse de las multitudes que pululan por la zona bolsa(s) en mano. Pero hasta allí sí que llegan los gorgoritos de los cantantes líricos que, en los alrededores de La Scala, se colocan delante de un amplificador para demostrar sus habilidades canoras. Algunos tienen mérito, otros cantan con más ilusión que acierto.  

- Circulan por el centro algunos tranvías retro que son una verdadera preciosidad, con el interior original, que era de madera. 

- No incluyo nada sobre el calcio porque no es lo mío.... y porque no he visto a nadie con la camiseta del Milan, ni del Inter. Increíble pero cierto en una tierra tan futbolera. 

Anecdotario:

- Miss Google está enfadada conmigo. La tengo agotada, porque primero le solicito la ruta a un punto de destino, pero luego ejerzo de flâneuse o paseante sin rumbo, y me meto por todas las bocacalles que se me antoja, porque además siempre me ha gustado perderme.  Entonces Miss Google empieza a recalcular y a reconfigurar la ruta, y yo a desobedecerla, y las dos entramos en un bucle que se diría el eterno retorno. Sólo cuando me empiezo a cansar y quiero volver es cuando sigo sus indicaciones. Era un entendimiento mutuo, un pacto de damas, un agree to disagree. 

Hasta hoy. Porque yo ignoraba que Miss Google, aunque es una inteligencia artificial, practica algunas bajas pasiones. He descubierto que tiene afán de venganza. Se ha vengado de mi, llevándome desde la estación al hotel por debajo de las vías, una travesía por un túnel tenebroso y maloliente, donde he tragado gasolina y he pasado miedo, pero ya no podía retroceder. Y luego he averiguado, en uno de mis derroteros con el móvil silenciado, que se podía cruzar en sentido contrario, hacia una plaza ajardinada con un bello hotel de lujo, y seguir por un camino recto de calles anchas y bien iluminadas. Y todo esto con el mismo tiempo de llegada. 

La muy *** (rellenar según humor y preferencias). 

- En el hotel monoestrella donde me alojo, cerca de la estación, el desayuno está incluido. Hay pocas mesas, y necesariamente son compartidas. Aparecen tres niños con su padre. Les ofrezco los tres asientos libres de mi mesa, y el papá me lo agradece mucho porque así puede dejar a sus hijos desayunando mientras él se instala en el sofá frente al televisor. Pero los niños no están conformes. Les regalo la versión de mi sonrisa reservada a las visitas, pero no les convenzo. Los niños y las mascotas saben instintivamente quien les quiere y quien no. Y estas pobres criaturas no se engañan conmigo. El mayorcito hasta aparta su silla de mi lado para arrimarse a la de su hermana. Su desasosiego es contagioso, de modo que decido llevarme el zumo y el yogur a mi habitación y sacar al papá de su limbo televisivo, para que afronte sus responsabilidades. Y que reine la paz, que para eso las tiendas dicen que ya es Navidad.

- En la subida a la terraza del Duomo paso un mal rato. Ver de cerca las cresterías góticas con la luz rosada del atardecer tamizada por la neblina, es un placer para los sentidos. Esperar en el tejado superior a dos aguas a que la cola avance para poder bajar las escaleras, es una tortura para una mente neurótica como la mía. El razonamiento de alguien que padece de vértigo es el siguiente: Ya sé que este edificio lleva cientos de años en pie y que ha resistido a los elementos y a los bombardeos, pero hoy precisamente, justo en este momento en que yo estoy aquí arriba, es cuando no va a soportar el peso y se va a derrumbar.

La cola no avanza. Estoy embutida entre dos grupos de amigas, unas francesas por delante y unas catalanas por detrás. Alguna de ellas está un poco gordita. Yo debo haber engordado estos días con tanta focaccia y tanta pasta. Empiezo a sumar mentalmente el peso de todas nosotras juntas, y doy gracias por ser tan torpe con la aritmétrica. Pienso en que aún me queda la visita del interior del templo, y abajo no estaré a salvo aunque pise tierra firme, porque tendré el peso de todos esos turistas en el tejado, sobre mi cabeza.... y tras cientos de años, hoy es cuando se hunde, seguro. Cinco palabras: quién me mandaba a mí.  

 

29.11.24

Viaje hasta Milán con un transbordo, atravesando los Apeninos. Se acabaron las cuestas y los escalones, a mi vértigo le va a encantar la llanura padana. Hasta siempre, Liguria. Hola, Lombardía. 

Espero encontrar allí aceras en mejores condiciones. Las ruedas de mi maleta hasta ahora han aguantado heroicamente, pero todo tiene un límite. 

Nota:

- En curso uno sciopero generale, una huelga general en fábricas, servicios, educación, sanidad y transporte por tierra y aire. Come no!  Los trenes de momento se libran, para suerte mía. Para cuando llegue a Milán, las manifestaciones puede que hayan finalizado ya...

28.11.24

Leceri está planteada como una localidad vacacional, y eso le resta autenticidad, aunque ni mucho menos belleza. Por todos lados hay hoteles, restaurantes con vistas al mar y clubes a pie de arena. Casi todo cerrado, con su cartelito que pone: pausa stagionaria. Ahí debe residir el misterio del por qué en esta región me cruzo todo el día con personas que no parecen tener horarios laborales que cumplir. En la costa, los trabajadores de temporada no están activos en los meses fríos.

El caso es que Leceri ha tenido desde siempre una historia movidita, según explica una cartela en la explanada del castillo San Giorgio, desde los tiempos medievales en que se la disputaban Pisa y Génova. Pasando por cuando en el renacimiento encarcelaron al rey francés Francisco I en este castillo (este hombre parece que recorría Europa haciendo turismo de mazmorras). Y siguiendo con cuando el almirante Andrea Doria decidió ponerse al servicio de Carlos V y también quisieron apresarle en este mismo castillo (pero consiguió huir). 

Cuánta hospitalidad brinda este castillo tan hogareño, tan vertical y tan gris. En cambio a mí, que me he tomado la molestia de subir hasta allí arriba para disfrutar de las vistas pacíficamente, y que me las prometía muy felices mientras me instalaba con mi comida de picnic en un banco, sin molestar a nadie... pues me han echado sin miramientos. En cuanto he abierto la bolsa, han aparecido al acecho tres Juan Salvador Gaviota bastante agresivos que me han perseguido, a mí y a mi sándwich, calle abajo, hasta que me he metido el último bocado en la boca. Los peces no debían estar al dente hoy. O los han pescado todos. 

Tras dar un paseo por las cuestas y los escalones, a los que ya empiezo a estar habituada, decido caminar hasta la localidad de enfrente, Terenzo, de menor tamaño y que aún conserva un aire de pueblo de pescadores. Un paseo marítimo une las dos localidades. A un lado el mar, color turquesa a pesar del nuberío plomizo. Y del otro lado, los tupidos bosques que bajan por las laderas, hasta ser domesticados para convertirse en los jardines de las grandes villas históricas de veraneo. En muchas de ellas se hospedaron escritores ilustres, a los que pasa lista una cartela en pleno paseo. Henry James, D.H. Lawrence, Virginia Woolf, E.M. Foster, y los italianos Gabrielle D'Annunzio, Filippo Marinetti, el Premio Nobel Eugenio Montale, Paolo Bertolani, Alberto Moravia, Pier Paolo Pasolini... 

Pero a todos ellos les hará siempre sombra el célebre poeta Percy Shelley, por el hecho de haber naufragado con su barco en esta costa. Y también porque los ingleses están enamorados de ellos mismos, y saben hacer muy buenas películas de época para que todos podamos gozar de ese amor, compartido a nivel planetario. Busco la famosa casa que alquiló aquí junto a su esposa Mary Shelley, la autora de Frankenstein, y un matrimonio amigo, los Williams. Cuando la encuentro, me decepciona su aspecto remozado y bastante impersonal. Luego averiguo que la han convertido en un hotelito para turistas culturetas que quieran vivir su propia película de época. 

En la correspondiente cartela informativa, leo que los pescadores estaban escandalizados por la vida licenciosa y extravagante que llevaban allí aquellos extranjeros, en especial Percy, que era un genio pero que no andaba el pobre muy bien de la cabeza. Tenía alucinaciones y era muy aficionado a los rituales de ocultismo (mala combinación cuando el individuo en cuestión es tu vecino y necesitas dormir tras una noche entera pescando). El caso es que a los cuatro moradores de aquellos muros les ocurrieron allí todo tipo de desgracias, a cual más morbosa. Y cuando, pasados unos días tras el naufragio, el mar devolvió el cadáver del insigne poeta muchas millas más al oeste, sus amigos tuvieron la idea de incinerarlo en la playa. Pero cuenta la leyenda que su corazón no se quemó y quedó intacto, parece ser que por un proceso de calcificación. O por la rebeldía póstuma de querer llevar la contraria hasta el postrer momento, vaya usted a saber. Genio y figura. 

Justo cuando estoy leyendo esta historia, comienza una llovizna que cae mansamente. Nada que ver con la "Oda al viento del oeste", porque hoy la mar está en calma y sopla una suave brisa. Por algún claro asoma con fuerza el sol sobre la amplia bahía, cerrada en forma de concha. La niebla que cae desde los montes y los colores de las fachadas se iluminan por momentos. Una vez más comprendo que este lugar haya sido fuente constante de inspiración.

Notas:

- El castillo de Terenzo me parece mucho más bonito que el de Leceri, pero no subo porque no sé si habrá gaviotas hambrientas esperándome allá arriba, y ya no me queda comida. Se supone que no son carnívoras?

- De vuelta a La Spezia, la ruta del autobús pasa largo rato por los extensos tinglados del puerto. En una de las paradas se suben muchos trabajadores inmigrantes, la mayoría del subcontinente asiático y unos pocos subsaharianos. Entran en tromba, corriendo, empujándose atropelladamente, lanzándose literalmente sobre los asientos libres para llegar los primeros y poder sentarse tras una dura jornada.

Observando la magnitud de este puerto, caigo en la cuenta de que la riqueza y prosperidad que se perciben en La Spezia provienen de ahí. Las instalaciones de las compañías navieras, de los estibadores y los containers y las de la base naval son enormes. 

Fantástico día ayer en Portovenere. En mi alojamiento de La Spezia me esperaba una gran acogida por parte de la encargada del establecimiento, una polaca muy guapa que llegó aquí en su juventud, que está casada con un italiano y que tras dos hijas está plenamente integrada. Mantenemos una larga charla, y me recomienda que, puesto que sólo cuento con un día soleado y al siguiente me esperan nuevas lluvias, me dirija primero a Portovenere, ya que de los dos extremos del Golfo de La Spezia, es el más llamativo y merece contemplarse con buena luz. 

Sigo su consejo y, madonna, qué lugar maravilloso! Desde La Spezia, que ocupa un punto central en el golfo, el autobús no tarda más de 20 minutos en llegar. La carretera hasta Portovenere va serpenteando por unos bosques otoñales, pasando por algunas pedanías intermedias y la localidad de La Grazia, con las habituales casitas multicolor, alguna iglesia con cúpula en forma de cebolla y pequeños puertos. 

Portovenere está situada en un promontorio y cuenta con su antigua muralla, su castillo, su puerto, y dos iglesias. La de San Pietro en especial, románica, está aupada sobre un risco y a su espalda, en una cala de paredes verticales, hay una gruta que inspiró al mismísimo Byron.

Me imagino al amigo George, que tengo conceptuado como a un hippie de la vida pero sin renunciar a sus privilegios de niño pijo libertino, triscando por estas pendientes con su pie cojo, y sentándose a tomar aliento, al nivel del mar, en una roca empapada de espuma marina, para sacar del bolsillo de la levita unos papeles humedecidos donde poder garrapatear algunas notas de un poema inspirado por el entorno. Concretamente El Corsario, según la tradición. Claro está, que también la tradición le atribuye haber recorrido a nado todo el golfo hasta el otro extremo, Lerici, para visitar allí a su amigo Shelley. Y mire usted, mis tragaderas no son tan crédulas. 

En todo caso, comprendo perfectamente que estas ruinas tan evocadoras del castillo Doria, vistas desde San Pietro, hayan inspirado a tantos escritores y artistas durante siglos... contemplarlas es como tener delante, en tres dimensiones y a todo color, uno de esos grabados a plumilla que los viajeros del Romanticismo hacían de la pintoresca vieja Europa. Y que tanto contribuyeron a consolidar el Grand Tour, no sólo como un pasatiempo de la aristocracia, sino como una necesidad al alcance de quien pudiera costeársela, dando lugar a que el avispado Thomas Cook creara la primera agencia turística. Y hasta ahora. 

No sé por qué me estoy poniendo tan pesada. Será la digestión de tantos hidratos, ayer tuve que comprar bicarbonato en una farmacia porque, aunque la focaccia y la pasta son deliciosas, mi estómago clama por las noches. 

De vuelta a La Spezia, doy una vuelta por algunos barrios que me sugieren los folletos. En todos ellos me encuentro con ese algo indefinible que los españoles damos por sentado, pero que no es fácil encontrar cruzando los Pirineos. Yo lo llamaría "ambientillo". Sólo lo he encontrado en los pubs de Irlanda (el famoso craic) y en la Italia meridional, pero tampoco he viajado tanto. El caso es que aquí, en esta ciudad elegante y acomodada, lo hay. Ambientillo de compras, de paseo y de aperitivo vespertino en las terrazas (en Italia, como en Francia, se toma antes de cenar). Muchos niños, muy infantilones gracias a la sobreprotección de la mamma, y mucha muchachada despreocupada y risueña. Señoras que se han arreglado a conciencia para salir. Caballeros muy altos y muy interesantes. Nadie lleva prisa.  Casi todo el mundo se conoce, se saludan efusivamente, a veces con verdadero afecto. Percibo un gran respeto por los mayores. Esta mañana he desayunado en un café, y en las mesas colindantes arreglaban el mundo con mucho apasionamiento y mucha gestualidad. Suena todo muy tópico, pero es lo que visto.

La ciudad en sí me parece muy bella, en especial el paseo ajardinado de palmeras junto al puerto. Hay varias corbetas atracadas en una base naval cercana, pero lo más llamativo son los veleros y yates de gran calado. Palazzos antiguos de grandes familias, y bellos edificios con trampantojos y esgrafiados. Algunos edificios del modernismo local, estilo liberty, por influencia de Milán. Todo de muy buen gusto, con su trazado central en cuadrícula y sus largas calles peatonales. La tercera lengua de las cartelas es el alemán, y además Wagner pasó aquí temporadas, parece que en un hotel de Via Prione cercano a donde yo me  alojo. Imagino que esta ciudad, ya por entonces, estaba a la altura de sus niveles de exigencia de gran divo, y aquí compuso parte de El Oro del Rhin. Una bonita estatua le conmemora. 

Es apabullante la larga lista de célebres creadores de todas las épocas que han pasado por este Golfo de los Poetas. Pero pienso que en realidad no hace falta tener aptitudes artísticas para dejarse inspirar por este lugar privilegiado. 

Notas:

- En toda esta zona, los pasamanos de las empinadas cuestas con escalones de piedra, son en realidad tuberías adosadas a los muros de las casas. Me agarro a ellos con desesperación, sobre todo para ayudarme a bajar. Y a cada escalón, gastado y horadado y resbaladizo, temo arrancar la tubería, presa del pánico. No sé cómo podría apañármelas, con mi vértigo, para huir corriendo o más bien rodando cuesta abajo, antes de que me echaran la culpa del desaguisado los fontaneros del lugar... Quizá sería la terapia de choque que necesito. 

- La gente del centro de La Spezia no habla en dialecto, pero en los pueblitos de la zona sí, y no comprendo una palabra. Los latinos de segunda generación hablan itañol. Y veo muchas personas del este europeo, con su musicalidad caracterísitca. 

- Muchas personas que se encuentran por la calle y se paran a saludarse, intercambian largas explicaciones sobre de dónde vienen, a dónde van y los motivos de ambas cosas. Yo aquí sería intratable, porque no puedo soportar dar explicaciones ni que me las pidan. Lo que más me gusta de una gran ciudad es que, al doblar la esquina, nadie te conoce. Soy tirando a misantrópica, qué le vamos a hacer. 

- En la Riviera, igual que en la Costa Azul, muchas señoras guardan la compra en cestas de mimbre. Bonita imagen de un pasado idílico, pero debe de ser incómodo.

- Abundan los naranjos, cargados de fruta. Casi Dan tentaciones de alargar la mano y probar una. Me pregunto si tendrán un deje amargo, como en Sevilla. Lo que aquí comercializan más en realidad son los limones y todo tipo de productos derivados. 

- Los fallecimientos se proclaman en carteles pegados a los muros y en vallas anunciadores. La frase más repetida es algo así como "Desde ayer falta al cariño de los suyos...". Curioso modo de alcanzar tus diez minutos de fama. Qué pensaría Andy Warhol de esta modalidad? 

Anecdotario: 

- Desayuno en el mismo café que ayer. Antes de entrar, consulto el diccionario para pedir el desayuno correctamente, porque un macchiato te lo sirven en una taza de juguete, y mis explicaciones para que me pongan, en una taza  grande, mitad leche y mitad café, en el día de ayer no se comprendieron, y me sirvieron una taza más grande, pero llena sólo hasta la mitad. Hoy vuelvo a fallar, porque pido un caffèlatte y me sirven una vaso de batido lleno hasta los bordes. Recuerdo demasiado tarde que hace muchos años, en Venecia, yo pedía un mélange. Mañana probaré mi suerte de nuevo... 

En la mesa de al lado, una tertulia de señores ojean el periódico y opinan de todo, incluidos los disturbios violentos que duran ya varios días en la periferia de Milán, causados por los inmigrantes, en protesta por la muerte de uno de ellos en un enfrentamiento con la policía. 

- El conductor del autobús camino a Leceri lleva una prisa endiablada, y todos debemos recolocarnos en nuestros asientos porque, entre las curvas y los baches, nuestras posaderas se salen continuamente de su sitio. 

27.11.24

Mi etapa de hoy me lleva hasta la cercana La Spezia, donde voy a dormir dos noches para poder, desde allí, explorar un poco el Golfo de Los Poetas. Tengo especial interés en acercarme a Lerici, por lo de Shelley, pero también porque está en un extremo del Golfo. Mañana haré lo propio con el otro extremo, Portovenere. A estas dos localidades no llega el trazado del tren, de modo que me voy a estrenar con los autobuses de línea italianos. 

Hoy parece que, según las previsiones, la lluvia nos da un corto respiro. Ayer tuve que secar mi ropa con el secador de pelo, a falta de radiadores en la antigua casita de pescadores donde me he alojado.

Notas:

- Por todas partes veo operarios reparando los muros de piedra que sujetan los bancales, o los que separan las propiedades. En alguna parte he leído que todos estos muros de Cinque Terre, colocados linealmente, superan la longitud de la muralla china. De modo que con las lluvias y la erosión, unas piedras caídas por aquí, un relleno se mortero por allá, estos hombres tienen trabajo asegurado durante generaciones!

- Las escaleras de acceso a mi habitación en Riomaggiore son tan laberínticas y complicadas que, tras dos noches allí, esta mañana al marcharme he sido incapaz de orientarme y me he perdido una vez más. 

- En todas las estaciones se avisa de la posible presencia de borseggiatori (carteristas). Pero en los andenes sólo coincido con familias de orientales y con matrimonios jubilados centro europeos. Por suerte para mí, los borseggiatori están de vacaciones. Deben de terminar el verano completamente agotados, y necesitan un inmerecido descanso. 

26.11.24

Por la mañana, una coral de ruidos me habría despertado, si mi insomnio no lo hubiese  hecho ya. Suenan el campanario, los balidos de las cabras (ovejas?) y el canto de las gaviotas (que no sé como se llama). Los castaños (o lo que sean) y las viñas no pueden lucir bajo los primeros rayos de sol, porque hemos amanecido con nubes cargadas de lluvia. 

Pero me fío de la gente del pueblo para la previsión meteorológica: una señora, en una azotea cercana, empieza a colgar la colada. Y me llega el olor a leña que desprenden las chimeneas cercanas. Por tanto, el día se presenta frío pero sin precipitaciones abundantes. Cargo con el paraguas de todos modos, porque Google no está de acuerdo con estos lugareños. Me propongo aprovechar bien el día recorriendo en tren todos estos pueblos tan pintorescos.... pero aquí estoy, sentada en la terraza, sin poder apartarme de esta vista. 

Notas:

- La estación de Riomaggiore está excavada en la roca y colgada sobre el mar. Nunca me ha importado menos que el tren llegue con retraso. El rumor de las olas estrellándose al pie del acantilado le hace la competencia a la megafonía. Unos escalones imposibles bajan vertiginosamente hasta el agua. Escher debió inspirarse en Cinque Terre para dibujar sus escaleras imposibles. 

- Me salto Corniglia porque no está al  nivel del mar, sino monte arriba. Y temo resbalar cuando empiece a llover.

- En Vernazza gozan del privilegio de tener una playa diminuta y un puertito al abrigo de un espolón, donde pueden atracar pequeñas lanchas motoras. Allí hay dos señores muy ocupados en lanzarles migas (o lo que sean) a los peces, la más grande, atada a un hilo para pescar (o comonse llame). Visito la iglesia de Santa Margherita, la más grande y antigua de los alrededores, plantada sobre la piedra negra. Me doy cuenta de que muchos edificios no tienen cimientos, sino que las enormes rocas les sirven de asentamiento, seguramente para toda la eternidad.  

Es día de mercadillo en Vernazza, y la calle principal está moderadamente animada. Saludo a todo el que me cruzo en solitario, pero algunos no me devuelven el buongiorno. Imagino que los lugareños se toman la temporada baja como una pausa en la invasión de turistas, y los pocos curiosos que asomamos por aquí les privamos de la posibilidad que les brindan el frío y la mala mar de devolverles su pueblo tal como era antes, para gozarlo ellos solos a su aire.

- Monterosso es de entre los cinco pueblos el menos pintoresco, al contar con una bahía bastante amplia, lo que le da espacio suficiente para contar con un paseo marítimo, un chiringuito sobre la arena, un puertito de actividades acuáticas y unos cuantos hoteles de más y unas casas antiguas de pescadores de menos. 

En el paseo hay varias cartelas con largos versos de de Eugenio Montale, al parecer enamorado de esta localidad. Yo nunca he tenido demasiada sensibilidad para la poesía, debo confesar. Pero sí me parece una idea muy poética la escultura del gigante que, a horcajadas entre las rocas, desafía al mar. Antes la escultura sostenía sobre sus hombros una enorme concha marina, pero las olas son implacables y parecen que se la han arrebatado. El mar siempre reclama lo que es suyo.

- Levanto me recuerda a Valldemosa, no sé por qué. Es la localidad más grande de Cinque Terre y tiene un precioso casco antiguo, en terreno llano, así que todo el mundo hace sus compras en bicicleta. Boris Johnson tiene un hermano gemelo en Monterosso, que hasta se conduce y camina igual que él. Cuando me aproximo al mar, empieza a llover con ganas.

Estas tonterías las escribo para pasar el rato mientras escampa, refugiada bajo los soportales del ayuntamiento y junto al busto de Cavour, otro padre del Risorggimento, que hay en la plaza. A la señora de Riomaggiore se le estarán empapando las sábanas que colgó a secar esta mañana. Weather Channel 1 - Lugareños 0

Entre los bancos de niebla que bajan por las laderas, distingo preciosas villas señoriales. Pero llueve con mala educación y sin miramientos, y me veo obligada a coger el tren de vuelta para retirarme a mis cuarteles de invierno. Peccato che piova così!

De vuelta en la habitación, fantaseo con la idea de cómo sería mi vida si yo hubiese nacido aquí, esta fuera mi casa y yo viviera en este precioso pueblo. Me temo que estaría siempre maquinando algo para escapar por unas horas o unos días, hasta la huida definitiva.  


25.11.24

 Al final llegué a mi destino, Riomaggiore, con una hora de retraso. Me preocupaba no poder contactar desde el tren con el dueño de la habitación que he alquilado. Pero me inquieté mucho más cuando vi la ruta a pie de cinco minutos que me proponía Miss Google para llegar hasta allí. El itinerario estaba superpuesto a unas barranqueras y pasaba por encima de los tejados de las casas... Luego, sobre el terreno, me di cuenta de que se trataba de un túnel peatonal excavado en la roca. 

El pueblo es básicamente una cuesta abajo hacia el diminuto puerto, flanqueada por  paredes escarpadas, con bancales donde se ven viñedos, chumberas y cañas. Por la pendiente baja (o sube) una única calle propiamente dicha, porque el resto son cuestas a las que se accede por escalones de piedra. Las paredes de la garganta, que se abren como una hendidura en el acantilado, están horadadas con las cicatrices del desgaste de siglos, y también del ingente trabajo de ingeniería para poder construir los puentes, los túneles y las vías férreas que dan acceso a este pueblo perdido en el tiempo y casi en el espacio. El conjunto es impresionante, con las coloridas casas  colgantes superpuestas, aupadas desordenadamente unas sobre los hombros de las otras, y como derramadas por las laderas. No sé sabe qué impresiona más, si el núcleo urbano resbalando cuesta abajo para mojarse los pies en el mar, o el mar alzándose sobre las rocas para lamer los pies de las casas. 

Visito tras la puesta de sol el pueblo contiguo, Manarola, y es similar. Solo que en la oscuridad, sus casas recuerdan a un belén de los que tenían lucecitas en las ventanas para aumentar la ilusión de los niños por la noche. Su puerto no es que sea pequeño, es que es inexistente, y a falta de playa, los dueños de las barcas de remo las suben por la pendiente hasta la mismísima puerta de su casa. Imagino el valor y la destreza de estos pescadores para afrontar un mar embravecido, que lleva toda la vida intentando lanzar sus frágiles barcas a despedazarse contra las rocas. 

Notas:

- He intentado cenar en la mesita de la maravillosa terraza, aprovechando las temperatura templadas al abrigo de los montes.  Pero al tercer bocado, ha empezado a llover. Mansamente, eso sí. Por aquí, hasta ahora, la lluvia cae con cortesía y buenas maneras. No sé cuándo empezará a tomarse más confianza según se nos eche encima el invierno, y empiece a descargar con toda su furia. Esta lluvia de hoy me regala un olor delicioso a higueras y a tierra mojada, así que la perdono de todo corazón. 

- Mañana a la luz del día veré el resto de pueblos, a cual más hermoso. También he visto desde el tren unas villas preciosas y elegantísimas antes de entrar en Cinque Terre, y me gustaría poder acercarme. El trayecto en tren no es largo. .

- Si no me curo en estos pueblos de mi vértigo y de mi fobia a bajar escalones... entonces ya no hay esperanza para mí. De momento, el tratamiento de choque marcha bien. Pero agarrándome a todo como una posesa. Tengo más agujetas en las manos que en las piernas.

Anecdotario:

- El dueño de la habitación que he alquilado me ha tenido que venir a buscar a medio camino, porque al llegar  a Riomaggiore he tenido el desacierto de perderme por la única calle del pueblo. Era incapaz de encontrar su casa y además me costaba mucho rodar la maleta pendiente arriba. Yo estaba muy agobiada, y él muerto de risa. Que por qué no había cogido el ascensor desde la estación, que así me habría ahorrado ir empujando el equipaje... Qué rabia me da que, para una vez que mis plegarias son escuchadas y me ponen un ascensor en plena madre naturaleza... voy yo y ni lo veo! Menos mal que mi huésped carga con mi maleta, (mientras habla por lo codos, para mayor mérito).

El chico es un tipo encantador. Expansivo, amigable. Y su casa es como un dúplex invertido, con una de las paredes perteneciente a la roca, y con un balcón que no da al mar, sino a los bancales, a los tejados y a la torre de la iglesia. Es un pequeño paraíso alejado de todo, un Brigadoon italiano.

- Fuera de temporada, en los meses fríos, bajo la lluvia y a merced del viento, el turista que sigue inasequible al desaliento, fiel a la causa y dispuesto a cumplir el objetivo marcado, con todo entusiasmo y sin cansancio aparente, ese es el turista oriental. Y rodeada de varios grupos de orientales me he pasado la tarde (no me han parecido japoneses, pero tampoco es que yo los distinga del todo). 

Una de entre ellos, joven y guapa, estaba en lo alto de un mirador haciéndose selfies. No parecía quedar satisfecha con el resultado, y posaba y posaba. La magnífica perspectiva me tenía embelesada y por eso me detuve demasiado rato a su lado, hasta que caí en la cuenta y quise alejarme, pero ya era tarde... ocurrió lo inevitable, y es que tuve que negarme a hacerle una foto. Porque sabía que no iba a ser sólo una. Aún me acuerdo de la señora del claustro de Avignon, hay lecciones que se aprenden para toda la vida. La pobre chica no podía concebir que mi maldad de corazón le negara algo tan sencillo, que para ella era tan natural como el respirar. Miró el helado que yo me estaba tomando y me dijo Ah, you're busy! Tuve la hipocresía de asentir, como si el tener una mano ocupada fuera suficiente excusa. El caso es que luego, de lejos, vi que había convencido a una chica árabe para que le hiciera fotos durante largo rato, en multitud de posturas y desde todos los ángulos posibles. Y más tarde, desde otro mirador más lejano, alcancé a verlas despedirse con un abrazo que me pareció sincero. Es más, aún abrazadas por la cintura, le pidieron a una señora que pasaba que les hiciera otra foto juntas ... no sé si es contagioso, o qué.


Hoy viajo camino de Cinque Terre. Los cinco pueblos que lo componen son:  Monterosso, Vernazza, Corniglia, Manarola y Riomaggiore. Me alojaré en Riomaggiore, porque no había plazas libres ni en La Spezia ni en Levanto hasta mediados de semana (estos dos son los extremos del Golfo de los Poetas y el punto de partida habitual para la ruta). Pero a partir del miércoles sí que tengo hostal en La Spezia, y podré visitar Lerici, el lugar donde naufragó el barco de Shelley. 

No fue Shelley el único escritor que vivió por temporadas en este Golfo de La Spezia, también lo hicieron Byron, Dante, D'Annunzio y Pavese. Pero el trágico ahogamiento del poeta inglés supongo que le otorga un mayor protagonismo, y creo que  es lo que hace célebre a esta zona, junto con  la extraordinaria belleza de los pueblos colgados de la cornisa frente al mar y las rutas de senderismo y las actividades acuáticas. 

A estos pueblos no se recomienda ir en coche o autobús, ya que las carreteras son muy sinuosas y hasta peligrosas. Las excursiones en barco están suspendidas en los meses fríos por la mala mar. La alternativa es seguir la ruta lineal de estos pueblos en tren, mi medio de transporte preferido de todos modos. 

Por mala suerte, Cinque Terre está en la única zona del país donde va a llover esta semana. Accidente. En Italia, la predicción meteorológica la proporciona el Ejército del Aire, y no puedo concentrarme en el mapa porque se me van los ojos detrás del las condecoraciones del uniformado de la Meteo Aeronautica Militare.

Notas:

- Las músicas caribeñas lo invaden todo, pero aquí en la Italia septentrional a mí no me pegan, son anticlimáticas, sobre todo ahora ya avanzado el otoño. Mi opinión personalísima. 

- En la estación de Piazza Principe en Génova hacen las rondas la policía y el ejército de tierra. Me sorprenden los uniformes de camuflaje en este entorno urbano. En torno a los chicos y las chicas de las fuerzas del orden se forman auténticas tertulias. No sé si estarán comentando la victoria ayer de la squadra azzurra en la Copa Davis, porque esta mañana aún duraba la euforia en los comentarios que he escuchado por la calle. 

El fin de semana fui testigo de cómo un subsahariano muy pasado de vueltas insultaba a gritos con una actitud muy violenta a una pareja de carabinieri. Ellos, impasibles. La gente que pasaba se reía de las ocurrencias y los improperios que aullaba aquel hombre. Debe de ser una situación cotidiana.  

- Estas tacitas de café expreso de tamaño de juguete que sirven aquí me parecen un gran invento. Es la cantidad justa de café para espabilarte, pero sin obligarte a visitar un WC al poco rato. 

- Hasta ahora estoy esquivando ese fenómeno tan propio de aquí, lo sciopero (la huelga). Una huelga italiana no se parece a ninguna otra. Ayer hubo un paro de servicios de ferrocarril, pero hoy todas las líneas están en funcionamiento. A ver si sigo teniendo puntería con las fechas. 

- Gentili passeggeri, vi informiamo che... Pero con qué cariño nos trata la megafonía, madre!! Para darnos malas noticias por supuesto, porque hay un ritardo... nuestra gentilitá va aumentando de cinco en cinco minutos a medida que vamos sumando tiempo de  ritardo... No escucho ninguna queja entre los pasajeros que se han ido amontonando en el andén. Deben de estar acostumbrados al desengaño horario.

24.11.24

Se cumplen las previsiones, y hoy amanece metido en lluvia. Me había reservado el día para ir de museos de todos modos... Me acerco bien temprano a la contiguo Strada Nuova para visitar los tres palazzos que están abiertos al público. Para la hora del almuerzo, mis sentidos y sobre todo mi espalda están saturados de tanto arte y tanta historia. Pero también están agradecidos de haber aprendido tantas cosas sobre como esta ciudad pasó del comercio marítimo al préstamo de estado y de ahí a las manufacturas. Me temo que voy a relatar aquí unas cuantas de esas cosas. Es que llueve mucho fuera y tengo que esperar a que escampe.

El recorrido comienza en el palazzo Rosso, sigue por el Bianco y termina en el contiguo Tursi. El poderío económico, social y político de estas grandes familias genovesas, emparentadas entre sí, es absolutamente apabullante.  

Hasta tal punto que, por ejemplo, los Grimaldi fueron los principales prestamistas de Carlos V (y cayeron en la ruina cuando Felipe II dejó de estar al día con los pagos, situación de la que les rescató Andrea Doria). 

Hasta el punto de que los Brignole-Sali propiciaron que Napoleón firmara en su Palazzo la anexión de la república de Génova al imperio francés, obteniendo así cargos dignatarios y diplomáticos en París. Eso les permitió, en la siguiente generación, instalarse en el mismísimo Palacio de Matignon, principal hôtel particulier de París y actual residencia del primer ministro francés. 

Hasta el punto de convertirse en los principales mecenas de las artes y poseer toda una inmensa colección de pintura que abarca todo el Cinquecento, Seicento y Settecento europeos, que repartían por sus palacios y por las iglesias que patrocinaban. En concreto, Rafael Ferrari, duque de Galliera, compró en París Zurbaranes, Murillos y Riberas, producto del saqueo del ejército napoleónico en Sevilla durante nuestra guerra de la Independencia. 

En cuanto al acuerdo financiero con los Austrias, que particularmente me ha interesado: parece ser que fue muy lucrativo para los genoveses mientras la corona española les pagara a corto plazo y a un alto interés. Así España podía sufragar las costosas batallas en Flandes o contra los turcos, y las ocasionales pérdidas se compensaban con el oro y la plata que llegaban a los puertos españoles desde América. Pero según nuestro imperio fue decayendo, los Austrias cambiaron el sistema de pagos y optaron por el largo plazo a menor interés, limitando la rentabilidad y llegando finalmente al impago. De todos modos, los astutos genoveses ya habían diversificado previamente sus inversiones, y se repusieron pronto. Al final, cuando el comercio en el Mediterráneo se vio lastrado por los avances turcos, Génova se convirtió en una suerte de Manchester próspero y lucrativo pasándose a todo tipo de  manufacturas. Addatarsi o morire.

Las vistas de la ciudad desde lo alto del último piso me ahorran un ataque de vértigo teniendo que subir al Castilleto. Por cierto, que en el penúltimo piso del Palazzo Rosso se conservan unas curiosas estancias particulares de una generación de la familia. El dosel de la cama dieciochesca es pesadillesco, tan delirante que no comprendo cómo podían pegar ojo.


Notas:

Para quitarle la costra cultureta a la entrada de hoy y rebajar el tono enciclopédico:

- No sé cómo estas familias podían vivir en estos caserones donde lo más hogareño está precisamente fuera, en el jardín, a la intemperie.

- Lo que más me ha gustado: la escultura de Madalena penitente, de Canova, en el palazzo Tursi. Muy sensual y espiritual al mismo tiempo.

- Lo que menos: tanta repetición de los mismos motivos, como La Anunciación, la Adoración de los Reyes y los pastores, y la Huida a Egipto. Se ve que en estas casas era Navidad todo el año. Al menos estas son escenas agradables, con bebés rubicundos y madres tiernas y amorosas.

- Pero la Contrareforma fue tan tremendista.. dónde dejamos a los santos penitentes desmelenados, las santas torturadas sádicamente con puñales y otros artilugios, y sobre todo a tantas Judits y Salomés sosteniendo cabezas decapitadas sanguinolientas servidas en bandeja ... No se cansaban de ver la misma escena gore una y otra vez por toda la casa? Podían cenar tranquilamente contemplando esos cuadros terroríficos a la luz de los candelabros? Ah, y no sé cómo no les daba miedo subir la escalera o andar por el pasillo de noche, alumbrados con un candil, cruzándose con tantas estatuas inquietantes de ojos muertos por el camino. El pasaje del terror, versión "Soy un mecenas morbosillo, porque yo lo valgo".

Voy a salir. Bajo el paraguas estas callejas estrechísimas son todavía más evocadoras de siglos lejanos. Las altas casas casi juntan sus cornisas por lo alto, salvando la distancia desde una acera a la de enfrente, y parecen inclinarse hacia ti cuando alzas la vista, doblando la nuca hacia atrás, con la inevitable mueca de la boca abierta. Ayer intenté explorar las calles en las cuestas de mayor altura. Pero es un dédalo de rampas, escalones y edificios puesto de canto que se convierte en un laberinto del que resulta difícil salir. Y demás temo resbalar. Mejor voy a visitar una iglesia románica octogonal bien curiosa que vi ayer en el bohemio sestiere de Mollo.  

Anecdotario: 

- Me voy peleando con el navegador de Google Maps en voz alta por la calle. En condiciones normales, la voz entusiasta de una señorita artificial me va gritando unas indicaciones que para mi cerebro ligeramente disléxico son complicadas de interpretar. Pero es que en esta ciudad montuosa además se pierde la cobertura con frecuencia, y me encuentro a merced de los caprichos de la robota esta, que va y viene y por el camino me entretiene más de la cuenta. De modo que yo le echo la bronca porque no me guía bien, y ella me la hecha a mí porque no la obedezco. Somos como dos hermanas solteronas de avanzada edad que han hecho de la discusión diaria su principal fuente de entretenimiento. La gente me mira raro, sobre todo en las glorietas, que a Miss Google le ponen muy nerviosa y es donde me presiona más que nunca para que tome la tercera salida, para que salga en la tercera salida, en la tercera salida.... Cállate ya, pesada, no ves que vienen coches! 

- En los comercios semivacíos abiertos el domingo por la tarde, los dependientes cotillean entre ellos para matar el tedio. En un supermercado, los dos dependientes se consuelan mutuamente, medio en broma medio en serio, porque sus novias respectivas les han dejado. Interrumpo el consultorio sentimental para preguntar si tienen leche en polvo, que en Francia no conseguí localizar y aquí tampoco. Me dirigen a las tiendas de los chinos en el puerto, pero por allí no quiero volver tras la puesta de sol. Demasiadas dosis de realidad.






23.11.24

 Más notas genovesas:

- Encuentro la Librería Bozzi, que dice ser la más antigua de Italia (1810). Parece que los grandes escritores, cuando el grand tour les traía por aquí, pasaban a visitarla: Dickens, Melville, Stendhal, Henry James. Hay muchas y muy buenas librerías en esta ciudad, y muchos kioskos bien surtidos venden exclusivamente libros. 

La iglesia de la plaza contigua, San Siro, tiene una Anunciación de Gentileschi que me encanta. 

- Las contraventanas son siempre verde oscuro, como seña de identidad (en el Midi eran casi siempre azul pálido).

- Aquí la mendicidad es más agresiva que al otro lado de la frontera, donde los clochards tenían un aire más resignado. 

- Las cuatro rutas que te sugiere el plano turístico oficial pasan invariablemente por calles infestadas de prostitutas. Casi todas caribeñas, casi todas enfrascadas en la pantalla de su móvil. Seguro que ya había prostitutas por ahí en el Cinquecento. 

- Aquí también hay estatuas de santos que adornan las esquinas subidos a sus peanas, pero estas han ascendido de categoría y aquí son auténticos templetes barrocos. Se utilizaban para alumbrar, con sus velas y faroles, las calles por la noche. Y las sufragaban los gremios que tenían sus talleres en cada calle, con una competitividad que explica que esas obras de arte sean tan elaboradas y en algunas zonas, según se avanza, vayan aumentando de tamaño. El "yo no voy a ser menos" como acicate. 

- En toda la miríada de iglesias siempre hay dos o más personas frente a la puerta, que vigilan a los curiosos que entramos en ellas.  En la Chiesa Della Madalena, una bombonera barroca forrada de frescos, una de estas señoras se me acerca muy solícita a contarme la historia del templo de forma altruista. Le agradezco su gesto y  le pregunto si existen en Génova suficientes feligreses para tantas parroquias como hay. Me contesta que suelen estar vacías y sólo se llenan en determinadas misas del fin de semana.

- Junto a la Porta Soprana de la muralla medieval, se reconstruyó la supuesta casa de Cristóbal Colón, después de haberla echado abajo tres siglos antes. Pentimento. Podían haber conservado la auténtica, porque esta al menos a mí me resulta falsa. Otra gloria local es Paganini, auténtica estrella del rock avant la lettre. Su violín "cañón" se expone en uno de los palazzos. 

- En los muros de Génova no sólo lucen frescos artísticos, sino que abundan también las pintadas antisistema, sobre todo las de los anarquistas, tan presentes siempre en Italia. El nombre de un estudiante muerto en enfrentamientos con la policía durante una protesta callejera asoma una y otra vez. En muchas calles del circuito turístico se reparte prensa libertaria. 

- Las tiendas y bares del casco antiguo son establecimientos humildes y hasta precarios, pertenecientes a épocas pasadas y en condiciones ya superadas. Hay largas colas en los fornos, donde venden las deliciosas focaccias,  y en las carnicerías. Hay que alejarse hasta los elegantes soportales de la larga Vía XX Setembre para encontrar comercios con las instalaciones puestas al día. 

- Los poderosos mercaderes y banqueros genoveses no sólo engrandecieron su patria, sino que se expandieron por Europa. Recuerdo una calle de Sevilla con su nombre, en el lugar cercano a la catedral donde estaba la lonja en la que mercadeaban con sus préstamos, vitales para la corona y para el comercio marítimo.

- Génova se resistió a la  sangrienta invasión del rey Vittorio Emmanuelle en el siglo XIX, y para que quedara claro, junto a la estatua ecuestre del monarca se encargaron de levantar una placa bien grande que manifestara su descontento. Viene a decir algo así como que que se rindieron, pero sin convicción. 

Anecdotario:

- No había sitio en mi anterior pensión para el fin de semana, y me he cambiado de alojamiento. El nuevo está en la Vía Lomellini, paralela a la Strada Nuova, en un edificio de siglos de antigüedad con frescos deslucidos y ya medio borrados en su fachada. Desde mi ventana veo, justo enfrente, el palazzo donde habitó uno de los fundadores de la patria italiana, Mazzoni, que ahora es el Museo del Risorggimento. 

Por dentro, la pensión es un piso con mil recovecos, y uno de ellos es mi baño "privado y externo", es decir, tengo las llaves pero está unas puertas más allá. Al menos la ducha es de cabina, no a la italiana como tuve hace años en Florencia, donde cada vez que me duchaba tenía luego que secar el inodoro y el suelo.

- La parejita feliz de la habitación de al lado me augura una noche de insomnio y muchas dosis de paciencia. Las risitas me indican que las prácticas son consentidas, pero el oírlas me duele hasta a mí. En fin, triunfa el amor sobre el merecido descanso. Eros jorobando a Morfeo.

- A las ocho en punto empieza el repicar de campanas y carillones en el casco histórico. Lo recibo como una licencia que me da carta blanca para empezar a hacer ruido. Casto y puro, eso sí. 

El trayecto en tren ayer hasta Génova fue menos complicado de lo que había previsto. Al cruzar la frontera todo me resulta mucho más familiar, en cuanto le restamos el glamour a la ecuación y lo sustituimos por una mayor naturalidad . Desde las villas y los paseos marítimos de las localidades costeras,  hasta las estaciones y el propio tren, todo está gastado y a falta de mantenimiento. Las cautelosas fórmulas de cortesía se relajan, y algunos detalles incívicos me hacen sentir como en casa.

Atravesamos una ristra interminable de túneles, una obra de ingeniería impresionante que en tiempos pasados costó mucho, pero salvó la orografía para conectar toda esta costa de Liguria por vía férrea, en las estribaciones de los Apeninos. El mar luce de un azul intensísimo, con un horizonte claro. En otoño la humedad se reduce y por eso no hay calima. En algunos tramos, las cercanía de las olas  hace creer que casi llegan a salpicar las vías. La playa en los meses fríos se reencuentra consigo misma, hasta la siguiente invasión que traen consigo los calores. 

Llego a Génova en un día soleado pero muy frío y ventoso. Mi alojamiento (en España le llamaríamos pensión a estos hotelitos monoestrella)  está situado sobre un promontorio justo encima de las vías de la preciosa estación de Piazza del Príncipe. Desde mi ventana veo parte del puerto, un estilizado faro medieval, que llaman la Linterna, y un caserío multicolor aupado asimétricamente sobre un terreno muy escarpado. Es la imagen de marca de esta ciudad, y resulta una panorámica extraordinaria, que es un disfrute para la vista y un esfuerzo extra para las piernas, porque todas esas  empinadas cuestas hay que subirlas trepando por los omnipresentes escalones.

Doy mi primer paseo sin rumbo, guiándome por mi intuición y mi capricho. En Génova esto no tiene gran mérito, dado que la ciudad antigua se asienta sobre una estrecha franja de terreno, y yo parto de un extremo, por lo que todas las calles me dirigen hacia el otro. En la Vía Balbi me topo con los primeros palazzos, todos bellísimos y en diverso grado de decadencia, lo que les aporta un toque de gran señoría trasnochada. Accedo a los patios, subo las escalinatas y alzo la vista para observar las fachadas. Un grupo de estudiantes se ríe de mí porque miro hacia arriba con la boca abierta. Pero es que no es para menos. Más adelante, en la Vía Garibaldi, veo a muchos observar también con la boca abierta los imponentes palazzos, y me sonrío yo también. La estrechez de las calles y la falta de perspectiva obliga a doblar la nuca para poder contemplar los edificios. 

Esta Vía Garibaldi o Strada Nuova contiene más de una docena de mansiones de las grandes familias de la aristocracia genovesa en la época entre el renacimiento tardío y el primer barroco (en total los Palazzi del Rolli son unas cien mansiones repartidas por todo el caso histórico). Ante tanto poderío artístico, económico y monumental no cabe sino detenerse humildemente y lanzar algún suspiro de admiración. En realidad en todo el centro abundan los edificios históricos, con sus galerías altas, sus frontispicios y artesonados, sus bajorelieves y sus ventanales de diversos tonos, a veces decorados con frescos y trampantojos en sus fachadas. Por no hablar de los patios, que invariablemente contienen valiosas obras de arte, fuentes, columnatas, esculturas, frescos... Ante tal abundancia no sé sabe cuál tiene más mérito o mejor gusto. Abruma un poco.

El contraste con el largo paseo que bordea el puerto no podía ser más llamativo. Es una zona degradada, poblada en la oscuridad por inmigrantes del sudeste asiático, y sobre todo latinos se reúnen allí para beber, y los restos de esas reuniones están bien visibles por el suelo. También veo muchas prostitutas africanas, y sobre todo caribeñas por las callejas anejas, a las que se accede por unos escalones mugrientos. Qué vida más dura deben de llevar unos y otras.

Al caer la tarde, las calles del casco histórico, y luego de la zona comercial, bullen con la actividad propia del inicio del fin de semana. Esa jovialidad propia de estas tierras, y eso que al ser norteños no son tan expresivos como cuando se desciende por la bota hasta el tacón. En un mercado tradicional por detrás de la Vía XX Setembre escucho con placer las conversaciones. El acento local es suave y melodioso, delicadísimo. La lengua italiana es la más bella que existe. 

La catedral medieval de San Lorenzo, que por fuera es magnífica y luce las franjas grises y blancas típicas de Liguria y Toscana, tiene un interior que, lamento decir, no me gusta nada. Quisieron comenzar cosas nuevas en distintas épocas y en todas ellas se quedaron a la mitad. En cambio, la cercana iglesia jesuítica de Gesú, cercana al Palazzo Ducal, me ha gustado mucho, con sus marmoles, sus suelos de petre dure y sobre todo sus dos Rubens. Parece que pasó aquí largas temporadas como pintor de la corte del Duque de Mantua. 

Notas:

- De camino a la frontera desde Niza, el tren se detiene en la estación de Montecarlo unos momentos. Pienso en cómo los habitantes más privilegiados de esta rocalla de tres metros cuadrados tienen el reto diario de inventar algo nuevo para no aburrirse, que es el gran drama vital de los multimillonarios. Claro que aquí los únicos que, literalmente, pueden decir con total propiedad que se aburren soberanamente son Sus Altezas Serenísimas. En la lejanía, Montecarlo me parece un Benidorm con el gallo alzado pero encogido de tamaño. No disimulo mi falta de empatía con este lugar del mundo. Queda claro una vez más que estoy llena de prejuicios. 

- Al llegar a Génova me siento como en casa, cosa que me ocurre siempre que visito algún lugar de Italia. Hay algo en el cálido carácter italiano que rezuma una familiaridad muy estrecha con el español, una especie de forma espontánea de saltarse las normas, salvo las de las tradiciones establecidas. 

En mi caso hay un matiz: aquí me siento "como" en casa. Pero cuando voy a Irlanda sé, de una forma inexplicablemente atávica, que estoy "en" mi casa. Es un instinto que a mí, que me gusta razonarlo todo, me asombra y al que no encuentro ninguna explicación lógica. Mi familia paterna es montañesa, y según parece hay algún regusto celta por allí arriba... 

- En mi opinión, Francia es la chica guapa y lista de Europa, preocupada por lucir siempre bien arreglada. Pero Italia, por contraste, es esa gran belleza eterna incontestable, que no necesita siquiera peinarse ni vestirse ni calzarse. Y luego está el temperamento. Creo que fue Jean Cocteau quien dijo que los italianos son franceses de buen humor. 

- En el puerto está atracado un galeón barroco. En el mascarón de proa destaca un Neptuno despatarrado que más bien me parece un ninot de las fallas (mi humilde opinión, por supuesto). Ignoro si es el original o una creación. 

- En Italia me reencuentro, con gran emoción, con el bidé en el cuarto de baño. Qué gran ironía que este invento francés brille por su ausencia en Francia. 

22.11.24

No sé cómo insertar un documento en este blog. Eso me coloca en una generación alejada de los nativos digitales  Hago un corta/pega:

https://www.lefigaro.fr/voyages/2008/03/04/03007-20080304ARTFIG00373-tchekhov-a-la-pension-russe-de-nice.php


[Traducción automática del artículo original publicado en francés en Le Figaro]

Chéjov en la pensión rusa de Niza

Le Figaro

Por  Virgilio Tanase


Instalado en la pensión rusa, Antón Chéjov escribió El pechenego, De vuelta en un carro, así como la obra Las tres hermanas. (DR)

Niza y su Pensión Rusa, refugio de Anton Chejov.

En la Rue Gounod, el hotel Oasis no parece gran cosa. En cien años, ha cambiado muchas veces de propietario y ahora pertenece a una cadena inglesa. Su “confort moderno” no recuerda en nada al lugar mítico que fue a finales del siglo XIX en la Costa: la Pensión Rusa.

En aquel momento, la dueña, Vera Krougopoleva, hacía descuentos en la estancia a sus conciudadanos. Precisamente, quien, en octubre de 1897, metió sus maletas en el salón repleto de muebles viejos de la Pensión Rusa, era una persona modesta. Él es médico. Se le considera un escritor, algo que él mismo duda. Sus historias dan mejores resultados que sus consultas, es cierto. Pero no tiene ningún mensaje que transmitir ni ninguna lección que dar. De todos modos, no le gusta escribir. Y además escupe sangre. Antón Chéjov llegó a Niza para no hacer nada.

“Una ciudad hecha para leer”

Él conoce la ciudad. En 1891, había pasado las vacaciones de Pascua en la iglesia rusa, asombrado al escuchar al coro versionar la música de Bortniansky que él había cantado de niño en la iglesia de Taganrog, una ciudad insignificante, en el otro extremo de Europa. Tres años más tarde regresó a Niza. Sigue de lejos el desarrollo de un drama que se desarrolla al mismo tiempo en París, un drama que le concierne y del que más tarde hará "una comedia", La Gaviota. Lika Mizinova ama apasionadamente a Chéjov. Él también la ama, moderadamente, sin atreverse a asumir este cariño. Por despecho, Lika se arroja en brazos de un hombre casado, el buen amigo de Chéjov, Potapenko, que le da un hijo y cuya esposa a veces quiere adoptar al bastardo, a veces suicidarse y también matar a sus propios hijos... Estas historias rusas ! “¡Oh, qué mal se portan los rusos aquí!”, exclama, en una situación similar, un personaje de uno de los cuentos de Chéjov, La historia de un desconocido, que transcurre en Niza: la joven Zinaïda Feodorovna, que acababa de morir al dar a luz, había tomado veneno. Está enterrado en el cementerio ruso.

Porque en Niza hay un cementerio ruso. Los rusos son muy numerosos aquí y tienen una iglesia y un cementerio, algunos palacios suntuosos, un periódico y una biblioteca. Todos seducidos por el sol y las flores, por el clima templado y el ambiente despreocupado de una ciudad de vacaciones, “una ciudad hecha para leer, en ningún caso para escribir”. En el otoño de 1897, Chéjov no quería escribir. Decide pasar el invierno en Niza y llega a la Pensión rusa, cuyos méritos ha elogiado uno de sus editores. Unos cuarenta personajes pintorescos y entrañables que sólo hablan ruso se sienten aquí como en casa. Incluso el cocinero es ruso. Al llegar a Francia con sus amos, huyó con un marinero negro. Chéjov se alegra al saber que ella está preparando estos borscht de remolacha que tanto había echado de menos durante sus anteriores viajes al extranjero. Su hija mestiza vende sus encantos. Chéjov no lo evita y disfruta hablando con él, lo que sorprende a sus compañeros de cuarto. También le indigna saber que recibe en su habitación a su amiga pintora Alexandra Khotiaitseva a la hora del té. Aprovecha para hacer bocetos. Una muestra a Chéjov con la oreja pegada a la pared: los vecinos leen en voz alta uno de sus cuentos. Peor aún, en esta misma habitación de la planta baja, cuya inmensa cama se parece a "la de Cleopatra", recibe a Olga Vassilievna, una rica huérfana de unos quince años que quisiera traducir sus historias al inglés. Dejan la pensión del brazo y caminan juntos por el Promenade des Anglais.

Afortunadamente, a veces hace mal tiempo. Nieto de siervos e hijo de un comerciante en quiebra, Chéjov vive de su pluma y necesita dinero constantemente. La lluvia le obliga a quedarse en casa. Entonces, para pasar el tiempo, escribe. Bien vestido, incluso cuando está solo compensa con el orden exterior de la ropa el desorden interno de la enfermedad, Chéjov se sienta junto a la ventana, mira los árboles del jardín y escribe El pechenego, De vuelta, en un carro, breve, Historias conmovedoras y divertidas. También escribió cartas, largas cartas sobre el asunto Dreyfus. El J'accuse de Zola le encantó: “Zola ha crecido tres años desde sus cartas de protesta. Todo francés siente que la justicia, gracias a Dios, todavía existe en este mundo y que un inocente acusado injustamente encuentra siempre alguien que lo defienda..."

Un éxito inesperado

Vuelve el buen tiempo y se le une su amigo Potapenko. Solo. Quiere ganar un millón a la ruleta para seguir escribiendo sin preocuparse por el mañana. Los dos hombres compran una ruleta y pasan el día en la Pensión Rusa, intentando encontrar una martingala. Por la noche tocan en Montecarlo. Potapenko mucho, Chekov muy poco. Así podrá prestarle a su amigo, que lo ha perdido todo, lo suficiente para comprar un billete de tren a Moscú.

Después de pasar seis meses en la pensión rusa, Chéjov abandona Niza arrepentido.

Regresó allí en diciembre de 1900. Frente a la misma ventana que daba al pequeño jardín de la pensión, completó su última obra: Las tres hermanas. Ya leyó una primera versión a los actores del Teatro de Arte de Moscú. Una vez más le hicieron comprender que no sabía escribir para el escenario, que a nadie podían interesarle discusiones tan inútiles como las de sus héroes. Chéjov está de acuerdo con ellos. El único problema es que el director de teatro, Nemirovitch-Danchenko, le muestra las figuras: aunque especialistas, actores y críticos coinciden en que Chéjov no es un dramaturgo y que sus obras son tan inconexas como estúpidas, sus piezas son éxitos de taquilla. Nemirovitch-Danchenko gana el caso: Chéjov accede a terminar su obra. En la gran sala de la planta baja de la pensión rusa de la calle Gounod, no parece gran cosa, es cierto, termina de escribir una de las obras maestras de la literatura mundial. Está feliz: “Los rosales están en flor, el tiempo es templado, el sol brilla, las ventanas de mi habitación están abiertas de par en par, las de mi alma también…”

LEA: CHEKHOV de Virgil Tanase, Gallimard, colección de biografías en folio








21.11.24

 Siguientes etapas:

- Turín entraba en mis planes. Pero la conexión en tren desde Niza son más de 5 horas  con dos transbordos, y dentro de Italia el trazado me obliga a retroceder. Me he saltado Toulon por una cuestión de avanzar en la ruta, y creo que a Turín le va a pasar lo mismo. 

- Génova y Cinque Terre

- Milán y los lagos del norte (Como, Garda, Maggiore)

- Bolonia

A ver como me sale. De momento hoy viajo a Génova, donde pasaré tres días porque tiene el casco antiguo más grande de Europa y yo soy lenta paseando, me recreo en los detalles... El trayecto va a ser un poco arduo, hay un transbordo con muy poco margen de tiempo. Al menos la huelga de trenes francesa ya terminó. 

Para compensar que hoy no voy a publicar nada, inserto la traducción de un artículo de Le Figaro, que publicó un extracto de una biografía de Chéjov. En él se narran sus peripecias en este hotelito modesto de Niza donde me he alojado. Los cuadros que se mencionan están en un vestíbulo en la planta baja, donde pernoctaba él. Junto a una chimenea eléctrica con un fuego de mentirijillas, como la que tengo en mi casa. Un decorado teatral, ciertamente. 


Hoy va a llover todo el día según las previsiones. Con el añadido de que hace bastante frío, porque está nevando con intensidad en el interior y el norte de Francia. El viento me echa su aliento gélido en la cara. Ayer tuve la suerte de conocer Niza al atardecer. Hoy exploraré sus rincones bajo otra luz más sobria. 

Esta ciudad ha sido más italiana que francesa durante siglos, de modo que hay mucho barroquismo en ella. Las iglesias de la ciudad vieja podrían estar en Nápoles perfectamente. Las cúpulas son de cerámica a dos tonos. El palacio Lascaris en particular es todo un delirio del recargado barroco genovés, según leo. 

Por aquí han pasado muchos pueblos en liza, y a todos ha pertenecido este enclave estratégico durante un tramo de la historia. Y luego los ingleses, gracias al capricho que tuvo su reina Victoria de veranear en este clima cálido, también dejaron aquí su huella, en la Promenade des Anglais, donde he visto las casas de veraneo más reminiscentes de lo que fue la era victoriana. Pero nada supera a la exuberante edificación que se llevó a cabo desde que Niza quedó en manos francesas. La expansión de la ciudad es un muestrario de lo que este país puede dar de sí en cuestión de elegancia y buen gusto. Pasearse por esa zona es un placer. 

El mar se ha levantado en calma y de un azul muy pálido. La franja de playa es estrecha y está llena de guijarros grisáceos y restos de cañas. A lo largo del paseo marítimo,  la gente hace las mismas cosas que en cualquier paseo marítimo del mundo, pero con más glamour. Algunos osados se atreven a bañarse. Seguro que ni siquiera se resfrían, y a mí, con mis guantes y mi bufanda ya me gotea la nariz. Muchos se sientan en las sillas azules metálicas preparadas para contemplar las idas y venidas de las olas, y también de los aviones del cercano aeropuerto, que vuelan literalmente por encima de la orilla. 

Paso por delante de la imponente mole del Hotel  Negresco, y dedico un pensamiento a las víctimas de aquel ataque terrorista del 2016, cuando celebraban con música y bailes la fiesta nacional del 14 de julio en el paseo marítimo justo enfrente, y muchos fueron cruelmente atropellados por una furgoneta. El monumento que les conmemora es una gaviota con morfología humana a punto de remontar el vuelo hacia el horizonte. El hotel en sí me recuerda algo que mi abuelo decía, con toda su retranca malagueña: "Viva el lujo y quien lo trujo". 

En los altos donde se sitúa el museo de bellas artes hay muchas fenomenales villas de veraneo de la belle époque y también del art nouveau y art déco, con sus correspondientes fenomenales jardines. Los naranjos están que revientan de fruta. Me imagino que el aroma a azahar en primavera lo impregnará todo. Al final no entro en el museo, porque me entero de que las obras de Matisse están en otro, que queda mucho más alejado.

La amplitud de las enormes plazas de Garibaldi (nacido aquí) y de Massena le da un carácter señorial a la ciudad nueva. He gastado ya los calificativos, de modo que dejo que se califiquen por sí mismas. En la plaza de la Belleza, que hace honor a su nombre, hay un puerto cuadrado como el de Marsella, pero en pequeño. Lo flanquean unos edificios que ya son más genoveses que franceses. 

Notas:

- Una huelga de 48 horas de los servicios ferroviarios me detendrá en Niza, y no podré acercarme a las cercanas y glamurosas Cannes y Antibes. Consultaré los servicios mínimos. Una lástima, porque están a una media hora larga en tren solamente. Pero tampoco me supone una desilusión enorme. He vivido una existencia plena y feliz hasta ahora sin haber visto esos lugares, y pretendo continuar del mismo modo. Claro que, siendo sincera, si estuviera en marcha el festival y supiera que alguno de mis ídolos iba a acudir... Creo que iría andando por el mismísimo arcén de la carretera hasta allí, si no hubiese otro medio de llegar. Las cosas como son. El cine es mi única religión, y los cineastas, mis dioses y diosas. 

Los eufemismos del siglo XXI para referirse a una huelga son cuando menos rebuscados. Para los franceses, de trata de un "movimiento social". Para los ingleses, es una "acción industrial". Dentro de poco, tendremos que consultar un diccionario de lo políticamente correcto para poder nombrar las cosas. Me gustaría encontrar la trampilla secreta que esconde el camino de vuelta al siglo XX, para escaparme por ella.  

- Cuando yo era niña, mis primeros compañeros de juego fueron los vecinitos del piso de arriba, hijos de una francesa. Pasaron un verano aquí, y a su vuelta me trajeron una muñeca preciosa con el traje típico de Niza. Ahora que lo veo en muchos escaparates, me trae bonitos recuerdos. 

- El Palace de la Mediterranée, ahora casino, es para mi gusto el más bello de todos los frontales del paseo marítimo. La elegancia sobria de líneas puras del art déco no se ha superado. Qué pedante me estoy poniendo, como si yo supiera algo de arquitectura. 

- Hay una exposición al aire libre de fotografías nostálgicas de la Niza del ayer. En una de ellas está Luis Mariano en la batalla de las flores del famoso carnaval de esta ciudad. El cariño que le tienen los franceses a este artista perdura en el tiempo, y eso que sus fans de aquella época deben de tener ya todas un pie en  la tumba. Tengo que confesar que cuando le veo en Violetas Imperiales me da un ataque de vergüenza ajena. Pero tenía una gran voz y al parecer era una gran persona. 

- En el mercado de las flores de la preciosa Cours Saleya, compro el almuerzo: un pain bagnat y una empanada de ratatouille. Luego me doy cuenta de que las dos cosas llevan casi los mismos ingredientes, sólo que una en crudo y en la otra, cocinados. Cabecita loca! Hoy almuerzo y ceno lo mismo... Veo que sirven ostras y mejillones en muchas terrazas, pero temo irritar a mi colon, que hoy está de buen humor.

- La versión gala de ZARA se llama ZAPA. Me troncho. Un momento. Mejor me río pero para mis adentros, que es más educado y más acorde con el entorno.

- La presencia rusa en Niza es exuberante. Antes y después de la revolución ha habido un flujo constante de exiliados y expatriados. Hay un boulevard Zarevich, y una catedral ortodoxa que quita el hipo. Perdón... que sin duda mueve a la devoción de la fe ortodoxa, pero tras invertir una fortuna en su construcción para que no pasara desapercibida. Muchas inmobiliarias y quien sabe qué más son rusas aquí.

- Hay unos pasquines del gobierno en los comercios, con la ilustración del rostro de Marianne, la figura que encarna la república francesa con su gorro frigio. El texto dice (traduzco): "La república se vive a cara descubierta en todos los lugares públicos [...]. No se permite que nadie, en un espacio público, use una indumentaria destinada a ocultar su rostro". En efecto, la multitud de mujeres que identifico como musulmanas en la calle llevan su hijab, pero no he detectado ninguna con esos otros tipos de velo que tapan la cara. 

Anecdotario:

- La imposición de la lengua francesa  ha calado desde hace generaciones, pero aún hay una gran presencia de la italiana, en los carteles y en las conversaciones más dialectales. Ayer fui testigo de una pelea a gritos en una plaza, y en la ristra de insultos que se intercambiaban los contendientes pude reconocer la expresividad característica d' il bel paese. 

- El recepcionista del hotel es un tipo curioso. La encarnación en la vida real de esos mayordomos de ficción que miran a todo el mundo desde un plano superior, con un distanciamiento irónico y una especie de desprecio cordial. Y todo esto en un hotelito decadente venido a menos, cuyos días de gloria sólo perviven en el recuerdo. Me encanta.   

- Me cruzo con un curita joven preconciliar, que a la sotana añade el béret (la boina tradicional francesa) y unas gafas vintage. Parece salido de una fotografía de Robert Doisneau. 

- Nunca he visto tantos hoteles juntos, ni tantas funerarias. Por lo visto aquí se muere mucho la gente. Será por no quitarse el bañador mojado en todo el día?

20.11.24

Hoy salgo para Niza, para echarle una ojeada a la Costa Azul más lujosa y afamada. Antes de la salida de mi tren, me da tiempo al último paseo por La Cannabière y La Blancarde, bonitos barrios con elegantes bulevares. Estoy tentada de acercarme a Castellane en tranvía, aunque he leído que tiene mala prensa. Al final voy, resolviendo no bajarme. Pero una vez allí veo que, aparte de una columna conmemorativa monumental, hay un barrio de anticuarios que no quiero perderme. No me parece que estas calles sean peligrosas a media mañana, puede que al caer la tarde el barrio cambie de talante. La zona me recuerda poderosamente a Barcelona, y como para confirmar esa impresión, veo un restaurante que se llama La pequeña Boquería y que sirve lo que su propio nombre indica. 

Cojo otro tranvía junto al puerto nuevo. Me gustan mucho los edificios modernos de esa zona portuaria reconvertida en residencial, me parece que recrean con mucha elegancia a los del centro. En el puerto están atracados varios cruceros de tamaño monstruoso. Justo ahora comienzan a esparcir su cargo de turistas por estas calles, bien organizados en grupos numerados que se van solapando. Uno de ellos está guiado por un chico sosteniendo un cartel rojo que reza "Viking Star", y yo al principio he pensado que, con tan curioso nombre, son una secta esotérico-naturista, de esas que veneran a las deidades de la mitología nórdica. Pero no, se trata otro tipo de credo, el del ocio organizado. Casi estoy segura de que no me gustaría viajar en una aldea flotante, obligada a convivir con miles de conciudadanos de temporada. Pero en realidad nunca lo he probado. 

Me despido de Marsella encantada de haberla recorrido, aunque sea brevemente. Es una ciudad que presenta varias caras y todas ellas son fascinantes de contemplar.  

Anecdotario: 

- En la estación St Charles se me acerca una gitana con un bebé. Me propone mil historias relacionadas con los pañales y a todas me niego, debo confesarlo. Mi norma es no fomentar las mafias de la mendicidad callejera, y donar en cambio a las organizaciones que les proporcionan ayuda a esos mendigos, pero por cauces reglados. Los gitanos franceses no se parecen a los españoles. Son tipo manouche, y van vestidos como los gitanos del Este, las mujeres llevan faldas hasta los pies, pañuelos floreados en la cabeza y largas arracadas. Muchas de ellas son rubias, con unos ojos preciosos color de miel. La música manouche me gusta mucho, sobre todo en su versión jazzística con Django Reidhart. 

- En el tren, una mujer árabe charla y charla animadamente por móvil. Su conversación es interminable. Me resigno al hecho de que se propone continuar así durante las dos horas y media de trayecto, cuando otra mujer, desesperada, le pide que al menos baje el tono. Entonces cesa la llamada, y sin rechistar, menos mal. Pienso que, en ocasiones similares estos días, he creído percibir algo en el ambiente, como una aprensión de los franceses llegados de ultramar, que yo definiría como miedo a molestar. Como si no estuvieran muy seguros del terreno que pisan. 

- El paisaje del interior camino de Niza es maravilloso, similar al de Cassis, solo que está abrazado por varias cordilleras. La hierba brilla al sol. Cuando la vía férrea se acerca a la Costa veo muchas palmeras. 

Notas:

- En el hotel me esperaba una agradable sorpresa: ahora se llama Hotel Oasis, pero en el siglo XIX (data de 1860) era la Pensión Rusa donde Chejov pasó tres veranos tras marcharse de Rusia, y donde escribió los últimos actos de Tres Hermanas (según leo en una placa en la que fue su habitación)... Y no sólo eso, sino que esta pensión se convirtió en el alojamiento de muchos rusos exiliados como él, entre ellos el mismísimo Lenin! Aún hoy en día la prensa que llega a recepción es rusa, y por lo que he visto, parte del personal y de los huéspedes también lo son, y hasta las cadenas de televisión que se sintonizan. De modo que por lo que parece casi nada ha cambiado en tanto tiempo. Y pensar que yo he reservado sólo guiándome por la oferta de una plataforma online... Inmediatamente he ampliado mi estancia una segunda noche, porque aunque las instalaciones no pasan por su mejor momento y todos los muebles conocieron tiempos mejores, el pequeño lobby, el patio y los pasillos aún conservan el ambiente de épocas pasadas. Respirando está atmósfera, pienso en tantas vidas azarosas como han recalado por aquí. Quedará algo de su esencia por los rincones? Porque a simple vista, los rincones lo que están muy necesitados es de lo que mi madre llamaría "una manita". 

- Al atardecer, hago un primer recorrido por el paseo marítimo, la ciudad vieja y los principales hoteles. Quedo bastante impresionada con el poderío económico que se refleja en cada rincón de esta ciudad a lo largo de las épocas. Ya la grandiosa estación es toda una declaración de intenciones. 

- Desde Marsella para acá, veo gente que va comiendo por la calle, como hago yo. Parece que voy a dejar de ser un foco de atención. Qué alivio. 

- Me encuentro con cierta frecuencia con grupos de personas de todas las edades que se sientan en grupos frente a un monumento y lo dibujan a plumilla, o lo pintan con acuarelas o con otras técnicas que no sé identificar. Algunos de ellos interpretan muy libremente el modelo, cosa que siempre es de agradecer. Aquí desde luego no les faltan motivos que llevarse a la pluma o al pincel. 

Anecdotario: 

- Llegando ya a la altura del hotel para retirarme por hoy, me cruzo con una señora que va hablando por el móvil. Aquí la gente es muy expansiva, no en vano estamos a sólo 30 kilómetros de la frontera italiana. Esta mujer en concreto habla apasionadamente, y la oigo decir algo así como: Ni me lo nombres, que me pongo a escupir! (mientras se detiene un momento y escupe al aire) Es que siempre que oigo su nombre, yo le escupo! Total, que he tenido que apartarme para que la maldición no me cayera también a mí...

 

Me acerco al pueblo costero de Cassis, sólo a 20 minutos por ferrocarril desde Marsella. En el camino a la estación St Charles a primera hora, veo muchos cafetines árabes con sus terrazas llenas de hombres. A mi llegada hace dos días, ya avanzada la tarde, estaban exactamente igual. Se diría que han acampado ahí.

El pueblo costero de Cassis dista 3,5 kilómetros de la estación. Decido caminar esa distancia en vez de coger el autobús, ya que el camino hasta el mar es cuesta abajo y va bordeando unas pequeñas explotaciones vinícolas familiares, que se llaman Clos, con sus casonas tradicionales en tonos ocres, rosados y anaranjados, con sus contraventanas azul claro y sus hileras de cipreses. El colorido cambiante del paisaje es delicioso bajo el radiante sol del otoño sureño. El sendero junto a la carretera está bordeado de pinares y olivos, y se va pasando justo al borde de estas viñas que, al parecer, dan una uva negra fuerte muy característica. También elaboran aquí el famoso licor de cassis, a base de grosella, que yo probé ayer pero en forma de sorbete. 

Llegando al pueblo, el caserío se compone de alegres villas de veraneo, la mayoría tradicionales, con sus jardines aún florecidos por la benignidad del clima. En el casco histórico me reencuentro con las bellas fachadas de tonos pastel que dejé atrás en Arles y Aix, con el añadido de que en el puerto de Cassis la luz restallante del mar las hermosea aún más. Algunos pescadores venden su mercancía a pie de barco, en unos puestecitos bajo unas sombrillas, y ahí mismo, con el traje de neopreno aún puesto, limpian los pulpos y demás pescado ante los clientes y los dueños de las terrazas contiguas, desde donde el público que se está tomando el aperitivo puede calibrar de un vistazo qué le van a servir en un rato para el almuerzo. 

El resto del pueblo es tan bonito y está tan pulcramente cuidado que resulta imposible no enamorarse del lugar, aunque parezca un bello decorado. Creo que este debe de ser el sitio perfecto para pasar un invierno al abrigo de la realidad, siempre tan fría y tozuda ella.  

Anecdotario:

- Me voy acercando a los pequeños pesqueros, y en esa zona del puerto veo una pareja asomándose al borde del agua y observando algo con mucha atención. Cuando me acerco, compruebo que se trata de un pez de mediano tamaño que evoluciona con torpeza sin conseguir avanzar para alejarse. El hombre me explica que se lo ha encontrado en el suelo, seguramente habrá caído de la carga recién desembarcada de algún pesquero, y lo ha tirado al agua. Su mujer está preocupada por si el animal conseguirá sobrevivir. Al poco rato parece que el animalito consigue sobreponerse, hecho que celebramos los tres con aplausos. Les digo que han realizado su buena acción del día, pero que ahora sería una lástima que, tras este salvamento tan emocionante, lo volvieran a pescar al día siguiente. La señora me responde, entre risas, que un día más de vida siempre merece la pena. 

Notas:

- Llego a la playa, dominada por un acantilado de enorme altura, el Cap Canaille, con una fortaleza en lo alto. Las calas aquí se llaman calanques, y esta es preciosa. El mar no podría lucir más azul. 

- Callejeando, encuentro una boulangerie donde compro una tartaleta de la que he olvidado el nombre. A base de cebolla confitada, olivas y anchoa. Riquísima. Me resisto en cambio a probar la bullabesa local por cuestiones de presupuesto y también de tiempo, y eso que últimamente me he aficionado al pescado. Tampoco sé cómo le va a sentar a mi colon, que se irrita con facilidad, igual que su propietaria. 

- De regreso a Marsella por la tarde, decido cambiar de opinión y probar el tan aclamado pastis. En el museo donde de muestra la elaboración del pastis, como parte integrante de la Maison Yellow que la tradicional marca Ricard ha abierto en el complejo Le Docks, en la modernísima zona junto al puerto nuevo. El pastis está muy bueno, pero mi paladar está desafinado y no encuentra las ocho diferencias con una palomita de toda la vida. Gente muy sofisticada puebla este bar de diseño, y me temo que doy la nota discordante, pero me da igual porque de pronto me siento muy contenta y feliz. 

- Un tranvía me acerca a la monumental fuente del parque Longchamp, en una zona muy elegante de la ciudad, con sus anchos bulevares y sus edificios haussmanianos, como los de París. El parque es maravilloso y la fuente que le da acceso es sin duda impresionante. Pero tiene mucho de todo. Es decir, que para mi gusto le sobran cosas. Cuáles, no lo sabría decir. Pero creo que son demasiadas. Quizá pararon cuando comprobaron que no le cabía nada más. Estoy en plena digestión del pastis. Será eso más bien, y a la fuente no le pasa nada.  

Hoy salgo para Niza, para echarle una ojeada a la Costa Azul más lujosa y afamada. Antes de la salida de mi tren, me da tiempo a explorar La Cannabiere y La Blancarde, bonitos barrios. Estoy tentada de acercarme a Castellane en tranvía,aunque he leído que tiene mala prensa. Al final voy, pero sin bajarme. 

Cojo el tranvía junto al puerto nuevo. Me gustan mucho los esificios modernos de esa zona recuperada, me parece que recrean con mucha elegancia a los del centro. En el puerto están atracados varios cruceros de tamaño monstruoso. Justo ahora comienzan a esparcir su cargo de turistas por estas calles, bien organizados en grupos. Uno de ellos está guiado por un chico que sostiene un cartel que reza Viking Star, y yo al principio he pensado que, con tan curioso nombre, se trataba de una secta esotérica de esas que veneran a las deidades de la mitología nórdica. 

18.11.24

Voy a pasar tres días en Marsella. Tenía previstos sólo dos, pero un despiste muy propio de mí hace que haya reservado habitación en el albergue en días alternos, y para cuando he caído en la cuenta, la hora de la cancelación gratuita ya había pasado. Cabecita loca! No me importa gran cosa, me va a servir de descanso y el día de propina lo invertiré en alguna excursión por los alrededores. Además, las instalaciones son modernas y tengo acceso a la cocina y a la lavandería. Llegó la hora de la colada. 

Hasta ahora, en ciudades más pequeñas, me procuraba un alojamiento muy céntrico, para ahorrar tiempo y dinero en transporte, y con la comodidad añadida de que, en caso de necesidad física, podía subir en un momento a hacer pipí chez moi. Marsella es enorme y eso aquí no es posible, pero en cambio estoy en La Joliette, antigua zona industrial reconvertida, a sólo 15 minutos andando de la antigua estación de Saint Charles (con una escalinata de entrada imponente). 

Yo prefiero alojarme en edificios antiguos con personalidad y encanto en calles pintorescas del casco histórico, pero nunca tienen ascensor y en cambio incluyen impepinablemente una escalera temeraria. Hace dos días, en Aix, alquilé una habitación a tres minutos del Hôtel de Ville, y como la placa con el número de la calle estaba entre dos portales en plan "ni para ti ni para mí", terminé cargando la maleta hasta un tercer piso por la escalera de la muerte equivocada. Desde donde tuve que bajarla para repetir la misma operación en el edificio contiguo. En mi mundo interior de ensoñaciones peliculeras, pernoctando en estos vetustos caserones desvencijados me llego a convencer de que estoy viviendo la vie bohème. En el mundo real, me estoy dando una paliza de padre y muy señor mío subiendo y bajando mi equipaje.

Están haciendo días muy ventosos, aunque soleados (soleá, según el dialecto marsellés, que yo no comprendo, porque hablan rápido y se comen la sílaba final, aparte de que el peculiar léxico mezcla palabras italianas y árabes). Ayer deambulé por el encantador Puerto Viejo, y siguiendo a la masa de paseantes llegué a contemplar una preciosa puesta de sol en la Playa de los Catalanes, que es muy pequeña y no puede rivalizar con las hermosas calas más alejadas. Paero está céntrica y un domingo al atardecer rebosa de la característica ansia de vivir de los marselleses. Se llama así  porque unos pescadores catalanes se instalaron allí aprovechando que la zona había quedado vacía tras una epidemia de peste. En El Conde de Montecristo, la enamorada del protagonista se llama Mercedes porque es descendiente de estos emprendedores paisanos. 

Hoy he hecho una excursión en ferry hasta las preciosas islas Frioul, siendo una de ellas precisamente la que alberga el castillo de If, la fortaleza penitenciaria donde Edmundo Dantés es encarcelado injustamente y desde donde trama punto por punto su terrible venganza. El mar estaba bastante picado y el imponente castillo resultaba sobrecogedor, no sé cómo he retenido el almuerzo con tanto vaivén y con tanta emoción. En las islas, he triscado alegremente cual cabrita, loca perdida, por cuestas pedregosas y a dos palmos de las gaviotas, suspendidas sobre mi cabeza en pleno vendaval. Disfrutando de una doble vista panorámica, con Marsella entera a un lado y el mar abierto al otro. Para mí, que estoy acostumbrada a pisar sobre el asfalto, ha sido toda una proeza. El toque urbano añadido lo proporciona la bolsa del Monoprix que llevo al hombro, que los excursionistas equipados estilo montañero miran de reojo. No aprendo.

He aprovechado para saludar al mar del que llevo el nombre, de tú a tú. Y el mar por toda respuesta me ha salpicado con una risotada de espuma y salitre. "Qué es esa gota en el viento que le grita al mar: Soy el mar?" Ay Antonio Machado, tú sí que eres el oráculo de los dioses. 

He completado el día ascendiendo en un trenecito por pendientes vertiginosas hasta la basílica de Notre Dame de la Garde, que domina la ciudad entera. Es de ese estilo neo bizantino que tan de moda estuvo a finales del XIX, y forma un conjunto con la imponente catedral, junto al puerto nuevo, que también exhibe las mismas trazas. Nunca me ha gustado ese estilo, pero reconozco que el interior de ambos templos es apabullante, con sus teselas de colorines.

 En la basílica, me enternecen los exvotos de los marinos: llenan las paredes multitud de cuadros de barcos salvados de un naufragio, hay lápidas agradeciendo a la virgen su protección, y lo mejor son los  cordeles suspendidos del techo con maquetas de barcos, hasta de un helicóptero y un avión. Comprendo muy bien que el miedo necesita un asidero en tiempos de incertidumbre, pero hasta ahí llega mi capacidad de comprensión. 

También me conmueve, y no sé por qué porque no soy creyente, el respeto y el cuidado ceremonial con el que una pareja de japoneses enciende una vela dentro del templo y medita, bajando la cabeza, frente a la imagen de un santo que en teoría debería serles ajeno. Los sentimientos son universales, y la religión desde luego es un sentimiento. 

Las vistas de Marsella al atardecer desde lo alto son impresionantes. La gran masa compacta de edificaciones casi se me antoja tan inmensa como el ancho mar al que se enfrenta y del que subsiste. Se va descendiendo hasta el centro por La Corniche, el barrio más elegante, donde aún lucen las mansiones de los ricos navieros de otros tiempos, muchas de ellas rematadas por una torre acristalada desde donde poder divisar el tráfico de sus buques en el puerto. Como en Cádiz.

Marsella, de hecho, me recuerda en por momentos a Barcelona, a Málaga, a Nápoles, a Estambul. Y a cualquier puerto mediterráneo que pueda ofrecer al visitante los mayores contrastes entre la belleza y el espanto, las riquezas y la miseria, la corrupción y la devoción. Son ciudades vivas, llenas de contrates, con una personalidad arrolladora y desafiante. Con un patrimonio histórico de gran valía. Con unas zonas elegantísimas y otras sucias y degradadas que, si no se es muy impresionable, hay que abrazar con cariño y comprensión para paladearlas en toda su esencia. Porque en ellas se práctica el feísmo, y eso es un gusto adquirido. 

La milenaria Marsella es todo esto y más. La vibrante segunda metrópoli de Francia, construida a retazos desde la antigüedad a nuestros días, compuesta de lo mejor y lo peor, con un pasado glorioso echado a perder pero que nunca se hunde, que reflota una y otra vez, como recientemente, cuando fue Capital Europea de la Cultura y aprovecharon para remodelar grandes áreas de su puerto nuevo y otras barriadas anejas con edificios modernísimos y equipamientos a la última. Aquí mucha gente se come la vida a mordiscos. Yo me marcharé en 48 horas y no recibiré ninguna dentellada, por eso estoy encantada de estar aquí. Es impagable el espectáculo de esta gente vitalista, venida de todas partes y amalgamada como una riada que desemboca en el mar, con todo tipo de restos flotando en su cauce, arrasando con todo a su paso.

Notas:

- Mi maleta puede rodar sin obstáculos por la superficie pulida de las aceras en las calles principales. No quepo en mí de gozo.

- Abundan las tiendas de comida armenia y corsa. A simple vista me recuerda la turca o la griega. Todo está emparentado en este mediterráneo nuestro.

- También aquí abundan los habituales santos, vírgenes y Cristos que adornan las esquinas subidos a unas pechinas. Muchas están vacías, y la creatividad local las rellena con soluciones imaginativas. Las plantas me parecen las más adecuadas. Ay, el horror vacui de los pueblos meridionales!

- Cruzar la calle en Marsella es todo una arte. Aparentemente es un deporte de riesgo, pero con un poco de práctica se llega a intuir que existe un pacto de no agresión oculto bajo el caos. Sólo basta con ignorar la mayoría de semáforos y seguir a los locales en sus derroteros.

- Hay recuerdos por todas partes del poeta Mistral, pero también del escritor y cineasta marsellés Émile Paignol, cuyos recuerdos de infancia retratan de forma amable los tipos y ambientes característicos de estas tierras.

- En toda esta región se juega a la petanca en los parques, hay tiendas especializadas en las boules, y hasta boulodromes donde se práctica este juego tan querido por los franceses. 

Anecdotario:

-  Antes de cumplir con esos recorridos de rigor, por la mañana quise salirme del camino trillado y explorar un poco por mi cuenta, ignorando el plano. Por pura casualidad, mi paseo desnortado y sin rumbo me llevó hasta la puerta de Aix. Quise acercarme a ese monumental arco para observar de cerca los bajorrelieves, pero el fuerte olor a orines me lo impidió. Lo interpreté como una señal de que al otro lado del arco me esperaba un barrio interesante y una realidad alternativa. De modo que seguí subiendo por las callejas, y mi curiosidad fue rápidamente recompensada con lo siguiente: la visión de una gran rata despanzurrada sobre la calzada, aceras mugrientas, fachadas desconchadas, casas apuntaladas, los escaparates con los trajes de novia y de fiesta más horripilantes que he visto en toda mi vida, una mezquita cochambrosa, algunos hombres árabes pendientes de cada paso que yo daba, y mucho trapicheo de papelinas y de pastillas sin el mas mínimo disimulo. Uno chico incluso hizo ademán de querer ofrecerme su mercancía. Imagino que para él esa era la única explicación de mi presencia allí. Me di cuenta un poco tarde de que mi gorrito de punto a juego con mi bufanda y mis guantes de El Corte Inglés me delataban, de modo que decidí retornar a mi hábitat natural y dejé atrás el ecosistema de los desclasados que se buscan la vida como pueden en un entorno hostil. Pero sé que en esas calles se aprende lo que ninguna universidad puede enseñarte sobre la condición humana. Y me considero una ignorante.  

- La vida siempre te ofrece contrastes, y yo lo he tenido al final del día paseando por el peculiar barrio de Le Panier, con sus callejas estrechas y empinadas, sus descoloridas fachadas de tonos pastel, sus características escalinatas y sus talleres de artistas y artesanos bohemios. Aquí se considera que subsiste la esencia de la antigua Marsella, ya que es, dentro del casco histórico, de lo poco que respetaron los bombardeos nazis. El barrio resulta encantador, con un pintoresquismo un poco forzado pero rebosante de simpatía. Los vecinos han decorado muchas travesías con grandes macetones y con todo tipo de muebles y objetos viejos que han bajado de su casa y que gozan de una segunda oportunidad sobre la calzada. Porque las mesas, las sillas, los sillones y los butacones desvencijados son utilizados para reunirse allí a conversar al atardecer, antes de retirarse. Me ha recordado varias escenas de la película Borsalino, de mis admirados Delon y Belmondo.  En ella las prostitutas, sentadas en estos mismos escalones, intercambian cotilleos sobre la rivalidad de las bandas de gangsters locales durante los años 30s. La ficción emulando a la realidad, pero en tono amable. Similar diferencia de tono entre el barrio del arco triunfal de la plaza de Jules-Guesde que que visité esta mañana, con toda la degradación que trae consigo el tráfico de drogas, y este otro barrio convertido en un agradable pasatiempo apto pata todos los públicos. Los dos retienen su esencia, pero con matices. 



Copenhague me pone el listón muy alto de cara al resto de capitales nórdicas. Me gusta muchísimo esta ciudad hermosa y dinámica, que combina...